Es muy difícil hablar de la paternidad sin conocerla, pero siempre me he aventurado a soñar que algún día mis ojos, mi pelo o mi carácter formarán parte de otra persona. Mi mayor miedo es ser el espejo en el que alguien se mire cuando dude, porque no soy ejemplo de nada, aunque me parece más atractiva la idea de ser su primera línea de defensa frente a la barbarie. He fantaseado cientos de veces viéndolos correr por el pasillo y, quien sabe, si me va bien, por un jardín. Porque, para mí, el número perfecto siempre han sido tres, como los tres mosqueteros.
Ver como crecen por las playas en las que construí mis primeros castillos, tuve mis primeros amores de verano y descubrí que la felicidad iba de la mano de mis padres y mis hermanos. Me gustaría enseñarles la Castilla donde vi atardeceres imposibles de describir y ver en sus ojos el reflejo de ese cielo trabajado con las manos del campo. Transmitirles la importancia de lo mundano, como mi padre me lo transmite a mí en todas y cada una de las comidas que celebramos en casa rodeados de sus amigos. Porque lo importante siempre ha sido quienes se sientan en tu mesa, quienes conocen tus miserias, pero se quedan a combatir, y celebrar los triunfos de los amigos como si fueran propios. Me encantaría perderme de vuestra mano por el campo para que cuando estéis cansados mis brazos sean vuestra cama y en ellos podáis dormir. Veros dibujar en el salón con vuestra madre desde la cocina mientras preparo la cena y colgar vuestra primera obra de arte, donde apenas seré cuatro garabatos de color carne llenos de amor, como si fueran un Sorolla o un Picasso. Despertarme de madrugada por vuestros llantos porque ya no tenéis sueño y llegar al trabajo tratando de entender cómo en tan poco tiempo se puede querer tanto a alguien. Jugar en los columpios de cualquier parque y enamorarme de esas sonrisas que tanto hacen brillar los ojos de vuestra madre. Sentir como mis sábanas son el refugio a vuestras pesadillas, a vuestras idas y venidas y a vuestros miedos más profundos. Acumular horas en la alfombra tratando de que no os comáis los juguetes dudando si he vuelto a ser un niño y quién es más feliz.
Sólo quiero veros crecer y ver qué hay de vosotros en mí. Si tenéis la querencia de vuestro abuelo o la bondad de vuestra abuela. Si habéis heredado los rasgos de vuestra madre o me recordaréis cómo era cuando todo lo que estamos construyendo ni siquiera había empezado a existir. Conoceréis las calles de Oviedo y según vayáis creciendo aceptaré con orgullo el papel de cuentacuentos para aburriros con mis historias y evitar que cometáis mis errores.
Nunca me importará vuestra opinión política, vuestros gustos o vuestras manías. Seréis lo que queráis ser y mis recursos estarán a vuestra disposición para tratar de conseguirlo, aunque a veces puede que no os entienda. Si creéis que es ahí, id a por ello. Peleadlo, mancharos de barro, decepcionaros, fracasad y volved a empezar hasta que logréis tenerlo. Pero dejadme deciros que no conseguir las cosas forma parte del éxito y que este no es ganar mucho dinero, sino tener la conciencia tranquila y una familia y unos amigos que te quieran por cómo eres y no por lo que aspiras a ser.
Tened presente que vuestro padre no es un ser indestructible, que llora cuando está solo y que también tiene miedo. Sobre todo, desde que el primero de vosotros llegó al mundo. No penséis que soy un hombre perfecto, pero, aunque al principio no lo entendáis, creedme cuando os digo que todo lo que haga será buscando vuestro beneficio. Las paredes que forman nuestra casa serán vuestro patio de recreo y el único lugar en el mundo donde siempre tendréis la puerta abierta. Por eso debéis de quereros y cuidaros entre vosotros. Aunque también pasaréis etapas donde estaréis más tiempo tirándoos de los pelos que construyendo recuerdos. Pero lo importante es que seáis conscientes de que las únicas personas que estarán siempre a vuestro lado serán vuestros padres y vuestros hermanos.
No sé si esta carta algún día tendrá destinatarios. Primero tendré que encontrar a la mujer de mi vida y, mientras tanto, me quedaré embobado viendo a otros niños pequeños caminar por la calle o disfrutaré de los que vayan naciendo a mi alrededor. Pero sí sé que a todo lo que aspiro como padre se lo debo a el mío. Y, por lo tanto, mis hijos tendrán que entender que todo lo que somos viene de una persona con unos valores que hace tiempo que se dejaron de ver por la calle. Un hombre leal a los suyos y a sí mismo por encima de cualquier cosa. Mis hijos se parecerán a mí, pero, inevitablemente, serán un reflejo de todo lo que he aprendido de ti, papá. Porque mi vida, y también la suya, no será otra cosa que la continuación de la tuya. Un legado que se transmitirá de corazón a corazón. Su latir será nuestro latir.