No puedo, tengo pesca

Ella iba guapísima, como siempre, y al despedirme de todos me preguntó que porqué no me quedaba más.

Volvía a casa el fin de semana pasado tras montar el árbol de navidad en casa de un amigo cuando me encontré con otro grupo de amigos del colegio. Es lo que tienen las ciudades pequeñas, dices más veces hola que adiós. Me dijeron que si me tomaba algo, así que decidí entrar a tomarme una y  saludar a los demás. Un pub de una ciudad de provincias en plena temporada de comidas de navidad es un Vietnam -algo así dijo de las redacciones de periódicos Enric González-. Demasiada gente, demasiado alcohol, demasiado ruido. 

Dentro del local saludé a una chica que conocí hace unas semanas, ella iba guapísima, como siempre, y al despedirme de todos me preguntó que porqué no me quedaba más. “No puedo, tengo pesca mañana” le dije. Nada más escucharme me quería matar a mí mismo. Joder, tengo pesca. ¿En qué me he convertido? ¿Acaso estoy opositando para presentar aquel programa de Discovery Max en el que pescaban peces enormes? En el camino de vuelta a casa, tranquilo, pude responder mis propias preguntas.

Vivo en un sitio en el que el mar rodea la ciudad como una bufanda a un cuello en un día de frío. El mar es parte esencial del gaditano aunque solo sea a la hora de salir a correr o caminar por el paseo marítimo de la ciudad. Tengo amigos que surfean, que navegan o que hacen kitesurf, es decir, disfrutan durante todo el año de su ciudad sacándole partido a una de las mayores suertes que tenemos, el mar, y yo la disfruto yendo a pescar.

Ahora me paso el día leyendo sobre mareas, vientos y tipos de peces que abundan en las aguas de aquí. Recorro las piedras de la Caleta, esas que llevan aquí toda la vida. Son las mismas que pisaron fenicios y romanos. Esas mismas que Napoleón no pudo pisar por mucho que Ridley Scott no nos lo haya querido contar. Pescar me hace estar más en contacto no solo con la ciudad sino con mi familia. Mi abuelo tenía barco y mi hermano José aprendió el arte de la pesca gracias a él. Mi abuelo ya no está, pero cada vez que veo a mi hermano solo hablamos de pescar. Qué carnada usar para una especie determinada, con qué viento pescar o qué aparejo me viene mejor con la caña del país. Yo le digo en broma que es mi maestro Jedi, pero es verdad, escucho cada cosa que dice y me la grabo a fuego en la cabeza para cuando voy solo a pescar. La pesca nos une, nos hace tener algo de qué hablar más allá de cosas de familia. 

Al día siguiente de rechazar la propuesta de quedarme un poco más de tiempo por parte de una chica monísima no pesqué nada. Fui a pescar por la mañana y también al anochecer. Cero capturas en el historial ese día. ¿Lo peor? que disfruté como un niño pequeño. Uno de mis planes favoritos ahora es ir a pescar con mis amigos los fines de semana. Los guiris nos hacen fotos en plena faena. Como dice mi amigo Edu: “Ahora somos parte del paisaje”.

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No puedo, tengo pesca

Ella iba guapísima, como siempre, y al despedirme de todos me preguntó que porqué no me quedaba más.

Volvía a casa el fin de semana pasado tras montar el árbol de navidad en casa de un amigo cuando me encontré con otro grupo de amigos del colegio. Es lo que tienen las ciudades pequeñas, dices más veces hola que adiós. Me dijeron que si me tomaba algo, así que decidí entrar a tomarme una y  saludar a los demás. Un pub de una ciudad de provincias en plena temporada de comidas de navidad es un Vietnam -algo así dijo de las redacciones de periódicos Enric González-. Demasiada gente, demasiado alcohol, demasiado ruido. 

Dentro del local saludé a una chica que conocí hace unas semanas, ella iba guapísima, como siempre, y al despedirme de todos me preguntó que porqué no me quedaba más. “No puedo, tengo pesca mañana” le dije. Nada más escucharme me quería matar a mí mismo. Joder, tengo pesca. ¿En qué me he convertido? ¿Acaso estoy opositando para presentar aquel programa de Discovery Max en el que pescaban peces enormes? En el camino de vuelta a casa, tranquilo, pude responder mis propias preguntas.

Vivo en un sitio en el que el mar rodea la ciudad como una bufanda a un cuello en un día de frío. El mar es parte esencial del gaditano aunque solo sea a la hora de salir a correr o caminar por el paseo marítimo de la ciudad. Tengo amigos que surfean, que navegan o que hacen kitesurf, es decir, disfrutan durante todo el año de su ciudad sacándole partido a una de las mayores suertes que tenemos, el mar, y yo la disfruto yendo a pescar.

Ahora me paso el día leyendo sobre mareas, vientos y tipos de peces que abundan en las aguas de aquí. Recorro las piedras de la Caleta, esas que llevan aquí toda la vida. Son las mismas que pisaron fenicios y romanos. Esas mismas que Napoleón no pudo pisar por mucho que Ridley Scott no nos lo haya querido contar. Pescar me hace estar más en contacto no solo con la ciudad sino con mi familia. Mi abuelo tenía barco y mi hermano José aprendió el arte de la pesca gracias a él. Mi abuelo ya no está, pero cada vez que veo a mi hermano solo hablamos de pescar. Qué carnada usar para una especie determinada, con qué viento pescar o qué aparejo me viene mejor con la caña del país. Yo le digo en broma que es mi maestro Jedi, pero es verdad, escucho cada cosa que dice y me la grabo a fuego en la cabeza para cuando voy solo a pescar. La pesca nos une, nos hace tener algo de qué hablar más allá de cosas de familia. 

Al día siguiente de rechazar la propuesta de quedarme un poco más de tiempo por parte de una chica monísima no pesqué nada. Fui a pescar por la mañana y también al anochecer. Cero capturas en el historial ese día. ¿Lo peor? que disfruté como un niño pequeño. Uno de mis planes favoritos ahora es ir a pescar con mis amigos los fines de semana. Los guiris nos hacen fotos en plena faena. Como dice mi amigo Edu: “Ahora somos parte del paisaje”.

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