¿Norte o sur?

Me veo casi en la obligación de avivar la llama del eterno debate veraniego.

Hay herencias que nos tocan desde antes de nacer, como las orejas grandes, la habilidad de bailar sin gracia o el cantar sin afinar, pero ninguna será tan determinante como el destino veraniego. Naces con un equipo de fútbol asignado, y con la misma solemnidad, un lugar de veraneo. Esto no es algo que puedas cambiar así a la ligera, al menos hasta cierta edad. Porque una vez empiezas a sembrar veranos en un lugar, ese sitio echa raíces en ti y ya no hay quien lo arranque. 

Llevo veintisiete veranos de sur, que se dice pronto. Algunos más largos que otros, pero todos en el Mediterráneo, siempre. No hay elección, por muchos viajes que haga, por muchas otras playas que visite, siempre habrá unos días reservados para ese trocito de cielo que es Andalucía. Es como el hueco para el postre, ni se perdona, ni se discute. Cada año repito, sin embargo, llevo dos veranos poniendo en práctica algo nuevo, jugando con fuego vaya, siéndole infiel a mi charquita mediterránea durante unos días para sumergirme en la inmensidad del Atlántico. 

Siendo plenamente consciente de la disparidad de dos lugares que están en extremos opuestos, me veo casi en la obligación de avivar la llama del eterno debate veraniego: ¿norte o sur? Debate que está a la altura de otros como si el tinto de verano va con limón o con Casera, si la tortilla es mejor con o sin cebolla, o si el gazpacho merece más su fama que el salmorejo. Aquí hay que mojarse *pun intended*. Pensarás que no voy a ser objetiva pero recuerda: un destino fue impuesto y el otro elegido, lo que le da al norte margen para ganar el juego. O al menos empatar. Vamos allá: 

El clima es la principal diferencia y el motivo por el cual el norte romperá sus récords turísticos en los próximos años, se viene show. No te voy a engañar, estar con la manga larga en agosto se me ha hecho raro, pero por algún motivo, llámalo ola de calor, se agradece. Me sigue pareciendo curioso el depender del sol para decidir el plan. En el sur poco uso le doy a la app del tiempo más allá de cuantificar el calor. En el norte hay que tener en cuenta ciertas condiciones meteorológicas para proceder, lo que para alguien con mi historial veraniego, es casi un acto de fe. Me comenta mi amigo cántabro que haber podido disfrutar de un día de playa ha sido toda una suerte. Suerte, dice el tío, UN día de playa.

Hablando de playas, todas espectaculares, mires donde mires. No me detendré en sus diferencias geográficas porque lo interesante aquí es cómo interactuamos con ellas. A quien madruga Dios le proporciona un cacho de orilla es algo que nos hemos tomado muy en serio, en el norte no hace falta. Bendita maravilla, estamos de vacaciones. Ahora bien, nadie te asegura que puedas estar cual lagartija al sol, hacer el muerto a tus anchas o darte un chapuzón sin tiritar. Lo de llevar sudadera a la playa, no lo voy ni a comentar, eso sí, después de una experiencia como la que comenta Dani Rovira sobre el veraneo en el sur, en este caso el punto se lo tiene que llevar el norte. Ya me sabe mal. 

Un acantilado cerca de Playa de los Locos y otro cerca de El Playazo

En cuanto a la acogida tengo que decir que me he sentido casi como en casa. Yo también soy del norte de la península, lo cual me dota de una capa de seriedad que hay que trabajar antes de amar. Intuyo que es por el clima. Y en el sur… Bueno, ya sabemos cómo es el sur. No me gusta caer en estereotipos, pero el salero, la gracia y la alegría de allí abajo son únicos. No son pocas las veces que he acabado cantando y dando palmas —con más entusiasmo que arte— en una terraza de algún bar porque en la mesa de al lado había una guitarra y cantaban Sevilla tiene un color especial, sin estar en Sevilla ni nada. 

A propósito de la mención a los bares, lo de que España es un país para comérselo es algo que sabemos todos, gracias Imanol y Juan. Se come bien en cualquier lado, si sabes dónde ir. Creo que me falta una mariscada en condiciones para acabar de decantarme, probaré suerte el verano que viene. Por el otro lado, la tapa se corona como el plato estrella. A mi me parece planazo pero elegir uno u otro supondría empezar la tercera guerra mundial y no me atrevo. 

Una caña y dos gildas en Hijas de Florencio y un rebujito con migas en la Feria de Almería

Si hablamos de verdaderas estrellas, hay dos que brillan por sí solas y son dignas de este artículo: Los Davids. El dilema de nuestros dosmiles reabierto. Dos tótems de nuestro panorama musical en representación de sus respectivas comunidades. Aquí me vas a perdonar, yo ya tenía mi favorito desde antes de poner un pie en Cantabria. David Bustamante será muy majo y San Vicente de la Barquera muy bonito, ahora bien, quien no haya cantado a grito pelado las canciones de David Bisbal, que tire la primera piedra. Es más salao, más mediático y la euforia que se vive en un chiringuito cuando suena el máquina en Almería no tiene precio, a hundred percent would recommend

Con esta comparación pretendía hacer una lista de pros y contras para declarar un claro vencedor, pero la realidad es que no puedo. En verano, que tenemos pocas cosas que comentar, es habitual ver cómo los veraneantes hacen campaña —casi política— de sus destinos, como si realmente fueran diferentes. Estos dos veraneos en esencia consisten en lo mismo: revisitar nuestros sitios de confianza, repetir tradiciones, ver a los amigos de agosto, brindar con lo que sea, disfrutar de la puesta de sol, darte un buen chapuzón y vivir rodeados de madrileños. Entonces, ¿por qué elegir? Del norte me han conquistado su temperatura, sus costumbres, sus pueblecitos, sus paisajes amplísimos y el verde. Sobre todo el verde. Pero por otro lado, el sur sigue siendo mi primer amor de verano, no podría decirle que no. Me siento como si al pedir un helado, pudiera añadir otra bola y claro que quiero las dos. El verdadero dilema será decidir con qué veraneo condeno a mi descendencia. 

Dicho lo cual, me gustaría pedir disculpas al lector, pues he prometido, casi insinuado en el título, una elección clara y aquí estoy, con menos claridad que antes. Lo mejor del verano es poder cambiar de aires, probar destinos nuevos y redescubrir los que ya conoces. En este caso he podido comprobar una vez más la suerte que tenemos, cómo la sencillez sigue coronando los mejores planes y lo feliz que soy cerca del mar. Para hacer las paces contigo tan sólo añadiré un par de cosas más: el tinto de verano me gusta con limón, la tortilla sin cebolla —sí, soy de esas, no hace falta que me digas nada— y aunque el gazpacho sea la base de mi alimentación de junio a septiembre, si me das a elegir, me quedo con el salmorejo. 

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¿Norte o sur?

Me veo casi en la obligación de avivar la llama del eterno debate veraniego.

Hay herencias que nos tocan desde antes de nacer, como las orejas grandes, la habilidad de bailar sin gracia o el cantar sin afinar, pero ninguna será tan determinante como el destino veraniego. Naces con un equipo de fútbol asignado, y con la misma solemnidad, un lugar de veraneo. Esto no es algo que puedas cambiar así a la ligera, al menos hasta cierta edad. Porque una vez empiezas a sembrar veranos en un lugar, ese sitio echa raíces en ti y ya no hay quien lo arranque. 

Llevo veintisiete veranos de sur, que se dice pronto. Algunos más largos que otros, pero todos en el Mediterráneo, siempre. No hay elección, por muchos viajes que haga, por muchas otras playas que visite, siempre habrá unos días reservados para ese trocito de cielo que es Andalucía. Es como el hueco para el postre, ni se perdona, ni se discute. Cada año repito, sin embargo, llevo dos veranos poniendo en práctica algo nuevo, jugando con fuego vaya, siéndole infiel a mi charquita mediterránea durante unos días para sumergirme en la inmensidad del Atlántico. 

Siendo plenamente consciente de la disparidad de dos lugares que están en extremos opuestos, me veo casi en la obligación de avivar la llama del eterno debate veraniego: ¿norte o sur? Debate que está a la altura de otros como si el tinto de verano va con limón o con Casera, si la tortilla es mejor con o sin cebolla, o si el gazpacho merece más su fama que el salmorejo. Aquí hay que mojarse *pun intended*. Pensarás que no voy a ser objetiva pero recuerda: un destino fue impuesto y el otro elegido, lo que le da al norte margen para ganar el juego. O al menos empatar. Vamos allá: 

El clima es la principal diferencia y el motivo por el cual el norte romperá sus récords turísticos en los próximos años, se viene show. No te voy a engañar, estar con la manga larga en agosto se me ha hecho raro, pero por algún motivo, llámalo ola de calor, se agradece. Me sigue pareciendo curioso el depender del sol para decidir el plan. En el sur poco uso le doy a la app del tiempo más allá de cuantificar el calor. En el norte hay que tener en cuenta ciertas condiciones meteorológicas para proceder, lo que para alguien con mi historial veraniego, es casi un acto de fe. Me comenta mi amigo cántabro que haber podido disfrutar de un día de playa ha sido toda una suerte. Suerte, dice el tío, UN día de playa.

Hablando de playas, todas espectaculares, mires donde mires. No me detendré en sus diferencias geográficas porque lo interesante aquí es cómo interactuamos con ellas. A quien madruga Dios le proporciona un cacho de orilla es algo que nos hemos tomado muy en serio, en el norte no hace falta. Bendita maravilla, estamos de vacaciones. Ahora bien, nadie te asegura que puedas estar cual lagartija al sol, hacer el muerto a tus anchas o darte un chapuzón sin tiritar. Lo de llevar sudadera a la playa, no lo voy ni a comentar, eso sí, después de una experiencia como la que comenta Dani Rovira sobre el veraneo en el sur, en este caso el punto se lo tiene que llevar el norte. Ya me sabe mal. 

Un acantilado cerca de Playa de los Locos y otro cerca de El Playazo

En cuanto a la acogida tengo que decir que me he sentido casi como en casa. Yo también soy del norte de la península, lo cual me dota de una capa de seriedad que hay que trabajar antes de amar. Intuyo que es por el clima. Y en el sur… Bueno, ya sabemos cómo es el sur. No me gusta caer en estereotipos, pero el salero, la gracia y la alegría de allí abajo son únicos. No son pocas las veces que he acabado cantando y dando palmas —con más entusiasmo que arte— en una terraza de algún bar porque en la mesa de al lado había una guitarra y cantaban Sevilla tiene un color especial, sin estar en Sevilla ni nada. 

A propósito de la mención a los bares, lo de que España es un país para comérselo es algo que sabemos todos, gracias Imanol y Juan. Se come bien en cualquier lado, si sabes dónde ir. Creo que me falta una mariscada en condiciones para acabar de decantarme, probaré suerte el verano que viene. Por el otro lado, la tapa se corona como el plato estrella. A mi me parece planazo pero elegir uno u otro supondría empezar la tercera guerra mundial y no me atrevo. 

Una caña y dos gildas en Hijas de Florencio y un rebujito con migas en la Feria de Almería

Si hablamos de verdaderas estrellas, hay dos que brillan por sí solas y son dignas de este artículo: Los Davids. El dilema de nuestros dosmiles reabierto. Dos tótems de nuestro panorama musical en representación de sus respectivas comunidades. Aquí me vas a perdonar, yo ya tenía mi favorito desde antes de poner un pie en Cantabria. David Bustamante será muy majo y San Vicente de la Barquera muy bonito, ahora bien, quien no haya cantado a grito pelado las canciones de David Bisbal, que tire la primera piedra. Es más salao, más mediático y la euforia que se vive en un chiringuito cuando suena el máquina en Almería no tiene precio, a hundred percent would recommend

Con esta comparación pretendía hacer una lista de pros y contras para declarar un claro vencedor, pero la realidad es que no puedo. En verano, que tenemos pocas cosas que comentar, es habitual ver cómo los veraneantes hacen campaña —casi política— de sus destinos, como si realmente fueran diferentes. Estos dos veraneos en esencia consisten en lo mismo: revisitar nuestros sitios de confianza, repetir tradiciones, ver a los amigos de agosto, brindar con lo que sea, disfrutar de la puesta de sol, darte un buen chapuzón y vivir rodeados de madrileños. Entonces, ¿por qué elegir? Del norte me han conquistado su temperatura, sus costumbres, sus pueblecitos, sus paisajes amplísimos y el verde. Sobre todo el verde. Pero por otro lado, el sur sigue siendo mi primer amor de verano, no podría decirle que no. Me siento como si al pedir un helado, pudiera añadir otra bola y claro que quiero las dos. El verdadero dilema será decidir con qué veraneo condeno a mi descendencia. 

Dicho lo cual, me gustaría pedir disculpas al lector, pues he prometido, casi insinuado en el título, una elección clara y aquí estoy, con menos claridad que antes. Lo mejor del verano es poder cambiar de aires, probar destinos nuevos y redescubrir los que ya conoces. En este caso he podido comprobar una vez más la suerte que tenemos, cómo la sencillez sigue coronando los mejores planes y lo feliz que soy cerca del mar. Para hacer las paces contigo tan sólo añadiré un par de cosas más: el tinto de verano me gusta con limón, la tortilla sin cebolla —sí, soy de esas, no hace falta que me digas nada— y aunque el gazpacho sea la base de mi alimentación de junio a septiembre, si me das a elegir, me quedo con el salmorejo. 

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