Air China CA 848

Dediqué mucho tiempo a pensar en cómo soportar un vuelo de once horas. En la cola del embarque procedía a tomar la primera de las pastillas.

A los drogadictos les pasa como a muchas otras enfermedades que dependen de lo rico que seas; nadie te va a excluir socialmente si te metes una troncha de cocaína en la oficina a las siete de la tarde para apurar un poco más la jornada y antes de cenar com unos clientes; pero si eres un mugroso dependiente que vive en la calle y cuyo olor es una mezcla de todos los posibles donde destaca con intensidad la orina, pues nadie te va a tener en cuenta. Llevo tiempo pensando en que a cuántas malas decisiones estamos de dormir en un banco.

Durante la semana, entre otras ocupaciones personales y profesionales, dediqué mucho tiempo a pensar en cómo soportar un vuelo de once horas; principalmente, como iba a distribuir el uso de alprazolam para pasar el vuelo de manera más amena. Este uso de mi tiempo me generó lo dicho en el primer párrafo; como diferente es el enfoque de drogarse en una fiesta y otra para soportar el día a día, los unos son unos drogatas los otros son nuestros vecinos, amigos, compañeros de cubículo, nuestras parejas.

En la cola del embarque procedía a tomar la primera de las pastillas. El efecto tarda cerca de treinta o cuarenta y cinco minutos en empezar, lo suficiente como para superar el embarque y que te pegue cuando vas a despegar. Da gusto despegar sin tener que bañar en sudor la mano de mi novia o hacerle heridas en el muslo a causa de la tensión.

El vuelo va como esperaba, no porque piense que va a ir bien, si no porque dediqué una semana a ver la meteorología y la situación atmosférica. Suelo hacer una captura de pantalla para poder mirarla si se pone a temblar el cacharro y pensar que es normal, que estaba previsto. Avanzado el vuelo lo único que me generaba dudas era que Rusia decidiera pegarnos petardazo como ya hicieron hace unos años pensando que éramos un dron polaco, cosa que se disipa rápido ya que siendo un avión de una aerolínea China diría que a Vladimiro no le compensa el convertirnos en polvo y ceniza. 

Sobrevolando la estepa, el movimiento del avión empezó a desacoplarse de lo que estaba en mi pantallazo, para tranquilizarme intentaba pensar en el vídeo donde explican las turbulencias como la gelatina; básicamente somos como un hueso dentro de una gelatina, estamos suspendidos por la acción de múltiples fuerzas y las turbulencias son como los golpes que le da la gelatina, ves como se mueve el hueso pero no se puede caer; funciona temporalmente. Intento molestar a mi novia pero tras devorar un libro sobre una chica autista, ha pasado a Sally Rooney; libro que compré en el aeropuerto, ya en descuento, ante su mirada atónita tras haberse quejado de los que ya había metido en la maleta. De extranjis, meto la mano en el bolsillo y cuento las pastillas que llevo en el bolsillo del pijama, saco una sin problema y la tomo. Sigue el movimiento y no me relajo, repito la jugada mientras cuento cuántas me quedan para la vuelta.

Cuando parece que me relajo viene una azafata que me pregunta si estoy bien en un inglés más bien macarrónico, como el de Emilio Botín; le digo que lo que me pasa es que odio volar. Ella esperaba esa respuesta. Me pide que la acompañe. Mi novia que ya empezó a dormirse se queda en el asiento y yo sigo a la azafata a la parte de atrás del avión; este parece el inicio de cualquier vídeo de cierto portal del que no sé el nombre. No es el caso. La parte de atrás del avión donde se juntan las azafatas se parece más a un piso de Barcelona durante el Primavera Sound: speed, coca, un poco de todo, y también keta; en un Primavera Sound aprendí que la utilidad de la keta es realmente ayudar a dormir después de un buen colocón. Mientras todos intentan descansar, las azafatas (y azafatos) tienen montada una farmacia a cuarenta mil pies digna del botín que se lleva a casa un policía nacional tras una redada. 

La azafata que me lleva hasta allí les dice algo, no hablo chino, y lo siguiente es que un amable azafato me pinta una raya de keta; no se que pensar, de primeras el cuerpo me pide que me vaya a mi sitio y por otro lado, un meneo del pajarraco metálico hace que esnife la keta como si llevase toda la vida usando llaves para meterme picos. Me prepara otra. El azafato me dice que la necesito, que your weight is like mine, you need two, ¿quién soy yo para discutirlo? Me la meto, cojo unos crackers y vuelvo a mi sitio. 

Mi novia me pregunta que dónde estaba, le digo que fui a por comida pero que solo quedan crackers. Empiezo a notar el calor de la relajación subiendo por las piernas, me siento cómo después de tomarme un cocido y me voy a echar la siesta.

Me despierto. Se mueve. Se mueve mucho. Miro el pantallazo, deberíamos estar tranquilos como en un mar en calma. Mi novia duerme, todo el mundo parece tranquilo; ¿qué coño les pasa? El techo vibra, la pared que da justo al ala se mueve como si estuviera a punto de combarse; intento relajarme pensando en ketamina y gelatina. Fracaso. Se agita, se remueve; son sacudidas constantes, giros que no tienen sentido y que no quedan recogidos por la pantalla de vuelo. Descendemos de golpe y yo he recitado el credo ocho veces, miro a mi novia y duerme ¿cómo lo hace? Los azafatos pasean a saltos entregando agua a los pasajeros que en muchos casos, la mayoría, acaba sobre su ropa. Algo anuncian en chino y de repente el avión procede a ponerse perpendicular, puedo ver por la ventana el suelo; el ala empieza a convarse hasta que la física entra en acción y la rompe; el avión se da la vuelta, estamos boca abajo y se oye el crack, esta vez es el otro ala, volamos sin alas, miro a mi novia que sigue durmiendo intento despertarla pero no puedo; grito, chillo, la golepo y no reacciona; caemos en picado; el resto del ala que quedaba unido a la aeronave sale despegado, justo la parte del casco que está pegado a mi asiento, poco después salgo despegado junto con otros pasajeros que parecen ajenos a todo, leen mientras flotan en la atmósfera, yo mientras caigo sin remedio.

Me despierto. Estoy en medio de un hospital. Me cuenta mi novia que empecé a convulsionar en medio del vuelo y tuvimos que aterrizar de emergencia en Ulan Bator, los médicos dicen que ha podido ser un mal de altura. No han avisado aún a mis padres; la aerolínea dice que lo cubre todo, pienso que menos mal si no canto la traviata. Le pido que me acerque el móvil, wassap breve a mi madre, después escribo esto y le digo que se lo mande a Fernando, que con el cambio de hora quizás le dé tiempo a meterlo en la web mañana.

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Dediqué mucho tiempo a pensar en cómo soportar un vuelo de once horas. En la cola del embarque procedía a tomar la primera de las pastillas.

A los drogadictos les pasa como a muchas otras enfermedades que dependen de lo rico que seas; nadie te va a excluir socialmente si te metes una troncha de cocaína en la oficina a las siete de la tarde para apurar un poco más la jornada y antes de cenar com unos clientes; pero si eres un mugroso dependiente que vive en la calle y cuyo olor es una mezcla de todos los posibles donde destaca con intensidad la orina, pues nadie te va a tener en cuenta. Llevo tiempo pensando en que a cuántas malas decisiones estamos de dormir en un banco.

Durante la semana, entre otras ocupaciones personales y profesionales, dediqué mucho tiempo a pensar en cómo soportar un vuelo de once horas; principalmente, como iba a distribuir el uso de alprazolam para pasar el vuelo de manera más amena. Este uso de mi tiempo me generó lo dicho en el primer párrafo; como diferente es el enfoque de drogarse en una fiesta y otra para soportar el día a día, los unos son unos drogatas los otros son nuestros vecinos, amigos, compañeros de cubículo, nuestras parejas.

En la cola del embarque procedía a tomar la primera de las pastillas. El efecto tarda cerca de treinta o cuarenta y cinco minutos en empezar, lo suficiente como para superar el embarque y que te pegue cuando vas a despegar. Da gusto despegar sin tener que bañar en sudor la mano de mi novia o hacerle heridas en el muslo a causa de la tensión.

El vuelo va como esperaba, no porque piense que va a ir bien, si no porque dediqué una semana a ver la meteorología y la situación atmosférica. Suelo hacer una captura de pantalla para poder mirarla si se pone a temblar el cacharro y pensar que es normal, que estaba previsto. Avanzado el vuelo lo único que me generaba dudas era que Rusia decidiera pegarnos petardazo como ya hicieron hace unos años pensando que éramos un dron polaco, cosa que se disipa rápido ya que siendo un avión de una aerolínea China diría que a Vladimiro no le compensa el convertirnos en polvo y ceniza. 

Sobrevolando la estepa, el movimiento del avión empezó a desacoplarse de lo que estaba en mi pantallazo, para tranquilizarme intentaba pensar en el vídeo donde explican las turbulencias como la gelatina; básicamente somos como un hueso dentro de una gelatina, estamos suspendidos por la acción de múltiples fuerzas y las turbulencias son como los golpes que le da la gelatina, ves como se mueve el hueso pero no se puede caer; funciona temporalmente. Intento molestar a mi novia pero tras devorar un libro sobre una chica autista, ha pasado a Sally Rooney; libro que compré en el aeropuerto, ya en descuento, ante su mirada atónita tras haberse quejado de los que ya había metido en la maleta. De extranjis, meto la mano en el bolsillo y cuento las pastillas que llevo en el bolsillo del pijama, saco una sin problema y la tomo. Sigue el movimiento y no me relajo, repito la jugada mientras cuento cuántas me quedan para la vuelta.

Cuando parece que me relajo viene una azafata que me pregunta si estoy bien en un inglés más bien macarrónico, como el de Emilio Botín; le digo que lo que me pasa es que odio volar. Ella esperaba esa respuesta. Me pide que la acompañe. Mi novia que ya empezó a dormirse se queda en el asiento y yo sigo a la azafata a la parte de atrás del avión; este parece el inicio de cualquier vídeo de cierto portal del que no sé el nombre. No es el caso. La parte de atrás del avión donde se juntan las azafatas se parece más a un piso de Barcelona durante el Primavera Sound: speed, coca, un poco de todo, y también keta; en un Primavera Sound aprendí que la utilidad de la keta es realmente ayudar a dormir después de un buen colocón. Mientras todos intentan descansar, las azafatas (y azafatos) tienen montada una farmacia a cuarenta mil pies digna del botín que se lleva a casa un policía nacional tras una redada. 

La azafata que me lleva hasta allí les dice algo, no hablo chino, y lo siguiente es que un amable azafato me pinta una raya de keta; no se que pensar, de primeras el cuerpo me pide que me vaya a mi sitio y por otro lado, un meneo del pajarraco metálico hace que esnife la keta como si llevase toda la vida usando llaves para meterme picos. Me prepara otra. El azafato me dice que la necesito, que your weight is like mine, you need two, ¿quién soy yo para discutirlo? Me la meto, cojo unos crackers y vuelvo a mi sitio. 

Mi novia me pregunta que dónde estaba, le digo que fui a por comida pero que solo quedan crackers. Empiezo a notar el calor de la relajación subiendo por las piernas, me siento cómo después de tomarme un cocido y me voy a echar la siesta.

Me despierto. Se mueve. Se mueve mucho. Miro el pantallazo, deberíamos estar tranquilos como en un mar en calma. Mi novia duerme, todo el mundo parece tranquilo; ¿qué coño les pasa? El techo vibra, la pared que da justo al ala se mueve como si estuviera a punto de combarse; intento relajarme pensando en ketamina y gelatina. Fracaso. Se agita, se remueve; son sacudidas constantes, giros que no tienen sentido y que no quedan recogidos por la pantalla de vuelo. Descendemos de golpe y yo he recitado el credo ocho veces, miro a mi novia y duerme ¿cómo lo hace? Los azafatos pasean a saltos entregando agua a los pasajeros que en muchos casos, la mayoría, acaba sobre su ropa. Algo anuncian en chino y de repente el avión procede a ponerse perpendicular, puedo ver por la ventana el suelo; el ala empieza a convarse hasta que la física entra en acción y la rompe; el avión se da la vuelta, estamos boca abajo y se oye el crack, esta vez es el otro ala, volamos sin alas, miro a mi novia que sigue durmiendo intento despertarla pero no puedo; grito, chillo, la golepo y no reacciona; caemos en picado; el resto del ala que quedaba unido a la aeronave sale despegado, justo la parte del casco que está pegado a mi asiento, poco después salgo despegado junto con otros pasajeros que parecen ajenos a todo, leen mientras flotan en la atmósfera, yo mientras caigo sin remedio.

Me despierto. Estoy en medio de un hospital. Me cuenta mi novia que empecé a convulsionar en medio del vuelo y tuvimos que aterrizar de emergencia en Ulan Bator, los médicos dicen que ha podido ser un mal de altura. No han avisado aún a mis padres; la aerolínea dice que lo cubre todo, pienso que menos mal si no canto la traviata. Le pido que me acerque el móvil, wassap breve a mi madre, después escribo esto y le digo que se lo mande a Fernando, que con el cambio de hora quizás le dé tiempo a meterlo en la web mañana.

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