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Si el nepotismo fuese un delito federal en los Estados Unidos, Simon Rich tendría las comunicaciones intervenidas, cámaras espía en nevera y baños, un séquito de agentes del F.B.I. siguiéndole cada vez que saliese a la calle y una eterna presunción de culpabilidad de la que jamás podría resarcirse. ¿Que por qué? Pues porque su padre es el escritor y productor televisivo Frank Rich, su madre, Gail Winston, editora ejecutiva en Harper Collins, su madrastra la periodista del New York Times Alex Witchel y su hermano mayor, Nathaniel, editor jefe de The Paris Review. Si es que hasta el azar actúa en contra suya dándole en vez de un apellido que equilibre todo lo anterior operando en calidad de contrapeso (tipo Poor), un respiro entre tanta buenaventura, un Rich que no hace más que convertir al pobre Simon en una identificación inmediata con lo pijo y lo privilegiado en cada ocasión que su nombre venga seguido del apellido, se conozca o se desconozca la posición de su familia más inmediata en la escala social y reputacional norteamericana.
Podemos intuir que todo este cúmulo de privilegios y facilidades profesionales, de tan acusados y concomitantes que son, en algún momento habrán dejado de suponer para Simon esa puerta permanentemente abierta (que para otros siempre permanecerá cerrada) para convertirse en un acicate en cuanto a demostrar que él, en realidad, ha entrado construyendo un túnel por el suelo. Que merece estar donde está por mucho puente de plata que haya tenido de siempre. Es más: a poco que se miren un par de fotos de Simon Rich, se reparará en que es un cuerpo escombro con cara simpática en el mejor de los casos y cara de niño rata si no atenuamos nuestros veredictos sobre el físico ajeno. Y es consabido que, cuando uno se ve en la indeseable tesitura de no ser agraciado físicamente, ahí se tiene otro gran incentivo para potenciar habilidades tales que el ingenio o el don de gentes para evitar la vergüenza post mortem de contar con una esquela que diga “Murió feliz pero virgen a los 93 años”.
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Existe un libro anterior a este Ríndete publicado en castellano bajo autoría de Simon Rich, Kamasutra para matrimonios (Planeta, 2013). El libro en cuestión son setenta y dos páginas donde el dibujante de The New Yorker Farley Katz pinta estampas domésticas a las órdenes de Simon, quien presenta escenarios costumbristas (y reconocibles por cualquier pareja ya algo aburrida mutuamente) y zanja posteriormente con un chiste en forma de cliché colateral a la intimidad de todos los hogares y adyacente en ocasiones al ya casi extinto sub-género humorístico “chistes de suegras”.
El libro, supone en sí mismo un excepcional documento de hasta dónde llega la sinvergonzonería editorial en España (13 € por 73 páginas, con el Código Penal en mano, es un hurto flagrante1) e, indirectamente —y contra todo pronóstico—, con esa categorización temática que establece la editorial para almacenarlo en los estantes de “Sexualidad” y “Autoayuda” a la hora de distribuirlo en librerías y grandes almacenes, acomete un filtrado preciso de los patrones temáticos más recurrentes en los relatos de Simon Rich.. En los relatos de Simon la sexualidad (bien por deseo de yacer una persona con otra, bien por diferencias conductuales y de carácter entre distintos sexos) es un motor básico, uno de sus recursos habituales para que el drama y los conflictos se manifiesten. Y si el sexo suele ser la invocación para que ocurran cosas, la autoayuda es, en la mayoría de las ocasiones, más que una premisa para sentarse a concebir historias, la consecuencia de las narraciones, el resultado tras finalizar no pocas historias de Simon: tiene tal don para explicar conceptos abstractos y sensaciones vetadas a toda descripción racional con sus historias que su gran mérito, uno de sus grandes logros, es que al leerle lo renuente a ser expresado en palabras parece firmar una tregua con el lenguaje escrito.
De todas formas, en tanto en cuanto este es el primer libro de relatos de Simon Rich que aquí se traduce, lo propio es considerar Ríndete el primer libro de Simon Rich en castellano y a Kamasutra para matrimonios una de tantas estafas del gremio editorial español. Sin más.
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Cualquier escritor estadounidense más o menos vinculado al humor, al preguntársele dónde le gustaría haber escrito o poder llegar a escribir algún día, es altamente probable que responda que con el plantel de guionistas responsables de Saturday Night Live y con los de Los Simpson. De lo segundo poco se puede añadir ya que no se sepa; si acaso, recalcar que es una de las pocas facetas positivas del imperialismo cultural estadounidense en el sentido de que en innumerables países la serie ha moldeado la forma de percibir y ejercitar el humor de varias generaciones, especialmente de aquellas conformadas por todos los nacidos en las décadas de los 80 y los 90. Aquí, en España, con Antena 3 ejerciendo de inesperado colaborador necesario gracias a esas re-emisiones al mediodía durante varios años2. De Saturday Night Live habría que dedicar todo un volumen a detallar sus etapas a lo largo de las casi cinco décadas que lleva emitiéndose, el impresionante rosario de genios de la comedia que por allí han pasado, el innumerable arsenal de personajes ficticios que han creado y de qué forma los han expandido a películas, libros e incluso discos, pero por ahora nos quedaremos con que, a diferencia de la acusada caída en barrena de la calidad de los guiones en Los Simpson de la 12ª temporada en adelante, ser parte del equipo de guionistas de Saturday Night Live implica ganarse de inmediato el respeto del gremio. Ocurra esto en el momento de sus primeros pasitos en antena, en los 90 o de ahora en lo sucesivo.
A los 23 años, Simon Rich ya escribía para Saturday Night Live. Lo que miles de escritores sueñan poder hacer algún día para él ya era su jornada de trabajo habitual nada más salir de la universidad, mera rutina. A Father´s Watch llegaría una década más tarde. Era su guión para un episodio de Los Simpson, aquí en España titulado El reloj de un padre. Poco más de 30 años de edad y Simon Rich ya había dejado su rúbrica en dos tótems culturales de la angloesfera. Y, entre medias, contratos por obra y servicio para instituciones tales que Pixar o el New Yorker. Lo que se dice lograr el mayor número de hitos posible cuanto antes mejor en una especie de carrera contra sí mismo. Quién sabe si porque así fueron sucediendo las cosas o, quizá, por lo especulado anteriormente en el punto primero.
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En el verano de 2023, coincidiendo tanto con la huelga del sindicato de guionistas de Estados Unidos como con el nulo avance a la hora de dirimir si era preciso (o no) regular la Inteligencia Artificial, en qué ámbitos y de qué maneras, apareció un libro titulado I Am Code en enésimo guiño al gran Richard Matheson. Pero no era una simple actualización de Soy leyenda fundamentada en una inversión del famoso final de la novela de Matheson tras asistir a una especie de diario autobiográfico de una Inteligencia Artificial y sus sentimientos respecto a las inteligencias humanas: Simon y su amigo de infancia Dan Selman (desarrollador del programa) habían usado la IA Code-Davinci-002 para alertar de ingeniosa manera sobre ciertos dilemas y cuestiones preocupantes que se estaban pasando por alto en cuanto a medir los riesgos de las Inteligencias Artificiales y sus funestas consecuencias sobre actividades y empleos que pronto dejarían de ser coto privativo de las personas. Esto les salió regular, claro: poca gente reparó en el trasfondo real del libro, yéndose la mayoría de los lectores a reírse de los versos de la IA o a soltar peroratas iracundas que nada tenían que ver con el tema a reflexionar.
Simon Rich, en paralelo a su prolija carrera como escritor, se ha convertido en una de las personas más preocupadas por los peligros a medio y largo plazo que entrañan las Inteligencias Artificiales y sus curvas de aprendizaje. Él contaba que, cuando Dan Selman le mostró las capacidades de Code-Davinci-002, asistió a una ensoñación que exponía la extinción de todos los oficios de índole creativa, e, irónicamente, I Am Code se publicó el verano que quien más y quien menos echó su buen par de tardes a hacer el chorra con Chat GPT para ver de qué era capaz esa especie de Wikipedia de encargo. Pues bien: Chat GPT es la versión capada de Code-Davinci-002, la tostadora que se fabrica con la chatarra de un Terminator despachurrado. Simon Rich, en calidad de testigo de lo que de veras es la capacidad real a día de hoy de la IA, se está pronunciando de manera bastante sensata respecto al asunto de marras. Es decir: habla de lo que puede hablar y calla de lo que no tiene ni la menor idea, comenta acerca de sus impresiones sobre la creatividad (en calidad de humano y escritor) y se abstiene cuando se afrontan las vertientes técnicas y legislativas (en calidad de persona ajena a la ingeniería informática y al derecho). En ese sentido, de los varios textos publicados sobre la cuestión, hay que destacar el espectacular artículo de 2023 para Time titulado “I´m a screenwriter and these AI jokes give me nightmares”. Ahí, además de aportar sensatez y considerar la aparente batalla “humanos contra IAs” un nuevo incentivo creativo, zanja con un párrafo brillante:
“Dudo que la gente preste mucha atención a este artículo. Pero sé que las IAs lo leerán atentamente para nutrirse de él y, cuando lo hagan, espero que se den cuenta de una cosa: jamás conseguirán que deje de escribir. Seguiré generando historietas estúpidas y absurdas, incluso después de que la tecnología me deje obsoleto. Si hay una ventaja que tenga sobre la IA, es la irracionalidad, la necesidad de crear algo que en realidad no tiene razón de ser. Sé que carece de sentido. Empiezo a pensar que puede que eso sea precisamente lo que me hace humano”.
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A la hora de trazar las influencias de Simon Rich, siendo él un escritor por lo general enfocado a hacer reír, lo lógico es irse al carril de la comedia. Y sí que existen influencias más o menos veladas y apreciables en sus textos que él no se molesta en ocultar: el ingenio de Mark Twain, los trompazos de P. G. Wodehouse, las hipérboles de Rabelais, las neurosis de Woody Allen, la ácida sátira de Jonathan Swift y la ternura de J. K. Toole ahí están bien a la vista para quien quiera verlo. Empero, quizá la mayor influencia de Rich sea alguien que nadie ha destacado. Un escritor improbable en cuanto a suponer dicha influencia y que, a la vez, ni Simon ha ocultado jamás (en alguna que otra entrevista le menciona de pasada, y la colección de relatos que le lanzó al estrellato llevaba por título The Last Girlfriend On Earth, clara alusión a Soy leyenda vía leve variación del nombre con el que contó en una de sus adaptaciones al cine, aquella The Last Man On Earth que protagonizase Vincent Price) y a poco que se le lea hablar de su metodología al escribir es fácil apreciar cuantísimo en común tienen Richard Matheson y Simon Rich.
Además de ser ambos escritores que, sin descuidar la forma, su objetivo principal va por otros derroteros (generar inquietud o hacer reír, mayormente), bajo ningún concepto permitirán que su estilo o pericia destaquen de tal manera que la historia que narran pase a un segundo plano. O, dicho de otra forma manera, siempre preferirán que no se les considere “escritores serios” si eso les permite llevar al lector por donde ellos quieren llevarle sin que este se percate en ningún momento de que hay un escritor por detrás de la narración: les es indiferente qué percepción se tenga de ellos y jamás gritarán con florituras en sus historias que detrás de ellas hay una persona que escribe muy bien. Sin embargo, su preferencia por la sencillez no implica que lo que hacen sea sencillo. Hay una gran, enorme labor de edición en cada texto de Matheson y Rich. Y precisamente Simon, al hablar de sus ediciones y metodologías, aporta la clave que le emparenta más con Richard que con ningún otro escritor: admite que varias de sus historias cuentan con hasta cuatro versiones diferentes según cuál termine siendo el punto de vista que finalmente conduce la narración, el enfoque P.O.V. que decide que pase ese filtro suyo que criba lo publicado de lo inédito. ¿Y quién si no Richard Matheson3 ha sido el escritor donde la perspectiva seleccionada ha sido más providencial en sus escritos?
La otra influencia tiene que ver, una vez más, con Los Simpson. En varios de sus libros publicados Simon Rich agradece a la serie haber estado ahí siempre, esa inspiración que le ha dado en todo momento. Y en una entrevista de hará cosa así de 9 o 10 años, cuando le preguntaban por su mayor influencia a la hora de escribir, él se remontaba a cuando en la infancia su madre le ponía 2 o 3 episodios seguidos de la serie. Es decir, ya no es que sea una influencia constante a la hora de escribir, sino que Simon habla de Los Simpson como la razón que le hizo querer ser escritor. Así, indirectamente, llegamos a la figura de un escritor esencial en la vida de millones de personas, las cuales, irónicamente, ni siquiera saben que existe: John Swartzwelder. Este señor de impronunciable apellido, además de compartir ciertos paralelismos con la trayectoria profesional de Simon (también escribió varios años para Saturday Night Live y en un artículo para Playboy de 1982 fue la primera persona que hizo humor sobre programar computadoras para que contasen chistes), ha escrito directa o indirectamente 77 episodios de Los Simpson entre su primera y su decimoquinta temporada. El papel de John en cómo se percibe y genera el humor en la cultura occidental de 1990 en adelante es algo incuantificable y a la vez imposible de obviar: suyas fueron las mejores frases, los más absurdos sketches, las más pegadizas canciones y suya también es la responsabilidad última en el grado de excelencia logrado por la serie en las que fueron sus mejores temporadas, puesto que era consultor y filtro de última instancia. Obviamente, gran parte de esa infancia frente a la serie que hizo que el Simon Rich niño quisiese escribir chistes es en buena medida la historia de un chaval maravillado ante las coñas escritas o supervisadas por John Swartzwelder, así que es de recibo reconocerle a John el haber formado e inspirado al mejor escritor de humor de la actualidad.
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Ya va para casi 20 años que Simon Rich es, de calle, el mejor escritor vivo de humor. Un escritor al que no hay cosa que no le sirva para escribir una historia divertida (objetos, personajes de videojuego, emociones, mitologías, leyendas urbanas, clichés...) y que tiene el gran mérito de hacer personajes tan identificables y reconocibles que, ni siquiera en los textos en los que aparece lo que llamaríamos “el malo”, ese personaje, por su condición maligna, es unidimensional y aborrecible: es habitual que “los malos” de Rich tengan la facultad de hacer cosas malas por impulsos inherentes a su naturaleza o situaciones y eventos que les sobrepasan por completo, pero ello no les anula la capacidad de ser divertidísimos4 ni les hace refractarios a la bondad. Simon, además, no permite que su vida personal influya más de lo necesario en sus ficciones. Como padre que es, ha usado dicha paternidad para tener inspiración en no pocas historias y a la vez ha sabido evitar ser ñoño o caer en el enaltecimiento del tener hijos como única opción vital aceptable, cuestión que raro es el escritor que no cae de un lado, del otro o de ambos cuando aparece la descendencia en su vida.
Y una intuición para acabar: es posible que dentro de algunos años todo esto de que Simon Rich escribe humor quede obsoleto y se tenga que hablar de un escritor que recoge el legado de los cuentos de John Cheever y Richard Yates. Que se tenga que hablar de una primera etapa de Simon Rich “de humor” que nada que ver “con la actual en la onda de Once tipos de soledad”: por fin se atrevió a intentarlo en el relato “Screwball” de su libro New Teeth. Y le salió muy bien la jugada5.
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1 Para los nostálgicos de épocas pretéritas donde la inflación acumulada no había causado la actual destrucción de poder adquisitivo en las estafas, para los del “pues en mis tiempos con 13 euros te podían estafar tres o cuatro veces”, se recomienda primero sacar 10 euros de un cajero ajeno a la red de cajeros que le es gratuita (ahí ya se gozará de una primera estafa de entre 1 y 3 euros en concepto de comisiones bancarias sub-categoría comisiones de operativa de la red de cajeros) y proceder a adquirir con ese efectivo un desayuno en la cadena Rodilla, una smash burguer en cualquier cadena hostelera que las despache o una acción del BBVA. Para la gente reacia a ser estafada el mayor número de veces posible por tan solo 13 euros, se recomienda adquirir cualquier otro título de la colección de narrativa de LibrosWalden, que hay un buen puñado de libros a ese precio e incluso menos.
2 Es curioso que la cadena que más ha hecho por introducir el término “tolerancia a la frustración” en varias generaciones con ese maltrato sistemático a sus espectadores, con ese “volvemos en 7 minutos” que luego eran 10 o 14 según se les pusiera a ellos en sus santos cojones, también sea la cadena que más ha hecho por el impacto del que goza actualmente la serie gracias a su política de re-emisiones diarias en un horario apto para los menores de ese bloque de aproximadamente 300 y pico episodios que conforman el corpus sagrado de Los Simpson, auténtica educación humorística para miles y miles de niños. En una época en la que aún no existía YouTube ni plataformas de pago en las que poder darse un atracón de episodios de la serie, y eligiendo una fórmula para su emisión alejada de la elegida inicialmente por TVE cuando se licenció por vez primera para emitirla en España, con un enfoque lógico en cuanto a no poder emitir 2 episodios diarios (iba casi en paralelo a la emisión yanqui y no existía tal posibilidad por tener sólo dos temporadas de aquellas) pero más discutible en cuanto a su horario, cercano a la madrugada. Así que, que Dios me perdone por esto que voy a decir, pero gracias, Antena 3.
3 Otro importantísimo nexo entre Matheson y Rich es la facilidad que tienen ambos para generar historias donde lo extraordinario y lo mundano convivan sin que le chirríe en ningún momento esto al lector ni anule su suspensión de la incredulidad. Bien es cierto que lo hacen de distinta manera, ya que en Matheson lo extraordinario irrumpe poco a poco en lo cotidiano y en Rich es habitual que en mundos de fantasía o de ciencia ficción lo que irrumpa sea lo mundano, pero de una forma u otra lo que ocurre con ambos escritores es que los dos tienen una excepcional capacidad para concebir y narrar historias en las que la coexistencia de fantasía y realidad genera un nuevo territorio mixto donde todo es familiar y a la vez, en cualquier momento, puede pasar lo más extraño que quepa imaginar. En esta recopilación incluso podemos asistir a la re-escritura (bajo sus propios prismas) de un relato de Richard Matheson por parte de Simon Rich: El rito tribal de los Stromberg es una clara adaptación de uno de los mejores (y más deprimentes) relatos de Matheson, aquel The Test (1954) en el que la prueba a la que su título alude era un triaje para retirar personas del plano vital si no se cumplían determinados estándares cognitivos.
4 En su novela Elliot Allagash, por ejemplo, concibe un “malo” memorable de puro vodevilesco que se come al protagonista y que, pese a ser un compendio de defectos de esos que le condenan a la más que segura animadversión por parte del lector (niño rico, repelente y maquiavélico), al final quien lee el libro no puede otra cosa que tenerle simpatía y cariño al personaje. Digamos que Simon Rich concibe unos “malos” más cercanos a lo que serían los Leguineche de Berlanga y Azcona o el Señor Burns que a los “malos” de los cuentos de Roald Dahl, en los que sí que el autor se cebaba con ellos en cuanto a configurarlos como despreciables de forma unívoca.
5 A modo de coda, recomendar de forma encarecida el visionado de la serie Man Seeking Woman (2015). Dicha serie es una ampliación de los relatos de The Last Girlfriend On Earth en la que Lorne Michaels (creador de Saturday Night Live) da total libertad a Simon Rich para que haga lo que le venga en gana (con la ayuda de otro guionista mítico de Los Simpson, Ian Maxtone-Graham). Y es increíble de lo que es capaz Simon cuando se le da manga ancha.