“Como soy gracioso, piensan que soy feliz”.
Édouard Levé, Autorretrato.
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No recuerdo la última vez que fui solo al cine. Sonrío levemente mientras me recuesto a dormir siesta. Los huevos me los hago de tres hacia arriba. En mi habitación cada objeto tiene un sitio preciso. Soy el primero en irse de las fiestas. Si voy caminando de madrugada y vienen dos o más tipos de frente escupo al suelo para parecer más rudo. En espacios cerrados siempre voy con una botellita de agua por temor a ahogarme. Hace al menos cinco años que no siento miedos nocturnos infundados. Una vez leí un manual para tener sueños lúcidos y conseguí despertar dentro del sueño. Lo habitual en mis sueños lúcidos es salir volando por la ventana. Cuando mi vuelo gana o pierde fuerza ocurre igual que en Mario Tres. Si me siento bien trato de salir más para que el resto se tope con mi mejor versión. Desde que empezaron a pasar cosas con la ficción he abandonado cada vez más mi diario. No me gusta la sandía y creo que es porque conocí primero el Grosso de sandía, cuya condensación del sabor arruinó la experiencia originaria de la fruta. Tuve que googlear para asegurarme que la sandía es una fruta. No tengo claros los grupos alimenticios. Tampoco los puntos cardinales. A los veinte con mis amigos intercambiábamos nuestros poemas en disquetes. Hablo con mi madre largo y tendido al menos una vez por semana. Con mi padre una vez al mes. Este ejercicio -copiarle su Autorretrato a Levé-, no me avergüenza si lo entiendo como eso: un ejercicio. Si no hay nadie mirándome mientras cocino mis movimientos son los de un energúmeno. El ajo lo pelo con la boca. El cuesco de la palta lo extraigo con los dientes y, si ando animado, lo escupo hacia el basurero (y mientras ejecuto esta proeza en la que seguramente ganaría una competencia, me imagino qué pasaría si me atragantara y esa fuera mi muerte). Hace tres años fue la última vez que tuve un trabajo de lunes a viernes. Hace siete años terminó mi última relación larga. Me gusta alguien en serio más o menos cada un año y medio. He visto Hereditary nueve veces. Quisiera escribir un poemario inspirado en El viaje de Chihiro. Todas las personalidades de los chefs de instagram me parecen penosas. Tengo dos fotos con el Chino Navarrete, una de niño y otra de adulto. No voy al doctor hace diez años. Aunque sea con la mirada saludo a todos los perros que me cruzo caminando. Ayer vi por vez primera un show de Felo en vivo. Si la cama no está extendida no puedo ponerme a escribir. Calculo cada vez mejor el timing en las breves conversaciones de ascensor con las señoras del edificio. Me gusta mandar y escuchar audios pero no que me presten atención visualmente mientras hablo. En una ponencia cuando alguien del público hace una pregunta no me doy vuelta a mirarlo como todos. Si hago mucho reír a alguien me da pudor. Creo que cumplo a cabalidad las reglas implícitas de caminar en las veredas, que la mayoría desconoce. Los huevos no los considero comida sino pequeñas divinidades. Me gustaría volver a usar mi estuche y sus destacadores. Si un libro me golpea y su autor o autora tiene redes sociales abiertas le comunico mi entusiasmo sin darle muchas vueltas al asunto. Los mejores reels los descargo y categorizo en mi computador: perros, gatos, caídas, enanos, paranormales, etc. Las notificaciones y los audios, si se acumulan, las contesto de abajo hacia arriba. Los dientes blancos relucientes de los futbolistas hace que los imagine como caricaturas. Aún soy bueno en el basquet. Hace meses no salgo a correr. Me gusta como me veo con mi cortaviento ochentero y mis chores cortos-cortos. De perfil desconozco mi cara, más cercana a la de un lagarto gordo. Los cortes de pelo demasiado perfectos me dan vergüenza ajena. Si alguien se tiene a sí mismo en las dos fotos de presentación del tuiter no lo sigo. Si ambas fotos son exactamente la misma, lo bloqueo, por precaución. Cuando me cuentan anécdotas demasiado largas trato de adivinar lo que sigue, para llegar rápido al final. Nunca he tomado voluntariamente una selfie alargando el brazo. El cuento que estoy escribiendo es lo más desquiciado que he hecho hasta ahora. Nunca me he grabado con la cámara frontal diciendo algo. Creo en el comunismo y también en los fantasmas. Creo de verdad que todo está perdido y que al mismo tiempo hay belleza. Algunos domingos siento que quisiera tener una relación seria en el sentido de estar cada uno trabajando en lo suyo en silencio y al final tomar onces. Digo tomar onces porque así lo escribe Armando Uribe en su Diario enamorado. La última vez que lo intenté en serio me dijeron por mail que buscaban alguien con más proyección en la vida. Si la Gatachica duerme con la cabeza ladeada siempre le doy un beso en la mejilla al pasar. Si una película me gusta mucho me siento en la cama con el cuerpo inclinado hacia adelante. Las películas las descargo, las veo y las borro. No pago ningún streaming. Aún uso soulseek y winamp. Anoto en mi calendario a todas las personas que quiero ver en el mes y las distribuyo. Planeo estrictamente mi semana los domingos. Pese a todo sigo anotando los partidos de Curicó unido en el calendario. Lloro más con canciones y películas que con cosas atroces que me cuentan. Creo que En algún lugar del puerto de Victor Jara es una obra imperecedera. Leo aforismos o poemas mientras mi computador se demora diez veces de lo normal en sus tareas básicas. Ya no considero que la democracia sea siquiera la mitad de lo que dice ser. Mi mejor versión está siempre un poco más adelante en el tiempo. Quisiera que me pagaran por escribir columnas, reseñas, crónicas, lo que sea. La música es el único arte que me sorprende semana a semana. Veo una película a las diez de la noche desde hace casi veinte años. Me sé de memoria Just friends de Chet Baker y estaría dispuesto a cantarla en un karaoke. El egoísmo de no querer perderme las obras que me sobrevivan es parte de por qué me gustaría presenciar el fin del mundo. Limpio a la perfección el lavaplatos cada vez que lavo mi loza. Si veo coca cola en el refrigerador también tengo que comprarme una. Mi comida favorita es el puré con huevo porque lo relaciono a los domingos viendo el Profesor Rossa. Tengo más recuerdos buenos que malos del colegio y la universidad. Ensalada favorita: apio con palta. Después del colegio nunca más volví a ver culebras. He robado libros allí donde se lo han merecido. La sensación ominosa de recorrer el colegio de noche mientras mi madre estaba en reunión de apoderados no se me borró nunca. La primera vez que robé volví de nuevo por la tarde y me descubrieron. Esa fue la primera vez que me rapé completamente la cabeza. En la época en que meditaba todos los días me llegó una frase que anoté inmediatamente. La frase era Soy Samael y estoy escondido en el tiempo. En cierto seminario de sanación que hice pude ver a personas convencidas de tener delante de sí a hadas y duendes. Me gustan las líneas de apertura, la capacidad de paisaje que tienen las tres primeras frases de un cuento o una novela. Creo que quienes más despotrican contra Bukowski no conocen ni la mitad de su obra, que excede en creces al meme alcohólico-misógino. La mandíbula levemente estirada que pone la Gatachica cuando está a punto de dormirse y le acarició la barbilla se parece a la de mi abuela las semanas previas a morir. He visto solo dos personas muertas: mi abuelo y mi abuela. Sentí orgullo al escuchar las palabras improvisadas y certeras de mi madre en el funeral de su madre. Les saco fotos con el libro a las personas a quienes se los presto y las archivo en mi cel. Los laberintos y pasadizos que forman el desorden de las tumbas del Cementerio general de Curicó aún me parecen involuntariamente lúdicas. Sigo viendo las películas de Woody Allen (cada una más pésima que la anterior) pero no subo los pantallazos a tuiter. Juzgo con la vista a todos los peatones y ciclistas que cruzan con roja. Si tartamudeo un poco hago como que no me doy cuenta y sigo. De lo vinagroso solo acepto los pepinillos. Odio que se pierda la comida. Nunca recuerdo cuál tipo de vino tinto es el que me gusta. Una vez empecé a tomar vino blanco helado porque el protagonista de Bored to death lo hacía y desde entonces siempre hay una caja de medio litro en el refri. Hace meses que no escribía más de una página de corrido. A veces me quedo dormido imaginando todo lo que metería en un desayuno perfecto. A veces sueño que juego basquet. Nunca pienso en viajar. Nunca pienso en aprender a manejar. Nunca pienso en festivales de música y sus lineups. Tuve que googlear si lineups se escribía así. Nunca pienso en deportes de aventura. Nunca pienso en tener una familia. Pienso sí en una casa cerca del mar. Si algo me gusta me hago cargo en serio. Nunca hago un bolso el mismo día en que viajo. No me importaría que mi hijo o hija no fuera sangre de mi sangre. Dos veces me he subido a un avión. He remado. Conozco la nieve. He rastrillado. He escrito haikus mientras trabajaba de temporero. Este es uno: Mi tronco sobre el suyo / reposo y como / en la copa del manzano. Este es otro: El humo de los termos /tomates, moscas / dormimos entre máquinas. Una sola vez he saltado hacia la cancha en un estadio agitando los brazos, corriendo y gritando enloquecido entre la multitud. No quiero morir pronto, pero me gusta imaginar que no existo. Me aterra aburrir. Soy vanidoso en el cuidado de mis redes sociales. Quisiera tener algo así como un Taller permanente de investigaciones paranormales. Le hice un google doc a dicha idea, con posibles integrantes y los lineamientos básicos. Pienso también que podría hacer un podcast que se llamara Lo policial y lo fantasmal. También le hice un google doc. A veces empiezo una frase y mi cerebro pareciera apagarse. Por escrito soy cuarentaicinco por ciento más inteligente que en persona. Aún albergo la esperanza de que algo paranormal rompa mi cotidianidad y la del mundo. A los quince años por las noches me ponía en mi ventana del segundo piso que daba hacia un potrero enorme y pedía con la mente ser abducido. Creo que hay un componente de estupidez tanto en el materialismo como en la espiritualidad. Creo que la conciencia pública de sí que demuestra tener la humanidad no coincide con lo que de hecho es. Creo que una de las preguntas más comúnmente peor formuladas es esta: ¿crees en Dios?. Creo que las respuestas a veces son las preguntas dentro de las preguntas. Me gustan las vidas de los santos, las cartas de amor desesperado, los diarios de Simone Weil, la inocencia de los moralistas franceses, el catolicismo puntudo de Armando Uribe. Aún no leo Moby Dick. Nunca terminé de leer la Fenomenología del espíritu. Me gustan los párrafos mirados de lejos. Me gustan los índices. No me gusta que me toquen el hombro o el brazo para que preste atención. Lloré y dije conchetumadre con el final de la Biblia de neón y, en cambio, abandoné La conjura de los necios. Me gusta Lipimávida. Me gustaría volver a trabajar en una librería tranquila y bonita. No me gustan mis dientes. Nunca sé cómo voy a llegar donde quiero. Sueño desordenadamente. Cuando hago turnos de madrugada pienso qué haría si me tocara ver a alguien que se ha lanzado al vacío. Al entrar a un edificio siempre miro hacia arriba, por si acaso. Nunca he pensado seriamente en el suicidio. Me siento suavemente entusiasmado.