No olvides que estarás aquí para siempre

Sales del curro, vas a un concierto para olvidarte de todo y Carolina Durante te planta una oficina en el escenario. La jornada nunca termina, el mundo es un espacio de ‘coworking’ enorme.

Captura del video de YouTube del canal 'Jesús Alberto'

Desconozco la fortuna o la desgracia de convertir una furgoneta a reventar y diversos apeaderos, como estaciones de servicio, gasolineras, parkings, habitaciones de hotel o pisos de colegas en espacios de trabajo habituales, pero Carolina Durante y su equipo tampoco parecían interesados en explorar mediante su ‘show’ la realidad del símbolo contemporáneo de esfuerzo laboral en colectivo: una oficina. Por muy gris que se pintara, se parecía demasiado a aquella ‘proto-backroom’ en la que se grabaron los episodios de ‘Camera Café’ y al de la serie fundacional de la diversión en el trabajo, ‘The Office’, cuya sintonía de créditos iniciales sirvió para dar aparición a la banda frente a 15.000 personas en el —en palabras de la banda—‘concierto de sus vidas’, celebrado en Madrid el pasado 28 de febrero. La ‘banda de una generación’, según los titulares.

La interactividad de los miembros de Carolina Durante con aquella escena no intentaba emular el giro de estómago que a ti te provoca cruzar la puerta hacia el contemporáneo concepto de espacio diáfano de horizontalidad jerárquica. Su versión era costumbrista, pero a la vez tenía un giro de energía de sueño febril. A las torres de archivadores y ordenadores con pantallas de tubo anacrónicas se le unían la incorporación de aviones de papel salidos de montañas de documentos, una máquina de café que echaba droga caníbal en lugar de cortados y un monstruo hecho de post-its. 

Sucede que las series de comedia antes mencionadas coinciden en el año 2005 como fecha de estreno. Por temática y época, pertenecen a un paradigma diferente de la idea de oficina; el del desarrollismo capitalista pre-crisis, basado en una idea afianzada de la sociedad de propietarios, índices de rotación de personal anecdóticos -todavía existía la idea de corporación familiar- y nuevos ricos. Tu jefe tenía más difícil contactarte fuera de horario, pero la vida no ha cambiado tanto, aquellos empleados del pasado también odiaban su trabajo. Los relatos casi convincentes asociados al deseo del oficinismo construidos en las generaciones anteriores han sido recogidos como mito del presente. ¿Es real que la sociedad del control le está haciendo un guiño cómplice a la sociedad de la disciplina?

Si los primeros ‘millennials’ se vieron traicionados por la promesa defraudada de la eterna prosperidad y el valor estratificador de la meritocracia, los siguientes se encontraron un horizonte ya arrasado. Si no había ninguna oportunidad que esperar de este ‘afuera’, qué menos que tener la casa arreglada: los últimos ‘millenials’ y primeros ‘zetas’ no tienen mucho más que pagar sesiones de terapia, confesarse vulnerables, consolarse mutuamente y ‘scrollear’ eternamente.

En medias de todo esto surge Carolina Durante en 2017, cuando Diego cantaba en letras mayúsculas y la guitarra de Mario “sonaba como una chicharra”, para construir un imaginario de escapismo urbanita, comentarios de psicología del comportamiento en tono sarcástico y torpeza afectiva dieron en el centro de la diana del sentir generacional, acierto que les ha catapultado de las salas a las ‘arenas’. ‘Elige tu propia aventura’ muestra una consciencia de sus nuevas oportunidades, aplicando una visión más ambiciosa de sus posibilidades sonoras y de su expansión hacia nuevas audiencias, pero sin cometer el error de tirar todo el recorrido a la basura.

Esta última entrega continúa la narrativa “coming of age”, en un capítulo que resta angustia juvenil y añade cinismo adulto -”joderse la vida es lo más divertido”, “elijo ser un hijo de puta”-, menos drogas recreativas que productivistas -el café como pócima de la inhibición en la cultura del esfuerzo en ‘TOMÉ CAFÉ’- y las novedades instrumentales como trompetas, violines y arreglos con vocación de estadio coreando la sintonía ganan terreno a la intimidad de sala y las entradas a quince pavos.

En el antes mencionado cinismo que justifica la posibilidad de que “aquí cada cual se jode la vida como quiere”, una expresión que, según cuenta su bajista, Martín, repetían con frecuencia entre ellos para defender sus conductas autodestructivas y que fagocitó la composición de ‘Joderse la vida’, yace un desasosiego invencible. No importa si persigues tus aspiraciones vocacionales o si inviertes en postgrados rastreados a través de la demanda del mercado laboral, da igual si tu deseo es el de escapar de picar ‘excels’ en una oficina o si intuyes que huir del sector servicios para no volver a currar un domingo sea el paso definitivo, lo mismo da que si en vez de fichar a la misma hora todas las mañanas en una oficina, logras que la teleoficina sea la que te persiga hasta el último rincón del mundo. Incluso si has logrado permitirte celebrar tu cumpleaños en Yakarta o encaramarte a una torre de archivadores ante 15.000 espectadores proclamando que Dios tiene planes para ti, no sientas que has logrado esconderte en el lado oscuro de la luna. Aunque tus amigos sumen más que tus demonios, toda aventura acaba en el mismo lugar: convirtiendo lo terrorífico en deseable. 

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:

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Sales del curro, vas a un concierto para olvidarte de todo y Carolina Durante te planta una oficina en el escenario. La jornada nunca termina, el mundo es un espacio de ‘coworking’ enorme.

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Desconozco la fortuna o la desgracia de convertir una furgoneta a reventar y diversos apeaderos, como estaciones de servicio, gasolineras, parkings, habitaciones de hotel o pisos de colegas en espacios de trabajo habituales, pero Carolina Durante y su equipo tampoco parecían interesados en explorar mediante su ‘show’ la realidad del símbolo contemporáneo de esfuerzo laboral en colectivo: una oficina. Por muy gris que se pintara, se parecía demasiado a aquella ‘proto-backroom’ en la que se grabaron los episodios de ‘Camera Café’ y al de la serie fundacional de la diversión en el trabajo, ‘The Office’, cuya sintonía de créditos iniciales sirvió para dar aparición a la banda frente a 15.000 personas en el —en palabras de la banda—‘concierto de sus vidas’, celebrado en Madrid el pasado 28 de febrero. La ‘banda de una generación’, según los titulares.

La interactividad de los miembros de Carolina Durante con aquella escena no intentaba emular el giro de estómago que a ti te provoca cruzar la puerta hacia el contemporáneo concepto de espacio diáfano de horizontalidad jerárquica. Su versión era costumbrista, pero a la vez tenía un giro de energía de sueño febril. A las torres de archivadores y ordenadores con pantallas de tubo anacrónicas se le unían la incorporación de aviones de papel salidos de montañas de documentos, una máquina de café que echaba droga caníbal en lugar de cortados y un monstruo hecho de post-its. 

Sucede que las series de comedia antes mencionadas coinciden en el año 2005 como fecha de estreno. Por temática y época, pertenecen a un paradigma diferente de la idea de oficina; el del desarrollismo capitalista pre-crisis, basado en una idea afianzada de la sociedad de propietarios, índices de rotación de personal anecdóticos -todavía existía la idea de corporación familiar- y nuevos ricos. Tu jefe tenía más difícil contactarte fuera de horario, pero la vida no ha cambiado tanto, aquellos empleados del pasado también odiaban su trabajo. Los relatos casi convincentes asociados al deseo del oficinismo construidos en las generaciones anteriores han sido recogidos como mito del presente. ¿Es real que la sociedad del control le está haciendo un guiño cómplice a la sociedad de la disciplina?

Si los primeros ‘millennials’ se vieron traicionados por la promesa defraudada de la eterna prosperidad y el valor estratificador de la meritocracia, los siguientes se encontraron un horizonte ya arrasado. Si no había ninguna oportunidad que esperar de este ‘afuera’, qué menos que tener la casa arreglada: los últimos ‘millenials’ y primeros ‘zetas’ no tienen mucho más que pagar sesiones de terapia, confesarse vulnerables, consolarse mutuamente y ‘scrollear’ eternamente.

En medias de todo esto surge Carolina Durante en 2017, cuando Diego cantaba en letras mayúsculas y la guitarra de Mario “sonaba como una chicharra”, para construir un imaginario de escapismo urbanita, comentarios de psicología del comportamiento en tono sarcástico y torpeza afectiva dieron en el centro de la diana del sentir generacional, acierto que les ha catapultado de las salas a las ‘arenas’. ‘Elige tu propia aventura’ muestra una consciencia de sus nuevas oportunidades, aplicando una visión más ambiciosa de sus posibilidades sonoras y de su expansión hacia nuevas audiencias, pero sin cometer el error de tirar todo el recorrido a la basura.

Esta última entrega continúa la narrativa “coming of age”, en un capítulo que resta angustia juvenil y añade cinismo adulto -”joderse la vida es lo más divertido”, “elijo ser un hijo de puta”-, menos drogas recreativas que productivistas -el café como pócima de la inhibición en la cultura del esfuerzo en ‘TOMÉ CAFÉ’- y las novedades instrumentales como trompetas, violines y arreglos con vocación de estadio coreando la sintonía ganan terreno a la intimidad de sala y las entradas a quince pavos.

En el antes mencionado cinismo que justifica la posibilidad de que “aquí cada cual se jode la vida como quiere”, una expresión que, según cuenta su bajista, Martín, repetían con frecuencia entre ellos para defender sus conductas autodestructivas y que fagocitó la composición de ‘Joderse la vida’, yace un desasosiego invencible. No importa si persigues tus aspiraciones vocacionales o si inviertes en postgrados rastreados a través de la demanda del mercado laboral, da igual si tu deseo es el de escapar de picar ‘excels’ en una oficina o si intuyes que huir del sector servicios para no volver a currar un domingo sea el paso definitivo, lo mismo da que si en vez de fichar a la misma hora todas las mañanas en una oficina, logras que la teleoficina sea la que te persiga hasta el último rincón del mundo. Incluso si has logrado permitirte celebrar tu cumpleaños en Yakarta o encaramarte a una torre de archivadores ante 15.000 espectadores proclamando que Dios tiene planes para ti, no sientas que has logrado esconderte en el lado oscuro de la luna. Aunque tus amigos sumen más que tus demonios, toda aventura acaba en el mismo lugar: convirtiendo lo terrorífico en deseable. 

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