Aggro Dr1ft

No puede construir una estética, solo perpetuarla, y por eso dos usos de la inteligencia artificial tan dispares

Harmony Korine se ha criado en el extremo más violento del cine independiente americano, fascinado por el crimen y por los rincones ilegales del espíritu estadounidense. Como alguien que ha leído demasiada literatura postmoderna pero no se ha percatado de dónde la ha leído - en su mansión de Miami, a pocos metros de la de Donald Trump - su cine es una amalgama de contradicciones, demasiado evidentes como para preocuparse por ellas. Sus películas, espacios simbólicos de la liberación de la imagen institucional de Hollywood, apenas consiguen superar la velocidad de escape de la fuerza gravitatoria de la industria cinematográfica. Su cine se encuentra enclaustrado en los festivales de clase A, cárceles donde encerrar a todos aquellos cineastas que pensaron que podían hacer negocio con la inventiva cinematográfica - y a aquellos que ni siquiera lo intentaron. Ver Aggro Dr1ft en el Festival de Venecia debió ser como ver a un tigre en una jaula mientras un grupo infinito de turistas le sacaban fotos y escribían en sus diarios de viaje que era el futuro del cine o, quizá, el heraldo de su muerte. 

En una industria de imágenes gentrificadas, hay que reconocer a Korine su astucia para parecer siempre un paso por delante del resto del cine norteamericano. Cuando apenas se podía desafiar la moral cristiana, Kids y Gummo debieron parecer proyectos satánicos pero, una vez los directivos se percataron de que el morbo y lo grotesco también pueden convertirse en mercancía, su cine ha sufrido el mismo destino que el de muchos de los grandes subversivos de los 90 que, agotados de desafiar las instituciones, descubrieron que se vive mejor perpetuándolas. Nadie tiene que cargar con la responsabilidad no reclamada de tener que hacer cine político o controvertido, pero es evidente que sus películas han pasado de ser desagradables a inofensivas a la vez que él ha pasado de ser un cinéfilo que hacía skate por Nueva York a codearse con la flor y la nata del establishment estadounidense. Esta evolución ha redirigido su ánimo subversivo al espacio de la metáfora. Spring Breakers y The Beach Bum fueron dos torpedos disparados hacia la línea de flotación de la cultura tradicional americana, pero capitularon rápidamente ante esta y fueron transformados en cambio en símbolos de la cultura pop (y de cómo esta puede ser también moderadamente transgresora). 

Uno de los más grandes renovadores de la música urbana, Travis Scott, aparece en Aggro Dr1ft dando vida a Zion, integrante del pequeño ejército privado de mercenarios que dirige el protagonista, Bo. “Encuentra tu evolución”, le dice este a Zion durante una conversación. Bo aquí habla con la voz de Korine, que admira y envidia a Travis Scott porque ha conseguido hacer con la música aquello que parece que a él le gustaría hacer con el cine: deshacerse de su rigidez y de su melodía, desintegrarlo. El cine parece seguir maniatado a su historia y a su industria, y su emancipación parece igual de lejana que hace cuarenta años. La música parece haber evolucionado más, parece haberse deconstruido con más facilidad incluso dentro de su propia industria. Tal vez esto se deba a su propia idiosincrasia, pero el cine no es capaz de seguirle el ritmo. Así, Korine le pide a Travis Scott que encuentre su evolución, pero realmente se lo está pidiendo a sí mismo, a su propia película. Es el cine el que debe de acelerar el paso; la música parece, como siempre, inalcanzable.

Aggro Dr1ft es el intento más explícito de Korine por alcanzar ese estado evolutivo. Su alegato ha sido construir una película transhumanista, que parece surgir de forma autónoma al propio autor. Filmada con cámaras térmicas y animada por inteligencia artificial, está hecha por ojos y cerebros artificiales y traducida al limitado lenguaje audiovisual de los humanos. Nuestro cuerpo no puede captar la luz infrarroja, ni puede animar tan rápido como lo hace una IA. Lo que vemos no es más que la traducción de esas dimensiones a nuestros sentidos. Su estética pone en evidencia la limitación del cuerpo humano respecto a las posibilidades tecnológicas, pero también muestra la impotencia de Korine para llegar más lejos a lo largo de este camino. Él busca una suerte de estética cyberpunk, pero no le interesan sus políticas, solo el resultado. Parece filmada por mentes artificiales, pero su punto de vista es manifiestamente humano y, hasta cierto punto, traiciona el horizonte de posibilidades que su estética cibernética promete. Está montada de forma muy poco inventiva, incapaz de escapar de un estilo institucional, como si a Korine le bastara con esa estética demente para sentir que está siendo verdaderamente provocativo. La atmósfera alucinada que la música y la imagen provocan está continuamente frenada por el montaje, que siempre intenta ubicar al espectador dentro de su geografía, como si fuera un turista con miedo a perderse en un mundo de pesadilla que le es ajeno.  

Su estética de vivos colores es más común de lo que pueda parecer, tal vez no en el cine, pero sí en el mundo del videojuego. La imagen termográfica se utiliza en muchas fases de numerosos juegos de acción, e incluso alguno de ellos construyen toda su estética alrededor de conceptos visuales similares, como Superhot. En Rollerball, de John McTiernan, se consigue un efecto parecido al de Aggro Dr1ft, pero con una cámara de visión nocturna en vez de térmica - los personajes escapan de noche pero la oscuridad se transforma en un mundo verde y blanco. El uso de la Inteligencia Artificial es en cambio más novedoso. Se me ocurren pocos ejemplos más, pero uno de resultados muy parecidos al de Aggro Dr1ft es la escena de la rave de la serie La Mesías: en ambas películas la IA se utiliza para destacar una realidad alterada, en la que ciertas leyes de la razón y la lógica no funcionan correctamente. Sin embargo, la Inteligencia Artificial no es capaz de crear arte ni de influenciarse por él. No puede construir una estética, solo perpetuarla, y por eso dos usos de la inteligencia artificial tan dispares como estos dan como resultado algo muy parecido entre sí. Son las imágenes las que se adaptan a la IA y no al contrario, pues la IA no sabría adaptarse a algo que no puede interpretar. La supuesta emancipación tecnológica y cinematográfica que profetiza Aggro Dr1ft no se puede dar si para ello utiliza herramientas cuyo fundamento técnico está basado en la nostalgia.

Es cierto que, a su manera, Korine es todo un nostálgico. El protagonista de la película es un asesino a sueldo que ante la desintegración de las estructuras sociopolíticas del mundo - aquí concentrado en la ciudad-símbolo de Miami - se enroca en una defensa desesperada de la estructura familiar tradicional. Sus hijos son “ángeles” que deben ser preservados del horror externo. Algo parecido ocurría en Spring Breakers cuando los cuatro ángeles que visitaban a Alien eran protegidos por él.  El discurso de Bo es el de un lunático, pero no puede haber otra alternativa en un mundo plagado de ellos. En su cine, los personajes secundarios se organizan alrededor de un protagonista que es sólo un poco mejor que el universo que le rodea. Korine también se organiza alrededor de estos personajes, envidiandolos. Los tres protagonistas de sus últimas películas, Alien, Moondog y Bo tienen un propósito similar: la preservación de su propio ecosistema. Su conflicto trata sobre la supervivencia de su privilegio, modulado según las reglas del mundo que plantea cada película. Hay una cierta rima entre el propósito de estos personajes y el del propio Korine. Su atracción hacia ellos y hacia su estilo de vida es, ante todo, una confesión. 

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Aggro Dr1ft

No puede construir una estética, solo perpetuarla, y por eso dos usos de la inteligencia artificial tan dispares

Harmony Korine se ha criado en el extremo más violento del cine independiente americano, fascinado por el crimen y por los rincones ilegales del espíritu estadounidense. Como alguien que ha leído demasiada literatura postmoderna pero no se ha percatado de dónde la ha leído - en su mansión de Miami, a pocos metros de la de Donald Trump - su cine es una amalgama de contradicciones, demasiado evidentes como para preocuparse por ellas. Sus películas, espacios simbólicos de la liberación de la imagen institucional de Hollywood, apenas consiguen superar la velocidad de escape de la fuerza gravitatoria de la industria cinematográfica. Su cine se encuentra enclaustrado en los festivales de clase A, cárceles donde encerrar a todos aquellos cineastas que pensaron que podían hacer negocio con la inventiva cinematográfica - y a aquellos que ni siquiera lo intentaron. Ver Aggro Dr1ft en el Festival de Venecia debió ser como ver a un tigre en una jaula mientras un grupo infinito de turistas le sacaban fotos y escribían en sus diarios de viaje que era el futuro del cine o, quizá, el heraldo de su muerte. 

En una industria de imágenes gentrificadas, hay que reconocer a Korine su astucia para parecer siempre un paso por delante del resto del cine norteamericano. Cuando apenas se podía desafiar la moral cristiana, Kids y Gummo debieron parecer proyectos satánicos pero, una vez los directivos se percataron de que el morbo y lo grotesco también pueden convertirse en mercancía, su cine ha sufrido el mismo destino que el de muchos de los grandes subversivos de los 90 que, agotados de desafiar las instituciones, descubrieron que se vive mejor perpetuándolas. Nadie tiene que cargar con la responsabilidad no reclamada de tener que hacer cine político o controvertido, pero es evidente que sus películas han pasado de ser desagradables a inofensivas a la vez que él ha pasado de ser un cinéfilo que hacía skate por Nueva York a codearse con la flor y la nata del establishment estadounidense. Esta evolución ha redirigido su ánimo subversivo al espacio de la metáfora. Spring Breakers y The Beach Bum fueron dos torpedos disparados hacia la línea de flotación de la cultura tradicional americana, pero capitularon rápidamente ante esta y fueron transformados en cambio en símbolos de la cultura pop (y de cómo esta puede ser también moderadamente transgresora). 

Uno de los más grandes renovadores de la música urbana, Travis Scott, aparece en Aggro Dr1ft dando vida a Zion, integrante del pequeño ejército privado de mercenarios que dirige el protagonista, Bo. “Encuentra tu evolución”, le dice este a Zion durante una conversación. Bo aquí habla con la voz de Korine, que admira y envidia a Travis Scott porque ha conseguido hacer con la música aquello que parece que a él le gustaría hacer con el cine: deshacerse de su rigidez y de su melodía, desintegrarlo. El cine parece seguir maniatado a su historia y a su industria, y su emancipación parece igual de lejana que hace cuarenta años. La música parece haber evolucionado más, parece haberse deconstruido con más facilidad incluso dentro de su propia industria. Tal vez esto se deba a su propia idiosincrasia, pero el cine no es capaz de seguirle el ritmo. Así, Korine le pide a Travis Scott que encuentre su evolución, pero realmente se lo está pidiendo a sí mismo, a su propia película. Es el cine el que debe de acelerar el paso; la música parece, como siempre, inalcanzable.

Aggro Dr1ft es el intento más explícito de Korine por alcanzar ese estado evolutivo. Su alegato ha sido construir una película transhumanista, que parece surgir de forma autónoma al propio autor. Filmada con cámaras térmicas y animada por inteligencia artificial, está hecha por ojos y cerebros artificiales y traducida al limitado lenguaje audiovisual de los humanos. Nuestro cuerpo no puede captar la luz infrarroja, ni puede animar tan rápido como lo hace una IA. Lo que vemos no es más que la traducción de esas dimensiones a nuestros sentidos. Su estética pone en evidencia la limitación del cuerpo humano respecto a las posibilidades tecnológicas, pero también muestra la impotencia de Korine para llegar más lejos a lo largo de este camino. Él busca una suerte de estética cyberpunk, pero no le interesan sus políticas, solo el resultado. Parece filmada por mentes artificiales, pero su punto de vista es manifiestamente humano y, hasta cierto punto, traiciona el horizonte de posibilidades que su estética cibernética promete. Está montada de forma muy poco inventiva, incapaz de escapar de un estilo institucional, como si a Korine le bastara con esa estética demente para sentir que está siendo verdaderamente provocativo. La atmósfera alucinada que la música y la imagen provocan está continuamente frenada por el montaje, que siempre intenta ubicar al espectador dentro de su geografía, como si fuera un turista con miedo a perderse en un mundo de pesadilla que le es ajeno.  

Su estética de vivos colores es más común de lo que pueda parecer, tal vez no en el cine, pero sí en el mundo del videojuego. La imagen termográfica se utiliza en muchas fases de numerosos juegos de acción, e incluso alguno de ellos construyen toda su estética alrededor de conceptos visuales similares, como Superhot. En Rollerball, de John McTiernan, se consigue un efecto parecido al de Aggro Dr1ft, pero con una cámara de visión nocturna en vez de térmica - los personajes escapan de noche pero la oscuridad se transforma en un mundo verde y blanco. El uso de la Inteligencia Artificial es en cambio más novedoso. Se me ocurren pocos ejemplos más, pero uno de resultados muy parecidos al de Aggro Dr1ft es la escena de la rave de la serie La Mesías: en ambas películas la IA se utiliza para destacar una realidad alterada, en la que ciertas leyes de la razón y la lógica no funcionan correctamente. Sin embargo, la Inteligencia Artificial no es capaz de crear arte ni de influenciarse por él. No puede construir una estética, solo perpetuarla, y por eso dos usos de la inteligencia artificial tan dispares como estos dan como resultado algo muy parecido entre sí. Son las imágenes las que se adaptan a la IA y no al contrario, pues la IA no sabría adaptarse a algo que no puede interpretar. La supuesta emancipación tecnológica y cinematográfica que profetiza Aggro Dr1ft no se puede dar si para ello utiliza herramientas cuyo fundamento técnico está basado en la nostalgia.

Es cierto que, a su manera, Korine es todo un nostálgico. El protagonista de la película es un asesino a sueldo que ante la desintegración de las estructuras sociopolíticas del mundo - aquí concentrado en la ciudad-símbolo de Miami - se enroca en una defensa desesperada de la estructura familiar tradicional. Sus hijos son “ángeles” que deben ser preservados del horror externo. Algo parecido ocurría en Spring Breakers cuando los cuatro ángeles que visitaban a Alien eran protegidos por él.  El discurso de Bo es el de un lunático, pero no puede haber otra alternativa en un mundo plagado de ellos. En su cine, los personajes secundarios se organizan alrededor de un protagonista que es sólo un poco mejor que el universo que le rodea. Korine también se organiza alrededor de estos personajes, envidiandolos. Los tres protagonistas de sus últimas películas, Alien, Moondog y Bo tienen un propósito similar: la preservación de su propio ecosistema. Su conflicto trata sobre la supervivencia de su privilegio, modulado según las reglas del mundo que plantea cada película. Hay una cierta rima entre el propósito de estos personajes y el del propio Korine. Su atracción hacia ellos y hacia su estilo de vida es, ante todo, una confesión. 

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