Arreglando el mundo en torno a una mesa menuda, de madera basta y pringosa de vermú, bajo la sombra de una cabeza de toro y dando cuenta de demasiados calicasas. Así convenimos la expedición sustratil a Granada en que, lo bueno de cumplir años —de acercarse a los 30 en nuestro caso—, radica en la capacidad para darte cuenta en directo de cuando está pasando algo bueno, algo bonito. El pasado sábado, en la plaza de toros de Granada, 20 grados de temperatura, todos éramos conscientes de estar presenciando algo irrepetible.
J, Florent, Miguel al bajo —y un perdonado Eric de vuelta a su trono de tambores— organizaron la fiesta definitiva de sus 30 años de historia y de su fulgurante álbum debut, Super 8. Me da la sensación de que nunca han querido especialmente estar en el centro de todo, pero hacia allí se han visto arrastrados durante estas 3 décadas. Sublimaron por primera vez en España el indie —cuando todavía significaba algo—, demostraron que se puede tener autoría haciendo rock aquí y donde sea, no renunciar ni a la rabia ni a la introspección; luego girar para seguir haciendo maravillas más psicodélicas y embrujadas de flamenco; un Camarón/Morente inverso, vamos. Por si fuera poco, la peli que les han hecho y que opta a los Oscars acaba de apuntalar la mitomanía para con el grupo, ahora sí, más importante de los últimos 30 años en España.
Me imagino a J, magnánimo, designando a Depresión Sonora y a Alcalá Norte como sus sucesores o delfines. Bueno, no me lo imagino, es exactamente lo que pasó el sábado. Un cambio de guardia oportunamente ejecutado para caldear el ambiente de la alineación planetaria posterior.
Empezaron Alcalá Norte a los 15 minutos de la apertura de puertas, así que nos los comimos a puerta gayola con “Los Chavales”. Aposta o no, no estuvo mal hacerlo así, tanto para los curiosos planetarios como para los que venimos siguiéndoles antes del hype. Su estilo ominoso y ceremonial resultó de hecho perfecto para abrir las planetidades. En las proyecciones mezclan el ya famoso monolito del centro comercial con deprimentes anuncios idealista de pisos @elfo, todos ellos o feos y caros o caros y feos. Pensamos que está bien como terapia de choque a los veteranos planetistas, esas personas que lo pasaron tan bien en los noventa y que ahora, puede que hasta incluso tengan inmuebles en propiedad. Alcalá Norte, en twitter, no rehuyó el combate.
Sonaron altos y rápidos, quizá acelerados. Tienen canciones como soles, pero las dos veces que les he visto al aire libre me ha parecido que la batería va por detrás del compás mucho rato, que el groove conjunto siempre pende de un hilo (quizá tenga precisamente que ver con que se están inventando un sonido propio, bastante técnico). Ahora emprenden una gira/mili de la que seguro que salen tocando fenomenal, más apretados que los tornillos de un submarino. Me pregunto si a Los Planetas —con los que la estelar recepción de sendos debuts les emparenta— les pasaría algo parecido en el año 94. El sábado les hicieron quitar algo del repertorio y acabar con “La calle elfo” y “La vida cañón” —nuestros "Don’t look back in anger" y "Wonderwall", dice el admin hoy, siempre modesto.
Depresión Sonora son nuestra banda doomer y zoomer (bailes tristes para delincuentes). Portan el estandarte con vigor, clase y rotundidad. A la vez que salían al escenario se cerraba la noche sobre la Alhambra. Envuelven sus canciones melancólicas —concebidas en ordenador y resucitadas por algunos de los mejores músicos en directo de nuestra generación—, de una estética que mezcla lo soviético/brutalista, animes, snoopy; Depresión Sonora—y su cerebro markusiano— son una exquisita decantación de las heterogéneas posibilidades de los nacidos en internet. Del vértigo a buscarse un futuro que parece igual o más negado para los jóvenes desde 2020 que en 1977 en Reino Unido «no sé si estoy triste o feliz / llevo semanas sin salir de casa / baila conmigo hasta que llegue la muerte».
Todo el conjunto me obligaba a hablar con los veteranos planetistas de mi alrededor y comprobar que les estaba gustando este ojo de buey a la chavalada actual. De fondo se intuía a J casi bailando detrás del escenario; pensé que toda la fiesta era como ponerles grupos nuevos a tus amigos puretas para demostrar que sigues siendo guay, pero nivel alquilas una plaza de toros y que toquen en directo los chavales. Markusiano a lo suyo «vivo encerrado dentro de tus ojos / veo tan dentro que me vuelve loco». Antes de interpretar una versión de “Qué puedo hacer” nos explicó lo que de hecho estaba pasando: «sería un honor y un privilegio acercarnos a tener la influencia de los Planetas…»
Aprovechamos el parón pre Planetas para confraternizar y reporterizar: departimos con veteranos planetistas —llevan camisetas de Los Planetas a los conciertos de Los Planetas, te hablan del Planta Baja, de los 90, portan gafas Arnette ancladas en la frontera de sus más o menos incipientes calvas—, familias enteras bien peinadas y planchadas —padres e hijos, sin móviles a la vista, un saludo a los Crespo—, algún carismático zoomer que sólo venía a Depresión Sonora pero gozan del panorama y de la compañía. Mientras, se apresuran a congregarse en distancias abrazables, tras orinar y abrevar, los comandos de expertos planetistas (los expertos planetistas difieren de sus homólogos los veteranos en su menor edad y mayor densidad capilar, fidelidad por las tote bags en lugar de por poner a prueba sus vaqueros, haber visto al grupo 27 veces en el FIB; llevar polos Fred Perry todos los días del año, apostar por las Rayban Wayfarer en detrimento de marcas como Oakley o Arnette). Empieza lo bueno.
Es difícil de explicar la electricidad estática que sobrevolaba la plaza de toros (y los policlins) cuando Los Planetas salieron y empezaron con “De Viaje”. Me dio la sensación de que todos los grupos de expertos y demás tribus granadinas consiguieron reunirse justo antes del estribillo, y empezar con el recital de puñitos al aire, afonía, besos y recuerdos compartidos mediante largos abrazos. Una cosa buena de escuchar el Super 8 en orden es que, tras “Qué puedo hacer” y hasta "La caja del diablo” median 7 temarrales infravalorados que, secuencialmente, le ponen a uno en el lugar exacto de la memoria de aquellas veces, es decir, volver a experimentar a qué te recordaba cada canción. “Si está bien” es algo que podrían haber escrito Depresión Sonora. “Jesús”, un hit que sería la mejor canción de cualquier otro grupo de guitarras español. También esa preciosa hostia a la línea de flotación llamada “Brigitte” : «¿y cómo puedes explicar, algo que no has hecho jamás? / a veces pienso que todo esto ha sido un sueño / y que aún estás aquí». La misteriosa “Rey Sombra”... Antes de “Desorden”, J —en la primera locución entre canciones en la que se le entiende algo— se la dedica a todos los mártires, como Ian Curtis, del rock, y dice que ellos están vivos de milagro. Y que mientras estén aquí lo seguirán haciendo. Pero que luego vendrán otros.
Tras “La caja del diablo” y el éxtasis general, hacen unos bises descomunales en dos tiempos, mezclando ya queridísimas canciones pop perfectas —“David y Claudia”, “Un buen día” (con la frase de Eric)—, viajes espirituales nazaríes más recientes —“Santos que yo te pinté1”, “Corrientes circulares en el tiempo”— y nuevos clásicos como “Espíritu Olímpico”. Para espíritu, el que se había adueñado entonces de la plaza de toros. Cuando sonó “Islamabad”, todo el mundo (veteranos, expertos, familias, nosotros los IMI “invasores madrileños indies”) habíamos entrado en una especie de catatonia sufí: abrazados unos a los otros, vacíos los vasos, fijas en el infinito o en la andanada del 7 las miradas.
Y si, tal y como nos desvelaron los calicasas, lo bueno de crecer es ser consciente de la suerte de uno mientras las cosas pasan, el precio a pagar es la lucidez, la certeza de que todo se tiene que acabar. Sabíamos que “Mi hermana pequeña” era la última. Volaron vasos en todas las direcciones, cual escudo antimisiles contra la melancolía, y entonces los abrazos se convirtieron en pogos, un último acto de rebeldía contra la amable luz: hemos estado aquí, con nuestros amigos, y ha sido maravilloso.
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1 Insiste Luis en que en el título correcto la forma verbal es «pinte», en presente del subjuntivo. Bien, y que me perdone su autor, pero no pienso cambiar como me imagino la historia de la canción en mi cabeza y, por consiguiente, lo seguiré escribiendo con tilde, en pretérito perfecto. Los santos ya fueron pintados.