Un texto no es un texto más que si esconde a la primera mirada, al primer llegado, la ley de su composición y la regla de su juego. Un texto permanece además siempre imperceptible.
Jacques Derrida, comienzo de La farmacia de Platón, 1968
Farmacea I: punto de cruz
Todo texto permanece oculto porque se presenta como un conjunto de telas que se envuelven entre sí. Un texto es siempre la tela que envuelve la tela y los pliegues en los que podemos detenernos mientras intentamos desenvolverlo para llegar a él son infinitos.
Cualquier texto es ante todo textual, textil. Las telas que lo conforman están a su vez conformadas por hilos que también entre ellos se enlazan. Seguir el hilo conductor de un texto es fijarse en uno de ellos y comenzar a desenvolverlo por ahí, sin que ello implique deshacerlo. ¿Es leer un texto deshacerlo? Toda lectura, interpretación o hermenéutica es a la vez destrucción el objeto mismo -del texto- en la medida en que este se va desenvolviendo; también creación, si se quiere, de significaciones y sentidos. Pero esto ha de hacerse sin tocar al texto mismo. Bordar, en este caso, no es tanto añadir hilos, enredarlos en la tela, entrecruzarlos entre ellos… “Añadir no es aquí otra cosa que dar a leer (…) no se trata de bordar, salvo si se considera que saber bordar es saber seguir el hilo dado”. Lo que hay, ya está dado en el texto mismo, en la tela, y para llegar a ello hay que deshacer, hacer deshaciendo, crear sin tocar.
Pensando en la posibilidad de que la escritura sea la lectura, es decir, de que leer sea lo mismo que escribir, habría que decir que intentar acercase a esto pasa necesariamente por el ejercicio de descoser. “Habría, pues, con un solo gesto, pero desdoblado, que leer y escribir. Y no habría entendido nada del juego quien se sintiese por ello autorizado a añadir, es decir, a añadir cualquier cosa”.
Hay textos que llevan siglos desenvolviéndose, mostrándose y ocultándose muy lentamente. El Fedro es uno de ellos.
Tradicionalmente ha sido considerado como uno de los diálogos de juventud de Platón y, por ello, tachado de confuso, inmaduro e incluso exaltado. No resulta extraño si tenemos en cuenta, por una parte, el tema del diálogo -Fedro o de la Belleza- y, por otra, la polémica relación que Platón tiene con la escritura y, sobre todo, con los que escriben.
Quizá precisamente porque echó a los poetas de la ciudad, este diálogo comienza con una conversación entre Fedro y Sócrates fuera de la muralla. Sólo extramuros de la polis, de donde la poesía fue desterrada en lo que posiblemente sea una de las decisiones más trágicas que se tomaron nunca en la Historia de la Filosofía, puede reflexionarse acerca de la escritura y de todas sus implicaciones.
SÓCRATES.- ¡Oh, querido Fedro! ¿Adónde vas y de dónde vienes?
FEDRO.- De casa de Lisias, hijo de Céfalo, y voy a pasearme fuera de las murallas (…) y por seguir el precepto de Acúmene, nuestro común amigo, me paseo por los caminos, pues él dice que es cosa que descansa más que pasearse bajo los pórticos.
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Salir de la ciudad y de los pórticos de la Academia significa poder tomar distancia de ella y de las prácticas que allí tienen lugar. Sólo con la libertad que otorga el afuera puede reflexionarse sobre todo cuanto acontece dentro.
SÓCRATES.- Vamos, pues, y busca un sitio donde sentarnos.
FEDRO.- ¿Ves aquel plátano tan elevado?
SÓCRATES.- Sí.
FEDRO.- Bajo su copa hallaremos sombra, una ligera brisa y hierba para sentarnos o recostarnos si queremos.
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Sócrates y Fedro se sientan a la sombra del plátano a hablar y discutir. Las grandes hojas del árbol tapan el sol, protegiéndolos del calor sofocante que se cierne sobre todo este diálogo. La atmósfera que envuelve esta escena es realmente extraña, casi alucinatoria, por varios motivos. En primer lugar, porque no es habitual que Platón ubique sus escenas fuera de la polis y, mucho menos, en medio de la naturaleza. Es raro que el principal enemigo de la mímesis se detenga a hacer una descripción del paisaje, por somera que esta sea. En el diálogo son varias las referencias al árbol del plátano, a las hojas de hierba y a la corriente del río Iliso que baña los pies de los interlocutores. “Platón” y “plátano” tienen la misma raíz etimológica (πλατύς, platys), que significa “ancho”; se entiende que Platón por los hombros y el plátano por ser un árbol voluminoso.
Tradicionalmente, el símbolo del sol, de la luz, es asociado al conocimiento, tal y como se explica en el mito de la caverna, un viaje desde la oscuridad de la ignorancia a la luz del saber. Esta luz que cegó en un primer momento las retinas del esclavo liberado, es la misma de la que se protegen Sócrates y Fedro bajo el plátano. De alguna manera, esta es una reflexión en la sombra, extramuros de la polis y, de alguna manera, también algo al margen de la filosofía platónica más ortodoxa. Es como si Platón, escribiendo esto, se hiciese trampas a sí mismo, procurando para este diálogo un lugar prohibido y privilegiado a la vez, fuera de los límites que él mismo trazó alrededor de la ciudad, haciéndolo posible.
Por último, cabe señalar la continua referencia a las hojas de hierba sobre las cuales es posible reclinarse y descansar. La hierba y las hojas del plátano son también telas. Son bibliois, hojas. Las hojas de los árboles son las mismas hojas que las de papel, podríamos decir. Βιβλίον hace referencia al papel, tableta o soporte para escribir, a las hojas de un cuaderno, a las hojas de un árbol o a las telas que envuelven en texto.
…
Estaba una vez cosiendo, y estando sin poder rezar ni leer, que a veces me acaecía, y no podía estar sin hacer nada, paréceme que me vi un ángel cabe mí en el lado izquierdo, en forma corporal... No era grande, sino pequeño, hermoso mucho...
Santa Teresa de Jesús en El libro de la vida, capítulo 29, 13
“Pocas cosas hay de que podamos sacar algún remedio para comer, sino de hilar y labrar con las manos, que esto se nos ha de dar
Santa Teresa de Jesús en Las Fundaciones, capítulo 3, 8
Apéndice. Este texto se tejió a partir de una conversación con mi madre hablando sobre el punto de cruz. Esta conversación derivó a su vez en otras conversaciones entre mi madre y sus amigas; una de ellas, compañera de sus clases de costura, fue mi maestra de infantil y quien me enseñó a leer, escribir y supongo que también a coser.
El punto de cruz trata de hacer el máximo número de puntos con un mismo hilo de un color. Hay muchas maneras de hacer la cruz; yo siempre intento hacer siempre hacia abajo o siempre hacia arriba la primera, pero siempre del mismo lado porque me parece que queda mejor. Yo creo que hay que hacer la cruz siempre hacia el mismo lado, pero a otras personas les da igual. Está bien de cualquier manera. Sí que hay que seguir el gráfico, que te va diciendo lo que tienes que hacer…y contar los puntos, claro.
En un cuadro grande es mejor hacer todas las cruces hacia abajo porque salen muy igualitas y se avanza deprisa. Si te quedas sin hilo tienes que rematar en la parte de atrás y después volver a empezar. Hay distintos tipos de rematar y también de iniciar. Estas dos cosas son muy importantes si quieres que la parte de detrás de la tela te quede parecida a la de delante. En realidad es igual, porque no se va a ver, pero a mí me gusta que quede lo más parecida posible. Cuanto mejor inicies y rematas más se parecerá el dibujo de detrás al de delante. Me gusta cuando las cruces salen perfectas y no se notan los cambios de hilo ni los comienzos ni finales de las hebras.
Hay puntos diferentes, no sólo punto de cruz. También se puede hacer punto lineal, por ejemplo.
Me gusta al principio porque la tela es como un lienzo en blanco en el que se puede dibujar con los colores… a veces sin patrón. Me gusta que requiere de concentración y que es fácil y por eso relajante. También está muy bien hacer punto con agujas porque me encanta que algo salga de la nada… Y también coser sin más.