Ora et injecta

La GLP-1 es un péptido cristiano. Dios nos quiere sanas. Nos ha dado a las pusilánimes un empujoncín que aún no cubre la seguridad social. ‍

Se me aparece Dios cada miércoles a las nueve en el segundo cajón bajo el microondas en forma de inyectable. Ahora son treinta seis clics. Clic, clic, clic, clic, clic, clic. Es punzante, la fina aguja rebosa un líquido transparente que apesta a plástico quemado. Me recuerda a mi primer novio y las durezas en sus yemas de los dedos por medirse más de tres veces al día el azúcar. Además, se estaba quedando calvo.  

Mi penitencia se acerca; yo me entrego en (un gran) cuerpo y alma. Sobre todo, quiero entregar mi cuerpo. Que se lo quede y use quien quiera. 

¿Hay vírgenes gordas?  

Mortifico mi apetito, mi pasión. No hay más buffet de sushi. Tengo que aborrecer el nigiri de salmón flameado. El cruasán brillante del escaparate debe generarme arcadas. Más horas de gimnasio serán necesarias para mostrar mi arrepentimiento. La cinta de correr tendré que hacerla de rodillas. Sentadillas con flagelo. 

Gula. 

Voy a privar mis sentidos, mi boca hambrienta tiene que saber a arena y a ácido estomacal desfasado. La hormona de la saciedad facilita el ayuno que es excelente para el espíritu. 

La GLP-1 es un péptido cristiano. Dios nos quiere sanas. 

Nos ha dado a las pusilánimes un empujoncín que aún no cubre la seguridad social. 

El dolor y el arrepentimiento de mi mala acción debe necesariamente incluir mi vergüenza al confesar mi talla cuarenta ocho y mis pechos desproporcionados. Pido con humildad –también con yogures de proteínas, pollo a la plancha para el mediodía y frutas de cena- el perdón de todo corazón. Bajo la cremallera de la bragueta, recojo mi rebosante vientre en una de mis manos y aprieto la carne estriada para que pueda entrar Dios en mí. Bop, bop, bop, bop, bop. El contador de la dosis ha retrocedido hasta marcar cero. 

Llevo mi fe con el mismo secretismo y reparo que el tratamiento para perder esos muchos quilos que entorpecen mi juventud. Quiero ser una agnóstica moderna y una mujer empoderada que es capaz de mirarse al espejo sin contener la respiración y calcular la mejor postura. 

¿Pero de verdad todas esas están siendo felices sin conocer a Dios o sospechar su existencia y pueden comer tan poco sin sentir una ansiedad delirante? 

No lo entenderían. No podéis entenderme. Ponedme con una mujer que sólo puede comprar en el Zara lo que está catalogado como oversize o con alguna otra que crea que va a la iglesia sólo porque hay silencio y huele bien. Son de esas verdades que sólo experiencias caprichosas pueden regalarte, ¿sabes? Soy una mala creyente y una aún peor gorda, pero me inyecto todo lo que puedo y oro todo lo que sé. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

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Mi penitencia se acerca; yo me entrego en (un gran) cuerpo y alma. Sobre todo, quiero entregar mi cuerpo. Que se lo quede y use quien quiera. 

¿Hay vírgenes gordas?  

Mortifico mi apetito, mi pasión. No hay más buffet de sushi. Tengo que aborrecer el nigiri de salmón flameado. El cruasán brillante del escaparate debe generarme arcadas. Más horas de gimnasio serán necesarias para mostrar mi arrepentimiento. La cinta de correr tendré que hacerla de rodillas. Sentadillas con flagelo. 

Gula. 

Voy a privar mis sentidos, mi boca hambrienta tiene que saber a arena y a ácido estomacal desfasado. La hormona de la saciedad facilita el ayuno que es excelente para el espíritu. 

La GLP-1 es un péptido cristiano. Dios nos quiere sanas. 

Nos ha dado a las pusilánimes un empujoncín que aún no cubre la seguridad social. 

El dolor y el arrepentimiento de mi mala acción debe necesariamente incluir mi vergüenza al confesar mi talla cuarenta ocho y mis pechos desproporcionados. Pido con humildad –también con yogures de proteínas, pollo a la plancha para el mediodía y frutas de cena- el perdón de todo corazón. Bajo la cremallera de la bragueta, recojo mi rebosante vientre en una de mis manos y aprieto la carne estriada para que pueda entrar Dios en mí. Bop, bop, bop, bop, bop. El contador de la dosis ha retrocedido hasta marcar cero. 

Llevo mi fe con el mismo secretismo y reparo que el tratamiento para perder esos muchos quilos que entorpecen mi juventud. Quiero ser una agnóstica moderna y una mujer empoderada que es capaz de mirarse al espejo sin contener la respiración y calcular la mejor postura. 

¿Pero de verdad todas esas están siendo felices sin conocer a Dios o sospechar su existencia y pueden comer tan poco sin sentir una ansiedad delirante? 

No lo entenderían. No podéis entenderme. Ponedme con una mujer que sólo puede comprar en el Zara lo que está catalogado como oversize o con alguna otra que crea que va a la iglesia sólo porque hay silencio y huele bien. Son de esas verdades que sólo experiencias caprichosas pueden regalarte, ¿sabes? Soy una mala creyente y una aún peor gorda, pero me inyecto todo lo que puedo y oro todo lo que sé. 

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