El Rey en el Norte

El rey en el Norte es una buena e hiperbólica manera de comenzar algo, de infundir grandeza a una historia que trata sobre la avaricia o el despilfarro, en cualquier caso más cercana a las miserias humanas que a los brillos de la corte. Lo único defendible del Rey en el Norte es la consideración de Rey, tradición muy europea y española la de reclamar tronos en base a cualquier carambola dinástica o, más actualmente, presidencias de países que sólo existen en la mente de los más devotos. Era defendible llamarle Rey porque, pese no tener sangre azul del todo, estuvo ahí con la realeza nacional y europea. Si eso no es suficiente para autoproclamarse Rey, que baje Dios y lo vea. 

Su historia es como todas, hija de un tiempo único, de una España que vista con los ojos de ahora a muchos resulta extraña, ajena, más salvaje, más divertida, más España. Aquella era una España que abrazaba y aplaudía la gañanería, el puro y copa después de comer; en este mundo el Rey en el Norte se movía como pez en el agua, primero te agasajaba con regalos y viandas para posteriormente, cuando el rival notaba como la cabeza le pesaba, ponía lo que de verdad importaba sobre la mesa. Los blanditos lo llamáis tretas, los costumbristas lo llamamos una tarde cualquiera, no somos lo mismo.

Como historia de una época tiene además el ingrediente principal de todas las acontecidas entre los noventa y principios de los dos mil, bueno, miento, tiene uno de los dos principales, el olvidarse de que la contabilidad tiene dos entradas, el debe y el haber, lo que tienes y cómo lo estás pagando; no hay que haber vivido esos años para saber que lo que se tiene estaba claro pero el cómo se pagaba no le importaba a nadie, tampoco a quien tenía que hacerse cargo de ello.

Está claro que el Rey estaba desnudo y ha caído, de seguir en pie esto no tendría un tono melancólico. La caída no fue inmediata, como toda inercia decadente se ve, se siente, pero al ser lenta no se toman medidas; hasta que un día abres los ojos y al Rey en el Norte lo único que le queda de aquella época es la vajilla y el álbum de fotos, no es poca cosa, pero con eso no se puede mantener una corte, el brillo de una época ha desaparecido en el barro al que te has visto arrastrado por unos y otros. 

¿Cómo está el Rey ahora? Pues aquí, con el escudo lleno del barro acumulado de los últimos cuatro años y con el cuerpo lleno de las heridas de un periodo demasiado duro y largo; en el recuerdo las noches de las grandes batallas de Munich, Manchester, Londres, Madrid y un no reducido etcétera; en el horizonte, tras Salamanca, Teruel, Carballiño, más modesto, no cabe duda, pero por algo se empieza. No hay mal que cien años dure y al Rey en el Norte, espero, le acabará tocando sonreír más pronto que tarde, pronto, pronto lo van a ver volver, me no cabe duda.

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