Sin marketing, sin pelo, sin temor
Adrian Mannarino, francés de 35 años, menos garbo que tu cuñado en un desfile de bañadores, ropa comprada en las rebajas de Decathlon, igual de calvo que el atún y con pinta de fabricar su propia cerveza en el garaje de su casa, esperaba despanzurrado en una silla entre las máquinas del gimnasio.