El sonido de la nieve esponjosa y seca crepitando bajo los esquís hace que a los que amamos este deporte nos emocionemos; el horizonte de montañas nevadas recortando el cielo nos sume en un estado de placer tal que justifica los días de trabajo y esfuerzo; el viento helado y esperanzador en la cara mientras descendemos por las pistas sugestiona de tal modo que somos capaces de sentir que domamos a la naturaleza o la nieve cayendo, flotando y dejando en el ambiente esa mansedad violenta, genera fieles devotos de por vida. Por esto, y mucho más que habrán experimentado y saben los que lo practican, creo que esquiar debe ser considerado más una práctica religiosa que un deporte: el esquí como dogma de fe y revelación absoluta.
Dice Esplá de los toros: “Después de las corridas hay que sentarse en una barra para hablar de esa experiencia sensorial. Aunque ya está transformada en tu cerebro: de una experiencia subjetiva pasa a otra objetiva. De ahí que sea necesario algo de alcohol para ayudar al proceso”. Y algo similar pasa con el esquí, no es sólo descender montañas a toda velocidad con mayor o menor pericia, es algo mucho mayor: una sensualidad cognitiva que enamora y eleva. Por eso el ‘apreski’ tiene una importancia capital: es ahí donde unos y otros nos relajamos con una copa en la mano y ponemos en común las experiencias y aprendizajes del día y de la práctica, es en este momento donde se forja la afición entre risas, palabras amigas, brindis y bocados. Instantes de fraternidad y felicidad que saben a gloria, aunque mucho mejor con champán: “Es lo mejor que se puede tomar en cualquier ocasión”, asegura siempre Pep Guardiola.
El peligro está en que se vaya de las manos, y lo que tiene que ser una tarde agradable compartiendo se prolongue y devengue en mañana, impidiendo el subir a pistas y perdiendo la posibilidad de disfrutar del esquí. Este hecho, que debería ser testimonial, suele repetirse cada fin de semana en el que domingueros ansiosos acuden a las estaciones más en busca de una buena farra que de disfrutar del deporte y la naturaleza. No saben lo que se pierden renunciando así a la posibilidad de estar más cerca de Dios en cada bajada.
Esquiar no lo es todo, pero sí, y sin ningún tipo de duda, lo más importante. Es imposible explicar de otra forma que haya tantos enganchados a esto de la nieve: frío, medio hostil, ropa tosca, material pesado y a la vez belleza y disfrute. Somos muchos los que ansiamos que el blanco lo conquiste todo y pasar gran parte de nuestros días al amparo de los picos. El ‘apreski’ jamás puede quedar reducido a una fiesta más que exprimir: es una liturgia indispensable en los deportes de invierno que se debe mantener y cuidar, pero sin caer en el paroxismo y elevarlo a razón.