Este lunes ha amanecido en octubre. Huele a nueve de la noche y a lluvia. Han dejado de caer gotas, pero la humedad reina en las calles. También suena el ruido de los coches al pisar los charcos. Mi deficiente vista, por culpa del astigmatismo, me permite ver de manera exageradamente distorsionada la calle, iluminada por los destellos de colores -blancos, verdes, rojos y amarillos- que emiten los semáforos, faros, carteles, casas y farolas. Mis ojos ya se han acostumbrado a descifrar y adivinar qué tengo delante. A medida que nos acercamos, reconozco a dos personas caminando bajo la protección de un paraguas.
Tan solo chispea. No es incómodo. Aunque yo también he sacado uno del bolso para refugiarnos debajo, sobre todo para que no se me moje demasiado el pelo (por lo de no lavármelo todos los días, un día sí y otro no).
Ellos van a paso lento. Nosotros vamos un poco más acelerados; son muchos años lo que nos diferencia. No es una pareja joven precisamente; llevan mucha juventud acumulada. Pasean tranquilos en una noche lluviosa de lunes, sabiendo que tal vez no tengan nada mejor que hacer y que mañana tampoco les pillará la prisa por madrugar ni ir a trabajar. Eso ya lo hicieron hace muchos años. Me gusta imaginar de qué hablarán. Vamos unos cuantos pasos por detrás. Tampoco me voy a entrometer. Voy charlando contigo, de ellos, y también te ríes de lo que explico.
Me imagino que estarán organizando su semana. Tal vez tengan que ir a recoger a algún nieto a la salida del cole, llevárselo a clases particulares de piano, ballet, fútbol, tenis, natación o a clases de repaso de matemáticas; o a merendar, o a dar un paseo, o de vuelta a casa de sus padres. O tal vez estén organizando la compra: "Mañana hacemos lentejas, o un cocido, o migas, o albóndigas”. Quizás hablen de esa exposición a la que quieren ir, de ese restaurante que quieren probar, de la película que han visto, del programa que han escuchado o del libro que están leyendo. O estén pensando en la cita médica que tienen esta semana, la revisión de la vista o del dentista. Tal vez solo hablen del frío, que hoy ha refrescado. Que tienen ganas de cenar una sopa caliente. O que están cansados.
O quizás no hablen de nada. Porque a veces, muchas veces, toca hablar de nada. Pasear en silencio, escuchando la lluvia y descifrando las figuras y carteles que consigues reconocer por la calle. Pasean sin prisa, ya han corrido todo lo que debieran. Anduvieron por todas las calles que pudieron. Han reído y llorado, comido, dormido, disfrutado y sufrido a partes iguales. Pasean con una vida encima y ya nunca más han vuelto a correr. Se dedican a pasear, con el cariño con que se dedica uno a un oficio. Es un oficio al que hay que dedicarle mucho tiempo, toda una vida precisamente. Pero, ¿hace falta algo más? Creo que es de los ejercicios que más ayuda a despejar las dudas, a aliviar los problemas y a tomar decisiones. Navegar sin rumbo, con sol, calor, lluvia o frío. En tu ciudad natal, de prestado, de visita o desconocida. Solo o acompañado. Un viernes o un lunes.
Hoy es lunes y ellos van paseando. Seguramente me haya equivocado. A lo mejor no tienen nietos, ni perro, ni médico. Quizás no cocinan, no les gusta leer, ni las películas, ni las exposiciones, ni los restaurantes. A lo mejor todo lo que pensaba era lo que estaba hablando contigo, sin decírtelo, en muchos años. Tal vez he caído en una ensoñación mientras iba paseando y el sueño me ha atrapado mientras miraba a estos señores que teníamos delante.
Vas sujetando el paraguas y frotando tu mano con mi brazo, para que no me coja el frío. Abandono mi estado onírico y llegamos al semáforo en rojo. Pasa un coche. Nos hemos quedado al lado de ellos y ahora escuchamos con claridad lo que le dice ella: “Ale, bueno. Dame un besito”, mientras inclina su cabeza con los labios de un pez. “Hasta mañana, guapa”, le contesta él con entusiasmo.
Quizás nunca estuvieron casados. Tal vez aún son novios, o es su primera cita. O son dos viudos que se sienten tan solos que necesitan compañía. O amigos. Quién sabe. Tal vez alguno de los dos tenga un viaje, o no tengan prisa. El semáforo se pone en verde. Él sale del paraguas y camina a mayor velocidad. Ella sigue por la otra calle. Nosotros seguimos detrás de él, más despacio. Tanto, que lo pierdo de vista y se camufla con la oscuridad. Ahora no quiero tener prisa.