Salvada por Spotify DJ

Entre canción y canción, no deja espacio al silencio. A escasos segundos del final, empieza un fundido que encola los primeros acordes de la siguiente. ¿Así queremos estar?

Hoy sí que hace calor, más que la semana en la que anunciaron la ola de calor (bien lo sé, que sostenía el micrófono para hacer encuestas a todos los viandantes que me encontraba por la zona). Ante esta tórrida tarde me encuentro de pie, al filo de la sombra que proyectan los soportales de El Corte Inglés (siempre habrá uno cerca para poder correr al cuarto de baño), enfrente de la parada de bus. Además, la humedad es del 58%, lo acabo de ver en el tiempo del iPhone. Pues claro, benditas apps que nos dan todos los datos en tiempo real, ¡qué haríamos sin ellas!

Mientras espero, abro Spotify y reproduzco la última canción que dejé pausada. Ayer dejé de fondo un documental de Movistar+ sobre Joan Baez, así que me quedaba pendiente la investigación musical de casi toda su discografía. Termina la canción y me quedo trasteando en el inicio de Spotify, dispuesta a hacer escucha activa. Hago clic en la lupita, y sin venir a cuento, me salta un banner azul vibrante que despierta mi interés: “Picked for you Playlist. Your very own DJ. An entirely new way to play on Spotify”. ¿Qué coño es esto? Pues es sencillo, un bot que aprovecha la IA para pinchar como un DJ la cola de reproducción. Es decir, el mismo algoritmo que ya usan, pero ahora te lo están diciendo en tu cara –lo llamarán política de transparencia–. Aunque para algunas cosas soy muy tradicional, mediterránea o natural, no puedo evitar sentir fascinación por todas las tecnologías, tendencias y pijadas (en orden cronológico) que salen al mercado –no las compro porque no me lo puedo permitir, pero estoy puestísima en el asunto: puro morbo informativo por la profesión–.

Así que me pongo a jugar. En el fondo, siento que es un reto: me sentiré ofendida por un puñetero bot si acierta con la selección musical. Pero, evidentemente, tiene un registro de todos mis datos. “Creo que se ha roto algo”, no es casualidad que esté sonando ‘Romance Romántico’, seguida de ‘Dolores Rayo’ y ‘Verano en Madrid’. Está jugando suave, fácil, con las canciones más reproducidas. Así que esas tenemos, ¿no? Vas a retratarme en base a las canciones que más escucho. Entre canción y canción, no deja espacio al silencio. A escasos segundos del final, empieza un fundido que encola los primeros acordes de la siguiente. ¿Así queremos estar? ¿Sin silencios? Es más grave de lo que pensaba. Ya no es un expositor de la falta de capacidad que tenemos para saber qué queremos escuchar o qué playlist crear. Es, además, un reflejo de la impaciencia de la vorágine de inmediatez a la que queremos atenernos siempre. Es un corte de mangas por parte de la IA: “na-na-na-na-na soy mejor que tú”, me la imagino chinchándome, como hacen los niños en parvulitos. En la radio son tan importantes los sonidos como los silencios, el descanso, la pausa. A mí siempre me ha gustado la radio porque en casa de mis padres ha estado continuamente encendida. Siempre, tan solo se sube y baja el volumen según si se desea o no escuchar. Pero siempre se oye, aunque sea un ligero murmullo, incluso en las altas horas de la madrugada. También se aprecian los silencios, cortos, pero es un espacio vacío: tan necesario para entender, para poder escoger aunque sea para saber cuál quieres que sea la siguiente canción. Porque a veces te apetece que alguien te monte una playlist, te recomiende una canción o te la pinche por la radio, pero que por lo menos sea alguien y no ese ente inhumano, frío, alejado de emoción y sentimiento de la IA, opuesto a lo que debiera representar la música. 

Así se generó el deseo de no subirme al autobús, de darme la media vuelta y entrar en esos grandes almacenes -refugio del calor en verano o del frío en invierno-, subir a la última planta (suele ser la última) y comprarme un iPod, un tocadiscos o una radio. Ya no nos pueden dejar solos, libres, ajenos a tener control sobre cada una de nuestras acciones. No quiero que adivinen mi siguiente paso, mis decisiones mensuales, qué canción es la que quiero escuchar después, ni que una IA me haga un perfil en base a los tuits (como si todo fuera cierto, serio o relacionado con la realidad), creo que no quiero volver a saber nada del Spotify Wrapped. O, ¿es que somos tan inútiles que no somos capaces de seleccionar  la siguiente canción? Este sí que debería ser el derecho a la libre autodeterminación. 

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Entre canción y canción, no deja espacio al silencio. A escasos segundos del final, empieza un fundido que encola los primeros acordes de la siguiente. ¿Así queremos estar?

Hoy sí que hace calor, más que la semana en la que anunciaron la ola de calor (bien lo sé, que sostenía el micrófono para hacer encuestas a todos los viandantes que me encontraba por la zona). Ante esta tórrida tarde me encuentro de pie, al filo de la sombra que proyectan los soportales de El Corte Inglés (siempre habrá uno cerca para poder correr al cuarto de baño), enfrente de la parada de bus. Además, la humedad es del 58%, lo acabo de ver en el tiempo del iPhone. Pues claro, benditas apps que nos dan todos los datos en tiempo real, ¡qué haríamos sin ellas!

Mientras espero, abro Spotify y reproduzco la última canción que dejé pausada. Ayer dejé de fondo un documental de Movistar+ sobre Joan Baez, así que me quedaba pendiente la investigación musical de casi toda su discografía. Termina la canción y me quedo trasteando en el inicio de Spotify, dispuesta a hacer escucha activa. Hago clic en la lupita, y sin venir a cuento, me salta un banner azul vibrante que despierta mi interés: “Picked for you Playlist. Your very own DJ. An entirely new way to play on Spotify”. ¿Qué coño es esto? Pues es sencillo, un bot que aprovecha la IA para pinchar como un DJ la cola de reproducción. Es decir, el mismo algoritmo que ya usan, pero ahora te lo están diciendo en tu cara –lo llamarán política de transparencia–. Aunque para algunas cosas soy muy tradicional, mediterránea o natural, no puedo evitar sentir fascinación por todas las tecnologías, tendencias y pijadas (en orden cronológico) que salen al mercado –no las compro porque no me lo puedo permitir, pero estoy puestísima en el asunto: puro morbo informativo por la profesión–.

Así que me pongo a jugar. En el fondo, siento que es un reto: me sentiré ofendida por un puñetero bot si acierta con la selección musical. Pero, evidentemente, tiene un registro de todos mis datos. “Creo que se ha roto algo”, no es casualidad que esté sonando ‘Romance Romántico’, seguida de ‘Dolores Rayo’ y ‘Verano en Madrid’. Está jugando suave, fácil, con las canciones más reproducidas. Así que esas tenemos, ¿no? Vas a retratarme en base a las canciones que más escucho. Entre canción y canción, no deja espacio al silencio. A escasos segundos del final, empieza un fundido que encola los primeros acordes de la siguiente. ¿Así queremos estar? ¿Sin silencios? Es más grave de lo que pensaba. Ya no es un expositor de la falta de capacidad que tenemos para saber qué queremos escuchar o qué playlist crear. Es, además, un reflejo de la impaciencia de la vorágine de inmediatez a la que queremos atenernos siempre. Es un corte de mangas por parte de la IA: “na-na-na-na-na soy mejor que tú”, me la imagino chinchándome, como hacen los niños en parvulitos. En la radio son tan importantes los sonidos como los silencios, el descanso, la pausa. A mí siempre me ha gustado la radio porque en casa de mis padres ha estado continuamente encendida. Siempre, tan solo se sube y baja el volumen según si se desea o no escuchar. Pero siempre se oye, aunque sea un ligero murmullo, incluso en las altas horas de la madrugada. También se aprecian los silencios, cortos, pero es un espacio vacío: tan necesario para entender, para poder escoger aunque sea para saber cuál quieres que sea la siguiente canción. Porque a veces te apetece que alguien te monte una playlist, te recomiende una canción o te la pinche por la radio, pero que por lo menos sea alguien y no ese ente inhumano, frío, alejado de emoción y sentimiento de la IA, opuesto a lo que debiera representar la música. 

Así se generó el deseo de no subirme al autobús, de darme la media vuelta y entrar en esos grandes almacenes -refugio del calor en verano o del frío en invierno-, subir a la última planta (suele ser la última) y comprarme un iPod, un tocadiscos o una radio. Ya no nos pueden dejar solos, libres, ajenos a tener control sobre cada una de nuestras acciones. No quiero que adivinen mi siguiente paso, mis decisiones mensuales, qué canción es la que quiero escuchar después, ni que una IA me haga un perfil en base a los tuits (como si todo fuera cierto, serio o relacionado con la realidad), creo que no quiero volver a saber nada del Spotify Wrapped. O, ¿es que somos tan inútiles que no somos capaces de seleccionar  la siguiente canción? Este sí que debería ser el derecho a la libre autodeterminación. 

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