1. No son post punk
En una divertida y estéril cruzada, el conjunto del este de Madrid Alcalá Norte se empeñan aclarar sin parar que ellos “no son post punk”. Pero tienen razón: es una etiqueta sobada y reduccionista, que seguramente no refleje todo lo que se puede encontrar en su homónimo álbum debut (abril 2024, music shadow, balaunka). Quizá en los EPs anteriores hay canciones más formulaicas y oscuras (Dr. Khozev, 420N) pero sin duda pegaron un cambio o un volantazo al publicar los singles del disco que nos ocupa.
No creo que sea casual que la canción que abre el disco, La Sangre del Pobre, inaugure esa luminosidad, ese bajo adictivo bailarín y toneladas de chorus en la guitarra que recuerdan, en serio, a los mismos The Smiths. Y es una constante en todo el álbum: encontrar riffs adictivos y vestirlos de brillantina y gaseosa. Este diálogo da mucho más colorido que la fórmula monocorde, y a veces fotocopia, de los que se empeñan en hacerle el boca a boca al post punk. El camino de AN es más bien el del New Wave: permitirse luces, sintes celestiales y más ganas de investigar esquinas inéditas. Que es más o menos lo que hizo New Order después de que el intenso de Ian Curtis tomara el camino del descanso. Para mi, AN suenan más a Chameleons y a Echo and the Bunnymen que a Joy Division, y eso está bien fresco.
Mención aparte merece todo el trabajo con las letras. La manera de cantar -vocalizando mucho, teatralizando más- bebe directamente de la tradición ochentosa española más pura, de Auserón y Coppini. Y las cosas que se dicen cincelan definitivamente el original conjunto de AN. Te encuentras malabares, en la misma canción, con el juicio final, la estadística bayesiana y Marco Aurelio (La Sangre del Pobre), Cristiano Ronaldo, la guerra de Ucrania, Glovo (Supermán) o vida familiar en el barrio, Baudelaire y Stalin y los límites turbocapitalistas (La calle elfo).
Pero más allá de esto (de los esnobismos), el hallazgo es que todos los estribillos funcionan como un reloj suizo o más bien como una porra madrileña: Siento un cosquilleo frío/soy el Rey de los Judíos + frase de sinte es de una pureza impresionante. Goebbels se mira en el espejo/y ve muchas chicas con su corte de pelo/ y un traje diseñado por él es un himno y vez a una canción indescifrable y misteriosa de pelotas. Por último, La vida cañón es tan imparable que inaugura una manera de imaginarse Madrid y de hablar incluso:
Sombra en la ventas/nalgas sobre blando/hace tiempo que no pienso en el horror/ seis horas seguidas metido en un cuarto escuchando mi nueva canción/y hablando de mí/…/ la vida cañón
2. Lo de twitter y los admins
Decía el otro día una revista musical española que publica trepidantes reseñas algo así como que era extraño el repentino éxito de AN, dado que no habían hecho campaña de marketing alguna. Bien, la gracia es que publican alrededor de 100 tuits al día, y también dan la brasa en otras redes sociales. Cero presupuesto, mil insistencia.


Su loca no-estrategia es la siguiente: reventar la cuarta pared para dejarnos ser testigos de una encarnizada pelea por el control de la cuenta (líos de admins que todo el que ha tenido un grupo conoce), decir lo primero que se les pase por la cabeza, ir a calzón quitado y a calzón genuino. Si uno se asoma a esa guardería de lunáticos llamada linkedin, no parará de ver textos recomendando la autenticidad y la frescura en la comunicación. Lo que produce real gustito de esto, es que precisamente que no les haga falta una agencia de marketing ni otros cuentos chinos, que esperemos no compren nunca. Sino ser un grupo de amigos twitteando chorradas.
No deja de ser chocante, sin embargo, tanto celo o mimo en la propuesta estilística de las canciones en sí, y tanto caos en internet. Lo que nos lleva al concierto de ayer domingo en la sala el sótano.
3. El directo: jamones flying free
Otra declaración de intenciones de AN es ir a presentar el disco a la sala el sótano, donde apenas cabrán unas 150 personas a lo sumo (?) y verse obligados a repetir la fecha. A esta segunda acudí yo con algunos amigos. Reconozco que me interesaba cómo se iban a presentar, por esta preocupación estética, y salí pronto de dudas, al llegar y comprobar que sonaba bien de reguetón y cumbia antes de empezar. Flying free, por supuesto, justo antes de tocar.
Las pintas de los integrantes del grupo también me hicieron juntar las piezas del puzzle estilístico: algún veterano de mil conciertos y bandas, un guitarrista luciendo púrpura zamarra del equipo de fútbol del barrio de La Concepción y el bajista coronado con una gorra en la que se leía “make shoegaze great again”. Mientras, el batería de la banda (maestro de ceremonias en todos los asuntos estrafalarios), se dedicaba a reivindicar a Ramoncín. ¿Cómo es posible que estos toquen en el mismo grupo?, pensaba yo. La respuesta debe de tener dos factores: primero, se nota que son un grupo de amigos con una banda musical, y no al revés (lo cual explica el caos tuitero) y, segundo, un vocalista sobrado de carisma y que seguramente ejerce de pegamento, quien por cierto se plantó en el escenario con una práctica chilaba1 (de místico sufí o profeta voluntarioso) cuyos faldones le descendían hasta sus vocalistas pies.
En lo musical, sonaron realmente cañón, y pusieron a todo el mundo a bailar y puño en alto un domingo por la tarde, lo cual tiene indudable mérito. La performance del batería consistió en tocar desatado como un demonio y entregar al público, cronológicamente: a) una bota de vino comunal, b) económicos pero solventes puros habanos con la pegatina del grupo y c) una pata de jamón, tal cual suena, arrojada al respetable con la pezuña por delante:

Fue un bolo ciertamente espectacular pero en el que, igual que ante la presencia cercana del típico comepalomitas en el cine, uno corre el riesgo de perder la concentración, o al menos estos pensamientos intrusivos me asaltaron a mí ante el contraste del show. La secuencia: Letras religiosas, cantante saca un casco de pincho kaiser guillermo, Stone Roses a capella; el famoso jamón volante. No sé. Repitieron Los Chavales y La vida cañón a modo de bises y nos dejaron bailando un imperial vals de Dmitri Shostakovich.
Mientras Marina y yo discutíamos estos elevados asuntos en la puerta de una bar cercano, vimos al cantante de AN huir del lugar de los hechos a lomos de una bicimad, Ribera de Curtidores abajo. No sé si se había quitado la chilaba1, pero con ella he decidido imaginármelo: veloz sobre su azul montura, flanqueado por plátanos de sombra, adentrándose en la noche. La vida cañón.
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1 Nos dice el afectado que no es una chilaba, sino que se trata de una galabeia, prenda adquirida en Egipto y de estilo árabe, no magrebí