Me arrepiento de lo que te conté anoche

Por
Claudia Vila
21/11/2024

Confieso un gran dolor o un profundo deseo. Al día siguiente: ¿La gente usará lo que digo en un momento de debilidad para juzgarme, definirme, despreciarme o encerrarme en una simplicidad?

Hablo, hablo, hablo. Empiezo a notar calor en la parte baja del estómago, se me colorean los cachetes e inclino mi cuerpo hacia adelante. Ocurre; de mi boca salen palabras apretadas. Quiero respirar profundamente, volver a mí, encauzar mi desbordamiento de ideas. No puedo. Suelto de mi garganta los parásitos que estaban pegados dentro de mí. En ese momento estoy con la adrenalina en la lengua. La desazón llega después, con el silencio, al lavarme los dientes o cuando me desvelo de madrugada.

Me ocurrió en una fiesta. Yo había ido a la cocina a coger una cerveza de la nevera con dos chicos que acaba de conocer y me mencionaron el nombre de alguien que no me gusta. Rechazo a esa persona por muchas cosas: porque ha herido a gente que quiero, porque representa una soberbia que me irrita, porque siento envidia. Aunque pueda justificarlo, me arrepentí de compartirlo. Les había confesado algo íntimo, había sido muy precisa. Los angloparlantes le llaman oversharing (¿sobrecompartir?), porque siempre encuentran una palabra para resumir todo un concepto (aunque se refieren a hacerlo virtualmente). «Resaca de zorra»*, le dice la escritora Hilary Leichter (yo lo escuché en un episodio del pódcast Ciberlocutorio). 

Alguien menciona una noticia que conozco y me inflo de pedantería. Luego llega: ¿Les habré aburrido? Colocan un tema delicado sobre la mesa y soy tajante. Después: ¿Cómo soy capaz de reafirmarme en ideas antes de asegurarme de lo que pienso? Confieso un gran dolor o un profundo deseo. Al día siguiente: ¿Por qué di esta información? ¿La gente usará lo que digo en un momento de debilidad para juzgarme, definirme, despreciarme o encerrarme en una simplicidad? Vivir en un episodio maníaco constante que se desinfla es agotador.

A veces es porque estoy nerviosa, porque me siento forzada a contar algo, porque estoy eufórica o porque tengo miedo (a otros les pasa enfadados o ebrios). Acabo devastada, cansadísima de intentar mostrarme en poco tiempo. Luego toca la penitencia, volver a casa con los ecos de mis propias voces. «¿Por qué siempre te haces eso?». Pido perdón. Quisiera ser otra, más encajada. 

Un termómetro de cinco pensamientos para entender si te está pasando:

1. Ojalá olviden todo lo que dije y pueda empezar de cero.

2. Envidio a los callados, a los contenidos, a los discretos. A los que son capaces de controlar su tromba de ingenio.

3. No quiero renunciar a equivocarme. Dame una tregua, cabeza. Merezco la alegría y también todo su peligro.

4. Los días de lucidez son magníficos. Vivo encendida porque pude transmitir lo que yo tenía dentro (es terrorífico y estimulante estar con el otro).

5. A la actriz Jemima Kirke, Jessa en Girls, le pidieron en Instagram «un consejo para chicas jóvenes inseguras» y compartió una frase que me dejó petrificada: «Chicos, creo que estáis pensando demasiado en vosotros mismos».

Un esclarecedor dibujo de Liana Finck, colaboradora de The New Yorker, en el que una introvertida piensa: «después de esto necesitaré un poco de tiempo a solas para hacer penitencia por revelarme»

He buscado en la anécdota perfecta para cerrar por qué me arrepiento de lo que te conté anoche. Me llegué a poner triste recordando momentos vergonzosos. «Describe la última vez que te ha pasado», me propuso Bea este lunes en la cafetería de mi trabajo. «Es que ya no me ocurre tanto», respondí. Por la tarde me encontré con Marina, me pidió que diéramos un paseo** y le admití que no sabía cómo terminar este texto, que me parecía un soliloquio autocompasivo. Ella me soltó: «A mí me pasó con vosotros el otro día, sentí que había hablado de más». Entonces le aseguré que para nada, que la noté más cerca, más humana, más tierna; me encantó su confianza inesperada y lo que narró también me iluminó para comprenderme a mí misma, a mis amigos, al que duda. «Creo que tenemos miedo de ser vulnerables, eso es todo», me dijo. 

---

*Aparece en su libro Algo temporal: «y yo me despertaba con dolor de cabeza, y con dolor de estómago, y con resaca de zorra, que es la resaca que tienes por las mañanas después de haberte pasado la noche entera soltando mierda, diciendo estupideces, actuando como una enorme y tremenda imbécil, permitiendo que todas las cosas horribles que tenías en la cabeza salieran por algún motivo de tu boca babosa»

**A ella le encanta, dice que Pasear es un acto de rebeldía

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Me arrepiento de lo que te conté anoche

Confieso un gran dolor o un profundo deseo. Al día siguiente: ¿La gente usará lo que digo en un momento de debilidad para juzgarme, definirme, despreciarme o encerrarme en una simplicidad?

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Claudia Vila
21/11/2024

Hablo, hablo, hablo. Empiezo a notar calor en la parte baja del estómago, se me colorean los cachetes e inclino mi cuerpo hacia adelante. Ocurre; de mi boca salen palabras apretadas. Quiero respirar profundamente, volver a mí, encauzar mi desbordamiento de ideas. No puedo. Suelto de mi garganta los parásitos que estaban pegados dentro de mí. En ese momento estoy con la adrenalina en la lengua. La desazón llega después, con el silencio, al lavarme los dientes o cuando me desvelo de madrugada.

Me ocurrió en una fiesta. Yo había ido a la cocina a coger una cerveza de la nevera con dos chicos que acaba de conocer y me mencionaron el nombre de alguien que no me gusta. Rechazo a esa persona por muchas cosas: porque ha herido a gente que quiero, porque representa una soberbia que me irrita, porque siento envidia. Aunque pueda justificarlo, me arrepentí de compartirlo. Les había confesado algo íntimo, había sido muy precisa. Los angloparlantes le llaman oversharing (¿sobrecompartir?), porque siempre encuentran una palabra para resumir todo un concepto (aunque se refieren a hacerlo virtualmente). «Resaca de zorra»*, le dice la escritora Hilary Leichter (yo lo escuché en un episodio del pódcast Ciberlocutorio). 

Alguien menciona una noticia que conozco y me inflo de pedantería. Luego llega: ¿Les habré aburrido? Colocan un tema delicado sobre la mesa y soy tajante. Después: ¿Cómo soy capaz de reafirmarme en ideas antes de asegurarme de lo que pienso? Confieso un gran dolor o un profundo deseo. Al día siguiente: ¿Por qué di esta información? ¿La gente usará lo que digo en un momento de debilidad para juzgarme, definirme, despreciarme o encerrarme en una simplicidad? Vivir en un episodio maníaco constante que se desinfla es agotador.

A veces es porque estoy nerviosa, porque me siento forzada a contar algo, porque estoy eufórica o porque tengo miedo (a otros les pasa enfadados o ebrios). Acabo devastada, cansadísima de intentar mostrarme en poco tiempo. Luego toca la penitencia, volver a casa con los ecos de mis propias voces. «¿Por qué siempre te haces eso?». Pido perdón. Quisiera ser otra, más encajada. 

Un termómetro de cinco pensamientos para entender si te está pasando:

1. Ojalá olviden todo lo que dije y pueda empezar de cero.

2. Envidio a los callados, a los contenidos, a los discretos. A los que son capaces de controlar su tromba de ingenio.

3. No quiero renunciar a equivocarme. Dame una tregua, cabeza. Merezco la alegría y también todo su peligro.

4. Los días de lucidez son magníficos. Vivo encendida porque pude transmitir lo que yo tenía dentro (es terrorífico y estimulante estar con el otro).

5. A la actriz Jemima Kirke, Jessa en Girls, le pidieron en Instagram «un consejo para chicas jóvenes inseguras» y compartió una frase que me dejó petrificada: «Chicos, creo que estáis pensando demasiado en vosotros mismos».

Un esclarecedor dibujo de Liana Finck, colaboradora de The New Yorker, en el que una introvertida piensa: «después de esto necesitaré un poco de tiempo a solas para hacer penitencia por revelarme»

He buscado en la anécdota perfecta para cerrar por qué me arrepiento de lo que te conté anoche. Me llegué a poner triste recordando momentos vergonzosos. «Describe la última vez que te ha pasado», me propuso Bea este lunes en la cafetería de mi trabajo. «Es que ya no me ocurre tanto», respondí. Por la tarde me encontré con Marina, me pidió que diéramos un paseo** y le admití que no sabía cómo terminar este texto, que me parecía un soliloquio autocompasivo. Ella me soltó: «A mí me pasó con vosotros el otro día, sentí que había hablado de más». Entonces le aseguré que para nada, que la noté más cerca, más humana, más tierna; me encantó su confianza inesperada y lo que narró también me iluminó para comprenderme a mí misma, a mis amigos, al que duda. «Creo que tenemos miedo de ser vulnerables, eso es todo», me dijo. 

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*Aparece en su libro Algo temporal: «y yo me despertaba con dolor de cabeza, y con dolor de estómago, y con resaca de zorra, que es la resaca que tienes por las mañanas después de haberte pasado la noche entera soltando mierda, diciendo estupideces, actuando como una enorme y tremenda imbécil, permitiendo que todas las cosas horribles que tenías en la cabeza salieran por algún motivo de tu boca babosa»

**A ella le encanta, dice que Pasear es un acto de rebeldía

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