Contra las calles IKEA

El ascenso de cierta multinacional sueca en el mercado de la decoración es de sobra conocido. No voy a detenerme a recordar su historia —quien quiera saber más puede leerla en el pasillo hacia los aseos de cualquiera de sus tiendas— ni tampoco en explicar los motivos de su hegemonía mundial: sus productos son baratos, tienen diseños simples pero funcionales y te los puedes montar sin llamar a nadie. 

Es entendible, pues, que tantas personas opten por sus muebles. Si obviamos el modelo de negocio que los hace posibles, los muebles de IKEA no tienen nada intrínsecamente malo. 

Y sin embargo, nadie vive en una casa con sólo cosas del IKEA. 

Ni siquiera en las viviendas con más productos de la marca nórdica, como los pisos de estudiantes, alcanzan la exclusividad. Si el casero no dejó algún mueble viejo que rompa esa hegemonía, los inquilinos ya se encargan de incorporar fotos en chinchetas, ropa tendida y latas de Monster; objetos que eviten esa sensación aséptica de las casas de muestra que tienen en las tiendas; objetos que creen un hogar

Pero hablemos de urbanismo. Del urbanismo IKEA. Desde hace unos años, una sutil invasión se está apoderando de nuestras calles: las farolas LED. A lo largo y ancho de España, los báculos están viendo viejos diseños del siglo pasado sustituirse por luminarias de alta tecnología, tan minimalistas que sólo el encendido nocturno revela su nueva presencia a la mayoría de ciudadanos. 

Ruego al lector que disculpe la retórica; las ventajas de la iluminación LED respecto a las lámparas de descarga de gas son innegables: son más baratas, iluminan más y consumen menos. No es casualidad que IKEA venda tantas bombillas de esta tipología. 

La elección es incontestable, especialmente en algo que pagamos todos como es el alumbrado público. Y no sólo son mejores funcionalmente, sino que se ofrecen en diseños sencillos y vanguardistas. Las luminarias LED son la opción IKEA de las farolas. 

Y esa, precisamente, es la cuestión. 

Renovación de farolas a LED en la calle Príncipe de Vergara, en Madrid. Google Street View 

A primera vista, se podría pensar que la complicación nace del propio diseño de las nuevas luminarias. Es cierto que los diseños high-tech futuristas no dialogan tan bien con los bloques de protección oficial como las farolas que sustituyeron, del mismo modo que una mesa VITTSJÖ de acero inoxidable tampoco lo hace con la casa de la abuela. Aunque también es cierto, por otro lado, que los diseños que se viene a sustituir no casan en absoluto en calles de otros contextos. 

Aririba, la disonancia entre las luminarias no-LED y la arquitectura de la plaza de Cibeles, en Madrid; abajo, farolas fernandinas y modelo Valencia con bombillas LED en la calle de les Barques, en València. Google Street View 

Los suecos no son tontos, y por ello tienen en su catálogo diseños más clásicos; del mismo modo que la industria del alumbrado ofrece modelos LED integrables en báculos históricos. No se trata de una cuestión de coherencia. Se trata de una cuestión de identidad

Hay un dibujante digital que me encanta. Lo que más me gusta de Alariko no es su magistral estilo de Studio Ghibli, ni su soberbio dominio de la luz, sino la familiaridad de sus dibujos. La arquitectura, el idioma inventado de los carteles o los paisajes son inconfundiblemente sureuropeos, pero en ocasiones, un detalle más sutil es suficiente.

Que al intentar ubicar esta fábrica abandonada salte a la mente de inmediato el norte de España no se debe a la arquitectura, ni a la vegetación —compartidas con muchos otros lugares—, ni siquiera al coche; sino a esa farola verde. 

Ese modelo, las General Electric M400A, tuvo en éxito rotundo en los 60, instalándose en calles y carreteras a lo largo del país, y aún hoy sigue iluminando con su ámbar muchas de ellas. Queramos o no, nuestras calles son ese soberbio diseño de mediados de siglo que muchos ciudadanos repudian con razón: cuando sean sustituidas del todo por modelos LED, Zaragoza será menos Zaragoza, Palma menos Palma o Madrid menos Madrid, entre muchas otras ciudades; por lo menos hasta que esos sustitutos se cuelen de nuevo en el imaginario colectivo.

Es un ejercicio muy interesante contar las veces que, sin quererlo, aparecen luminarias de la familia M400 en los videoclips de C. Tangana, tan enfáticos sobre la identidad. El fenómeno  no se reduce a Madrid; la presencia de farolas M400 en los videoclips de la escena de música urbana española, en general, resulta sorprendentemente elevada. YouTube 

He usado las farolas a modo de ejemplo, pero sólo son una pieza más de nuestra percepción de la ciudad. Bancos, semáforos y demás mobiliario urbano; vegetación, arbolado, pavimentos; incluso el cómo se disponen en la vía. 

Delicadamente, los elementos del espacio público se asocian con la arquitectura de las fachadas para formar la imagen de nuestras calles. 

La repetición, aunque suponga una posible incoherencia local, también puede suponer la cohesión con el conjunto. Las farolas de Cibeles que veíamos son muestra de ello, y los ejemplos no se reducen al alumbrado: las baldosas panot de flor barcelonesas, los semáforos planos de València, los rótulos de las calles sevillanas… Hay una miríada de maneras con las que crear una uniformidad que articule la ciudad como un todo, pero también se puede buscar precisamente lo contrario empleando elementos específicos para un barrio, o una calle concreta; ya sea por integrarlos mejor en su entorno inmediato, por buscar la diferenciación con el resto de la urbe o ambas cosas a la vez. Las hermosas barandillas floridas de La Concha en Donostia o los feísimos pero tan icónicos semáforos redondos de la Gran Vía madrileña son ejemplos estupendos de ello. 

El urbanismo táctico de las supermanzanas barcelonesas quizás no tenga una estética muy ortodoxa, pero no hay duda de que tuvo un papel importante en la rapidez con que los vecinos las han percibido como parte integral del barrio. Google Street View 

Como estamos viendo, la identidad de una ciudad es un delicado juego de similitudes y diferencias donde, muchas veces sin esperarlo, las calles y sus elementos tienen un papel fundamental. 

Y ese papel está en un tiempo de cambios. De M400A a LED, de vehículos privados a espacio público, de plazas duras a jardines; nos estamos replanteando qué es hacer ciudad, y nos estamos haciendo muchas preguntas al respecto. 

Ante el cambio de muebles que ello supone, creo que resulta interesante preguntarse cuál modelo de IKEA le conviene a las salas que estamos amueblando —si es que necesitan un producto IKEA—; plantearnos qué queremos hacer en esas habitaciones, qué decoración queremos para nuestro hogar. 

A los ingenieros nos gustan mucho las soluciones estándar. Hasta hemos hecho colecciones de puentes que construir en saltos concretos, (y no tiene nada de malo, son estupendas) pero es que el problema a resolver con una calle es infinitamente más complejo que cruzar una autovía. Una calle del ensanche es muy diferente a una en el centro histórico, pero es que una calle del ensanche también puede ser muy distinta a otra calle del mismo ensanche. 

Viendo que no hay dos habitaciones iguales, antes de coger un lápiz pequeñito y apuntar nombres suecos hay que estar seguros de lo que hacemos. 

Llenar la casa con la geometría de colores planos de las estanterías BILLY y las mesas LACK debería ser una decisión consciente e intencionada, y no deberse únicamente a que tienen un diseño funcional o un precio económico. Si sobre la cómoda MALM no cabe el jarrón que pintó la abuela, por mucha madera reciclada que lleve, no es una compra inteligente, y quizás en la tienda del barrio te puedan apañar algo mucho mejor. Puede que meter todo en cajas organizadoras sea lo recomendado por los tiktoks de decoración, pero si abrirlas y cerrarlas te termina agobiando más que el desorden, seguramente vivirías mejor sin ellas. Unidad no tiene por qué significar monotonía, ni unicidad, conflicto.

Los elementos de esta propuesta para el eje Xàtiva-Guillem de Castro en València, por sí mismos, son positivos, pero su elección en ese caso es muy desacertada. Poner pavicésped y estanques sin proteger puede ser bonito y reducir la isla de calor, pero hacerlo en una de las calles con más tránsito peatonal de la ciudad no sólo supone un desperdicio enorme de agua, también un peligro para los viandantes. Afortunadamente, el diseño no pasó del render. Ajuntament de València 

Organizar sin equivocarse el espacio donde desarrollamos nuestra existencia, sea en casa o sea en la calle, no es tan sencillo como pretende la multinacional sueca, pero debe decirse que, en general, arquitectos e ingenieros han sabido aprovechar con buena fortuna la oportunidad irrepetible del espacio ganado al automóvil en la ciudad consolidada. Más allá del centro y del ensanche, no obstante, esas ideas lúcidas escasean. 

Y es que, si elegir un mueble que acompañe a otros puede ser complejo, la decoración desde cero de una casa vacía es un problema todavía mayor, y precisamente por eso, aún más interesante.

Donde aún no se han construido edificaciones que aporten sus fachadas o, lo que es peor, en esas urbanizaciones sin más que vivienda y hierbajos, es donde la cuestión cobra más enjundia, porque esos lugares no tendrán más identidad que la que aporten los técnicos al diseñar el espacio público. 

Calles españolas. Chiloeches, Guadalajara; Rafelbunyol, València, La Oliva, Fuerteventura. Google Street View 

Lynch escribía en su célebre The Image of the City que allá donde faltaba identidad, las calles se confundían, la ciudad se distorsionaba y los habitantes llegaban a sentirse desorientados, rechazados por un espacio que nunca llegaban a sentir propio. 

Como atestiguan esas viviendas modelo tan monas y frías, no hay mucha diferencia entre una casa vacía y una llena de productos del IKEA si no permitimos reflejar que, después de todo, ahí vive gente, con sus rutinas, sus historias y sus vidas. 

Las calles, como las casas, no son para acumular muebles, son para vivir en ellas.

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