1º de mayo, abolición del trabajo
Cada primero de mayo me vuelvo a rascar la cabeza pensando en la concepción del trabajo, según las triturantes ideologías campeonas del siglo XX: los amigos del capitalismo dicen que te tiene que gustar doblar el lomo por la meta, es decir, por tu propio interés en conducir lambos; los herederos del politburó siguen insistiendo en que trabajar dignifica, en fresar o mandar mejores faxes por pura dignidad o chorradas por el estilo. Luego este día es un día del todo confuso. Cuando vivía en Berlín escuchaba interesado (y helles en mano) los mítines de los partidos y sindicatos en Mariannenplatz. Cierto es que apenas entiendo el alemán, así que jugaba a imaginarme a die Sprecher llamando a la vagancia y a la abolición del trabajo:
- ¡Daos cuenta! ¡La etimología del trabajo viene del latín tripalium! Tres estacas en las que se ataba a los esclavos para tortularles. ¡Y los seguimos llamando así! ¡Se ríen en nuestras mismas narices!
- La vida se convertirá en juego. El paradigma del juego productivo es un encuentro sexual óptimo. Cada uno de los participantes potencia los placeres del otro, nadie está pendiente del marcador y todo el mundo gana. En la vida lúdica, lo mejor de la sexualidad impregnará lo mejor de la vida cotidiana (...) Nadie debería trabajar jamás. Proletarios de todos los países…¡relajaos!1
El Preagotamiento
En estas circunstancias de aumento de productividad y todavía férreo control de los horarios cabe argumentar que, mientras mendigamos reducciones de una, dos míseras horas a la semana, lo mínimo que pueden hacer los gobiernos es dejarnos en paz, no pedir más de los trabajadores. Pero vaya si lo hacen. La hornada de politicuchos que nos ha caído encima, como una maldición bíblica, no solo nos mete la mano en el bolsillo sin cesar si no que, casi peor, ahora nos quiere rehenes de su espectáculo telenovelesco.
Pensad en la ficción: en 2004, se emitían en la televisión española “Los Serrano”, “Aquí no hay quien viva”, “Cuéntame cómo pasó”, “Ana y los 7”, “El comisario” u “Hospital Central”, por citar algunas. No es sólo que se viesen, si no que se comentaban, es decir, ocupaban gran parte de la conversación social. Esto se debía, probablemente, a dos características: una, se emitían en abierto, simultáneamente, de manera que inevitablemente vertebraban la conversación pública; y dos, tenían cierta duración, largas temporadas que convertían a la ficción en un compromiso a largo plazo.
Lo que encontramos hoy es una decadencia absoluta de la ficción en televisión2, sustituida por la deslocalización extrema de internet y, en todo caso, las series en plataformas digitales. Estas producciones son casi siempre cortas (no nos vayamos a cansar) y además, se ven cuando uno quiera, de manera asíncrona, dificultando que haya un debate cotidiano sobre las mismas: en el trabajo, en clase, en el bus; la palabra spoiler es un arma de destrucción masiva de conversaciones prometedoras.
A mi me parece que los hechos acaecidos recientemente, protagonizados por el presidente del gobierno -pero secundados, nutridos y en el fondo hasta aplaudidos- por todos sus rivales políticos, no son más que una manera de monopolizar y rentabilizar el vacío de productos de ficción-en-común que tenemos en el país. Esta falta de homogeneidad narrativa, de historias que compartir, provoca que oportunistas fantoches y personajes de telenovela crezcan como histriónicas setas. Cada comparecencia que detiene el país, cada exabrupto, cada provocación: los políticos populistas han sustituido a la ficción, a los artistas, quienes gracias al tsunami de lo políticamente correcto ahora son gente dócil y gris, nunca altisonante.
El otro día sucedió algo muy triste: discutimos en el grupo de whatsapp de mis amigos, a cuenta del último capítulo de la telenovela. Yo también me cabreé, lo cual me avergüenza cantidad3. Supongo que nos sucedió a la totalidad de los ciudadanos. Al final, con la ayuda de mi amigo Javi, llegué a la conclusión de lo que me produce todo esto, y es una palabra que creo nueva: preagotamiento. El preagotamiento sucede cuando un conflicto está dando comienzo y, de la misma manera que preocuparse es hacerse cargo antes de tiempo, preagotarse es saturarse antes de empezar a discutir siquiera. A negarse a combatir.
Los ingleses, maestros de la flema, consideran de buen gusto comentar el tiempo, the weather. Se trata de un tema de conversación óptimo, porque afecta a la totalidad de personas y animales cuadrúpedos, es cambiante (al menos en las islas británicas) y, sobre todo, no ofende a nadie4. Propongo que hablemos más del clima, de deportes, de películas. De ficciones no impuestas. Estamos preagotados.
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1 Íntegro reproducido de “La abolición del trabajo”, de Bob Black. Ed. Pepitas de calabaza
2 En un financiero barco a la deriva, plantear ficciones es difícil, más fácil llenarlo todo de tertulianos y magacines fácilmente cancelables
3 Perdón, muchachos.
4 Salvo quizá a los escoceses allí y a los gallegos aquí… y estoy pensando que está empezando a estar politizado por lo del cambio climático pero en fin, me está quedando un tocho de artículo para un festivo.
* la ilustración del tripalium de la foto del artículo es De ManuRoquette - Trabajo propio, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=78454146