Vivir en un mundo sin «rincones y esquinas escondidas que no estén controlados por nadie» sería, dice Bronze Age Pervert (‘BAP’), «prácticamente intolerable». Esta reflexión, recogida por BAP en su obra —‘un exhorto’, dice el autor— Bronze age mindset, es el problema central del ‘establishment’ cuando se enfrenta a la literatura radical contemporánea de autores alucinados, fascistas, peligrosos y libérrimos como Mike Ma, Delicious Tacos, Roosh V o el propio BAP. Porque la industria literaria, al menos en la esfera anglosajona, ha decidido que hay una serie de autores a los que no conviene dar un espacio. Se trata de escritores que, debido a la naturaleza de su militancia ideológica sin concesiones, no son comprometidos sino controvertidos; y ya hemos decidido gracias a una lectura cuestionable de Popper —a través de un cómic que circula por Twitter como falsa moneda, nada menos— que la diversidad ideológica es la menos conveniente de las diversidades. Consecuentemente, los guardianes de la cultura y el buen gusto han resuelto alumbrar todas las callejas de la literatura para asegurar que esta gente no tenga un espacio en la ciudad.
Sin embargo, el escultor Fen de Villiers —un habitual de estos círculos y autor de monumentales esculturas de bronce y piedra de inspiración modernista que tanto remiten a cosmovisiones hoy proscritas— advirtió un veintiséis de julio que «[a]l cerrar puertas agitáis un trapo rojo frente a un toro. No nos vamos a ir tan fácilmente. Viene un tsunami.» Estamos avisados.
Este tipo de ideas, por muy incómodas y cuestionables que sean —y lo son—, deben tener un espacio y deben ser confrontadas. Convertirlas en la nueva contracultura sólo puede beneficiar a la larga a quienes se dedican a producir libros como Bronze age mindset, ya que, en vez de circular entre nosotros por las calles de la cultura —aunque sea por las más oscuras—, lo que consiguen es que al ser expulsados de la ciudad opten por trazar un mapa nuevo, con normas y gobierno propios. Así, BAP no encuentra objeción alguna cuando proclama: «[c]reo en el Fascismo o “algo peor” y puedo decirlo de forma tan inequívoca porque, a diferencia de otros, ya he perdido toda esperanza de ser parte del mundo respetable o ganarme una audiencia respetable. He dicho durante mucho tiempo que creo en el gobierno de una casta militar de hombres capaces de guiar a la sociedad hacia una moralidad eugenésica.» No hay réplica, sino una adhesión fanática por parte de quienes han perdido su espacio gracias a la política de luces encendidas. Han sido expulsados del debate cultural y ni siquiera merecen atención, y es este ostracismo el que ha convertido la producción literaria de BAP en una interesantísima amalgama de prosa juguetona que recoge como nadie los modismos propios de la escritura online —sea en Twitter o en obscuros foros reaccionarios como el desaparecido Salò— y adorna sus a menudo demenciales postulados con un surrealismo delicioso. Su público natural, aislado, se arracima en torno a figuras similares y teje sus redes alternativas, un canon paralelo, y se radicaliza sin remedio.
¿Hasta qué punto vale la pena marginar a estos autores? ¿No hubiera sido más inteligente darles el abrazo del oso, dejar que confrontaran sus ideas con las nuestras y su discurso terminase pasando de moda? Sí, tal vez sus libros habrían perdido el encanto propio del arte producido a espaldas del sistema, pero ya depende de cada uno decidir si es más importante el arte producido por estos nuevos ‘beatniks’ o evitar el feroz enfrentamiento ideológico que ahora mismo se está fraguando. A quienes consideren que es más urgente lo segundo les diría: apedread vuestras propias farolas si no queréis que os apedreen la cara; renunciad al control total si no queréis que todo se descontrole; apagad, en fin, la luz del callejón si no queréis que os apaguen la vida a hostias.