A veces llego tarde pero victoriosa, que es como llegar a tiempo

A veces te miro y me produce espanto mi propio sentimiento.

Si yo pudiera romper en llanto, chillar violentando el tenso orden, ¿recibiría tu pasión?
Sara Torres 

Hace días que estamos aquí juntos y el desajuste, desgaste entre los dos va calando lentamente. Temo lo que pasará después. Voy sabiendo lo que pasará después. Te miro y empiezo a desconocerte, acto seguido me desconozco a mí. Reconozco que me deposité en tu mirada largo rato, dependí enteramente de lo que ella me devolviera. Pero siempre estamos a tiempo de despertar de ese mal sueño. Eso pienso aquí sentada. 

Somos dos personas en un mismo espacio todavía desconocido para ambos. Eso significa que es nuevo, que ambos descubrimos juntos. Para pararse a descubrir hace falta que te sea concedido el factor tiempo, y yo quiero arrebatar el tiempo aquí. Si una puede detenerse aquí, entre el tumulto, pienso, y ver al otro atravesar los cuerpos extranjeros hacia el final de la sala, contemplando no sé qué, si una puede soportar (con el cuerpo) estos minutos, y ver al otro alejarse, mirarse las manos y detenerse ante el reflejo de los ventanales como quien por fin sorprende a su reflejo y se ve sin el otro, entonces puedo darme cuenta de esa distancia abismal que nos separa: algo impide el encuentro que un día hubo entre nuestros cuerpos, algo se ha fracturado. ¿Qué es? ¿Es mi forma nueva de vernos? Si soporto más minutos mirando la escena más allá de mí misma, me golpea esta mirada de Orfeo desconfiado. Una verdadera anagnórisis, pienso, ahí donde la realidad es cruda y altera para siempre el afuera. Con el anhelo de una primera vez algo se modifica extraordinariamente. No puedo no ver. Edipo Rey. Esto es una anagnórisis: el descubrimiento, el desvelamiento de una identidad propia y ajena oculta hasta ahora, de impacto definitivo y brutal, puesto que la visión de uno mismo, del otro y del mundo es nueva de ahora en adelante. Los héroes trágicos transitan el viaje hacia la identidad a través del dolor y la dulzura, concediéndoles de forma simultánea otra verdad. Yo, sin tragedia ni asesinato, ni venganza, sin heroicidades, ahora que puedo observarte bien entre la gente, veo que hoy, ahora, que estamos juntos en el mismo espacio, ya pertenecemos al grupo de los recuerdos. Ya acontece nuestro encuentro por última vez. Reconozco la identidad de lo que pasa: despierto delante de ti. Y es doloroso, a fin de cuentas. 

Los amantes del Pont-Neuf (1991, Leos Carax)

Entonces escribo: 

Tus gestos huyen de ti constantemente: se escapan, y apenas llegan a tiempo. Tic tic tic golpeas tus dedos contra mi espalda, eso es, ya te has ido. La huida a través del gesto, herida de quien siempre querrá marcharse. ¿Qué hacer? cuando sin embargo dentro del silencio en esta sala cedes tu palma a mi pierna y me acaricias a veces, y ese gesto entero me basta para calmar la percusión de las preguntas. Me ofreces tus dedos y yo los agarro al vuelo. Todavía me envuelves en cariño a través de otros lenguajes que aún no entiendo del todo aunque anhelo otorgarles el puesto de: nuestros. Pero ¿qué hará el lenguaje en nuestro lugar a estas alturas? o, mejor dicho, ¿qué haremos nosotros? ya vuelven las preguntas al mirarte de lejos. A veces te miro y me produce espanto mi propio sentimiento. Te miro, guardo tus palabras e historias, tu estructura, tu nariz. Te miro entre la belleza de lo demás y te rescato siempre a ti. Me espanta, me avergüenza mirarte así. Porque empiezo a descubrir que tú no hablas mi lengua ni yo la tuya, no te entiendo y no sé cuánto de eso importa. Empiezo a intuir lo que nos separa. Los lenguajes del cariño son tan distintos en el uno y en el otro. Oscilo entre el miedo, la infinita ternura, la vida misma. 

Tal vez he de buscar otros lenguajes con los que pueda hacer comulgar mejor mi cuerpo. Tal vez he de abandonar, por fin, este eufemismo entorno al habla y escribir lo que tanto miedo me da: que tú nunca me mirarás con estos ojos y que, contra todo pronóstico y con cierta angustia, el mundo seguirá girando medio torcido en su eje con normalidad, hasta donde yo sé todo transcurrirá sin grandes aspavientos o alteraciones, y, con el tiempo, quizás habré encontrado un sendero llano entre todo aquello que temí que fuera demasiado escabroso como para poder ser atravesado más tarde, porque eso es lo que produce el desajuste o el destiempo entre los cuerpos: miedo a la roca, al impedimento, al impacto en el hueso tras un paso mal seguido de otro, al gemido seco de lo desacompasado, un tropiezo contra lo que una ya no puede evitar dejar de ver. (¿El desamor?), y tus ojos independientes de mi mirada (que no impermeables o ajenos) te arrebatarán tentativas e ilusión, o desconcierto, aún no lo sé, ojalá, y que se acompañe de amor y nuevas preguntas o necesidad de venir o de quedarte más cerca, pero aún con todo jamás te arrebatarán a ti y eso será, en el fondo, mi suerte. Me identifico, me descubro al margen. 

Tú siempre serás Un Otro. Y yo Una Otra.

Tú siempre serás un otro. Este es el comienzo para el paso siguiente, porque deseo tener fuerza para soltarte la mano y dejarlo estar. No arrebatarme de mí tras el impulso. Ceder ante el abismo. Imagino el momento de marcharme generando un bálsamo para el miedo: ardientemente triste, apasionadamente tierno, extrañamente frustrado, sorprendentemente feliz. ¿Qué hacer cuando esto ocurre? ¿Cómo armarme? Te quiero. Qué tristeza de golpe. Qué solitario encuentro entre esto y aquello. Qué torpes son las palabras ahora. Si ellas me concedieran la fuerza suficiente. pero no bastará. Tendrá que ser mi cuerpo el que se interponga junto a ellas. Tendrá que ser mi cuerpo el que tenga piedad. 

Me concedo otra mirada al margen de ti. Otra lengua. Otro estadio. Otro ser. Otro, otro, otro. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

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Si yo pudiera romper en llanto, chillar violentando el tenso orden, ¿recibiría tu pasión?
Sara Torres 

Hace días que estamos aquí juntos y el desajuste, desgaste entre los dos va calando lentamente. Temo lo que pasará después. Voy sabiendo lo que pasará después. Te miro y empiezo a desconocerte, acto seguido me desconozco a mí. Reconozco que me deposité en tu mirada largo rato, dependí enteramente de lo que ella me devolviera. Pero siempre estamos a tiempo de despertar de ese mal sueño. Eso pienso aquí sentada. 

Somos dos personas en un mismo espacio todavía desconocido para ambos. Eso significa que es nuevo, que ambos descubrimos juntos. Para pararse a descubrir hace falta que te sea concedido el factor tiempo, y yo quiero arrebatar el tiempo aquí. Si una puede detenerse aquí, entre el tumulto, pienso, y ver al otro atravesar los cuerpos extranjeros hacia el final de la sala, contemplando no sé qué, si una puede soportar (con el cuerpo) estos minutos, y ver al otro alejarse, mirarse las manos y detenerse ante el reflejo de los ventanales como quien por fin sorprende a su reflejo y se ve sin el otro, entonces puedo darme cuenta de esa distancia abismal que nos separa: algo impide el encuentro que un día hubo entre nuestros cuerpos, algo se ha fracturado. ¿Qué es? ¿Es mi forma nueva de vernos? Si soporto más minutos mirando la escena más allá de mí misma, me golpea esta mirada de Orfeo desconfiado. Una verdadera anagnórisis, pienso, ahí donde la realidad es cruda y altera para siempre el afuera. Con el anhelo de una primera vez algo se modifica extraordinariamente. No puedo no ver. Edipo Rey. Esto es una anagnórisis: el descubrimiento, el desvelamiento de una identidad propia y ajena oculta hasta ahora, de impacto definitivo y brutal, puesto que la visión de uno mismo, del otro y del mundo es nueva de ahora en adelante. Los héroes trágicos transitan el viaje hacia la identidad a través del dolor y la dulzura, concediéndoles de forma simultánea otra verdad. Yo, sin tragedia ni asesinato, ni venganza, sin heroicidades, ahora que puedo observarte bien entre la gente, veo que hoy, ahora, que estamos juntos en el mismo espacio, ya pertenecemos al grupo de los recuerdos. Ya acontece nuestro encuentro por última vez. Reconozco la identidad de lo que pasa: despierto delante de ti. Y es doloroso, a fin de cuentas. 

Los amantes del Pont-Neuf (1991, Leos Carax)

Entonces escribo: 

Tus gestos huyen de ti constantemente: se escapan, y apenas llegan a tiempo. Tic tic tic golpeas tus dedos contra mi espalda, eso es, ya te has ido. La huida a través del gesto, herida de quien siempre querrá marcharse. ¿Qué hacer? cuando sin embargo dentro del silencio en esta sala cedes tu palma a mi pierna y me acaricias a veces, y ese gesto entero me basta para calmar la percusión de las preguntas. Me ofreces tus dedos y yo los agarro al vuelo. Todavía me envuelves en cariño a través de otros lenguajes que aún no entiendo del todo aunque anhelo otorgarles el puesto de: nuestros. Pero ¿qué hará el lenguaje en nuestro lugar a estas alturas? o, mejor dicho, ¿qué haremos nosotros? ya vuelven las preguntas al mirarte de lejos. A veces te miro y me produce espanto mi propio sentimiento. Te miro, guardo tus palabras e historias, tu estructura, tu nariz. Te miro entre la belleza de lo demás y te rescato siempre a ti. Me espanta, me avergüenza mirarte así. Porque empiezo a descubrir que tú no hablas mi lengua ni yo la tuya, no te entiendo y no sé cuánto de eso importa. Empiezo a intuir lo que nos separa. Los lenguajes del cariño son tan distintos en el uno y en el otro. Oscilo entre el miedo, la infinita ternura, la vida misma. 

Tal vez he de buscar otros lenguajes con los que pueda hacer comulgar mejor mi cuerpo. Tal vez he de abandonar, por fin, este eufemismo entorno al habla y escribir lo que tanto miedo me da: que tú nunca me mirarás con estos ojos y que, contra todo pronóstico y con cierta angustia, el mundo seguirá girando medio torcido en su eje con normalidad, hasta donde yo sé todo transcurrirá sin grandes aspavientos o alteraciones, y, con el tiempo, quizás habré encontrado un sendero llano entre todo aquello que temí que fuera demasiado escabroso como para poder ser atravesado más tarde, porque eso es lo que produce el desajuste o el destiempo entre los cuerpos: miedo a la roca, al impedimento, al impacto en el hueso tras un paso mal seguido de otro, al gemido seco de lo desacompasado, un tropiezo contra lo que una ya no puede evitar dejar de ver. (¿El desamor?), y tus ojos independientes de mi mirada (que no impermeables o ajenos) te arrebatarán tentativas e ilusión, o desconcierto, aún no lo sé, ojalá, y que se acompañe de amor y nuevas preguntas o necesidad de venir o de quedarte más cerca, pero aún con todo jamás te arrebatarán a ti y eso será, en el fondo, mi suerte. Me identifico, me descubro al margen. 

Tú siempre serás Un Otro. Y yo Una Otra.

Tú siempre serás un otro. Este es el comienzo para el paso siguiente, porque deseo tener fuerza para soltarte la mano y dejarlo estar. No arrebatarme de mí tras el impulso. Ceder ante el abismo. Imagino el momento de marcharme generando un bálsamo para el miedo: ardientemente triste, apasionadamente tierno, extrañamente frustrado, sorprendentemente feliz. ¿Qué hacer cuando esto ocurre? ¿Cómo armarme? Te quiero. Qué tristeza de golpe. Qué solitario encuentro entre esto y aquello. Qué torpes son las palabras ahora. Si ellas me concedieran la fuerza suficiente. pero no bastará. Tendrá que ser mi cuerpo el que se interponga junto a ellas. Tendrá que ser mi cuerpo el que tenga piedad. 

Me concedo otra mirada al margen de ti. Otra lengua. Otro estadio. Otro ser. Otro, otro, otro. 

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