Estuve en el Olímpico, vi a España

Gracias a la generosidad de un buen amigo, coincidió mi visita a Berlín con el España-Croacia de la Eurocopa de fútbol y la súbita disponibilidad de cuatro entradas para verlo. Nos dirigimos, entonces, al Estadio Olímpico de Berlín cargados de expectación, con ese ánimo vigilante y nervioso que acompaña a las casualidades.

Conviene mencionar, antes de esta breve crónica, que mi relación con el fútbol oscila entre dos emociones más bien estancas:

  1. El apuntarse-a-un-bombardeo, es decir, disfrutar del deporte gol como una divertida liturgia social, en la que uno grita y se queda afónico y vive emociones fuertes en forma de chut y cabezazo y árbitros sin duda corruptos
  2. El monóculo-bien-ajustado, esto es, sin yo saber casi nada de fútbol y probablemente con ánimo de esteta o de flipado o de esteta flipado, ver partidos para exclusivamente disfrutar del desempeño de ciertos artistas, con frecuencia indolentes sobre el césped: una estirpe a la que pertenecieron Juan Carlos Valerón, Ronaldinho Gaúcho, Francesco Totti o Luisinho Correia
  3. Una tercera categoría, no medible en las cartesianas dimensiones de estos dos sentimientos prosaicos, llamada Deportivo de La Coruña

Entre esos dos extremos, a) y b), desconozco casi todo (actuales plantillas y tácticas, defensa posicional o planes de nutrición), lo cual al mismo tiempo me desautoriza para opinar de fútbol, pero me acredita para contaros lo que vi en el Olímpico de Berlín, desde cierto ánimo científico.

Los aledaños

¡Ah, los aledaños! Es decir, las cercanías de un estadio de fútbol, que para esto se reserva la utilización de esta hermosa palabra. En los aledaños del Olímpico, pues, nos dimos cuenta de dos cosas: que el croata es un bebedor de cerveza estático, más bien colonizador de umbrías mesas de madera; mientras que el español es un bebedor de cerveza dinámico, más proclive a los corrillos soleados, al picoteo social; la turra turnista. A la cultura del botellón, vamos. También hay un español que, finalmente, aun sito en Prusia, aparca la cerveza y recurre al cubata ron cola, estampa que nos emocionó un poco.

aledaños

Los aficionados

¡Afición, qué voz hermosa, frente a esa horterada infecta llamada fans! Postulamos las siguientes categorías:

  • Croatas. Encontramos dos versiones: a) dálmatas grandes como un árbol, cara alargada, pelo corto cepillo, rictus amable pero dueño de una capacidad de concentración casi bélica (el famoso gen competitivo balcánico) y sin ese gorro de waterpolo con medio huevo de plástico agujereado en las orejas y b) dálmatas grandes como un árbol, cara alargada, pelo corto cepillo, rictus amable pero dueño de una capacidad de concentración casi bélica (el famoso gen competitivo balcánico) y con ese gorro de waterpolo con medio huevo de plástico agujereado en las orejas.

  • Los pibardos. Los pibardos, o pibardos aprox. 30 son grupos de amigos de unos 30 años, que de pronto se pueden permitir viajar por Europa para ver a la selección. Se les llama a veces fifes, etiqueta que no les hace justicia. Hacen gala una sana afición a la fiesta, hablan inglés, visten camisetas nuevas, interactúan con el rival cambiando recuerdos y vaguedades sobre la fiesta en Berlín. Llevan en la cara (llevamos) los triunfos en las 2 eurocopas y el mundial, de los que sin duda fuimos pieza indispensable. Tranquiliza saber que nuestra generación siempre lucirá, en lo sucesivo, ese aura de ganadores en el 2010, cuando existíamos en los aledaños de los 18 años.

  • Los tribales. Los tribales son una generación pre-2010, que vivieron la España maldita de la nariz rota de Luis Enrique, de la furia de Camacho. Ya un poco más mayores, probablemente familia en casa, se desatan triunfales y casi vengativos en su amor a la selección y a los viajes con colegas. Los llamamos tribales porque, a diferencia de los pibardos, los tribales llevan a menudo camisetas de su club terruño (Betis, Athletic, Real Oviedo las más frecuentes), lo cual es un patriotismo Schrödinger tan encantador como inequívocamente español. El nombre con el que los bautizamos coincide también con una tipología de tatuajes popular entre este grupo de aficionados.

  • Los guardianes de la guasa. Son los guardianes un grupo transversal a los pibardos y los tribales, pues les une una sola doctrina: aman el cachondeo por encima de todas las cosas. Daré tres ejemplos de guardianes avistados: grupo de flamencas y olé, los toreros circunspectos y los de la careta Luis Rubiales y pancarta del pikito. Los guardianes no sobrepiensan, tocan de oído: nacieron para la guasa. Lejos de la guasa son peces de acequia, funcionarios en ayunas.
Grupo de guardianes de la guasa, en su hábitat natural
  • Las familias. Las familias son grupos nucleares de en promedio 4 miembros, casi siempre muy buena presentación, ánimo urbanita, pernoctación en hotel, disfrute colateral del turismo en la ciudad que toque. Una bonita tradición, que seguro anima a la natalidad de los pibardos y/o tribales (por desgracia, el guardián de la guasa no suele mutar en persona familiar, pues tiene otras festivas prioridades).

  • Los neutrales. Los neutrales van a disfrutar del espectáculo, algo equivalente a ir de picnic a la colina perpendicular a Waterloo o a una trinchera en el Donbás. Supongo que el plan tiene su aquel. Sólo censuro la actitud del neutral alemán (perdón por el oxímoron) que se chivó a un guardia de que un pibardo a su diestra fumaba sin parar, actividad prohibida en el Olímpico (verboten)1.

Los cánticos

Yo lo digo sin rubor: tenemos un problema de índole musical. La afición española, por lo que constaté, blande un repertorio formado por (3) insípidas canciones: “loolo loolo lololololololo lololololó lolololololóó” (aka el himno nacional), “a por ellos oeeee” y, finalmente, “es croata (o cualquier otro rival) el que no bote, eh, eh” ¿El origen de tal escasez? Probablemente la idiosincrasia rebelde de los tribales, enemigos de toda comunión. Quizá los pibardos deberíamos ampliar el cancionero, armados con la bonhomía, mirada Orteguiana2 hacia Europa y ausencia de ahorros en el banco que tanto nos caracteriza. El caso es que las tres canciones nunca superan los 20 segundos; no nos sabemos una mísera estrofa completa de ninguna canción, ¿es España un país que da la espalda a la poesía? Mientras, nuestros balcánicos rivales desenfundaron lo menos 5 o 6 diferentes tonadas (intro, puente,estribillo), a la luz de las bengalas y cantadas por el 80% del estadio, que yo supongo que repasaban todos los accidentes geográficos del esbelto país adriático; de los esplendororos amaneceres de Zagreb al misterioso crepúsculo sobre Split.

Curiosamente, vino la organización del campeonato a echarnos un español capote al acabar el partido, mientras nuestros guerreros saludaban a la afición, cuando hicieron sonar por megafonía “Mi gran noche”, de Raphael, que fue muy celebrada y coreada. Quizá podemos empezar por ahí, aunque temo por nuestra incapacidad de aprendernos más de una estrofa, en general3.

El partido

Siempre encuentro que ir al estadio y refrescarse con cerveza está bastante reñido con acordarse de las jugadas que preceden a los goles. Recuerdo, eso sí, que ganamos de forma bastante imperial, o imperiosa. Por lo demás, podéis leer la estupenda crónica de Álvaro Boro (publicará en sustrato una después de cada partido del combinado nacional en la Eurocopa). Yo, en cambio, no asistiré a ningún partido más, salvo que el seleccionador De La Fuente tenga a bien incorporarme a su staff, a la vista del impecable análisis aquí desplegado.

1 Decía Julio Camba en su “Alemania, impresiones de un español” que verboten (prohibido, en alemán) era sin duda la palabra más utilizada a lo ancho del país.

2 O mejor, mirada Erasmusiana. Algún día, homenajeamos como es debido a los creadores del programa Erasmus, una genialidad táctica que imaginó que financiar la fiesta y el ligoteo y la mezcla de jóvenes impetuosos, recién huidos de sus casas, era la mejor medida para fomentar la paz y fraternidad europea. Muy superior al impacto de cientos de comités y observatorios actuando juntos y a la vez. Este grupo poblacional, como hemos dicho, está muy presente en los pibardos.

3 Mención aparte merece el rescate por parte de la misma organización de “L’amour toujours”, himno de Gigi d’Agostino que, sin duda, se convertirá en la canción del torneo. El problema es la historia filonazi del Ausländer Raus, que galopa como un fantasma por la vieja Europa, tan veloz a lomos de esa melodía tan pegadiza.

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