Carlos acaba de cerrar el portátil del trabajo y por fin empieza a ser feliz. Detesta a lo que se dedica y también a sus compañeros. Los números -es a lo que se dedica- no tienen alma. No tienen nada que contar, y sus partners -así hay que llamar a los compañeros de proyecto en la consultora- menos todavía. Odia su curro, odia usar la palabra call para hacer una videollamada y odia odiar todo lo que rodea a su fuente de ingresos. Carlos sale del ascensor y encara la casapuerta como los niños de un colegio encaran la salida a las dos y media de la tarde. Ilusionado porque empieza lo bueno. Son casi las siete y ha quedado por primera vez con Paloma, que después de cinco años viviendo en Pamplona ha decidido darle un cambio radical a su vida y volver a su Cádiz natal para estudiar. Paloma también se llamaba la ex -y primer amor- de Carlos, natural de Pamplona. Con “Palo” -así la llamaba Carlos- la cosa terminó como terminan los trabajos, los días y la vida. Porque sí. Porque a veces las cosas se acaban sin una razón de peso. Simplemente acaban.
Carlos coge su bici del trastero y se dirige a la playa de Santa María del Mar, donde ha quedado con Paloma -la nueva, no la ex-. Cada pedaleo le acerca a ella, pero también a una conversación que no sabe si podrá mantener sin acordarse de “Palo”. Pamplona no es una ciudad grande, y seguramente Paloma le hable de sitios en los que Carlos se ha besado con “Palo”. Y será un palo -nunca mejor dicho- porque Carlos no ha terminado de olvidar a “Palo”, o eso creía. Paloma le hace sentir bien, los dos tienen conexión en la cama y fuera de ella. Carlos le confesó una vez a sus amigos que en su anterior relación muchas veces se había sentido poco querido. “Todos tenemos derecho a que nos besen por la espalda sin pedirlo” decía Carlos a sus colegas una y otra vez. Y en eso Paloma es una especialista porque le muestra todo el cariño que le tiene. Carlos pedalea y sigue pensativo. Se pregunta cómo irá vestida Paloma, si habrá encontrado aparcamiento, si va lo suficientemente guapo e informal a la vez como para que Paloma le vea atractivo, pero sin pensar que se ha arreglado mucho porque esta cita es algo especial para él.
Carlos se desliza por el carril bici sin manos, como los ciclistas al terminar una etapa en el tour, cuando casi se lleva por delante a Sergio, que iba andando por mitad del carril, mirando el móvil.
Sergio acaba de salir de la academia. Está en tercero de la ESO y el trimestre pasado suspendió matemáticas, así que su madre le ha apuntado a clases particulares para recuperar el trimestre anterior y sacar este sin problemas. A esas clases también acude Claudia, que no suspendió, al revés, sacó un sobresaliente, pero adora las matemáticas y disfruta mucho resolviendo ecuaciones de segundo grado. Sergio está enamorado de Claudia, pero no se lo ha dicho a nadie por aquello de la vergüenza torera de la primera vez que te gusta alguien. Se pasa las horas refrescando Tik Tok esperando a que Claudia suba un nuevo video bailando alguna canción que se haya hecho viral estos días. Sergio y Claudia viven cerca y van a la misma clase, así que suele ser habitual que se encuentren de camino al colegio a eso de las ocho menos cuarto. Se miran de reojo con los ojos aún hinchados fruto del madrugón y sonríen tímidamente sin decir ni una palabra. Normal, ¿de verdad alguien puede construir una frase con un mínimo de coherencia a esas horas de la mañana?
A Claudia también le gusta Sergio. Él no lo sabe, pero esos videos que sube a redes bailando una canción de Rels B en verdad son una indirecta hacia él. Pobre Sergio, ¿cómo lo va a saber? Si apenas hablan. Si para cualquier adolescente es intrusivo saludar con la mano a otra persona. ¿Cómo se muestra cariño hoy en día? Sergio a veces sube stories a instagram haciendo los deberes que le manda la profesora de la academia, a ver si así Claudia se da cuenta y le responde o le da un like a su foto. Claudia no se plantea reaccionar a la storie de Sergio. Está loca por hacerlo porque no ha despejado bien la x, pero qué vergüenza escribirle. “¿Y si se da cuenta de que me gusta o algo?” dice Claudia para sus adentros.
Sergio esquiva la bicicleta de Carlos y no le pide perdón por estar en medio porque enmudece del susto. Camina hacia casa de su abuela, que está en dirección contraria a su casa, al lado de la playa. No puede volver a casa caminando junto a Claudia, pero al menos puede pararse a contemplar la puesta de sol mientras elige una canción que le recuerde a ella.
Carlos llega antes de tiempo a la playa en la que ha quedado con Paloma. Observa desde su bici cómo el sol va cayendo poco a poco. También escucha a un grupo de francesas hablar y reír entre las que se encuentra Sophie, que ha salido de casa por primera vez para hacer un Erasmus en la ciudad y que acaba de conocer a tres chicas de su facultad que también son francesas. Sophie ríe aliviada porque no sabía qué se iba a encontrar en la ciudad, y por suerte ha conocido a unas chicas simpatiquísimas.
Carlos no se ha dado cuenta, pero lleva días -meses- sin pensar en “Palo”. Y viene a ver la puesta de sol por primera vez con otra chica que para colmo se llama igual que su ex y que encima ha vivido en la misma ciudad que ella. Cuando uno olvida sin ser consciente de que está olvidando a una persona, a un olor y a una voz, es cuando olvida de verdad, sin rencor y desde el cariño.
Sergio se acuerda de Claudia mientras el cielo se tiñe de un color anaranjado que hace más guapas todavía a las cuatro chicas francesas que ríen observando lo mágico que es el lugar en el que van a vivir durante un año entero. Sergio sabe que son guapísimas, pero ninguna es como Claudia. Qué más quisieran.
Finalmente el sol se escapa por el mar como una colilla por una alcantarilla y deja el cielo de un color rosado. Y todos le hacen fotos al final. A la muerte del día. Y es curioso cómo una simple puesta de sol es capaz de reunir a tanta gente que no se conoce de nada en un mismo sitio.
Personas ilusionadas con lo que está por venir y que, sin darse cuenta, rompen con el pasado en ese preciso instante. Porque ese sol ya ha caído y no aparecerá hasta el día siguiente. Y realmente ninguno de los allí presentes sabe si lo va a volver a ver. Y seguramente sea de las pocas veces que las personas actúen de forma natural ante la muerte. Aunque sea inconscientemente.