No es por ti, de verdad que no, ya ves tú. No es información confidencial, no estoy en un programa de protección de testigos y probablemente no le importe a nadie más allá de algún admirador secreto —en el remoto caso de que lo haya—. Es sólo que en realidad, no tienes por qué saberlo.
Tras casi cuatro años sin publicaciones en el feed he recibido todo tipo de preguntas al respecto, la más repetida: el por qué. La verdad es que no hay un porqué claro, simplemente empecé a no subir nada y al final entré en una espiral en la que nada era lo suficientemente gordo como para romper mi silencio digital. Y estoy contenta con eso. Llegó un punto en el que compartir contigo un momento íntimo dejó de tener sentido, porque si apenas hablamos, ¿por qué ibas a querer saber dónde estoy cenando un martes por la noche? Imagino que con ese propósito y a raíz de la popularización de los finstas, se creó Mejores Amigos: una ventana a la que sólo pueden asomarse aquellos autorizados, en la que casi todo vale y se mantiene viva la ligereza y espontaneidad con la que publicábamos al principio.
Ya hablamos hace un tiempo del gatekeeping y las consecuencias de desvelar rutas, restaurantes y demás; suscribo cada palabra y doblo la apuesta. Preservar la poca intimidad que nos queda es lo mejor que podemos hacer para mantener el tan infravalorado misterio. No hay necesidad de compartir todos los planes, todos los platos y todas las compras, yo abogo por el gatekeeping en la vida en general. Me gusta que quieras saber de mí y que, para hacerlo tengas que preguntarme, no deducirlo de diez fotos desordenadas en un dump de enero.
Prefiero pasar de puntillas, es más sugerente. Ser una persona over-sharer en la vida real hace que me sea inviable lidiar con tanta información por ahí desparramada, y más teniendo en cuenta la huella digital y todo eso. Así que, mientras, me limito a contemplar, deducir e inventar, como Jeff en La Ventana Indiscreta. A veces creo que lo que compartimos dice más de lo que queremos que piensen que de lo que somos. Conozco gente con perfiles muy trabajados que luego en persona, ni tanto. Prefiero ser interesante por lo que soy, no por lo que te hago ver que soy ¿sabes?.
Las expertas en la materia son las hermanas Olsen que, tras años de exposición involuntaria, ahora ni se las oye. Ese silencio les dota de un aura de misterio que las hace únicas, y eso hoy en día es oro. La autenticidad y unicidad no se pueden comprar a través de un link en comentarios. Labrar un estilo, tener una opinión y dar con un gusto personal son horas y horas de trabajo. El anti-gatekeeping nos lleva a derroteros contrarios: a la homogeneización. Todos acabamos yendo a los mismos sitios, comprando las mismas cosas y llevando la misma ropa. Qué palo. A propósito de esto, la actriz Laura Harrier respondía lo siguiente a la pregunta «¿dónde te gusta ir de compras?»:
(...) so when I’m in Europe I go to my favorite places, but I don’t want to say where. Controversial opinion, but I feel like we need to go back to gatekeeping. Everyone is sharing way too much information. We’ve all worked hard to find places and a distinct style, and I don’t think it should be given out on the internet all the time. That’s my rant about that. (...)
Ver que el último restaurante de mi lista “quiero ir” se convierte en el must-go del mes me produce el mismo rechazo que si una prenda de ropa que tenía en el carrito sale en el post de una macro-influencer. Porque sí, porque si ni siquiera nuestros gustos nos diferencian, ¿qué lo hará?
No es que no quiera que sepas dónde he cenado, es que lo que hacemos no tiene por qué convertirse en #contenido para el negocio y la plataforma. A veces se trata de cenar fuera un martes y que ahí se acabe la historia, para no sentir que somos un soporte publicitario para restaurantes, tiendas, museos, festivales y un largo etc. Muchas de las experiencias pensadas en su origen para la vida real, se han acabado convirtiendo en productos fotografiables y tiktokizables hasta tal punto que han dejado de tener sentido como tal: el tramo del Moco Museum de Barcelona con los diamantes colgando, los mappings en edificios porque sí, los conciertos de Candlelight o las vajillas que parecen de todo menos vajillas… Es un poco una amenaza pasiva-agresiva ¿no? “Oye nos hemos currado todo este display, no te cuesta nada subir la fotito y etiquetarnos”. Son experiencias puramente pensadas para que sean compartidas. Y para nada más.
No sé.
No sé todo el rato, este tema me tiene un poco contra la espada y la pared. Uso Instagram a modo de escaparate, descubro muchas cuentas y muy guays todo el rato, pero si nadie sube nada, nadie descubre nada, pero a mí no me nace. Así que seguiré un poco así, compartiendo lo suficiente para que sepas que sigo viva, pero no tanto como para que puedas deducir mucho más. Y mientras, en términos de recomendaciones, me seguiré fiando de mi círculo de amistades, también del azar —o algoritmo— y de los perfiles específicos que sigo —y que no te voy a desvelar— para evitar coincidir todos en el top 1 de restaurantes de dim sums de la ciudad.