Te tomaré en mis brazos tantas veces como necesites

Resulta que la fantasía masculina no era tan evidente como los tiroteos frenéticos del Call of Duty o el mundo abierto de casinos, prostitutas y coches deportivos del GTA. Se trataba de una cosa tan sencilla como ser amado.

Necesitaba un respiro. El cáncer de mi mujer ha regresado. Está en sus huesos, su hígado, sus pulmones. Nuestra hija tuvo que nacer de urgencia a las treinta y seis semanas hace unos días, y existe la posibilidad de que también tenga cáncer. Mi hija mayor, con seis años, me pregunta si mamá va a morir. Finalmente he dado el paso para combatir mi adicción. Rezad por mí, hermanos. Echo de menos a mi madre. Era tan buena, la amo.

Llevo un rato leyendo y releyendo los comentarios del vídeo. Son casi ocho mil. La mayoría son mensajes de ánimo, apelaciones a seguir luchando. Muchos son testimonios de enfermedades, rupturas, pérdidas, adicciones. Algunos dicen simplemente que están tristes y que no saben por qué. El vídeo es una hora de música ambient. En la imagen, se ve a un soldado con armadura negra descansando en unas ruinas nevadas, encorvado y con la cabeza hundida sobre su pecho. Tiene casi cuatro millones de visitas, y siguen subiendo cada día. El título es: “i must rest here a moment”.

Esto me hace entender por qué mi padre se levantaba pronto antes del trabajo, antes que nadie en casa, tan solo para sentarse junto a la ventana en silencio, bebiendo café y mirando los árboles y los pájaros. Chicos, cuidaos. No fuméis ni bebáis demasiado. Y desayunad y cenad bien. Descansa, joven guerrero. Mereces este momento de paz.

Leo y releo los comentarios. Es fácil darse cuenta que la gran mayoría son hombres. Hablan de mujeres a las que aman, de sus madres o las madres de sus hijos, se llaman hermanos entre sí. El canal se llama spiritual brother y tiene decenas de vídeos similares: horas de ambient oscuro y relajante, un soldado descansando frente a un paisaje y un título como “no estás roto, solo necesitas un descanso”, “estás perdido en el mundo”, “mata al niño, deja que el hombre nazca”. Cada sección de comentarios es otro foro de confesiones y llamadas al ánimo y la camaradería.

Recuerdo un meme que ironizaba sobre la acusación de que los videojuegos “apelan a la fantasía masculina”. En el meme aparece Fia, un NPC del videojuego Elden Ring que te ofrece darte un abrazo. El personaje del jugador se arrodilla y hunde su cuerpo en su regazo, y ella rodea sus hombros y su cabeza. Después de horas luchando contra demonios y bestias interdimensionales, bañado en sangre, magia y fuego, el jugador se muestra por primera vez roto, vulnerable. Con una voz espectral, Fia te recuerda: “te tomaré en mis brazos tantas veces como necesites”.

Resulta que la fantasía masculina no era tan evidente como los tiroteos frenéticos del Call of Duty o el mundo abierto de casinos, prostitutas y coches deportivos del GTA. Se trataba de una cosa tan sencilla como ser amado. Ser reconocido en tu dolor, en tu cansancio. Recibir el calor incondicional del abrazo. Como lo dijo Paloma, dormir sobre unas tetas: “Cuando la tristeza recubre sus caras, reposan la cabeza donde late el corazón de una mujer. En el seno del querer y del deseo”.

Tuve un colapso mental hace dos días. Necesito un lugar en el que tomarme un respiro. Manteneos fuertes y honestos. Dejad que el latido de vuestro corazón y el movimiento de vuestro pecho os empujen hacia delante. A quien quiera que lea esto, recuerda: eres más fuerte de lo que piensas.

La idea de que asistimos a una epidemia de soledad masculina se ha convertido en un problema de primer grado, ya sea para desacreditarla, combatirla o asumirla en sus términos. La explicación se pretende sencilla. Los hombres, aquejados de una falta de formas de expresión y reconocimiento mutuo del afecto (que ya describió de forma elocuente Claudia), y frustrados por no cumplir los imperativos que la vieja masculinidad les impone, remiten al rencor y recrudecen su aislamiento como una profecía que se cumple a sí misma.

Recuerdo un clip que se viralizó hace unos meses donde el streamer estadounidense Hasan Piker hablaba de algunas de las razones de la reciente radicalización de los hombres jóvenes. Según Piker, espacios de intereses comúnmente masculinos, como los videojuegos, la historia o el deporte, han sido monopolizados por figuras de la ultraderecha.

Eso hace que un interés aparentemente inocente, aún no definido explícitamente en términos políticos, sumado a la agonía concreta de la falta de lenguaje y expresión emocional, conduzcan a estos sujetos a discursos reaccionarios que pretenden explicar su sufrimiento culpando al feminismo o las minorías. Ocurre de forma similar que con el conspiracionismo: cuando te falta análisis de clase, hacen falta todo tipo de monstruos imaginarios para conectar el sufrimiento individual con una causa de apariencia ajena.

Hace unos días Laura Ferrero escribió una columna donde hablaba de algo tan aparentemente sencillo como el gesto de que te recojan: “el amor es que vengan a buscarte [...] cuando no lo esperabas, incluso, sobre todo, cuando menos lo merecías”. La columna se viralizó tanto que llegó a suscitar la perplejidad, ¿tan hambrientos estábamos de afecto que algo tan mundano podían calar tan hondo? La propia Laura daba la respuesta: “en el centro de ese acto tan cotidiano [...] anida la excepcionalidad de ser visto, de saberse reconocido”. No creo que haya una necesidad más humana, más universal y más honda. Ser visto. Saberse amado. No hay otra cosa que pueda hacerte hundirte igual, de rodillas, derrotado, que el anhelo por el amor incondicional. Tantas veces como lo necesites.

Leo y releo los comentarios, una y otra vez. Regreso a spiritual brother, sus sesiones de ambient me apelan, hoy, de una forma incontestable e inaccesible. Estos días, cuando noto el corazón herido y roto, siento que arraiga en mí un rencor feo por el mundo. El amor que quiero dar se acumula y se enquista en mi pecho sin salida, el que busco con desesperación se escurre en el horizonte. Nace en mí un resentimiento que me aborrece sentir como mío. El ambient oscuro resulta un bálsamo inesperado, vibra de forma profunda con mi anhelo por el letargo. Me toma en sus brazos. Me dice que me quiere. Que me merezco descansar en su regazo. Que, aunque no me conozca, estará siempre ahí para mí.

Me tiro en el sofá a jugar al Elden Ring, que he retomado después de unos meses, a ver si me paso ya la expansión. Me sumerjo en su imaginería cósmica mientras escucho horas de podcasts conspiracionistas que dibujan sus propios monstruos en la brecha entre horror cotidiano y un mundo que se vuelve más complejo, más catastrófico. Ahora me ha dado por tirar el Tarot. He comenzado a leer de nuevo Vicio propio, de Thomas Pynchon. Lenguajes, lenguajes, pienso, que busco que me acojan y me den explicación.

Por supuesto, la fantasía del Elden Ring tiene también un giro perverso. El abrazo de Fia deja en el jugador una maldición, un debuff, que baja ligeramente sus puntos de vida. El jugador puede deshacerse de ella fácilmente pero siempre que busque el abrazo de Fia, la maldición regresará. El amor nunca es incondicional, te dice el videojuego. Las mujeres dirán que te aman, pero siempre te traicionarán. Es fácil ver en la épica caballeresca de spiritual brother algo de ese tufillo reaccionario. Me resulta natural desconfiar del lenguaje bélico de los comentarios.

Todo esto me parece cierto y, sin embargo, insuficiente. Siento que nace de una verdad que brilla pero me arde cuando intento asirla. Quiero poder decir algo con sentido al respecto. Quiero desmentir las columnas moralistas que equiparan lo masculino a lo reaccionario, escupirles a la cara que eso es hacerle el juego a la ultraderecha, admitir la derrota discursiva. Decir algo así como que merece la pena luchar en esos espacios, que es incluso crucial, urgente, resistirse a esa captura. Que todo se reduce a eso, en el fondo. A la más básica de las necesidades de toda criatura: saberse amada. Todo esto es cierto, pero no puedo más. No puedo dar esa batalla, estoy cansado.

Antes de sentirme amado, tengo poco que decir y nada que demostrar. He querido pensar que todos estos años la escritura ha supuesto un proceso de autoconocimiento. Pero también para entender cómo usaba la propia escritura para encubrime, para esconderme y compensar mis rencores y frustraciones, unos que se resisten a reducirse a las palabras, que tienen que ver con algo más extraño, más sencillo. Necesito un respiro, un apoyo, un abrazo. Necesito parar, saber que alguien me ama. Luego ya, escribir, luchar, lo que sea. Pero antes, un respiro.

Lo lograremos, hermanos. Nos vemos al otro lado.

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Resulta que la fantasía masculina no era tan evidente como los tiroteos frenéticos del Call of Duty o el mundo abierto de casinos, prostitutas y coches deportivos del GTA. Se trataba de una cosa tan sencilla como ser amado.

Necesitaba un respiro. El cáncer de mi mujer ha regresado. Está en sus huesos, su hígado, sus pulmones. Nuestra hija tuvo que nacer de urgencia a las treinta y seis semanas hace unos días, y existe la posibilidad de que también tenga cáncer. Mi hija mayor, con seis años, me pregunta si mamá va a morir. Finalmente he dado el paso para combatir mi adicción. Rezad por mí, hermanos. Echo de menos a mi madre. Era tan buena, la amo.

Llevo un rato leyendo y releyendo los comentarios del vídeo. Son casi ocho mil. La mayoría son mensajes de ánimo, apelaciones a seguir luchando. Muchos son testimonios de enfermedades, rupturas, pérdidas, adicciones. Algunos dicen simplemente que están tristes y que no saben por qué. El vídeo es una hora de música ambient. En la imagen, se ve a un soldado con armadura negra descansando en unas ruinas nevadas, encorvado y con la cabeza hundida sobre su pecho. Tiene casi cuatro millones de visitas, y siguen subiendo cada día. El título es: “i must rest here a moment”.

Esto me hace entender por qué mi padre se levantaba pronto antes del trabajo, antes que nadie en casa, tan solo para sentarse junto a la ventana en silencio, bebiendo café y mirando los árboles y los pájaros. Chicos, cuidaos. No fuméis ni bebáis demasiado. Y desayunad y cenad bien. Descansa, joven guerrero. Mereces este momento de paz.

Leo y releo los comentarios. Es fácil darse cuenta que la gran mayoría son hombres. Hablan de mujeres a las que aman, de sus madres o las madres de sus hijos, se llaman hermanos entre sí. El canal se llama spiritual brother y tiene decenas de vídeos similares: horas de ambient oscuro y relajante, un soldado descansando frente a un paisaje y un título como “no estás roto, solo necesitas un descanso”, “estás perdido en el mundo”, “mata al niño, deja que el hombre nazca”. Cada sección de comentarios es otro foro de confesiones y llamadas al ánimo y la camaradería.

Recuerdo un meme que ironizaba sobre la acusación de que los videojuegos “apelan a la fantasía masculina”. En el meme aparece Fia, un NPC del videojuego Elden Ring que te ofrece darte un abrazo. El personaje del jugador se arrodilla y hunde su cuerpo en su regazo, y ella rodea sus hombros y su cabeza. Después de horas luchando contra demonios y bestias interdimensionales, bañado en sangre, magia y fuego, el jugador se muestra por primera vez roto, vulnerable. Con una voz espectral, Fia te recuerda: “te tomaré en mis brazos tantas veces como necesites”.

Resulta que la fantasía masculina no era tan evidente como los tiroteos frenéticos del Call of Duty o el mundo abierto de casinos, prostitutas y coches deportivos del GTA. Se trataba de una cosa tan sencilla como ser amado. Ser reconocido en tu dolor, en tu cansancio. Recibir el calor incondicional del abrazo. Como lo dijo Paloma, dormir sobre unas tetas: “Cuando la tristeza recubre sus caras, reposan la cabeza donde late el corazón de una mujer. En el seno del querer y del deseo”.

Tuve un colapso mental hace dos días. Necesito un lugar en el que tomarme un respiro. Manteneos fuertes y honestos. Dejad que el latido de vuestro corazón y el movimiento de vuestro pecho os empujen hacia delante. A quien quiera que lea esto, recuerda: eres más fuerte de lo que piensas.

La idea de que asistimos a una epidemia de soledad masculina se ha convertido en un problema de primer grado, ya sea para desacreditarla, combatirla o asumirla en sus términos. La explicación se pretende sencilla. Los hombres, aquejados de una falta de formas de expresión y reconocimiento mutuo del afecto (que ya describió de forma elocuente Claudia), y frustrados por no cumplir los imperativos que la vieja masculinidad les impone, remiten al rencor y recrudecen su aislamiento como una profecía que se cumple a sí misma.

Recuerdo un clip que se viralizó hace unos meses donde el streamer estadounidense Hasan Piker hablaba de algunas de las razones de la reciente radicalización de los hombres jóvenes. Según Piker, espacios de intereses comúnmente masculinos, como los videojuegos, la historia o el deporte, han sido monopolizados por figuras de la ultraderecha.

Eso hace que un interés aparentemente inocente, aún no definido explícitamente en términos políticos, sumado a la agonía concreta de la falta de lenguaje y expresión emocional, conduzcan a estos sujetos a discursos reaccionarios que pretenden explicar su sufrimiento culpando al feminismo o las minorías. Ocurre de forma similar que con el conspiracionismo: cuando te falta análisis de clase, hacen falta todo tipo de monstruos imaginarios para conectar el sufrimiento individual con una causa de apariencia ajena.

Hace unos días Laura Ferrero escribió una columna donde hablaba de algo tan aparentemente sencillo como el gesto de que te recojan: “el amor es que vengan a buscarte [...] cuando no lo esperabas, incluso, sobre todo, cuando menos lo merecías”. La columna se viralizó tanto que llegó a suscitar la perplejidad, ¿tan hambrientos estábamos de afecto que algo tan mundano podían calar tan hondo? La propia Laura daba la respuesta: “en el centro de ese acto tan cotidiano [...] anida la excepcionalidad de ser visto, de saberse reconocido”. No creo que haya una necesidad más humana, más universal y más honda. Ser visto. Saberse amado. No hay otra cosa que pueda hacerte hundirte igual, de rodillas, derrotado, que el anhelo por el amor incondicional. Tantas veces como lo necesites.

Leo y releo los comentarios, una y otra vez. Regreso a spiritual brother, sus sesiones de ambient me apelan, hoy, de una forma incontestable e inaccesible. Estos días, cuando noto el corazón herido y roto, siento que arraiga en mí un rencor feo por el mundo. El amor que quiero dar se acumula y se enquista en mi pecho sin salida, el que busco con desesperación se escurre en el horizonte. Nace en mí un resentimiento que me aborrece sentir como mío. El ambient oscuro resulta un bálsamo inesperado, vibra de forma profunda con mi anhelo por el letargo. Me toma en sus brazos. Me dice que me quiere. Que me merezco descansar en su regazo. Que, aunque no me conozca, estará siempre ahí para mí.

Me tiro en el sofá a jugar al Elden Ring, que he retomado después de unos meses, a ver si me paso ya la expansión. Me sumerjo en su imaginería cósmica mientras escucho horas de podcasts conspiracionistas que dibujan sus propios monstruos en la brecha entre horror cotidiano y un mundo que se vuelve más complejo, más catastrófico. Ahora me ha dado por tirar el Tarot. He comenzado a leer de nuevo Vicio propio, de Thomas Pynchon. Lenguajes, lenguajes, pienso, que busco que me acojan y me den explicación.

Por supuesto, la fantasía del Elden Ring tiene también un giro perverso. El abrazo de Fia deja en el jugador una maldición, un debuff, que baja ligeramente sus puntos de vida. El jugador puede deshacerse de ella fácilmente pero siempre que busque el abrazo de Fia, la maldición regresará. El amor nunca es incondicional, te dice el videojuego. Las mujeres dirán que te aman, pero siempre te traicionarán. Es fácil ver en la épica caballeresca de spiritual brother algo de ese tufillo reaccionario. Me resulta natural desconfiar del lenguaje bélico de los comentarios.

Todo esto me parece cierto y, sin embargo, insuficiente. Siento que nace de una verdad que brilla pero me arde cuando intento asirla. Quiero poder decir algo con sentido al respecto. Quiero desmentir las columnas moralistas que equiparan lo masculino a lo reaccionario, escupirles a la cara que eso es hacerle el juego a la ultraderecha, admitir la derrota discursiva. Decir algo así como que merece la pena luchar en esos espacios, que es incluso crucial, urgente, resistirse a esa captura. Que todo se reduce a eso, en el fondo. A la más básica de las necesidades de toda criatura: saberse amada. Todo esto es cierto, pero no puedo más. No puedo dar esa batalla, estoy cansado.

Antes de sentirme amado, tengo poco que decir y nada que demostrar. He querido pensar que todos estos años la escritura ha supuesto un proceso de autoconocimiento. Pero también para entender cómo usaba la propia escritura para encubrime, para esconderme y compensar mis rencores y frustraciones, unos que se resisten a reducirse a las palabras, que tienen que ver con algo más extraño, más sencillo. Necesito un respiro, un apoyo, un abrazo. Necesito parar, saber que alguien me ama. Luego ya, escribir, luchar, lo que sea. Pero antes, un respiro.

Lo lograremos, hermanos. Nos vemos al otro lado.

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