El año pasado, volví a engancharme a los mundiales de atletismo. Ahora que empiezan las pruebas en el estadio de los Juegos de París he intentado diseccionar los motivos por los que siempre me acaban hipnotizando, transformando en centralita temporal de plusmarcas, mejores marcas de la temporada, saltos nulos y válidos, lanzamientos cortos y largos; agónicas carreras.
1- La frecuencia de los campeonatos
Hay deportes cuya estacionalidad se adapta de maravilla a lo popular y mediático: el fútbol o el baloncesto, por ejemplo, se juegan varias veces por semana. Esto garantiza que uno pueda encadenar la discusión post-partido con previa del siguiente, engrasando así muchas liturgias sociales. A los espíritus menos constantes, en cambio, nos es preceptiva una frecuencia deportiva moderada y casual. Por eso disfruto del tenis (4 grandes eventos al año), o de los propios fútbol o baloncesto, cuando se disputan torneos internacionales (cada 1-2 años). La omnipresente cadencia semanal abruma o las personas sensatas.
El calendario del atletismo resulta óptimo, según esta premisa: una temporada corta (final primavera - principios otoño) y, salvo que uno se obsesione hasta el punto de ver mítines, el calendario internacional es muy atractivo:
- Campeonatos de Europa. Se celebran los años pares.
- Campeonatos Mundiales, de frecuencia bianual los impares.
- Juegos Olímpicos, cada 4 años.
Esto garantiza una dosis de interés justa: la magia sucede una vez al año (si obviamos la diamond league y demás citas menores).
2 - La dinámica de las pruebas
Durante las tardes de campeonato, los concursos y las series de las carreras conviven en perfecta armonía: mientras se desarrolla un concurso, las series o finales de las carreras tienen lugar en la pista, justo alrededor.
Para cada una de estas modalidades, se nos ofrece una pequeña introducción, en la que disponemos de un tiempo precioso para comparar a los y las atletas, sus actitudes y sus marcas, elegir a nuestros favoritos. Al final, y tras un breve resumen de la prueba, se da paso a la siguiente, y vuelta a empezar con la secuencia. En este lapso de tiempo nos enseñan los saltos o lanzamientos más relevantes ocurridos durante la carrera. Todo fluye maravillosamente, inmortalizado por la realización televisiva.
3 - Los números
Las pruebas giran en torno a las marcas. Como las marcas, Dios Mediante, están todas en sistema métrico, y no imperial1, es muy entretenido reparar en las diferencias entre ellas durante la presentación de la prueba, especular con los resultados, intentar adivinar si el lanzamiento o el salto es bueno o malo. Si un atleta es una vieja gloria se infiere porque existe una diferencia sustancial entre la PB (personal best) y la SB (season best). Si en cambio hablamos de un joven en ascenso, uno lo detecta porque se da que PB=SB, circunstancia que se ratifica al observar el lenguaje corporal de guepardo, los eléctricos ojos del aspirante.
Mi actividad favorita: en las carreras de fondo o medio fondo, ir proyectando las posibles marcas cada vuelta, dividiendo el espacio como Aquiles y la tortuga, hasta el infinito2. En estos juegos suelen poner de su parte los comentaristas, normalmente auténticos expertos y devotos, muy superiores a sus homólogos de otras disciplinas.
Comparar está muy feo, aún así pero lo diré: ¿hay deporte menos matemático que el fútbol? No existe en el balompié una sola métrica que se pueda medir con rigor. Ni siquiera hay certeza en el tiempo de descuento, que se convierte en relativo dentro de la mente de un obtuso árbitro3. El atletismo, en cambio, es apolíneo y mensurable en todos sus aspectos.
4 - La estética
El atletismo es el deporte más estético que existe, y de esta pértiga no me bajo. Los motivos:
4.1 - El asunto nacional
Es sabido —entre la gente de bien—, que el Estado moderno es una gigantesca máquina de producir símbolos y estructuras mentales arbitrarias (mapas de ríos y cordilleras, banderas, el Grand Prix) para intentar convencer a todo el mundo de que su estructura no es un aparato contingente. Bien, obviando esta intención espúrea y ciñéndonos al espectáculo realmente existente, solo cabe admitir que los certámenes de atletismo son sin duda la cumbre del despliegue de emociones nacionales. En cada prueba conviven las más variopintas gentes, de orígenes inverosímiles, más orgullosos cuanto más remoto el país de origen, poniendo cientos de siglos de sinuosos senderos genéticos a competir entre sí. Bajos, altas, oscuros, marrones, blancas, fuertes, rápidas…no sé que más escribir sobre la diversidad sin que suene cursi, pero ya entendéis por donde voy.
No puedo evitar emocionarme cuando estos héroes nacionales alcanzan sus objetivos. Imagino humildes comienzos de atletas chinos junto a un arrozal rodeado de suaves colinas, africanos corriendo descalzos bajo un sol inclemente; quizá a europeos tiritando de frío en un horrible polideportivo mientras sus amigos hacen botellón en casa. En el preciso instante en el que suena el himno nacional y la realización de la televisión superpone la bandera sobre el rostro del triunfador me suelo derrumbar, lo confieso.
4.2 - El ejercicio en sí
Es innegable la hipnosis que acontece al ver a la gente más rápida corriendo; a la más fuerte lanzando cosas por el aire. La belleza de esos cuerpos tensados como cuerdas de guitarra se transmite de manera nítida y estremecedora. Hay algo atávico en esto, imagino anclado en nuestro ADN cavernario; reconocemos en los atletas a aquellos héroes que nos podían sacar del entuerto: correr para avisar en la aldea vecina de un peligro inminente, rescatar a un niño de las ramas de un árbol en llamas, hundir el cráneo del tigre dientes-de-sable. Todo ello alimenta nuestra admiración más pura y noble.
5 - La noción de estar ante algo realmente histórico
Por todos los puntos anteriores —lo infrecuente, lo divertido, lo mensurable y lo bonito—, ver atletismo es realmente ver algo histórico. Histórico, una de las palabras utilizadas con mayor ligereza (hoy todo es histórico: histórico debate, histórico café con hielo, histórica siesta), se usa por fin con toda la gravedad del término. Nunca nadie ha corrido tan rápido, sido tan fuerte, saltado tan lejos. Somos testigos de la especie humana superándose a sí misma.
pd: os dejo el vídeo del récord del mundo de Jonathan Edwards de triple salto, vigente desde 1995. Espero, incontables lectores, que entréis en un buen bucle de youtube tras ver esta cosa de dibujos animados.
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1 lo peor del panorama del deporte mundial es mostrar la velocidad de los saques al tenis en millas por hora. Por suerte no se atreven los sajones con el tiempo (que siguen midiendo en horas), aunque sí lo hacen con espacio.
2 esto también es divertido hacerlo con el baloncesto: basta con multiplicar el resultado actual por el tiempo proporcional que resta de partido. No alarmarse: es común sentir un estrés intenso, cercano a la vergüenza ajena, si el primer o segundo cuarto han finalizado con una anotación baja.
3 sospecho que esta gasolina irracional, esta colosal confusión que es el fútbol es precisamente lo que lo hace tan atractivo. Hablaremos de eso otro día.