Puro caballo sin hueso corriendo en ninguna dirección*

Todo lo que no consigo replicar de día es una bomba que riego como una flor por la noche. ¿Y cómo estalla una flor? Vaya a saber uno. Que la escritura siempre sea posible es mi fuego tranquilo

De golpe la leve estructura de los días mezclada con el error en el que vivo, es decir, seis días a la semana junto al conserje peruano —ex militar y testimoniador compulsivo de la belleza femenina— regando, trapeando, viendo la champions, comentando las noticias, barriendo los veinte pisos, llenando y sacando los contenedores de basura, abriendo el portón, cerrándolo, recibiendo cajas, paquetes, sobres, herramientas, muebles, plantas, cuadros, espejos, sillas, retrocediendo las cámaras para ver cómo se roban una moto un día, una bicicleta otro, escuchando con paciencia a las señoras, atendiendo a la cotidiana locura del prójimo, leyendo poemas cortos de reojo, todo esto mientras el verano se retira y aspectos de mi vida se arruinan junto a otros que mejoran y soy una especie de Mr, Magoo que pasa desde un edificio en llamas hacia uno en construcción a través de un andamio improvisado con la materia misma del derrumbe, cuestión que, exagerando, es el fundamento o el funcionamiento mismo de la lógica ontológica de Hegel cuando escribe que el método es la conciencia de la forma del automovimiento interno de la lógica, que en sencillo no es más que afirmar que se hace camino al andar, o también: que parece que nunca hay una nada así llena de pura nada y lo que sí hay es un hacerse ser del ser —no la muerte como destino, no la incomunicación, ni el sinsentido, ni la arbitrariedad de existir, sino un caldo de ser y nada hirviendo y burbujeando eternamente— y que, aunque todo esto sea contraintuitivo, las relaciones a veces preceden a las cosas. Imagínense un caballo corriendo, ahora saquen el caballo y dejen solo el corriendo, algo así es la nada en Hegel, una  actividad, dice el profesor Pérez Soto, marxista que nunca me cansaré de citar. Así que por el audífono izquierdo me entra ese seminario (lectura conjunta cuya duración estimada es de dos años) al que me inscribí antes de saber que por el lado derecho, y como contrapeso o más bien momento del edificio hegeliano, me iba a entrar la aparentemente prolífica o quizá solo imaginada vida sexual de mi compañero laboral que, añadida a la sincronía entre mi reciente contratación y este impulso escritural, me han tenido reflexionando fuertemente dos cosas que solo dejaré consignadas. Una: había olvidado que existe una socialización masculina basada en la propia valoración erótica (cuestión que, por lo que veo, se traduce en cantidad y calidad de anécdotas acumuladas) y dos: justo hace unos días concluíamos con L que hablamos y escribimos más en los períodos en que nos sentimos más legítimos y activos, con algún rigor exterior de los días y su rutina cayéndonos encima. Vuelvo, entonces, a mi hegelianismo de cuneta: si el ser se hace a sí incorporando su negatividad, pues yo le copio derrumbándome hacia adelante. Tropezarse se parece a avanzar y quizá por eso es que no puedo salirme de este registro, no solo porque escribir columnas coyunturales implique documentarse, estudiar, y encima tener alguna perspectiva más o menos inédita que aportar, sino porque el impedimento —o sea, aquello que día a día me aleja material o psiquicamente de sentarme a escribir todas las otras cosas que tengo que escribir— es, por ahora, el único material del que dispongo. Tengo, cuando mucho, el impedimento y cierta capacidad para editarlo. Solo aquí si tropiezo no miro avergonzado alrededor. Solo aquí puedo porque no puedo. Y sí, quedaría bonito afirmar que esto se aplica también a la vida misma, pero lo cierto es que a veces, en el día a día, uno simplemente no puede, y luego de nuevo no puede, en cambio, por escrito, apenas se nota si tengo ganas de estar frente a esta pantalla luminosa o si es solo un intento de sacar algo en limpio del ánimo más bien odioso que me insuflaron estas tardes con dicho conserje que terminaba cada frase con un imperativo ¿sí o no? al cual yo no contestaba más que y bueno, dejándome arrastrar por una corriente de afirmaciones en los que fui quedando orientado más bien hacia la derecha, rindiéndome desde la expresividad y parapetándome en cierto burbujeo interior de la negatividad —ese irse cocinando el ser que uno se guarda para después, para la noche, la conversación íntima o la hoja en blanco—, todo esto bajo la premisa de que, a veces, quien tienes delante nunca llegará a conocerte y es eso justamente lo que permite abrirnos a la bondad. Después de todo, llevarnos bien no significa abarcarnos. Converso de verdad no cuando me hago cargo de todo sino cuándo voy sabiendo abandonar cada tema. Converso, es decir, voy insertando vacíos. Y si la cosa, como en estas últimas tardes, no se da, pues converso hacia adentro. Así, escondido en lo visible, escribo sin escribir. Todo lo que no consigo replicar de día es una bomba que riego como una flor por la noche. ¿Y cómo estalla una flor? Vaya a saber uno. Que la escritura siempre sea posible es mi fuego tranquilo, aquello en lo que creo incluso antes de creer. Es la distancia entre posible y necesario —reconocer que escribiendo me salvo dentro de la escritura mientras yo mismo estoy perdido en lo exterior— lo que me garantiza que esto ocurrirá por siempre. Eterno en tanto inútil. Inútil en cuanto autosostenido. Y encima temporalmente maleable. Por ejemplo, entre ese punto seguido y esta oración pasó al menos una semana. Y ahora, justo ahora, es de madrugada y miro a los residentes entrar y salir tras mi amplio mesón. Y ahora, justo ahora, tengo la certeza de que estos dos niños que llegan con sus familias son felices habitando estas horas prohibidas. Y ahora, justo ahora, miro por las cámaras de seguridad la sombra alargada y gargolesca de un tipo sentado en una banca esperando no sé qué. Y como terminó tratándose de temporalidad y escritura, confieso que al iniciar este texto venía de leer unas columnas cortas de cierta escritora argentina que suelo aplaudir mentalmente de pie. No sé por qué no quiero poner su nombre. ¿Porque estoy seguro que no le llego ni a las rodillas? ¿O para que no se note que, aunque no llego, quizá sí le copié cierta estructura o ánimo? ¿Puede, acaso, copiarse un ánimo, un estilo? Me quedo con lo lindo que es que leer te empuje a escribir. Y con la intuición de que, cuando copio y lo explicito, soy más yo que yo mismo. Claramente esto es lo que puedo. Quizá, lo único que pueda. Citar, atestiguar, remixear, darle vuelta a las mismas ideas esperando que no se note tanto. Maniobrar, en definitiva, la negatividad y su ladrillo. Un tropiezo tras otro, la frase que surce, y seguir.

---

* El verso es del poema Cuerdas inmóviles de Gonzalo Rojas. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Interiores

Puro caballo sin hueso corriendo en ninguna dirección*

Todo lo que no consigo replicar de día es una bomba que riego como una flor por la noche. ¿Y cómo estalla una flor? Vaya a saber uno. Que la escritura siempre sea posible es mi fuego tranquilo

De golpe la leve estructura de los días mezclada con el error en el que vivo, es decir, seis días a la semana junto al conserje peruano —ex militar y testimoniador compulsivo de la belleza femenina— regando, trapeando, viendo la champions, comentando las noticias, barriendo los veinte pisos, llenando y sacando los contenedores de basura, abriendo el portón, cerrándolo, recibiendo cajas, paquetes, sobres, herramientas, muebles, plantas, cuadros, espejos, sillas, retrocediendo las cámaras para ver cómo se roban una moto un día, una bicicleta otro, escuchando con paciencia a las señoras, atendiendo a la cotidiana locura del prójimo, leyendo poemas cortos de reojo, todo esto mientras el verano se retira y aspectos de mi vida se arruinan junto a otros que mejoran y soy una especie de Mr, Magoo que pasa desde un edificio en llamas hacia uno en construcción a través de un andamio improvisado con la materia misma del derrumbe, cuestión que, exagerando, es el fundamento o el funcionamiento mismo de la lógica ontológica de Hegel cuando escribe que el método es la conciencia de la forma del automovimiento interno de la lógica, que en sencillo no es más que afirmar que se hace camino al andar, o también: que parece que nunca hay una nada así llena de pura nada y lo que sí hay es un hacerse ser del ser —no la muerte como destino, no la incomunicación, ni el sinsentido, ni la arbitrariedad de existir, sino un caldo de ser y nada hirviendo y burbujeando eternamente— y que, aunque todo esto sea contraintuitivo, las relaciones a veces preceden a las cosas. Imagínense un caballo corriendo, ahora saquen el caballo y dejen solo el corriendo, algo así es la nada en Hegel, una  actividad, dice el profesor Pérez Soto, marxista que nunca me cansaré de citar. Así que por el audífono izquierdo me entra ese seminario (lectura conjunta cuya duración estimada es de dos años) al que me inscribí antes de saber que por el lado derecho, y como contrapeso o más bien momento del edificio hegeliano, me iba a entrar la aparentemente prolífica o quizá solo imaginada vida sexual de mi compañero laboral que, añadida a la sincronía entre mi reciente contratación y este impulso escritural, me han tenido reflexionando fuertemente dos cosas que solo dejaré consignadas. Una: había olvidado que existe una socialización masculina basada en la propia valoración erótica (cuestión que, por lo que veo, se traduce en cantidad y calidad de anécdotas acumuladas) y dos: justo hace unos días concluíamos con L que hablamos y escribimos más en los períodos en que nos sentimos más legítimos y activos, con algún rigor exterior de los días y su rutina cayéndonos encima. Vuelvo, entonces, a mi hegelianismo de cuneta: si el ser se hace a sí incorporando su negatividad, pues yo le copio derrumbándome hacia adelante. Tropezarse se parece a avanzar y quizá por eso es que no puedo salirme de este registro, no solo porque escribir columnas coyunturales implique documentarse, estudiar, y encima tener alguna perspectiva más o menos inédita que aportar, sino porque el impedimento —o sea, aquello que día a día me aleja material o psiquicamente de sentarme a escribir todas las otras cosas que tengo que escribir— es, por ahora, el único material del que dispongo. Tengo, cuando mucho, el impedimento y cierta capacidad para editarlo. Solo aquí si tropiezo no miro avergonzado alrededor. Solo aquí puedo porque no puedo. Y sí, quedaría bonito afirmar que esto se aplica también a la vida misma, pero lo cierto es que a veces, en el día a día, uno simplemente no puede, y luego de nuevo no puede, en cambio, por escrito, apenas se nota si tengo ganas de estar frente a esta pantalla luminosa o si es solo un intento de sacar algo en limpio del ánimo más bien odioso que me insuflaron estas tardes con dicho conserje que terminaba cada frase con un imperativo ¿sí o no? al cual yo no contestaba más que y bueno, dejándome arrastrar por una corriente de afirmaciones en los que fui quedando orientado más bien hacia la derecha, rindiéndome desde la expresividad y parapetándome en cierto burbujeo interior de la negatividad —ese irse cocinando el ser que uno se guarda para después, para la noche, la conversación íntima o la hoja en blanco—, todo esto bajo la premisa de que, a veces, quien tienes delante nunca llegará a conocerte y es eso justamente lo que permite abrirnos a la bondad. Después de todo, llevarnos bien no significa abarcarnos. Converso de verdad no cuando me hago cargo de todo sino cuándo voy sabiendo abandonar cada tema. Converso, es decir, voy insertando vacíos. Y si la cosa, como en estas últimas tardes, no se da, pues converso hacia adentro. Así, escondido en lo visible, escribo sin escribir. Todo lo que no consigo replicar de día es una bomba que riego como una flor por la noche. ¿Y cómo estalla una flor? Vaya a saber uno. Que la escritura siempre sea posible es mi fuego tranquilo, aquello en lo que creo incluso antes de creer. Es la distancia entre posible y necesario —reconocer que escribiendo me salvo dentro de la escritura mientras yo mismo estoy perdido en lo exterior— lo que me garantiza que esto ocurrirá por siempre. Eterno en tanto inútil. Inútil en cuanto autosostenido. Y encima temporalmente maleable. Por ejemplo, entre ese punto seguido y esta oración pasó al menos una semana. Y ahora, justo ahora, es de madrugada y miro a los residentes entrar y salir tras mi amplio mesón. Y ahora, justo ahora, tengo la certeza de que estos dos niños que llegan con sus familias son felices habitando estas horas prohibidas. Y ahora, justo ahora, miro por las cámaras de seguridad la sombra alargada y gargolesca de un tipo sentado en una banca esperando no sé qué. Y como terminó tratándose de temporalidad y escritura, confieso que al iniciar este texto venía de leer unas columnas cortas de cierta escritora argentina que suelo aplaudir mentalmente de pie. No sé por qué no quiero poner su nombre. ¿Porque estoy seguro que no le llego ni a las rodillas? ¿O para que no se note que, aunque no llego, quizá sí le copié cierta estructura o ánimo? ¿Puede, acaso, copiarse un ánimo, un estilo? Me quedo con lo lindo que es que leer te empuje a escribir. Y con la intuición de que, cuando copio y lo explicito, soy más yo que yo mismo. Claramente esto es lo que puedo. Quizá, lo único que pueda. Citar, atestiguar, remixear, darle vuelta a las mismas ideas esperando que no se note tanto. Maniobrar, en definitiva, la negatividad y su ladrillo. Un tropiezo tras otro, la frase que surce, y seguir.

---

* El verso es del poema Cuerdas inmóviles de Gonzalo Rojas. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES