La música y sus mundos ficcionados

A veces, ciertas canciones te transportan a realidades imaginadas donde puedes crear mundos más bellos y livianos. Te conviertes en un personaje con un destino que, al menos por unos minutos, parece real. Luego, la canción termina y vuelves a la pesadez habitual, a menos que tengas el crossfade de Spotify, de forma que no quepa ni un pensamiento entre canción y canción. Pero en algún momento, la música deja de sonar. Sin embargo, su efecto persiste y altera nuestro pasado y nuestro futuro.

Está claro que las canciones no crean esos mundos nuevos de la nada. Tomemos, por ejemplo, a Juan, quien se acaba de convertir en personaje, pero al cual trataremos como ente real. Juan se deja llevar por la melancolía con la que La Buena Vida inunda cada palabra y cada acorde de "Qué Nos Va a Pasar", y con cada letra, arrastra a Juan más allá. Él, que acaba de pasar por una ruptura y busca compañía. Él, que busca, sobre todo, generar esa poética alrededor del evento que le dé significación. Funciona La Buena Vida como un medio conversor con el que Juan pinta sobre su propia vivencia con un barniz poético y brillante, que convertirá el dolor y la humillación en un relato dramático. Un mundo de ficción relatado por todos los grandes nombres. Uno de los grandes dramas de la vida, el desamor. Una realidad ficcionada que merecería la pena narrar, si no fuera porque Juan es ingeniero y no escritor. Pero Juan se siente comprendido y se siente importante en su mundo con sus sentimientos. Por ahora, dejemos a Juan pasar su duelo tranquilo.

Cantaba Julia Jacklin en "Turn Me Down" sobre reencontrarte con esa persona que una vez fue pilar y ahora es ruina en un supermercado. Lo que, analizado objetivamente, es un evento simple y poco más que comidilla para conversaciones entre cafés, se convierte al escucharlo de la forma en la que suena en su canción y al plasmarlo en la imaginación, en una escena digna de una película ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera. Algo que en la realidad sería incómodo y torpe se convierte, de nuevo, en poesía.

Hace quince años, Love of Lesbian publicó su disco "1999". Yo, que aún no había sufrido nada por amor más allá de que el chico con melena de clase no me hiciera caso, imaginaba dolores futuros casi con ansia. ¿Cómo no iba a querer identificarme con esas letras? Poetizaba y romantizaba en mi cabeza un mundo todavía desconocido, pero lo imaginaba con belleza. ¿Cómo no iba a ser bello algo que tuviera como consecuencia semejantes canciones? Escuchaba "Allí Donde Solíamos Gritar" sin saber que en algún momento futuro ese preciso momento de inocencia e ignorancia sería el instante ligeramente ficcionado y poetizado al cual acudiría al escucharla. Pero la realidad era, de nuevo, mucho más simple que la posterior edición memorística y musical sobre ella.

La música nos desprende de la realidad, la cual es, de por sí, pesada, y nos otorga la posibilidad de convertir lo mundano en bello, poético y liviano. Leía el otro día sobre un mecanismo del cerebro que nos hace recordar las cosas mejor de lo que fueron, simplemente por un mero propósito evolutivo. Una función de supervivencia que tiene nuestra especie para poder pasar por alto las partes malas del pasado y seguir pensando que llegarán otros momentos buenos y mejores. Que Juan romantice su ruptura hará que no la recuerde con tanto dolor, y quizá Juan decida volver a probar suerte, y quizá con la nueva persona se case y tenga hijos y una casa en el campo con dos perros. Pero dejemos a Juan y volvamos a la música.

Es innegable pensar que las canciones son grandes protagonistas de este mecanismo tan simpático que nos hace seguir adelante. Es fundamental la poética y la ficción en la realidad para poder afrontarla. Al final, todo se resume en relatos e historietas, que sean o no compartidas con los demás, nos consuelan cuando nos las contamos a nosotros mismos.

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