Vi Twin Peaks por primera vez en 2021, como cierre del maratón de David Lynch que me autoimpuse tras ver, también por primera vez, Mulholland Drive en los ya desaparecidos Yelmo Icària de Barcelona. La serie no estaba –y tampoco lo está ahora– disponible en ninguna plataforma en España; no me resultó extraño, no era –pensaba yo– una serie mainstream, y las películas de Lynch hacía poco que habían aterrizado en Filmin, por lo que era de esperar que nadie hubiese puesto mucho interés en ofrecerla en streaming para el público general. La sorpresa llegó cuando mi madre me preguntó, mientras veía un capítulo: «¿Eso es Twin Peaks?». «¿La conoces?», le pregunté yo a ella, sorprendido. «La ponían en la tele hace años», me dijo.
Twin Peaks se estrenó en España el 16 de noviembre de 1990, de la mano de Telecinco, y más de 2 millones de espectadores vieron los dos primeros capítulos esa noche. Un 46,9% de cuota de audiencia (algo que hoy sólo consiguen los partidos de la Champions). Lección de humildad y palmadita en la espalda para un Marc de 20 años que se creía más alternativo y diferente que nadie por ver esa serie «rara» que no se podía encontrar en ningún sitio1. Esta forma de pensar, comprensible e inocente en alguien de 20 años que, hablando en plata, no tiene ni puta idea de nada, se torna problemática cuando es utilizada tanto desde la crítica profesional –la que en teoría sí tiene puta idea de algo– como por quien necesita colocarse la misma medalla que me coloqué yo y enarbolarla como bandera de su identidad, a través del cada vez más cansino lema: «Esta película no es para todo el mundo».
Que no se me malinterprete, sí hay películas que, en efecto, no son para todo el mundo. Y no lo son por diversos motivos: puede no gustarte el género o aburrirte la temática, por poner dos ejemplos, sin que eso cause perjuicio alguno a la película en cuestión. Sin embargo, cuando se utiliza la expresión «esta película no es para todo el mundo», se hace con una intención muy concreta: la de separar el cine en dos clases, en las que se distingue un «cine normal» o «mainstream» y otro al que catalogan como «superior» o, como les gusta llamarlo, «elevado». Es común escuchar este último adjetivo para referirse a un tipo concreto de terror (elevated horror, terror elevado) que no sigue exactamente las convenciones habituales del terror, sino que le dan algo así como un «giro» al género que los separa de sus semejantes. Jordan Peele o Ari Aster son ejemplos comunes de este «terror elevado»: que si los personajes están mejor construidos y las tramas son más complejas o que el terror se trata desde una vertiente psicológica que ofrece una experiencia distinta, pretextos para la justificación de una supuesta «elevación» del género que no es más que una excusa para no afirmar que te gusta el género. Que Hereditary o Get Out no tengan nada que ver con cualquier película de Scream o de Insidious no las convierte en un tipo de cine que no pueda ser para todo el mundo o que quede reservado únicamente a un grupúsculo de intelectualoides incapaces de decir que ese cine que le gusta a todo el mundo les gusta también a ellos. «Uf, es que el cine de Haneke es muy complejo, no es para todo el mundo». Pues yo creo que Haneke te vaciaría un cargador en la pierna si pudiera. Y el del terror es sólo la punta del iceberg y bajo él se esconden los peores monstruos con los que te cruzarás jamás. Lo bueno es que son individuos fácilmente identificables, con un patrón de comportamiento muy concreto: son los que se llevan a la chica en su primera cita con ella al cine a ver una película «que seguro que no conoce» para explicarle al terminar lo que acaba de ver, preguntarle «si lo ha entendido» y dar comienzo justo después una verborrea interminable de datos que dejen claro que él ve ese tipo de cine, cine para listos.
Los hay de todo tipo, desde el fan de Nolan que pierde la cabeza porque en Tenet reventaron un avión de verdad contra un hangar a los fanboys de Godard que empezaron a fumar porque vieron a Jean-Paul Belmondo en Al final de la escapada y han adoptado hasta su forma de andar. Hola, soy cinéfilo, ¿nos liamos? Odio Hollywood y los superhéroes, ¿sabes? Yo, personalmente, los llamo cine para analfabetos. Es por mi carácter alternativo y subversivo. Tengo Filmin y sólo veo cine en versión original, porque el doblaje es para bobos. Ya ves, igual soy mucho para ti. ¿Que si te dejo la cuenta de Filmin? Es que lo paga mi madre, perdona, no me sé la contraseña. No olvidar tampoco a los que defienden que el cine murió hace 50 años, a los que usan como referente para cualquier comparación El Padrino y a los que afirman sin que les tiemble el pulso que cualquier película protagonizada por una mujer o un hombre gay es agenda woke y que hay películas que ahora no se podrían hacer. Todos, independientemente del género, director o película al que le recen, tienen en común lo mismo: su cine no es para todos, que en realidad significa que su cine no es para tontos. Y digo que el patrón es claramente identificable porque nunca verás a alguien que tenga El espantatiburones en su top 4 de Letterboxd diciendo tonterías de ese calibre.
El otro día fui con mis amigos a la Filmoteca para ver Días de juventud, la primera película de Yasujiro Ozu. Entre ellos estaba Airoha, que nunca había visto una película sin sonido y que, tal y como ella dice, ha «empezado a ver más cine gracias a nosotros». Esa tarde se estrenó en el cine mudo con una comedia absurda del Japón de 1929 con un negativo escaneado que pedía a gritos una restauración urgente. No le gustó, por supuesto. Pero ¿cómo iba a gustarle? Repito, sí hay películas que no son para todo el mundo, y podría decir que ninguna película lo es, pero nunca lo será porque sea «demasiado inteligente» para poder ser comprendida por un sector de la sociedad y no por otro. Aquí hay que hacer una distinción: en el cine, como en cualquier arte, uno se instruye y se forma, el cine se educa como se educa uno en literatura o en poesía. Del mismo modo que nadie empieza a leer por el Ulises de Joyce, nadie empieza a ver cine por El espejo de Tarkovsky. Cuando se tilda de «para tontos» el cine de Santiago Segura y por ende de «tontos» a quienes lo ven, se cae en un simplismo que deja fuera de la reflexión la causa de que ese cine sea el que prefiera la mayoría de la población. Sobre la accesibilidad del cine se puede –y se debe– escribir un ensayo entero, y este es uno de los motivos por los que triunfa el cine de Santiago Segura, pero también lo es una cuestión que pasa muchas veces desapercibida: no todo el mundo es, ni debe ser, un experto en lo que a ti te gusta. ¿Es más fácil decir que quienes ven Padre no hay más que uno son menos inteligentes que quienes se han visto todo el cine de Apichatpong Weerasethakul? Sí, es más fácil, y también es una caricia al ego de quien ha visto al segundo no preguntarse si a uno de esos «tontos» podría llegar a gustarle Tropical Malady o Memoria, porque nadie quiere que le guste lo mismo que le gusta al tonto. Tal vez es que no queremos que el cine que nos gusta pueda ser para todo el mundo.
Caso curioso es el de Pobres criaturas, que desmonta por completo esta idea de que el cine que se sale mínimamente de la norma ya no puede ser comprendido por quienes sólo van al cine a reírse de chistes misóginos o a ver remakes de sus sagas de adolescencia. Pobres critaturas, una película que en teoría tendría que haber pasado sin pena ni gloria por los cines y sido vista únicamente por portadores de totebags (sexo explícito y grotesco, trama «rara», director [semi]desconocido, no recomendada para menores de 16 años y una duración de más de dos horas), se posicionó como la película más vista la semana de su estreno, con un total acumulado hoy de casi 5 millones de euros y más de 700.000 espectadores2. También en este caso hubo quien quiso apropiarse de su interpretación y desde la propia crítica se intentó vender que mucha gente no había entendido lo que había visto, ya fuese para criticar tanto que se valorase positiva como negativamente, y que ellos, los que sí saben, sí podían hablar con conocimiento de causa.
Este problema se intensifica cuando quien utiliza dicho argumento no es ni un esnob intelectual ni un crítico, sino alguien de a pie que lee opiniones contrarias a las suyas. Un ejemplo reciente es La sustancia, que también va camino de una recaudación similar a la de Pobres criaturas y a la que también se ha calificado de «no ser para todo el mundo». Nada más lejos de la realidad, La sustancia puede no ser para ti si no eres fan de lo gore y lo grotesco, pero no hay nada en ella que pueda generar alguna duda sobre lo que se está viendo; la puedes entender tú, la puede entender tu amigo el normie y la puede entender también tu abuela, si te atreves a llevarla a verla. Mi amigo Ale tuvo la mala idea de tuitear y exponer su opinión tras verla y a mí me dio el motivo perfecto para justificar este párrafo.
Si uno se pasa por los citados o las respuestas puede leer argumentos como que la película no pretende tomarse en serio a sí misma o que el recurso de la repetición es intencionado, aunque la mayor parte de los mensajes se reducen a «you missed the point», «no la has entendido», «eres muy aburrido» y algún que otro «odias a las mujeres» porque Twitter no va a dejar nunca de ser Twitter. No voy a ser yo el que defienda que Twitter sea el lugar idóneo para debatir sobre nada, pero es significativo ver reducida la respuesta a una crítica a un cúmulo de ataques personales y ninguna mención a lo que se dice en ella. Casi –casi– parece como si fuese más importante mostrarse como superior que como un igual que difiere, sin más intención que la de erigirse como portador de una verdad inapelable que coloca como inferiores a quienes no la comparten. Análisis de parvulitos y apología de la nada. Y, al mismo tiempo, alarde y celebración de una inteligencia mejor, «elevada», porque yo la he entendido y tú no, porque este cine es para mí y no para ti3.
Si algo tiene el cine es, justamente, que no es para todo el mundo, que esa película que todo el mundo odia tú la vas a encontrar perfecta, y que esa otra que tú detestas le ha cambiado la vida a tu amigo y la vuelve a ver cada dos meses. A Anna le gustó El triángulo de la tristeza, los demás la odiamos. A mí me gustó más Pobres criaturas que al resto y Ale y Aitana la consideran una película flojísima. Longlegs nos gustó más a unos que a otros, pero Amin no le gustó nada. Y no pasa nada; seguimos yendo al cine juntos, seguimos hablando de lo que vemos y luego nos vamos a dormir cada uno a nuestra casa sin habernos tirado ningún jarrón a la cabeza. Deformar la subjetividad, la cualidad más definitoria del arte y también la más divertida, y convertirla en un arma arrojadiza con la que vanagloriarse es una de las cosas más tristes y ridículas que alguien puede hacer. Bajad los pies a la tierra, abandonad esa fachada automasturbatoria y asumid que esa película puede ser para cualquiera, que no es vuestra y que tampoco sois quien la entiende mejor que nadie. Hacedlo y, os lo aseguro, encontraréis la paz.
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1Jaume Ripoll, director de Filmin, ha explicado en varias ocasiones que estuvieron a punto de contratar las tres temporadas de la serie, pero finalmente no pudo llevarse a cabo.
2 Datos del Catálogo de Cine español del ICAA (consultado el 25 de noviembre de 2024)
3 Cómico es también ver que, en este caso, es a Ale a quien llaman “pretencioso” o “esnob” por no haberle gustado la película.