Twitter y la hora de los monstruos

Por
Carmen S
21/11/2024

La gente se está yendo de X. Yo me quedo porque me interesan los afters y las bajas pasiones.

El catorce de noviembre de 2024 será recordado –si todo va bien para los optimistas– como el día del gran exilio twittero. Miles de cuentas migraban de Twitter a Threads o Mastodon, pero sobre todo a Bluesky, donde los early adopters –que llevaban un año en una red social desierta lanzando alaridos al vacío– celebraban con la autocomplaciente ilusión del que tiene que contener un “te lo dije” cada nuevo usuario que se mudaba.

El motivo principal de este éxodo es la compra por parte de Elon Musk de la red social, a quien el ser CEO de Tesla, multimillonario, y heredero de minas de esmeraldas no le ha eximido de ser un bufón. El algoritmo de Twitter –o X, me da igual– de cara a las elecciones estadounidenses favoreció la visibilidad de las publicaciones de extrema derecha a la vez que Musk hacía una donación millonaria a la campaña de Trump (tras ser electo, este lo incluyó oficialmente en su gabinete de gobierno). Este auge de las publicaciones de cuentas, ejem, nostálgicas en la pestaña For you de Twitter (timeline por defecto más basado en recomendaciones algorítmicas que en preferencias personales) coincidió con la tragedia de la Dana en España y, bueno, el lodazal de opiniones estaba asegurado: la gente ha dicho basta. Aunque uno podría preguntarse si darle tanta importancia a gente que se informa a través de lo que dice un usuario llamado Capitán Bitcoin en nuestra red social de microblogging tiene mucho sentido. Y si acaso esta gente con nula media literacy1 no se trata de una excepción, ni de algo de lo que podamos deshacernos con un clic, sino que están en todas partes: tu compañero de trabajo, tu primo, tu compañero de piso o incluso tu pareja serían susceptibles de querer creerse cualquier chorrada.

Interacción estándar de una persona sin media literacy.Meme por @p3rr0t0rtug4

Este exilio venía motivado también —y sospecho que es el motivo de mayor peso– porque Twitter, simplemente, no funciona. Si funcionase, ya podría ser su dueño Osama Bin Laden, que ahí nos hubiésemos quedado todos. Se han suprimido funciones importantes para el usuario (ni siquiera el buscador funciona ya) y las cuentas verificadas –que pagan una suscripción– ganan dinero a través de anuncios en sus publicaciones, lo cual les hace plagar cualquier rincón de la red para buscar relevancia. Las cuentas verificadas son, por un lado, frikis –perdonad pero no tengo una palabra mejor– que están dispuestos a pagar al hombre más divorciado del planeta por un poco de engagement, pero sobre todo son bots que buscan generar tráfico de actividad mediante técnicas en constante evolución: replicar los mensajes de otros usuarios, compartir pornografía o dar respuestas generadas por inteligencia artificial. Esto da lugar a constantes situaciones rocambolescas, como por ejemplo una cuenta india diciendo que la gestión del gobierno de Pedro Sánchez le ha dejado sin casa.

Ante este paisaje demencial muchos usuarios han emigrado a Bluesky –red social copiada a Twitter y fundada por un criptobro ex CEO de Twitter– que sí que funciona y que es de código abierto, lo cual hace que aunque fuese comprada y echada a perder por un multimillonario podría volver a replicarse. Bluesky es el primer día de colegio en una escuela concertada, todos son amigos, nadie se tira de los pelos, vaya, como la vida misma. Allí reinan los que eran famosos en Twitter en los 2010s, hacen chistes con plantilla y dicen palabras como tróspido, un término cuya semántica tiene el mismo efecto en la mente de un menor de cuarenta años que escuchar un digamelón. Por otro lado, entre los que no se van de Twitter hay un sector que ha estado justificando mediante textos muy largos y épicos su decisión de quedarse para batallar la guerra de la desinformación y la extrema derecha.

Publicación real de nuestro ministro de Transportes y Movilidad Sostenible haciendo la batalla cultural a la extrema derecha.

Ambas posturas, quedarse o irse, son comprensibles, y más allá de discursos heroicos o no, tiene tanto sentido quedarte en un lugar que ha sido la extensión de tu vida real durante años como irse a otro más cómodo y sin un algoritmo agresivo que te impide leer a la gente que te interesa leer. Yo me permito la contradicción de ser aquella que conoce la quemazón de estar haciendo rico a otro como cualquier trabajador por cuenta ajena, pero decidir quedarse generando contenido gratis y seguir girando la rueda que mantiene multimillonario a Musk. Quizá sea insensibilización. O quizá sea que me gusta Twitter como me gustan los afters: con una pasión voyeur.

Los narradores como especie suelen ser mirones. Suelen acechar y observar. Son observadores natos. Son espectadores. Son esos tipos del metro cuya forma disimulada de mirar resulta inquietante. Casi depredadora. Es porque las situaciones humanas son el alimento de los escritores. Los narradores miran a otros seres humanos de la misma forma que los curiosos frenan para ver un accidente de coche: codician la imagen de sí mismos como testigos.

E Unibus Pluram: Television and U.S. Fiction (1993), David Foster Wallace

Si la primera etapa de Twitter es un bálsamo para la memoria que permite descansar y recordar un pasado mejor, una plaza pública de la opinión –todo lo público que puede ser un espacio propiedad de una entidad privada–; el X actual de Musk representa la hora de los monstruos. Como cuando acabada una fiesta cierta sustancia empieza a bajar y esa persona que te parecía tan divertida y tan elocuente ahora es un poco ceniza y el brillo de sus ojos empieza a parecer algo mucho más turbio, en X el clima del entorno digital se eleva para igualarse con la gravedad de su equivalente real. Twitter es más simulación que simulacro, no puede entenderse aislado de la realidad tangible. Como en la noche, la fiesta y el pasarlo bien con tus amigos son los márgenes, pero la fuerza motora recae en el conflicto y las pasiones bajas. En el centro está el after, todo lo demás es pretexto.

Si en Bluesky puedo leer a mis amigos, en Twitter ya hace tiempo que los perdí de vista, la fiesta ha degenerado y encima está el pesado del bot indio persiguiéndome y repitiendo constantemente la última frase que he dicho, no sé de qué irá metido. También en el after no puedo dejar de ver al tipo que me rechazó aquel invierno porque la herramienta de bloquear ya no funciona. Además el decorado es rarísimo, la gente está especialmente fea, ya nadie tiene ganas de bailar y están discutiendo a gritos sobre la música. En la puerta del baño hay enlaces a perfiles de OnlyFans escritos a boli junto a dibujos de ranas. Hay un grupo hablando mal de mí en una habitación cerrada con pestillo pero también hay un hombre muy enfadado por algo que dije, gritando, llamándome charo y amenazando con publicar mis datos personales. Yo me tomo la última y me voy, eh.

1 Capacidad de analizar y evaluar la calidad de la información que emiten los medios.

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La gente se está yendo de X. Yo me quedo porque me interesan los afters y las bajas pasiones.

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Carmen S
21/11/2024

El catorce de noviembre de 2024 será recordado –si todo va bien para los optimistas– como el día del gran exilio twittero. Miles de cuentas migraban de Twitter a Threads o Mastodon, pero sobre todo a Bluesky, donde los early adopters –que llevaban un año en una red social desierta lanzando alaridos al vacío– celebraban con la autocomplaciente ilusión del que tiene que contener un “te lo dije” cada nuevo usuario que se mudaba.

El motivo principal de este éxodo es la compra por parte de Elon Musk de la red social, a quien el ser CEO de Tesla, multimillonario, y heredero de minas de esmeraldas no le ha eximido de ser un bufón. El algoritmo de Twitter –o X, me da igual– de cara a las elecciones estadounidenses favoreció la visibilidad de las publicaciones de extrema derecha a la vez que Musk hacía una donación millonaria a la campaña de Trump (tras ser electo, este lo incluyó oficialmente en su gabinete de gobierno). Este auge de las publicaciones de cuentas, ejem, nostálgicas en la pestaña For you de Twitter (timeline por defecto más basado en recomendaciones algorítmicas que en preferencias personales) coincidió con la tragedia de la Dana en España y, bueno, el lodazal de opiniones estaba asegurado: la gente ha dicho basta. Aunque uno podría preguntarse si darle tanta importancia a gente que se informa a través de lo que dice un usuario llamado Capitán Bitcoin en nuestra red social de microblogging tiene mucho sentido. Y si acaso esta gente con nula media literacy1 no se trata de una excepción, ni de algo de lo que podamos deshacernos con un clic, sino que están en todas partes: tu compañero de trabajo, tu primo, tu compañero de piso o incluso tu pareja serían susceptibles de querer creerse cualquier chorrada.

Interacción estándar de una persona sin media literacy.Meme por @p3rr0t0rtug4

Este exilio venía motivado también —y sospecho que es el motivo de mayor peso– porque Twitter, simplemente, no funciona. Si funcionase, ya podría ser su dueño Osama Bin Laden, que ahí nos hubiésemos quedado todos. Se han suprimido funciones importantes para el usuario (ni siquiera el buscador funciona ya) y las cuentas verificadas –que pagan una suscripción– ganan dinero a través de anuncios en sus publicaciones, lo cual les hace plagar cualquier rincón de la red para buscar relevancia. Las cuentas verificadas son, por un lado, frikis –perdonad pero no tengo una palabra mejor– que están dispuestos a pagar al hombre más divorciado del planeta por un poco de engagement, pero sobre todo son bots que buscan generar tráfico de actividad mediante técnicas en constante evolución: replicar los mensajes de otros usuarios, compartir pornografía o dar respuestas generadas por inteligencia artificial. Esto da lugar a constantes situaciones rocambolescas, como por ejemplo una cuenta india diciendo que la gestión del gobierno de Pedro Sánchez le ha dejado sin casa.

Ante este paisaje demencial muchos usuarios han emigrado a Bluesky –red social copiada a Twitter y fundada por un criptobro ex CEO de Twitter– que sí que funciona y que es de código abierto, lo cual hace que aunque fuese comprada y echada a perder por un multimillonario podría volver a replicarse. Bluesky es el primer día de colegio en una escuela concertada, todos son amigos, nadie se tira de los pelos, vaya, como la vida misma. Allí reinan los que eran famosos en Twitter en los 2010s, hacen chistes con plantilla y dicen palabras como tróspido, un término cuya semántica tiene el mismo efecto en la mente de un menor de cuarenta años que escuchar un digamelón. Por otro lado, entre los que no se van de Twitter hay un sector que ha estado justificando mediante textos muy largos y épicos su decisión de quedarse para batallar la guerra de la desinformación y la extrema derecha.

Publicación real de nuestro ministro de Transportes y Movilidad Sostenible haciendo la batalla cultural a la extrema derecha.

Ambas posturas, quedarse o irse, son comprensibles, y más allá de discursos heroicos o no, tiene tanto sentido quedarte en un lugar que ha sido la extensión de tu vida real durante años como irse a otro más cómodo y sin un algoritmo agresivo que te impide leer a la gente que te interesa leer. Yo me permito la contradicción de ser aquella que conoce la quemazón de estar haciendo rico a otro como cualquier trabajador por cuenta ajena, pero decidir quedarse generando contenido gratis y seguir girando la rueda que mantiene multimillonario a Musk. Quizá sea insensibilización. O quizá sea que me gusta Twitter como me gustan los afters: con una pasión voyeur.

Los narradores como especie suelen ser mirones. Suelen acechar y observar. Son observadores natos. Son espectadores. Son esos tipos del metro cuya forma disimulada de mirar resulta inquietante. Casi depredadora. Es porque las situaciones humanas son el alimento de los escritores. Los narradores miran a otros seres humanos de la misma forma que los curiosos frenan para ver un accidente de coche: codician la imagen de sí mismos como testigos.

E Unibus Pluram: Television and U.S. Fiction (1993), David Foster Wallace

Si la primera etapa de Twitter es un bálsamo para la memoria que permite descansar y recordar un pasado mejor, una plaza pública de la opinión –todo lo público que puede ser un espacio propiedad de una entidad privada–; el X actual de Musk representa la hora de los monstruos. Como cuando acabada una fiesta cierta sustancia empieza a bajar y esa persona que te parecía tan divertida y tan elocuente ahora es un poco ceniza y el brillo de sus ojos empieza a parecer algo mucho más turbio, en X el clima del entorno digital se eleva para igualarse con la gravedad de su equivalente real. Twitter es más simulación que simulacro, no puede entenderse aislado de la realidad tangible. Como en la noche, la fiesta y el pasarlo bien con tus amigos son los márgenes, pero la fuerza motora recae en el conflicto y las pasiones bajas. En el centro está el after, todo lo demás es pretexto.

Si en Bluesky puedo leer a mis amigos, en Twitter ya hace tiempo que los perdí de vista, la fiesta ha degenerado y encima está el pesado del bot indio persiguiéndome y repitiendo constantemente la última frase que he dicho, no sé de qué irá metido. También en el after no puedo dejar de ver al tipo que me rechazó aquel invierno porque la herramienta de bloquear ya no funciona. Además el decorado es rarísimo, la gente está especialmente fea, ya nadie tiene ganas de bailar y están discutiendo a gritos sobre la música. En la puerta del baño hay enlaces a perfiles de OnlyFans escritos a boli junto a dibujos de ranas. Hay un grupo hablando mal de mí en una habitación cerrada con pestillo pero también hay un hombre muy enfadado por algo que dije, gritando, llamándome charo y amenazando con publicar mis datos personales. Yo me tomo la última y me voy, eh.

1 Capacidad de analizar y evaluar la calidad de la información que emiten los medios.

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