“The wind of change is blowing through this continent and whether we like it or not, this growth of national consciousness is a political fact. And we must all accept it as a fact, and our national policies must take account of it”.
En 1960 Harold Macmillan pronunciaba estas palabras en Ciudad del Cabo, tras su tour por África como Primer Ministro Británico. Macmillan enunció con su discurso Winds of Change el cambio de perspectiva de los Conservadores respecto a la descolonización de los territorios británicos en África, proceso que habían entorpecido desde su acceso al poder en 1951 tras los gobiernos laboristas posteriores a la Segunda Guerra Mundial.
“At the same time we must recognise that in this shrinking world in which we live today the internal policies of one nation may have effects outside it”. Pese a ser un lugar común, Macmillan tenía claro algo que quizás en algunos países occidentales intentan evitar afrontar pero, los cambios, como los vientos, son imparables.
Durante este 2024 que termina, hemos podido ver cómo empiezan a levantarse vientos que arrastran cambios, vientos de poniente que empiezan a señalarnos por donde va a ir el mundo durante los próximos años .
Los cambios vienen todos del continente americano. Comienzan con la victoria de Milei a finales del pasado año y se empiezan a ver con los primeros efectos en 2024. La economía argentina comienza a mostrar signos de que las medidas tomadas por el nuevo gobierno funcionan: el mercado del alquiler se recupera tras eliminar los topes, la balanza comercial argentina presenta el superávit más alto de su historia, el yacimiento de Vaca Muerta se estima que puede situar a Argentina como el tercer país productor de la región, la inflación prosigue su mejoría, el dólar blue (tipo no oficial de cambio con el peso) cotiza casi a niveles del dólar oficial y el crecimiento trimestral del PIB asciende es del 3.9%.
La consecuencia de esto es un cambio en la percepción de Milei. El loco ha convertido a todos los incrédulos en creyentes, The Economist se rinde ante él y en Francia, sumida en el caos económico y político, llegan a desear tener su propio Milei. Para llegar aquí, Argentina sufrió primero un largo camino hacia al abismo que permitió generar un cambio en la mentalidad de la población que les permitió aceptar todo lo contrario a la ortodoxia como forma de salvación. Las medidas, arriesgadas pero lógicas, demuestran que la voluntad de hacer y de cambiar puede guiar al pueblo hacía un futuro mejor; de la misma manera, ponen en entredicho los discursos de todo el espectro centro derecha diciendo alto y claro que sí, que se pueden tomar medidas encaminadas a reducir gastos y que sí, que se pueden, y deben, romper ciertos consensos que, a veces, no son más que límites para un país.
La influencia del Peluca se puede ver claramente en la creación del Department of Government Efficiency, DOGE, anunciado por Donald Trump y que será dirigido por Elon Musk. El segundo mandato del republicano es el siguiente foco de estos vientos del cambio. El objetivo de DOGE de dinamizar y eficientar la economía americana supone un reto mayúsculo y que, como en el caso argentino, tiene un alto contenido ideológico. Los cambios irán enfocados a deshacerse de todo aquello superfluo. Una nueva forma de hacer las cosas.
Pero, lo que es más importante, la victoria de Trump es a costa de un descalabro demócrata que con una pésima candidata y una pésima campaña basada en lo woke, se dejó diez millones de votos y la presidencia. América entra con Trump, y con Musk, en una nueva era de constructores, de mirar al futuro: cohetes a Marte, ingeniería, criptomonedas, inteligencia artificial; una apuesta por la técnica como vía de salvación, la técnica para el progreso de la humanidad, la técnica como respuesta a nuestros problemas; crecer, mirar hacía adelante. Parece que los Estados Unidos se disponen a dar carpetazo a las ideas que han reinado en su esfera de opinión en la última década.
Por último, siguiendo la línea ascendente, desde Buenos Aires a Washington, y de Washington a Ontario. Justin Trudeau, no siendo santo de mi devoción, para sorpresa de nadie, quizás sea el primer mandatario liberal occidental que anuncia abiertamente que las políticas migratorias de Canadá han sido un fracaso y que hay que proceder a hacer cambios. Para Trudeau el fallo se puede resumir en tres puntos: un número de inmigrantes que es superior a la capacidad del país para acomodarlos, acrecentando las tensiones existentes en, por ejemplo, materia de vivienda, o capacidad de asimilarlos; aumento de extranjeros pero mantener déficits de trabajadores en ciertos sectores relevantes, cuestionando qué tipo de gente entra; y , por último, pero no menos importante, el abandono de los canadienses, en especial, jóvenes que en lugar de ser formados, las empresas optan por la vía fácil de la importación de la mano de obra.
El viento Trudeau, por ponerle nombre como si de un frente borrascoso se tratase, ya ha llegado a Europa de la mano de otro dirigente de izquierdas, Keir Starmer, que ha recorrido el camino de un defensor de fronteras abiertas a anunciar hace un par de semanas que, como su homólogo canadiense, el sistema actual no es sostenible. A día de hoy sigo esperando su whitepaper detallando las medidas. Hay otros países donde la academia (Dinamarca, Holanda) empiezan a poner el coste de la inmigración o donde la opinión pública (Suecia, Francia) cuestionan sus modelos migratorios.
“So we may sometimes be tempted to say 'mind your own business‘, in these days I would expand the old saying so that it says: Mind your own business, but mind how it affects my business, too”. Cerramos con Macmillan y con España y Europa, a la que estamos ligados para bien o para mal. Querrán pensar aquellos que tienen el poder o que esperan heredarlo que todo esto nos queda lejos y no nos afectará pero, se equivocan. El éxito argentino demandará soluciones similares y no habrá excusas; la brecha europea y americana se seguirá acrecentando en los años venideros al estar el viejo continente fuera de la revolución que se viene a un ritmo cada vez más mayor. En cuanto a la inmigración, en España sois los últimos de Filipinas, proyectando importar seres humanos como si de kilos de café se tratase para mantener un sistema del que ya sólo queda ver cuando se derrumba definitivamente. De todas maneras, gustaría terminar con un mensaje optimista, queda tiempo, poco según Jesús Fernández Villaverde, pero estoy convencido de que la supervivencia de España y Europa porque el nuevo signo de los tiempos obligará a sus mandatarios a ceder. Al fin y al cabo, nadie quiere ser el objetivo de un pueblo que no tiene nada que perder.