Es tan complicado que todo salga bien como que todo salga mal. De hecho, tener un día de mierda es más complicado de lo que parece. Escribamos pues las instrucciones para conseguirlo. Lo primero es pasar una mala noche, dar unas cuantas vueltas en la cama, entrar en un bucle obsesivo con un tema agobiante, con una frase a destiempo, con una mirada sospechosa. Aún así hay que ser capaz de conciliar el sueño durante un par de horas para poder despertar tres minutos antes de que suene la alarma; lo justo para no poder volver a dormir, pero lo suficiente como para saber que has perdido tiempo de sueño.
Lo siguiente es levantarse después de mirar el móvil demasiado tiempo, después de una buena ración de fake news, de influencers sin gracia, de violencia gratuita. Cuando abras el grifo de la ducha debes esperar a que se ponga caliente, y esperar, y esperar un poco más, y más puedes esperar porque el agua no se va a calentar y tendrás que ducharte con agua fría. Es recomendable sentarse en el retrete mientras scrolleas, y a la hora de la verdad encontrarse sin papel higiénico, o lavarse los dientes y que el cepillo esté sin batería, o que ya no quede gota de la colonia que estabas apurando. Para desayunar se aconseja una ración de insulsez en cualquiera de sus formas. Un vaso de leche de un cartón que se te haya olvidado meter en la nevera, o un yogurt natural sin nada. Ni siquiera azúcar, porque no encontraste tiempo para comprarlo en el fin de semana, o sí lo encontraste pero preferiste seguir scrolleando. Vístete con prisa. Ponte algo arrugado, o la ropa del día anterior; esa con la que ayer te veías bien, pero hoy no tanto.
Todo esto sería antes de salir de casa, pero desafortunadamente, ahí fuera, donde el cielo debe estar cubierto, son muchos los peligros que acechan tu día de mierda: ándate con cuidado. Toma el coche, el metro es un campo de minas para tu mal día. La sonrisa de un desconocido o un anciano leyendo un libro juvenil o unos colegas contándose sus problemas podrían arrancarte una sonrisa. Mejor el coche sí, y que la gasolina esté justa —no demasiado justa, de ahí podría salir una buena historia—, lo necesario para recordarte que debes llenar el tanque y perder unas pelas. Funciona muy bien poner tu emisora favorita, la que suele aliviarte de camino al trabajo, y que todas las canciones que escuchas en el trayecto sean malas, que las detestes incluso. Una decepción es más efectiva que un mal esperado.
Cuando aparques debes sorprenderte por haber conseguido un sitio tan cerca; el problema es que, al cruzar el umbral de la oficina, deben entrarte dudas por haber cerrado el coche, y al regresar, te darás cuenta de que has aparcado en minusválidos. Esta vez debes encontrar aparcamiento lejos, lo suficiente para tener que hacer un trote cochinero que te haga llegar sudado y con la conciencia intranquila por tu mal estado de forma. A los que no dominan el tema les parecerá contraintuitivo, pero no debes pisar una mierda en tu día de mierda porque lo convertirás en un día especial. Es mejor llegar puntual, que el ordenador te exija una actualización, o que no quede leche entera y tengas que ponerte leche de avellana en un café insípido. Idealmente en la oficina habrá poca gente, alguna cara conocida que saludas levantando las cejas, mejor evitar las interacciones. Las siguientes horas son un tema más personal. Una buena bronca, un apuro inesperado, un comentario del jefe sin gracia, un buen atracón de historias de Instagram de gente teniendo días que no son de mierda. El día en la oficina debe terminar por puro aburrimiento, no se debe tener encima de la mesa nada lo demasiado urgente ni lo demasiado interesante como para que merezca la pena pasar un solo minutos más delante del ordenador, aunque lo que venga después pueda ser aún peor.
Cuando en el camino de vuelta a casa no encuentres tráfico y un hilo de esperanza se cuele en tu conciencia no decaigas, es el momento para recibir una mala noticia. Nada trágico. Quizás la cancelación de un plan que te apetecía para el fin de semana, o un grupo de WhatsApp con demasiados mensajes, eso fastidia bastante. A estas alturas es importante que no percibas que estás teniendo un día de mierda. Podrías darte pena e incluso hacerte un poco de gracia. No, mejor no enterarse de mucho. Un encefalograma plano es muy útil para un día de mierda. Es conveniente estar atascado con un libro, no tener una lectura que pueda aliviarte el rato. Tampoco puede haber partido de Champions, ni la Isla de las Tentaciones, ni un nuevo episodio de First Dates, no puede haber lo que a uno le guste. Mejor un partido clasificatorio para la Eurocopa en algún estadio de una provincia española comentado por Juan Carlos Rivero.
En la nevera no puede haber huevos. Un buen huevo frito le arregla el día a cualquiera. Es importante debatirse entre bajar al súper a comprar una docena o quedarse y pedir comida a casa, y que la vagancia gane el pulso; y que gane en forma de un triste poke o de un sushi industrial. El pedido tiene que llegar tarde y un poco aplastado, y que falte algo si es posible—las patatas o el postre por ejemplo. A última hora no puede caer uno en concesiones. No nos carguemos en el último momento todo el buen trabajo para tener un mal día. Que no quede chocolate, o chucherías, o cigarrillos. O al revés. Que se coma demasiado chocolate, o demasiadas chucherías, o que se fume demasiado.
Y ya en la cama, cuando apagues la luz del cuarto y repases tu día, junto antes de que las lágrimas empiecen a mojar la almohada, haz memoria y siéntete orgulloso, es muy difícil conseguir un perfecto día de mierda. Haz una lista de todo lo que has esquivado. Llegar al metro y entrar al tren justo antes de que cierren las puertas, encontrar asiento en un vagón medio vacío, ver a una persona leyendo un libro que te gustó, pisar una mierda de perro, una canción de camino al trabajo, una comida con alguien divertido, un cumplido, un meme gracioso, un partido de champions, un cuento de Ribeyro, unos ancianos conociéndose en First Dates, una onza de chocolate, un McFlurry en casa. O un buen huevo frito. Un buen huevo frito le arregla el día a cualquiera. Y haciendo esa lista es posible que concilies el sueño, o mejor aún, que entres en bucle y vuelta a empezar: ¡Que tengas un mal día!