No sabéis vivir

La primera novela de Álvaro Gálvez Medina es un libro-isla.

(Esta reseñita no desvela nada en absoluto del argumento de la novela, solo del estilo y de algunas circunstancias del autor. Leed sin miedo)

Nada más entrar en la adolescencia, recibí un espectacular regalo de Navidad. Mi madre, conocedora de cierta ansia por acumular conocimiento más o menos inútil, dejó bajo el árbol un volumen de La guía del cine, de Carlos Aguilar. Era este un tremendo tocho de más de 1.500 páginas en el que venían recogidas decenas de miles (!) de películas. Al ser imposible de acabar, se convertía en un libro perfecto para ojear y para el más alto honor—cada vez más infrecuente, por culpa de los móviles— que puede ostentar un libro: el de ser leído en el cuarto de baño.

Lo mejor del volumen es que Aguilar, además de glosar la ficha técnica, reseñaba todas las películas. Todas ellas. A fuerza de leerlo, podías hacerte una idea de sus debilidades (Fellini, Bergman, Ford), suspicacias (recuerdo que a David Lynch siempre le llamaba «el astuto director norteamericano») o múltiples animadversiones. Despachaba todo ello en 3 o 4 líneas, casi haikus cinéfilos. Repetía a menudo curiosas palabras, entre las que recuerdo dos en particular: finisecular y empero. También recuerdo una reseña en especial, la de la película La noche del cazador (Charles Laughton, 1955). De ella decía que, además de una película preciosa y aterradora a partes iguales, se trataba de un «film-isla». Una anomalía, una excepción. 

No paraba yo de pensar en esta anécdota que os he endosado —disculpadme por ello— el otro día sentado en la librería La fabulosa, durante la presentación de No sabéis vivir (Sr. Scott, 2024); mientras que el autor, Álvaro Gálvez Medina, conversaba con Margot Rot

No sabéis vivir me parece una novela-isla. Claro que es un libro que bebe de influencias claras y determinadas, pero la mezcla final se parece sólo a su autor. Tiene las virtudes de una primera obra, esa que uno se tira 30 años escribiendo, pero también unas hechuras y poso de quien lleva años en esto. Porque Álvaro (Córdoba, 1989) es un autor que no parecía que lo fuera a ser, un abogado de provincias trabajando en un despacho de Madrid mientras escribía, escribía sin parar en twitter y en blogs, hasta que un día lo dejó, volvió a Córdoba y obtuvo una plaza en la administración que le permitía disponer de tiempo sustancial para producir textos. Le preguntaba Margot que si le costaba escribir, que cómo estaba anímicamente. «Acabo de aprobar una oposición, imagínate cómo estoy de bien», respondía el autor entre risas.

Álvaro no exuda malditismo, ni peso letraherido, ni pompa literaria, ni nada parecido. Además, en su estilo es refrescante quizá influya su no adhesión a determinados ambientes de los que salen muchos escritores jóvenes: binomio Madrid-Barcelona, carrera de humanidades-academia. Es, de alguna manera, un tecleante lobo solitario con conexión a internet, unido a esos círculos vía twitter y blogs —como bien comentaban Margot y él en directo— pero lo suficientemente apartado para ir por libre. Para hacer una novela-isla.

Por un lado, emplea frases cortas y despojadas de casi todo ornamento, recordando a Azorín o Pío Baroja. Por el otro, Gálvez es un observador y columnista consumado, lo cual introduce en la novela en forma de pequeñas sentencias morales al final de muchos párrafos. Funciona a la perfección a lo largo de la estructura de diario y de confesión de la novela, y por la pertinencia de casi todo lo que se le ocurre a Álvaro, quien sabe si imbuido a veces de cierto estoico paisano suyo:

«Sentí más resignación que ira, y me pareció un buen síntoma»

Por eso, además de como artefacto narrativo, el libro se puede leer casi como pequeñas columnas costumbristas de observación con, una vez más, el estilo seco, staccato, de Josep Pla en el Cuaderno Gris

Además, la novela tiene el atractivo de la contemporaneidad y la caracterización de sus localizaciones cordobesas; un tránsito de personajes y decorados modernos, actuales y reconocibles por su clasemedianez: juzgados, restaurantes pretenciosos, un hotel de playa, aquella boda con sus absurdos y repetitivos códigos. Todos ellos son tratados con una frialdad que realza sus sinsentidos, a la manera de Michel Houellebecq. Esa frialdad sirve para exponer los juegos de estatus y el mal gusto que rodea al protagonista —lo más divertido de la novela es cuando el narrador da rienda suelta a sus odios. Empero, el autor no cae en la trampa de abandonarse a lo efímero, lo cual podría poner en riesgo el tono de la novela, atravesada, por lo demás, de la elegancia propia de la contención. No sabéis vivir resistirá el paso del tiempo. 

El último ingrediente del cóctel Gálvez Medina, el que más influye en el viaje del personaje, puede que tenga que ver con los personajes al límite de otros autores de los que se habló en la presentación: Bukowski, el tremendismo de Cela, algunas características del absurdismo o de las primeras novelas de Martin Amis y otros autores anglosajones finiseculares. Pero no puedo explicaros más: tendréis que leer el libro.

Todo en la novela de Álvaro tiene el aroma de lo que sale bien, precisamente, por no obsesionadose con hacerlo bien. Paradójicamente, tengo la sensación de que la ingenuidad del debutante le permite ser escritor, le anima a jugar a levantar su propia fachada estética; el laberinto moral del final. Tal y como reza una de las sentencias del libro:

«Fingí dominar la situación, que es lo mismo que dominar la situación»

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Libros

No sabéis vivir

La primera novela de Álvaro Gálvez Medina es un libro-isla.

(Esta reseñita no desvela nada en absoluto del argumento de la novela, solo del estilo y de algunas circunstancias del autor. Leed sin miedo)

Nada más entrar en la adolescencia, recibí un espectacular regalo de Navidad. Mi madre, conocedora de cierta ansia por acumular conocimiento más o menos inútil, dejó bajo el árbol un volumen de La guía del cine, de Carlos Aguilar. Era este un tremendo tocho de más de 1.500 páginas en el que venían recogidas decenas de miles (!) de películas. Al ser imposible de acabar, se convertía en un libro perfecto para ojear y para el más alto honor—cada vez más infrecuente, por culpa de los móviles— que puede ostentar un libro: el de ser leído en el cuarto de baño.

Lo mejor del volumen es que Aguilar, además de glosar la ficha técnica, reseñaba todas las películas. Todas ellas. A fuerza de leerlo, podías hacerte una idea de sus debilidades (Fellini, Bergman, Ford), suspicacias (recuerdo que a David Lynch siempre le llamaba «el astuto director norteamericano») o múltiples animadversiones. Despachaba todo ello en 3 o 4 líneas, casi haikus cinéfilos. Repetía a menudo curiosas palabras, entre las que recuerdo dos en particular: finisecular y empero. También recuerdo una reseña en especial, la de la película La noche del cazador (Charles Laughton, 1955). De ella decía que, además de una película preciosa y aterradora a partes iguales, se trataba de un «film-isla». Una anomalía, una excepción. 

No paraba yo de pensar en esta anécdota que os he endosado —disculpadme por ello— el otro día sentado en la librería La fabulosa, durante la presentación de No sabéis vivir (Sr. Scott, 2024); mientras que el autor, Álvaro Gálvez Medina, conversaba con Margot Rot

No sabéis vivir me parece una novela-isla. Claro que es un libro que bebe de influencias claras y determinadas, pero la mezcla final se parece sólo a su autor. Tiene las virtudes de una primera obra, esa que uno se tira 30 años escribiendo, pero también unas hechuras y poso de quien lleva años en esto. Porque Álvaro (Córdoba, 1989) es un autor que no parecía que lo fuera a ser, un abogado de provincias trabajando en un despacho de Madrid mientras escribía, escribía sin parar en twitter y en blogs, hasta que un día lo dejó, volvió a Córdoba y obtuvo una plaza en la administración que le permitía disponer de tiempo sustancial para producir textos. Le preguntaba Margot que si le costaba escribir, que cómo estaba anímicamente. «Acabo de aprobar una oposición, imagínate cómo estoy de bien», respondía el autor entre risas.

Álvaro no exuda malditismo, ni peso letraherido, ni pompa literaria, ni nada parecido. Además, en su estilo es refrescante quizá influya su no adhesión a determinados ambientes de los que salen muchos escritores jóvenes: binomio Madrid-Barcelona, carrera de humanidades-academia. Es, de alguna manera, un tecleante lobo solitario con conexión a internet, unido a esos círculos vía twitter y blogs —como bien comentaban Margot y él en directo— pero lo suficientemente apartado para ir por libre. Para hacer una novela-isla.

Por un lado, emplea frases cortas y despojadas de casi todo ornamento, recordando a Azorín o Pío Baroja. Por el otro, Gálvez es un observador y columnista consumado, lo cual introduce en la novela en forma de pequeñas sentencias morales al final de muchos párrafos. Funciona a la perfección a lo largo de la estructura de diario y de confesión de la novela, y por la pertinencia de casi todo lo que se le ocurre a Álvaro, quien sabe si imbuido a veces de cierto estoico paisano suyo:

«Sentí más resignación que ira, y me pareció un buen síntoma»

Por eso, además de como artefacto narrativo, el libro se puede leer casi como pequeñas columnas costumbristas de observación con, una vez más, el estilo seco, staccato, de Josep Pla en el Cuaderno Gris

Además, la novela tiene el atractivo de la contemporaneidad y la caracterización de sus localizaciones cordobesas; un tránsito de personajes y decorados modernos, actuales y reconocibles por su clasemedianez: juzgados, restaurantes pretenciosos, un hotel de playa, aquella boda con sus absurdos y repetitivos códigos. Todos ellos son tratados con una frialdad que realza sus sinsentidos, a la manera de Michel Houellebecq. Esa frialdad sirve para exponer los juegos de estatus y el mal gusto que rodea al protagonista —lo más divertido de la novela es cuando el narrador da rienda suelta a sus odios. Empero, el autor no cae en la trampa de abandonarse a lo efímero, lo cual podría poner en riesgo el tono de la novela, atravesada, por lo demás, de la elegancia propia de la contención. No sabéis vivir resistirá el paso del tiempo. 

El último ingrediente del cóctel Gálvez Medina, el que más influye en el viaje del personaje, puede que tenga que ver con los personajes al límite de otros autores de los que se habló en la presentación: Bukowski, el tremendismo de Cela, algunas características del absurdismo o de las primeras novelas de Martin Amis y otros autores anglosajones finiseculares. Pero no puedo explicaros más: tendréis que leer el libro.

Todo en la novela de Álvaro tiene el aroma de lo que sale bien, precisamente, por no obsesionadose con hacerlo bien. Paradójicamente, tengo la sensación de que la ingenuidad del debutante le permite ser escritor, le anima a jugar a levantar su propia fachada estética; el laberinto moral del final. Tal y como reza una de las sentencias del libro:

«Fingí dominar la situación, que es lo mismo que dominar la situación»

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