Faltan 64 días para Navidad, 173 para Semana Santa y 242 para verano.
No estoy llevando la cuenta, te lo prometo, pero se me hace muy difícil disfrutar del otoño cuando mi alrededor se empeña en obviarlo. Vivimos esperando el porvenir y sin ánimos de ponerme filosófica e invitarte a disfrutar del presente, te diré que no me gusta esta manía que tenemos de vivir contando días. Basta que se acabe el verano para que haya miles de cuentas en Instagram o Twitter contando los días que faltan para el siguiente y a su vez, en sentido opuesto, también haya gente sacando a Papá Noel del trastero. Lo veo en gente descongelando a Mariah Carey en octubre, lo veo en las tiendas, en las que ya venden calendarios de adviento y panettones sin ser noviembre siquiera y lo veo en las calles, en las que ya se puede leer Bon Nadal en Rambla Catalunya. Lo veo en todas partes y me parece mal.
Últimamente me da la sensación de que el otoño es básicamente lo que pasa después del verano y lo que viene antes de la Navidad. No sé si es porque no le podemos sacar mucho rédito consumista a una estación que invita a ver pelis en casa, comer castañas o recoger setas en la montaña. Lo que sé es que me da pena ver cómo el otoño cada vez dura menos, climatológicamente, porque el frío tarda más en llegar y socialmente porque parece que sólo tenemos dos estados: hablar de lo que haremos en verano y hablar de dónde pasaremos Navidad.
El debate de estirar el verano o adelantar el invierno también se traslada a las calles, donde los dos equipos compiten a plena luz del día: los fieles seguidores del verano alargan como pueden su armario estival: pantalones blancos, blusas y cazadoras vaqueras versus los que ansían que llegue el frío sacando plumones de Uniqlo antes de tiempo con la excusa de que a las 7 am hace rasca. Pero no, no podemos pasar de la chancla a la bota de un día para otro. La Tierra, que es bien sabia, nos da un margen de aclimatación para adentrarnos poco a poco en el invierno y hay que aprovecharlo. Son meses para ir volviendo a casa un poco antes, sacar la chaquetita de entretiempo, buscar con calma un brazo bajo el que cobijarse en diciembre y sustituir el gazpacho por la sopa sin prisas. El otoño es la vuelta lenta y progresiva a la madriguera para que el invierno no nos pille desprevenidos, pero no lo estoy sintiendo así.
Si te da por acercarte a Zara Home podrás deleitarte con olores ajengibrados, adornos para el árbol y mantas de cuadros rojos y verdes. No me malinterpretes, esto no es una queja hacia la Navidad más kitsch. Es una queja al flashforward al que sometemos las tradiciones y las estaciones ¿por qué queremos correr tanto? No lo entiendo. Me gustaría disfrutar un poco de la estación menos exigente del año, por favor. La primavera la sangre altera, el verano ya dijimos que es agotador y el invierno no se queda corto en intensidad, por eso, el otoño se convierte en el impás necesario para volver a la realidad y respirar un poco de aire fresco. En otoño la gente viste mejor, pues se redime de sus grandes despropósitos veraniegos en la incansable búsqueda de soportar el calor. Es una buena época para enamorarse, todavía es pronto para las decisiones trascendentales de pareja como por ejemplo qué pasará en agosto o dónde celebrarás año nuevo. Es también la temporada de la nostalgia —nuestro tema favorito— y la repetición: volvemos a ver la saga completa de Harry Potter, al vino tinto, a nuestros sitios favoritos que habían quedado relegados por las novedades, a las preocupaciones que dejamos aparcadas, a los clásicos de las hermanas Brönte, a la filmografía de Nora Ephron o a lo que fuere que vuelvas. Qué le voy a hacer, me gusta el otoño y creo que se reivindica poco.
En mi mismo equipo está también la periodista Carolina de Armas, una de las últimas entrevistadas de Javier Aznar —abiertamente primaverista—. En dicha conversación empiezan hablando sobre las bondades de esta temporada así como de lo bien que le sienta el otoño a Nueva York, lo que me lleva a confirmar por enésima vez que el otoño en Estados Unidos se vive de otra forma. Del sueño americano me desperté hace tiempo, sin embargo, si hay una temporada en la que me gustaría vivirlo, es esta. Nadie celebra el otoño como ellos. Si pienso en estos meses, vienen a mi cabeza los escenarios de Stars Hollow de Gilmore Girls, los pumpkin spicy lattes y cinnamon rolls, las hojas caídas en Central Park y los episodios especiales de Halloween y Acción de Gracias —gracias por tanto Gossip Girl—. Quizá esa sea la clave para evitar el adelantamiento navideño, tener algo que celebrar a final de cada mes, porque por mucho que queramos la Navidad no va a llegar antes, pero sí la innegable ansiedad que conlleva.
Por ahora, tendremos que conformarnos con tres días de otoño al año o bien vivirlo en paralelo a la sociedad, algo muy brujil por nuestra parte. Tengo claro que el otoño no triunfa porque es la estación de los introvertidos, es una joya oculta. Virgina Woolf en una de sus cartas a Violet Dickinson en 1907 decía “Autumn is my season, dear. It is, after all, the season of the soul.”, así que si eres de los míos, bienvenido y feliz otoño. Pido perdón si el plan era mantenerlo en secreto y lo estoy fastidiando aireando sus maravillas por aquí.