La literatura tranquila

Pensamientos sobre Leonard y Hungry Paul, de Rónán Hession.

Desde que tengo uso de razón, lo único que siempre he querido ha sido estar tranquila. Fui una niña a la que dejaron crecer con la idea de que sus inquietudes, sus silencios y su empeño en la soledad no eran algo malo, ni tenían por qué alejarme necesariamente de los demás. Tuve la suerte de ir descubriendo el mundo rodeada de una familia que me escuchó atentamente cada vez que yo iba a enseñarles mi nuevo hallazgo. Aprendí rápido que el amor es asombrosamente parecido a la atención, a la pausa que alguien te ofrece al detener un segundo lo que está haciendo para escucharte; y lo único que he hecho desde entonces ha sido buscar esa sensación una y otra vez. 

La conciencia de que lo que yo era —lo que sigo siendo— podía resultar incómodo para otros, vino conforme me hice mayor, lo que sin duda equivale a ensanchar el mundo, encontrarse a mucha más gente en el camino. Recuerdo con una nitidez dolorosa la primera vez que percibí que mi forma de asombrarme por cosas quizás —o precisamente— inútiles, y mi obsesión por pasar mucho tiempo embebida en ellas, hacían que hubiera personas a mi alrededor que me percibieran como alguien difícil. Esto, al contrario de lo que pudiera pensarse en un principio, no me retrajo hacia una personalidad tímida; sino que hizo crecer mi interés por todo el género humano: por qué alguna gente me quería y otra no, qué acercaba y diferenciaba a todas esas personas, si yo seguía siendo la misma, para que me percibieran de forma tan diferente. No disimulé mis peculiaridades ni dejé de empeñarme en mi soledad y mis pequeñas obsesiones. Tampoco detuve mi manera emocionada de comunicarlas a los demás, aunque la respuesta fuera a veces un muro de contención que trataba de echarme hacia atrás. Cuanto más he ido aprendiendo de ese mundo que se ensanchaba a mi alrededor, más he querido entenderlo y habitarlo de forma tranquila. 

Leonard y Hungry Paul es una novela sobre toda esta gente que se empeña en su tranquilidad, en no renunciar a una mirada ilusionada y extraña sobre una cotidianidad que a veces se desborda y otras parece muy pequeña. Sus protagonistas son amigos porque comparten la misma forma amable de acercarse a las cosas: Leonard desde su ilusión por la escritura de un libro para niños que realmente emocione a los niños, y Hungry Paul desde su rutina familiar silenciosamente satisfactoria, desde unos cuidados más centrados en acompañar que en solucionar. Ronán Hession, su autor, conoce y ama a sus personajes, lo que no siempre es tan sencillo de conseguir y hacer traslucir en la escritura. Entiende de dónde vienen y a dónde se dirigen, por qué coinciden en el mundo y se mantienen juntos a lo largo de los años: “Su amistad no era una simple cuestión de conveniencia para dos hombres callados y solitarios sin muchas más opciones: era un pacto. Un pacto de resistencia al torbellino de hiperactividad e insensibilidad en el que había quedado envuelto el resto del mundo. Era un pacto de simplicidad, que se oponía a las fuerzas de la competitividad y el ruido”. 

Pero Leonard y Hungry Paul no están solos en el mundo, y tampoco en la novela. Se cruzan con ellos personas conocidas —padres, madres, hermanas, compañeras de trabajo— y desconocidas, se les imponen una y otra vez situaciones que vienen a cambiar inesperadamente su mundo. Lo bueno del mundo es que siempre está cambiando inesperadamente. Esto es estupendo para quienes queremos estar tranquilos, porque nos permite agarrarnos con más fuerza si cabe a las pequeñas cosas que nos emocionan, que permanecen, y que sabemos que nos harán recogernos. Si todo estuviera siempre en calma, estas cosas no serían especiales: nos ahogarían, se volverían un encierro que, con el tiempo, no conseguimos recordar por qué elegimos. El camino de los dos amigos en la novela es precisamente este: abrirse a una realidad vertiginosa llena de imprevistos. Entender que, aunque a veces parezca lo contrario, no es necesario renunciar a su forma única de percibir las cosas para participar del mundo. 

Este es un libro hermoso y preciado. Va creciendo lentamente dentro de una al leerlo, despertando la emoción de una forma sincera. Es un canto de amor a la normalidad y a la quietud de las vidas sencillas que llevan personas peculiares, aquellas que están realmente convencidas de que, con todo, acercarnos a los otros, entregarnos a ellos, siempre será un acierto: “había descubierto que era más tolerante con la gente cuando dejaba que entraran a formar parte de su vida. Y quizás ese fuera el truco: encontrar a las personas adecuadas; ser capaz de reconocerlas y saber apreciarlas cuando las encuentras”.

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Pensamientos sobre Leonard y Hungry Paul, de Rónán Hession.

Desde que tengo uso de razón, lo único que siempre he querido ha sido estar tranquila. Fui una niña a la que dejaron crecer con la idea de que sus inquietudes, sus silencios y su empeño en la soledad no eran algo malo, ni tenían por qué alejarme necesariamente de los demás. Tuve la suerte de ir descubriendo el mundo rodeada de una familia que me escuchó atentamente cada vez que yo iba a enseñarles mi nuevo hallazgo. Aprendí rápido que el amor es asombrosamente parecido a la atención, a la pausa que alguien te ofrece al detener un segundo lo que está haciendo para escucharte; y lo único que he hecho desde entonces ha sido buscar esa sensación una y otra vez. 

La conciencia de que lo que yo era —lo que sigo siendo— podía resultar incómodo para otros, vino conforme me hice mayor, lo que sin duda equivale a ensanchar el mundo, encontrarse a mucha más gente en el camino. Recuerdo con una nitidez dolorosa la primera vez que percibí que mi forma de asombrarme por cosas quizás —o precisamente— inútiles, y mi obsesión por pasar mucho tiempo embebida en ellas, hacían que hubiera personas a mi alrededor que me percibieran como alguien difícil. Esto, al contrario de lo que pudiera pensarse en un principio, no me retrajo hacia una personalidad tímida; sino que hizo crecer mi interés por todo el género humano: por qué alguna gente me quería y otra no, qué acercaba y diferenciaba a todas esas personas, si yo seguía siendo la misma, para que me percibieran de forma tan diferente. No disimulé mis peculiaridades ni dejé de empeñarme en mi soledad y mis pequeñas obsesiones. Tampoco detuve mi manera emocionada de comunicarlas a los demás, aunque la respuesta fuera a veces un muro de contención que trataba de echarme hacia atrás. Cuanto más he ido aprendiendo de ese mundo que se ensanchaba a mi alrededor, más he querido entenderlo y habitarlo de forma tranquila. 

Leonard y Hungry Paul es una novela sobre toda esta gente que se empeña en su tranquilidad, en no renunciar a una mirada ilusionada y extraña sobre una cotidianidad que a veces se desborda y otras parece muy pequeña. Sus protagonistas son amigos porque comparten la misma forma amable de acercarse a las cosas: Leonard desde su ilusión por la escritura de un libro para niños que realmente emocione a los niños, y Hungry Paul desde su rutina familiar silenciosamente satisfactoria, desde unos cuidados más centrados en acompañar que en solucionar. Ronán Hession, su autor, conoce y ama a sus personajes, lo que no siempre es tan sencillo de conseguir y hacer traslucir en la escritura. Entiende de dónde vienen y a dónde se dirigen, por qué coinciden en el mundo y se mantienen juntos a lo largo de los años: “Su amistad no era una simple cuestión de conveniencia para dos hombres callados y solitarios sin muchas más opciones: era un pacto. Un pacto de resistencia al torbellino de hiperactividad e insensibilidad en el que había quedado envuelto el resto del mundo. Era un pacto de simplicidad, que se oponía a las fuerzas de la competitividad y el ruido”. 

Pero Leonard y Hungry Paul no están solos en el mundo, y tampoco en la novela. Se cruzan con ellos personas conocidas —padres, madres, hermanas, compañeras de trabajo— y desconocidas, se les imponen una y otra vez situaciones que vienen a cambiar inesperadamente su mundo. Lo bueno del mundo es que siempre está cambiando inesperadamente. Esto es estupendo para quienes queremos estar tranquilos, porque nos permite agarrarnos con más fuerza si cabe a las pequeñas cosas que nos emocionan, que permanecen, y que sabemos que nos harán recogernos. Si todo estuviera siempre en calma, estas cosas no serían especiales: nos ahogarían, se volverían un encierro que, con el tiempo, no conseguimos recordar por qué elegimos. El camino de los dos amigos en la novela es precisamente este: abrirse a una realidad vertiginosa llena de imprevistos. Entender que, aunque a veces parezca lo contrario, no es necesario renunciar a su forma única de percibir las cosas para participar del mundo. 

Este es un libro hermoso y preciado. Va creciendo lentamente dentro de una al leerlo, despertando la emoción de una forma sincera. Es un canto de amor a la normalidad y a la quietud de las vidas sencillas que llevan personas peculiares, aquellas que están realmente convencidas de que, con todo, acercarnos a los otros, entregarnos a ellos, siempre será un acierto: “había descubierto que era más tolerante con la gente cuando dejaba que entraran a formar parte de su vida. Y quizás ese fuera el truco: encontrar a las personas adecuadas; ser capaz de reconocerlas y saber apreciarlas cuando las encuentras”.

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