Brutalismo y post-punk: life ain't always empty

Puedo ver un paralelismo entre las formas repetitivas, geométricas, grises de la arquitectura brutalista y las canciones de los grupos post punk.

Enero es un mes larguísimo. Durante lo que parece un 43 de enero, el año nuevo se antoja muy lejos, es imposible que solo hayan pasado unas pocas semanas. Quizá sea porque los días siguen siendo cortos y es mucho menos llevadero salir del trabajo de noche si lo que te espera fuera no es una calle llena de luces de Navidad. Tampoco hay mucho que hacer en enero porque ya lo hemos hecho todo durante el último mes y medio del año. Enero es sin duda la resaca del exceso y la intensidad. Cómo no vamos a estar cansados de socializar después de esa última quincena de diciembre que te escupe en enero hastiado de tanto langostino y champagne. Enero no invita más que al recogimiento y a la abstracción hasta que vengan días soleados en los que ya no queramos entrar en casa más que para lo estrictamente necesario.

En esos trayectos de vuelta del trabajo a casa, ahora mucho menos festivos que los de hace un mes, he vuelto a ver Madrid tal cual es, sin adornos. Y en esa contemplación de la ciudad, mi vista siempre se va hacia los mismos edificios geométricos, rígidos, de hormigón, que siempre han estado ahí y en los que ahora me fijo sin remedio por encima de todos los demás. Sospecho que esta especie de juego mental que hago conmigo misma, consistente en identificar este tipo de arquitectura cada vez que salgo a la calle tiene que tener algo que ver con la revisitación o puesta en valor del brutalismo

En los últimos años, de manera inconsciente, mi retina ha ido recibiendo cada vez más imágenes de estas construcciones toscas, que se hacen aún más visibles después de haberles quitado de encima las guirnaldas y los arbolitos de colores. Como siempre, la cultura de masas ha tenido mucho que ver en esto. Sin ir muy lejos, no hay más que recordar dos videoclips del álbum El Madrileño de C Tangana (2021). En Comerte entera, Puchito baila delante de la Casa Carvajal, vistiendo una ropa del mismo color y mimetizándose con la fachada. En todas las secuencias del videoclip de Los Tontos aparece un portero bailando mientras desempeña sus tareas diarias en el edificio Torres Blancas, indiscutiblemente uno de los iconos brutalistas de Madrid. Por otra parte, han proliferado las cuentas de Instagram que se dedican a divulgar este tipo de arquitectura, presentando distintos edificios de la ciudad con el ladrillo y cemento al descubierto y contando la historia sobre su origen y funcionalidad a día de hoy.

Esta fiebre del brutalismo siempre me lleva a pensar en otra moda que ha reaparecido en los últimos años y por la que también tengo una fijación especial, esta vez en la escena musical: el postpunk. Ya entrado el 2020, en ese extraño inicio del otoño postpandemia, cuando se había acabado el hype del verano tras una primavera encerrados, y se cernía sobre nosotros la amenaza de una nueva variante del covid, Fontaines D.C. acababa de lanzar A Hero’s Death. Ese invierno escuché el disco un millón de veces y vi todos los directos y material audiovisual habidos y por haber sobre la banda en YouTube – recordemos que había toque de queda y todos teníamos mucho tiempo libre. En medio de esa obsesión que me dio por el grupo irlandés, di con el acústico que grabaron con La Blogothèque, donde aparecen tocando en lo que bien podrían ser los bajos de Azca, con un fondo de hormigón y ladrillo visto. 

Por supuesto, mi algoritmo de Spotify se subió al carro. En seguida empezaron a saltarme todas las novedades de la escena postpunk, grupos que habían sacado música en esta línea, precisamente justo después de la cuarentena. Entre ellos, los australianos HighSchool y los chilenos FríoLento, que incluso publicaron versiones de canciones de reggaetón en este género, haciendo que Bichota de Karol G y La Santa de Bad Bunny sonaran a Joy Division o New Order. Lo mejor de los dos mundos. En el panorama nacional, los madrileños Alcalá Norte o Depresión Sonora, que justo acababa de sacar Tú no me tienes que salvar, y terminó de catapultar mi fascinación por este tipo de música.

Por alguna razón, el brutalismo y el postpunk están relacionados en mi cabeza. Ambos me evocan la misma crudeza atractiva que no puedo dejar de mirar o escuchar, en cada caso. En una de esas sesiones aleatorias de Spotify, me saltó el mítico tema de la banda bielorrusa Molchat Doma «Судно (Борис Рыжий)» o, como a mí me gusta llamarla, simplemente la primera canción de su perfil de Spotify. La portada del álbum al que pertenece esta canción (Этажи, 2018) es claramente un edificio brutalista; en concreto, un hotel (Hotel Panorama Resort) que se construyó en los años 60 en la ciudad de Strbske Pleso, en Eslovaquia. También, me sorprendió que el último álbum de IDLES se llamara directamente Brutalism (2022) aunque precisamente el cantante haya rechazado la etiqueta de grupo postpunk en alguna ocasión.

Floors

Imagen en blanco y negro de un edificioDescripción generada automáticamente

Representado tanto en la portada del disco (imagen superior) como en una fotografía de los años 60 (imagen inferior) el hotel podría ser perfectamente la guarida de un villano de película.

Más allá de estas referencias tan claras, no entendía por qué ambas tendencias están conectadas entre sí en mi imaginario y supongo, en el colectivo (ya que estos dos ejemplos no pueden ser casuales) especialmente cuando estos dos movimientos no coincidieron en el tiempo. El brutalismo nace de la necesidad de reconstruir las ciudades europeas tras la Segunda Guerra Mundial, y el término se utiliza por primera vez en los años cincuenta a raíz de la publicación de The New Brutalism (1955) por parte del arquitecto Reyner Banham; aunque sus orígenes se inspiran en otro edificio icónico, “Unité d’Habitation” del suizo Le Corbusier, que se construyó en béton brut (hormigón visto). Este icónico edificio se levantó entre 1947 y 1952, antes de que se definiera el término brutalismo, por lo que, en definitiva, podríamos situar el origen de esta nueva forma de arquitectura modernista a principios de los años cincuenta. 

unite d'habitation fotografiada por paul clemence en tributo a le corbusier
Unité d’Habitation de Le Corbusier (Marsella)

Por su parte, el postpunk surge casi treinta años más tarde en el Reino Unido. A finales de los setenta, bandas como Sex Pistols o The Clash se empiezan a alejar de los sonidos clásicos del rock de ese momento, produciendo canciones con un ritmo constante, una capa más oscura y mayor complejidad sonora debido a la incorporación de elementos rítmicos de electrónica y sintetizadores. Una nueva corriente que termina de consolidarse en la década de los ochenta con bandas como Siouxsie and the Banshees, Talking Heads, The Smiths o Joy Division, por citar algunas. 

Por lo tanto, la variable misma época no puede responder a la pregunta, pero si nos fijamos en el contexto social o político en el que surgen ambas tendencias, la cosa cambia. El brutalismo tiene asociada una clara vocación socialista, especialmente en el Reino Unido y los países comunistas de Europa del Este. Muchos de los proyectos de vivienda social que se erigieron en esos países utilizando esta arquitectura, pretendían un modelo de convivencia que pasaba por construir en un mismo espacio viviendas y zonas funcionales como jardines y piscinas, comunicados entre sí por pasillos dentro del mismo edificio. Una suerte de pequeña ciudad dentro de una ciudad. Un ejemplo clarísimo de esta idea es el Barbican Estate de Londres, enorme complejo de viviendas que incluye una iglesia, un cine, una biblioteca, e incluso un centro de arte. Los arquitectos de esta corriente levantaron los edificios priorizando la funcionalidad por encima de la estética, consiguiendo con ello viviendas de bajo coste adaptadas a su fin y a sus habitantes, método sobre el que sobrevuela el ideal de crear un mundo más igualitario. El brutalismo llegó a entenderse desde un punto de vista ético, más que estético.

El postpunk nace como reacción a la crisis política y a las medidas conservadoras del gobierno de Thatcher, por lo que las letras de los grupos de entonces están repletas de mensajes de denuncia social. En White Riot, The Clash anima a los ciudadanos a salir a la calle a luchar por sus derechos; en God Save the Queen, los Sex Pistols estallan contra el Estado y la Corona Británica. Más recientemente, IDLES cantaban en Anxiety (Ultra Mono, 2020) que “our government hates the poor” y, aunque con un sonido más orientado hacia el synth pop que hacia el postpunk, Molly Nilson cantaba en They Will Pay (Extreme, 2022) que “They made all their money standing on our backs / and then they claim they can't afford the tax / that's our money and we want it back.” En este tiempo de hartazgo generalizado en el que las conversaciones giran en torno a los precios de las viviendas, la inflación, y el futuro incierto, tiene gracia que vuelvan a estar de moda dos movimientos que precisamente surgieron como contracultura o reacción a todo lo que estaba pasando en aquel momento.

Incluso, en el plano estético, puedo ver un paralelismo entre las formas repetitivas, geométricas, grises de los edificios brutalistas y las canciones de los grupos postpunk, con ritmos constantes y voces planas y enterradas que casi parecen un instrumento más, teñidas de esa capa oscura. De la misma forma que el postpunk no se adorna con voces virtuosas ni solos de guitarra infinitos, el brutalismo muestra la estructura y los materiales sin acabados, dejando a la vista lo interior, las tripas. Quizá sea en ese componente de honestidad donde reside el atractivo de ambas tendencias. Es la misma honestidad que hace que sea tan reconfortante decir en voz alta que estamos todos deseando que acabe este mes. Que, ya sea por la inevitable cuesta de enero, por la revelación de que el año nuevo no ha borrado por arte de magia los problemas del  año pasado, o por ningún motivo aparente, está siendo un mes triste. Por suerte, llega febrero. Poco a poco los días se van alargando como promesa de un futuro más brillante al que esperaremos con la paz y la certeza de saber que el año solo puede ir a mejor. Como cantan los Fontaines en aquel álbum de 2020… Life ain’t always empty.

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Puedo ver un paralelismo entre las formas repetitivas, geométricas, grises de la arquitectura brutalista y las canciones de los grupos post punk.

Enero es un mes larguísimo. Durante lo que parece un 43 de enero, el año nuevo se antoja muy lejos, es imposible que solo hayan pasado unas pocas semanas. Quizá sea porque los días siguen siendo cortos y es mucho menos llevadero salir del trabajo de noche si lo que te espera fuera no es una calle llena de luces de Navidad. Tampoco hay mucho que hacer en enero porque ya lo hemos hecho todo durante el último mes y medio del año. Enero es sin duda la resaca del exceso y la intensidad. Cómo no vamos a estar cansados de socializar después de esa última quincena de diciembre que te escupe en enero hastiado de tanto langostino y champagne. Enero no invita más que al recogimiento y a la abstracción hasta que vengan días soleados en los que ya no queramos entrar en casa más que para lo estrictamente necesario.

En esos trayectos de vuelta del trabajo a casa, ahora mucho menos festivos que los de hace un mes, he vuelto a ver Madrid tal cual es, sin adornos. Y en esa contemplación de la ciudad, mi vista siempre se va hacia los mismos edificios geométricos, rígidos, de hormigón, que siempre han estado ahí y en los que ahora me fijo sin remedio por encima de todos los demás. Sospecho que esta especie de juego mental que hago conmigo misma, consistente en identificar este tipo de arquitectura cada vez que salgo a la calle tiene que tener algo que ver con la revisitación o puesta en valor del brutalismo

En los últimos años, de manera inconsciente, mi retina ha ido recibiendo cada vez más imágenes de estas construcciones toscas, que se hacen aún más visibles después de haberles quitado de encima las guirnaldas y los arbolitos de colores. Como siempre, la cultura de masas ha tenido mucho que ver en esto. Sin ir muy lejos, no hay más que recordar dos videoclips del álbum El Madrileño de C Tangana (2021). En Comerte entera, Puchito baila delante de la Casa Carvajal, vistiendo una ropa del mismo color y mimetizándose con la fachada. En todas las secuencias del videoclip de Los Tontos aparece un portero bailando mientras desempeña sus tareas diarias en el edificio Torres Blancas, indiscutiblemente uno de los iconos brutalistas de Madrid. Por otra parte, han proliferado las cuentas de Instagram que se dedican a divulgar este tipo de arquitectura, presentando distintos edificios de la ciudad con el ladrillo y cemento al descubierto y contando la historia sobre su origen y funcionalidad a día de hoy.

Esta fiebre del brutalismo siempre me lleva a pensar en otra moda que ha reaparecido en los últimos años y por la que también tengo una fijación especial, esta vez en la escena musical: el postpunk. Ya entrado el 2020, en ese extraño inicio del otoño postpandemia, cuando se había acabado el hype del verano tras una primavera encerrados, y se cernía sobre nosotros la amenaza de una nueva variante del covid, Fontaines D.C. acababa de lanzar A Hero’s Death. Ese invierno escuché el disco un millón de veces y vi todos los directos y material audiovisual habidos y por haber sobre la banda en YouTube – recordemos que había toque de queda y todos teníamos mucho tiempo libre. En medio de esa obsesión que me dio por el grupo irlandés, di con el acústico que grabaron con La Blogothèque, donde aparecen tocando en lo que bien podrían ser los bajos de Azca, con un fondo de hormigón y ladrillo visto. 

Por supuesto, mi algoritmo de Spotify se subió al carro. En seguida empezaron a saltarme todas las novedades de la escena postpunk, grupos que habían sacado música en esta línea, precisamente justo después de la cuarentena. Entre ellos, los australianos HighSchool y los chilenos FríoLento, que incluso publicaron versiones de canciones de reggaetón en este género, haciendo que Bichota de Karol G y La Santa de Bad Bunny sonaran a Joy Division o New Order. Lo mejor de los dos mundos. En el panorama nacional, los madrileños Alcalá Norte o Depresión Sonora, que justo acababa de sacar Tú no me tienes que salvar, y terminó de catapultar mi fascinación por este tipo de música.

Por alguna razón, el brutalismo y el postpunk están relacionados en mi cabeza. Ambos me evocan la misma crudeza atractiva que no puedo dejar de mirar o escuchar, en cada caso. En una de esas sesiones aleatorias de Spotify, me saltó el mítico tema de la banda bielorrusa Molchat Doma «Судно (Борис Рыжий)» o, como a mí me gusta llamarla, simplemente la primera canción de su perfil de Spotify. La portada del álbum al que pertenece esta canción (Этажи, 2018) es claramente un edificio brutalista; en concreto, un hotel (Hotel Panorama Resort) que se construyó en los años 60 en la ciudad de Strbske Pleso, en Eslovaquia. También, me sorprendió que el último álbum de IDLES se llamara directamente Brutalism (2022) aunque precisamente el cantante haya rechazado la etiqueta de grupo postpunk en alguna ocasión.

Floors

Imagen en blanco y negro de un edificioDescripción generada automáticamente

Representado tanto en la portada del disco (imagen superior) como en una fotografía de los años 60 (imagen inferior) el hotel podría ser perfectamente la guarida de un villano de película.

Más allá de estas referencias tan claras, no entendía por qué ambas tendencias están conectadas entre sí en mi imaginario y supongo, en el colectivo (ya que estos dos ejemplos no pueden ser casuales) especialmente cuando estos dos movimientos no coincidieron en el tiempo. El brutalismo nace de la necesidad de reconstruir las ciudades europeas tras la Segunda Guerra Mundial, y el término se utiliza por primera vez en los años cincuenta a raíz de la publicación de The New Brutalism (1955) por parte del arquitecto Reyner Banham; aunque sus orígenes se inspiran en otro edificio icónico, “Unité d’Habitation” del suizo Le Corbusier, que se construyó en béton brut (hormigón visto). Este icónico edificio se levantó entre 1947 y 1952, antes de que se definiera el término brutalismo, por lo que, en definitiva, podríamos situar el origen de esta nueva forma de arquitectura modernista a principios de los años cincuenta. 

unite d'habitation fotografiada por paul clemence en tributo a le corbusier
Unité d’Habitation de Le Corbusier (Marsella)

Por su parte, el postpunk surge casi treinta años más tarde en el Reino Unido. A finales de los setenta, bandas como Sex Pistols o The Clash se empiezan a alejar de los sonidos clásicos del rock de ese momento, produciendo canciones con un ritmo constante, una capa más oscura y mayor complejidad sonora debido a la incorporación de elementos rítmicos de electrónica y sintetizadores. Una nueva corriente que termina de consolidarse en la década de los ochenta con bandas como Siouxsie and the Banshees, Talking Heads, The Smiths o Joy Division, por citar algunas. 

Por lo tanto, la variable misma época no puede responder a la pregunta, pero si nos fijamos en el contexto social o político en el que surgen ambas tendencias, la cosa cambia. El brutalismo tiene asociada una clara vocación socialista, especialmente en el Reino Unido y los países comunistas de Europa del Este. Muchos de los proyectos de vivienda social que se erigieron en esos países utilizando esta arquitectura, pretendían un modelo de convivencia que pasaba por construir en un mismo espacio viviendas y zonas funcionales como jardines y piscinas, comunicados entre sí por pasillos dentro del mismo edificio. Una suerte de pequeña ciudad dentro de una ciudad. Un ejemplo clarísimo de esta idea es el Barbican Estate de Londres, enorme complejo de viviendas que incluye una iglesia, un cine, una biblioteca, e incluso un centro de arte. Los arquitectos de esta corriente levantaron los edificios priorizando la funcionalidad por encima de la estética, consiguiendo con ello viviendas de bajo coste adaptadas a su fin y a sus habitantes, método sobre el que sobrevuela el ideal de crear un mundo más igualitario. El brutalismo llegó a entenderse desde un punto de vista ético, más que estético.

El postpunk nace como reacción a la crisis política y a las medidas conservadoras del gobierno de Thatcher, por lo que las letras de los grupos de entonces están repletas de mensajes de denuncia social. En White Riot, The Clash anima a los ciudadanos a salir a la calle a luchar por sus derechos; en God Save the Queen, los Sex Pistols estallan contra el Estado y la Corona Británica. Más recientemente, IDLES cantaban en Anxiety (Ultra Mono, 2020) que “our government hates the poor” y, aunque con un sonido más orientado hacia el synth pop que hacia el postpunk, Molly Nilson cantaba en They Will Pay (Extreme, 2022) que “They made all their money standing on our backs / and then they claim they can't afford the tax / that's our money and we want it back.” En este tiempo de hartazgo generalizado en el que las conversaciones giran en torno a los precios de las viviendas, la inflación, y el futuro incierto, tiene gracia que vuelvan a estar de moda dos movimientos que precisamente surgieron como contracultura o reacción a todo lo que estaba pasando en aquel momento.

Incluso, en el plano estético, puedo ver un paralelismo entre las formas repetitivas, geométricas, grises de los edificios brutalistas y las canciones de los grupos postpunk, con ritmos constantes y voces planas y enterradas que casi parecen un instrumento más, teñidas de esa capa oscura. De la misma forma que el postpunk no se adorna con voces virtuosas ni solos de guitarra infinitos, el brutalismo muestra la estructura y los materiales sin acabados, dejando a la vista lo interior, las tripas. Quizá sea en ese componente de honestidad donde reside el atractivo de ambas tendencias. Es la misma honestidad que hace que sea tan reconfortante decir en voz alta que estamos todos deseando que acabe este mes. Que, ya sea por la inevitable cuesta de enero, por la revelación de que el año nuevo no ha borrado por arte de magia los problemas del  año pasado, o por ningún motivo aparente, está siendo un mes triste. Por suerte, llega febrero. Poco a poco los días se van alargando como promesa de un futuro más brillante al que esperaremos con la paz y la certeza de saber que el año solo puede ir a mejor. Como cantan los Fontaines en aquel álbum de 2020… Life ain’t always empty.

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