Oposición, Sara Mesa (Anagrama, 2025)

La novela viene a contarnos que la burocracia es burocrática y la administración fría y gris. Quizá no hacían falta 218 páginas para esto.

“Difícil de explicar, pero, sobre todo, aburrido de escuchar”. Oposición, Sara Mesa

Iniciación

La literatura de Oposición es burocrática, por lo que el tema de la novela es pertinente. Cumple las normas, las sufre, le constriñen la creatividad que uno imagina que su habilidad innata podría llegar a desarrollar si le dejaran, se agota en esas normas y no tiene otra respuesta que ceder, derrumbarse, caer cansada en su cumplimiento, como la protagonista de su novela. Pero ella saca la oposición, por supuesto que la saca, por el camino se hace consciente de todos los demonios del sistema, los señala y los crítica, pero los cumple milimétricamente y sale primera de su promoción, pues nadie como ella sabe cómo se debe hacer, cómo cumplir con la burocracia, cómo aprobar oposiciones.

Pliego de cargos

Oposición viene a contarnos que la burocracia es aburrida, que la gente se escaquea, que otra gente quiere hacer y no le dejan, gente digna que quiere hacer las cosas bien y da pena, que hay jerarquías injustas y sillas mejores para los jefes, que el machismo estructura también y todavía el sector público, que el funcionariado es anticuado, que hay procedimientos para iniciar procedimientos, organigramas hipertrofiados, lentitud y lasitud, estandarización y alienación. Oposición viene a contarnos que la burocracia es burocrática y la administración fría y gris, que aplaca la creatividad y las ganas, y que es mejor salir de ahí y vivir de forma original. Quizá no hacían 218 páginas para esto.

Nos quiere decir —de forma explícita y unívoca— que hay personas decentes y otra infames y el mundo no es justo porque no triunfan las buenas ni reciben reprimendas las malas. La descripción psicológica de los personajes es monolítica, sabe lo que quiere transmitir con cada uno y quiere que le quede muy claro al lector. Teresa, la compañera decente y diligente pero clasista, racista y odiosa; Beni, la compañera bondadosa y cuidadora, un poco temerosa del mundo de ahí fuera que quiere proteger a los suyos y entre ellos a Sara convirtiéndola en opositora, y es bastante pesada; Echevarría, el jefe que se cree importante y es un maleducado y un ordinario ahí repantingado tras su mesa y que en realidad no sabe ni hablar bien y dice “emponciñado” en vez de “emponzoñado” a toda voz, por teléfono, en su despacho, mientras la protagonista ríe cómplice con Salu, la secretaria de Echevarría, mucho más válida y trabajadora que él, por supuesto; el misterioso jefe de negociado número dos, que se queda en misterio para siempre porque hay gente que es así, un misterio. El maniqueo debate generacional que trae a mitad de la novela el poliédrico personaje de Sabina, jóven informática amiga repentina de la protagonista, coge al lector ya agotado de tanto papeleo.

Es agotador verlo todo tan claro en cada escena. Efectivamente, el mundo es así y está lleno de gente así, pero qué desolador encontrárnoslos también en una novela.

Pliego de descargo

Oposición intenta salvar esa burocracia administrativa en que vive inmersa con verbos coquetos. Saltea por la rutina oficinaria “el silencio se adensó”, “tonteando con el móvil” o “destrenzar una conversación”.

En otras ocasiones son los adjetivos de su hiperdensidad descriptiva los que pretenden tapar huecos —¿qué huecos?, se pregunta uno, si está detallada cada esquina de la oficina anodina, cada pico de la mesa afilado, cada taza de café insípida. Los adjetivos a veces ni siquiera resultan coquetos, sencillamente se acumulan unos sobre otros. La prosa de Oposición es cinematográfica. Coge una cámara y recorre el espacio durante páginas y páginas. El problema es que si quieres captar cada detalle visual como si fueras una cámara lo mejor es coger una cámara, no escribirlo todo.

Los dibujos a mano que ilustran idéntico el objeto descrito en el párrafo anterior no se sabe muy bien para qué, el problema de dicción de la protagonista-narradora sin relevancia en el arco narrativo o el choque entre su lenguaje creativo y el lenguaje estandarizado de la administración pública planteado anecdóticamente pero no problematizado, no salvan una novela lineal, narrada en una primera persona que no sabemos desde dónde habla y finalmente, lo más evidente, una novela aburrida.

Tampoco los tan bien preparados cliffhanger al final de cada capítulo del tipo: “Ese fue justo el día que el jefe de negociado número dos se paró a hablar conmigo”, y que te dan ganas de leer solo por dos páginas más, hasta que confirmas que lo que viene no es un frenesí tormentoso tras la calmachicha inicial que ya duraba más de sesenta páginas, sino más monotonía administrativa. Pero ahí sigues, hasta el siguiente cliffhanger, a ver si se cumple alguna de las promesas de cambio anunciadas por la trama, y porque esta es una novela de Anagrama y, por tanto, está bien preparada y ensamblada, pero nada más.

Terminación

Sin embargo, la literatura es extraña y difícil. No pueden ser (solo) estos los problemas. Hay ejemplos de hiperdescripción exitosos (Georges Perec) y ejemplos de anodinia de oficina sublime (Robert Walser). Siempre que uno quiere fijar las virtudes y defectos de un texto encuentra el contraejemplo perfecto, donde haciendo lo mismo ocurre lo contrario. A cualquier crítica técnica, estilística, estructural, temática, formal, puedes encontrarle un clásico que basó su obra en ese teórico defecto. El estilo es la cojera. ¿Por qué en la contemplación fría y anodina de lo vulgar aquí no se levanta lo sublime, como ocurre en Kafka? ¿Por qué no nos conmueve esta primera persona que mira el mundo triste con una alegría que resulta más triste aún que el mundo, como con Plath? ¿Por qué no funciona el artefacto de Sara Mesa? ¿Por qué aquí no pero allá sí? No podemos resolverlo. La literatura es extraña y difícil. Son los huecos los que deben levantarla. ¿Qué vacíos faltan aquí? No podemos decirlo, pero faltan muchos vacíos. Es una novela muy rellena, casi rellenada, y el relleno es aburrido, ni siquiera es extravagante como algunos de los verbos que lanza, es relleno de vida cotidiana. Hay una hiperdescripción de lo evidente y visible en primer plano, en vez de una mirada atenta que explora el misterio invisible del vacío. ¿Cómo se levanta una novela con el misterio de sus vacíos? Es muy fácil criticarlo y muy difícil hacerlo. Aquí Oposición no ha conseguido hacerlo.

---
('La muerte del lector' es la sección de crítica literaria de Jorge Burón. Todos los martes, en sustrato)

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES
Libros

Oposición, Sara Mesa (Anagrama, 2025)

La novela viene a contarnos que la burocracia es burocrática y la administración fría y gris. Quizá no hacían falta 218 páginas para esto.

“Difícil de explicar, pero, sobre todo, aburrido de escuchar”. Oposición, Sara Mesa

Iniciación

La literatura de Oposición es burocrática, por lo que el tema de la novela es pertinente. Cumple las normas, las sufre, le constriñen la creatividad que uno imagina que su habilidad innata podría llegar a desarrollar si le dejaran, se agota en esas normas y no tiene otra respuesta que ceder, derrumbarse, caer cansada en su cumplimiento, como la protagonista de su novela. Pero ella saca la oposición, por supuesto que la saca, por el camino se hace consciente de todos los demonios del sistema, los señala y los crítica, pero los cumple milimétricamente y sale primera de su promoción, pues nadie como ella sabe cómo se debe hacer, cómo cumplir con la burocracia, cómo aprobar oposiciones.

Pliego de cargos

Oposición viene a contarnos que la burocracia es aburrida, que la gente se escaquea, que otra gente quiere hacer y no le dejan, gente digna que quiere hacer las cosas bien y da pena, que hay jerarquías injustas y sillas mejores para los jefes, que el machismo estructura también y todavía el sector público, que el funcionariado es anticuado, que hay procedimientos para iniciar procedimientos, organigramas hipertrofiados, lentitud y lasitud, estandarización y alienación. Oposición viene a contarnos que la burocracia es burocrática y la administración fría y gris, que aplaca la creatividad y las ganas, y que es mejor salir de ahí y vivir de forma original. Quizá no hacían 218 páginas para esto.

Nos quiere decir —de forma explícita y unívoca— que hay personas decentes y otra infames y el mundo no es justo porque no triunfan las buenas ni reciben reprimendas las malas. La descripción psicológica de los personajes es monolítica, sabe lo que quiere transmitir con cada uno y quiere que le quede muy claro al lector. Teresa, la compañera decente y diligente pero clasista, racista y odiosa; Beni, la compañera bondadosa y cuidadora, un poco temerosa del mundo de ahí fuera que quiere proteger a los suyos y entre ellos a Sara convirtiéndola en opositora, y es bastante pesada; Echevarría, el jefe que se cree importante y es un maleducado y un ordinario ahí repantingado tras su mesa y que en realidad no sabe ni hablar bien y dice “emponciñado” en vez de “emponzoñado” a toda voz, por teléfono, en su despacho, mientras la protagonista ríe cómplice con Salu, la secretaria de Echevarría, mucho más válida y trabajadora que él, por supuesto; el misterioso jefe de negociado número dos, que se queda en misterio para siempre porque hay gente que es así, un misterio. El maniqueo debate generacional que trae a mitad de la novela el poliédrico personaje de Sabina, jóven informática amiga repentina de la protagonista, coge al lector ya agotado de tanto papeleo.

Es agotador verlo todo tan claro en cada escena. Efectivamente, el mundo es así y está lleno de gente así, pero qué desolador encontrárnoslos también en una novela.

Pliego de descargo

Oposición intenta salvar esa burocracia administrativa en que vive inmersa con verbos coquetos. Saltea por la rutina oficinaria “el silencio se adensó”, “tonteando con el móvil” o “destrenzar una conversación”.

En otras ocasiones son los adjetivos de su hiperdensidad descriptiva los que pretenden tapar huecos —¿qué huecos?, se pregunta uno, si está detallada cada esquina de la oficina anodina, cada pico de la mesa afilado, cada taza de café insípida. Los adjetivos a veces ni siquiera resultan coquetos, sencillamente se acumulan unos sobre otros. La prosa de Oposición es cinematográfica. Coge una cámara y recorre el espacio durante páginas y páginas. El problema es que si quieres captar cada detalle visual como si fueras una cámara lo mejor es coger una cámara, no escribirlo todo.

Los dibujos a mano que ilustran idéntico el objeto descrito en el párrafo anterior no se sabe muy bien para qué, el problema de dicción de la protagonista-narradora sin relevancia en el arco narrativo o el choque entre su lenguaje creativo y el lenguaje estandarizado de la administración pública planteado anecdóticamente pero no problematizado, no salvan una novela lineal, narrada en una primera persona que no sabemos desde dónde habla y finalmente, lo más evidente, una novela aburrida.

Tampoco los tan bien preparados cliffhanger al final de cada capítulo del tipo: “Ese fue justo el día que el jefe de negociado número dos se paró a hablar conmigo”, y que te dan ganas de leer solo por dos páginas más, hasta que confirmas que lo que viene no es un frenesí tormentoso tras la calmachicha inicial que ya duraba más de sesenta páginas, sino más monotonía administrativa. Pero ahí sigues, hasta el siguiente cliffhanger, a ver si se cumple alguna de las promesas de cambio anunciadas por la trama, y porque esta es una novela de Anagrama y, por tanto, está bien preparada y ensamblada, pero nada más.

Terminación

Sin embargo, la literatura es extraña y difícil. No pueden ser (solo) estos los problemas. Hay ejemplos de hiperdescripción exitosos (Georges Perec) y ejemplos de anodinia de oficina sublime (Robert Walser). Siempre que uno quiere fijar las virtudes y defectos de un texto encuentra el contraejemplo perfecto, donde haciendo lo mismo ocurre lo contrario. A cualquier crítica técnica, estilística, estructural, temática, formal, puedes encontrarle un clásico que basó su obra en ese teórico defecto. El estilo es la cojera. ¿Por qué en la contemplación fría y anodina de lo vulgar aquí no se levanta lo sublime, como ocurre en Kafka? ¿Por qué no nos conmueve esta primera persona que mira el mundo triste con una alegría que resulta más triste aún que el mundo, como con Plath? ¿Por qué no funciona el artefacto de Sara Mesa? ¿Por qué aquí no pero allá sí? No podemos resolverlo. La literatura es extraña y difícil. Son los huecos los que deben levantarla. ¿Qué vacíos faltan aquí? No podemos decirlo, pero faltan muchos vacíos. Es una novela muy rellena, casi rellenada, y el relleno es aburrido, ni siquiera es extravagante como algunos de los verbos que lanza, es relleno de vida cotidiana. Hay una hiperdescripción de lo evidente y visible en primer plano, en vez de una mirada atenta que explora el misterio invisible del vacío. ¿Cómo se levanta una novela con el misterio de sus vacíos? Es muy fácil criticarlo y muy difícil hacerlo. Aquí Oposición no ha conseguido hacerlo.

---
('La muerte del lector' es la sección de crítica literaria de Jorge Burón. Todos los martes, en sustrato)

sustrato, como te habrás dado cuenta ya, es un espacio diferente. No hacemos negocio con tus datos y aquí puedes leer con tranquilidad, porque no te van a asaltar banners con publicidad.

Estamos construyendo el futuro de leer online en el que creemos: ni clickbait ni algoritmo, sino relación directa con escritores sorprendentes. Si te lo puedes permitir y crees en ello, te contamos cómo apoyarnos aquí:
Lee a tus autores favoritos y apoya directamente su trabajo independiente y audaz.
VER PLANES