Vivir dos veces

Son las dos de la mañana del último día de vacaciones. Estoy en el salón de una casita vieja de Vejer de la Frontera. Marta y el niño duermen desde hace un buen rato en el cuarto de al lado mientras arriba, en la azotea, las salamanquesas comen mosquitos. Yo le doy vueltas a los últimos días, a la temporada que se termina, a todo. Ya casi abarco la extensión de mi propio bucle, cuando en la tele, de repente, suena una canción. Es un capítulo repetido de Callejeros al que no estaba prestando atención. La canción, certera, está escrita con las palabras que necesito escuchar. Atravesado por su letra, tiro del hilo. Ya tengo la excusa perfecta. No puedo ni quiero dormir. No será septiembre mientras yo siga despierto.

Sé que hay gente que aboliría las canciones tristes, pero yo, de vez en cuando, las necesito. Hace unos minutos estaba jodido en una mecedora del Leroy Merlin pensando en la vuelta al trabajo y ahora estoy saltando de estrofa en estrofa por toda la discografía de un hombre maldito. Debí conocerlo antes, pero, sin saberlo, esperé a esta noche. Ahora quiero escribir como él, que es lo que me pasa cuando leo (o escucho) a los genios.

Habla de un miedo que conozco bien. Cuando tengo delante un puñado de días bonitos, estoy más preocupado de que no se acaben, que de vivirlos sin más. Vivir las cosas sin más se me antoja un superpoder, de hecho. Siempre hay una felicidad por venir y una que acaba de irse. Es como si estuviesen gastándome una broma con cámara oculta en una estación por la que no pasan los trenes. Como ser feliz en Cádiz y darse cuenta en Córdoba. Sentir en diferido. Como si fuese posible vivir dos veces.

Todo esto lo siente Berrio conmigo, pero yo no estoy solo ni triste, aunque me guste la tristeza. He tocado tantas veces la alegría con las manos en los últimos años que debo ser justo y escribir este párrafo. Solo tengo que levantarme, caminar tres metros y asomarme al dormitorio. Ver sus caras entregadas al sueño. Desprovistas de gestos. Puras. Me tranquiliza verlos dormir. No puedo pedir más. La tranquilidad es la felicidad de las personas maduras.

Subo la escalera de caracol amortiguando los pasos para no hacer ruido y salgo al fresco de la noche atlántica. Frente a mí, la postal del pueblo iluminado y lleno de vida. Una banda toca las canciones de siempre, una pareja se besa en los escalones y un gato negro salta la tapia. Más lejos, donde esta mañana se unían el cielo y el mar, ahora hay un fundido en negro como el de los finales de las películas. Agosto se acaba. Salen los créditos. Y yo aún no sé que he sido feliz. Lo sabré dentro de unos días.

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«Simulacro» fue compuesta en 2010 por Rafael Berrio e incluida en el álbum «1971». Dice así:

Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro
Como si yo tuviera el don de vivir por mí dos veces
De haber dejado a un lado la que importa en prenda de una vez futura
Y haber malgastado en borradores la presente

De no saber que la vida sucede a medida que sucede
Y que no hay una vida en serio y otra vida de licencia
Que cada ensayo, cada error en suma forman
Las constantes y variables del álgebra de la existencia

Y en esa ecuación que es cosa resuelta estamos
Esbozada débilmente en el margen de un folio en blanco
Siento no haber sido tan audaz de un trazo algo más firme
De haber perdido un tiempo de oro en pruebas y en ensayos

Y ahora es tarde
Algo tarde
Pues temo ir ya malherido
Temo haberme consumido
Como si yo
Tuviera el don
De vivir
Dos veces

Temo haber vivido mi vida como si ello fuera un simulacro
Y he sido un mal actor confiando en la noche del estreno
¿Pero qué vida será la que prolongue o dé segundas funciones
Si en ella todo es rol improvisado y relleno?

Temo haberme pasado la vida reuniendo el valor que me falta
Y declarando intenciones solemnes frente a un espejo
Dejando las cosas para una mejor ocasión que no llega
En el fondo he estado siempre en babia y con la mente muy lejos

Y ahora es tarde
Algo tarde
Pues temo ir ya malherido
Temo haberme consumido
Como si yo
Tuviera el don
De vivir
Dos veces

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