Esa vieja amiga

Hace ya algunas semanas, Nano compartió conmigo cierta opinión ventilada en Twitter. Lo hizo con razonable bochorno, y estuve de acuerdo con él. Ante estas situaciones me pasa siempre una cosa: pierdo la paciencia. La rabia rompe a hervir y se me ocurren mil delicadezas que descargar sobre el insensato como una tormenta. Síntoma de inmadurez, sin duda, y razón por la cual Twitter o X no es a menudo más que una jungla. La opinión en cuestión era ésta: las democracias liberales no funcionan.

Es tal la osadía que no sé por dónde empezar. Ése es el problema de X: alguien suelta una barbaridad, comete un atropello, y se los tiene uno que comer porque no hay manera cordial de responder. O sí, pero el formato no acaba de plegarse. Decía Chesterton que no le gustaba el cine porque no admitía réplica: uno no podía sin más hacer una película para contestar a otra con la que no estuviese de acuerdo. Creo que con X pasa lo mismo: yo no soy capaz de contestarle a este imprudente, con toda la autoridad y educación de las que creo disponer, en un puñado de caracteres. De ahí el desequilibrio y la impotencia, y ya en general creo que todo el fenómeno hater o troll.

Pero sí puedo contestarle aquí. Veamos. El tipo comienza su tuit con una fórmula harto audaz: dice que va a expresar una unpopular opinion. Por supuesto el que la opinión sea o no impopular carece de importancia: él así lo ha decretado, y si acaso le tocará a otro demostrar lo contrario. Es, como se ve, una habilísima inversión de la carga de la prueba, que se encuentra en el germen de los mejores discursos. Este tipo ha debido de leer a Schopenhauer, por lo menos. Bien.

A continuación sigue —redoble de tambores— la impopularísima opinión, y es aquí donde empiezan los problemas. Sin duda nuestro amigo ha creído inventar la rueda, por ello ha corrido a Twitter a registrar la patente para ganar tiempo mientras, estoy seguro, redacta algún excelso tratado desarrollando su pensamiento. Tiembla Tocqueville. A riesgo de parecer ingenuo, sin embargo, o impaciente, me gustaría ahorrarle quizás algún esfuerzo y decirle que la idea del fin de la democracia nace con la democracia misma, y que goza de igual o más popularidad que la de su prima hermana. Ya Platón en su República la ataca violentamente, tachándola de pobre y tibia frente al orgulloso gobierno de sus reyes filósofos. No es, por lo tanto, una opinión impopular. Es una opinión odiosa, tramposa, repugnante. Pero no impopular.

No me cabe duda de que, pese a todo, nuestro amigo alumbrará caminos del pensamiento hasta ahora inexplorados, y que su tratado caerá a la tierra como el fuego de Prometeo. Pero por si acaso, sea sólo como anticipo de los desafíos que pueda encontrar, y a fin de que los pueda superar más fácilmente (cosa para la cual no precisa ayuda, vaya por delante, y menos la mía), continuaré mi exposición. Solemos pensar que el progreso material corre en paralelo al espiritual, y ello a pesar de numerosas experiencias que más bien prueban lo contrario. El siglo XX nos dejó dos guerras mundiales a cada cual más bárbara, en las que los avances técnicos sólo sirvieron para matarnos unos a otros más eficientemente. Con esto quiero aludir a la segunda parte de su tuit, en la que nuestro amigo no es ya sólo un eminente pensador, sino todo un profeta: Hoy sonará a estúpido, pero estoy seguro que en unos años miraremos atrás y veremos el poco sentido que tienen (las democracias liberales).

No sé de cuántos años está hablando, ni hasta dónde alcanza su precognición, pero por prudencia diré que del orden de cientos, o miles. A mí me es imposible imaginar tan lejos. A mí me es imposible imaginarme el sábado, pero de nuevo, yo no tengo las formidables dotes de nuestro amigo. Aunque pudiera, sin embargo, sospecharía de cuanto compareciera a mi cabeza. Creo que en general no podemos hacer pronósticos más allá de cierto umbral porque nos falta información decisiva, esto es: lo que no ha sucedido todavía. Todo lo que pueda ocurrírsenos no serán más que proyecciones cartón piedra de nuestra vida actual, y por tanto necesariamente falsas, equívocas. Son como esas estampas de principios del XX, que mostraban en el XXI a bomberos voladores apagando fuegos con algo así como apéndices de murciélago. Quizá bajo influencia de los hermanos Wright, entonces pensarían que todo en el futuro sería igual que en el presente, pero con alas: bomberos voladores, coches voladores, telégrafos voladores. No podían por supuesto concebir internet, TikTok, a Amadeo Llados, pues carecían de todo marco de referencia. Del mismo modo, no debemos deducir el fin de la democracia y su reemplazo mañana por una tecnocracia ciberpunk (sospecho que por ahí van los tiros) por el hecho de que nos caiga ahora la baba con GPT 4.0.

No podemos ver el futuro, pero sí desde luego el pasado. Volteando el mirífico telescopio de nuestro amigo hacia atrás, lo que surge en el horizonte del tiempo es, precisamente, democracia. Éste es en realidad el principal argumento. Os puedo aburrir a nombres y citas y anécdotas, pero nada más fiable que el hecho de que la democracia exista casi desde que empezamos a organizarnos. Verdad es que las comunidades de entonces no son las de ahora, y quizá tenga razón quien afirma que aquélla decae con los grandes números, se corrompe; se tergiversa o desvía. Pero tan verdad o más es que pese a todo no hay sistema que desde Atenas se le haya impuesto; que haya demostrado un funcionamiento más dulce y generoso con el individuo; más compasivo. Se le podrán atribuir mil vicios y taras: el de ser tibia o medrosa; hipócrita, ingenua o torpe; pero nunca nada que sus propias coordenadas no contemplen de antemano y le permitan reparar por sí misma, como no sucede en ningún otro caso. No es por supuesto ideal ni perfecta, lejos de ello, pero sí la única que engorda y robustece cuanto más de sí misma tiene, a diferencia de cualquier tiranía o régimen déspota que terminan por atrofiarse y caer bajo su propio peso, o bien languidecer, anémicos. No hay tal cosa como demasiada democracia: demasiadas deliberación, diálogo, consenso, tolerancia. Mientras que siempre hay demasiados furor, terror, represión, censura, poder reconcentrado. Cuando la democracia flaquea, no es, como suele aducirse, por dolencias congénitas que la aquejan; por un error fatal de diseño que tarde o temprano la consumirá desde dentro. Al contrario, si ocurre es precisamente debido a la acción insidiosa de esos elementos, que subterráneamente la invaden, se cuelan por la puerta de atrás merced a su buena fe y hospitalidad, e igual que un intruso que bajo engaño y sonrisa se gana nuestra confianza, acaba por tomar la casa.

Por eso son tan sospechosas declaraciones como las de nuestro amigo, a priori inofensivas, pueriles. No niego que pueda llevar razón y acaso predecir el futuro, y que éste sea de color gris silicio y dominado por la máquina; la escudería Musk. Por descontado, yo tampoco conozco otras cosas; he tenido la suerte de nacer en cierta época en cierta parte del mundo, y no he debido romperme los dientes por nada que no sea en verdad insignificante. Precisamente por ello debo dar un paso atrás, y admitir que quizás haya algo que no sepa; que quizás, antes de desahuciar a esa vieja y mejorable amiga, convenga asegurarse que hay por ahí otra más confiable, y no los mismos fantasmas de siempre.

Pero he aquí la trampa. Opiniones como ésta sugieren que hay por fuerza algo mejor, allá lejos, ahí afuera, en el futuro o los confines de la  galaxia; que descenderá sobre nosotros como la paloma de la paz y nos traerá por fin amor, compasión, fraternidad. Suponen que la democracia es un producto de su tiempo (¿qué tiempo?); una necesidad del contexto, más bien engorrosa, aburrida, e igual que un adolescente con su acné y sus brackets, no pueden esperar a deshacerse de ella. No ven (o no quieren ver) sus atributos eminentemente clásicos, en el sentido de que atraviesan sociedades y épocas sin marchitarse, todavía apelando a algo dentro de nosotros después de dos mil años. Decía que el progreso espiritual no avanza en paralelo al material; si la democracia nos dice algo aún hoy, quizá es porque espiritualmente no somos muy distintos a entonces; quizá es porque a pesar de todo: del avión, TikTok y Amadeo Llados, no hemos aprendido en el fondo gran cosa, y seguimos corriendo en círculos, tropezando periódicamente con la misma piedra si bien embolsando algún que otro acierto. Quizá la democracia sea uno de estos aciertos, y hagamos bien en conservarla.

Lo peor de todo es que quien, como nuestro amigo, la desdeña y procura irla aparcando, no propone a cambio nada. Yo hablaba de Elon Musk y su gobierno de los autistas porque es lo que está hoy de moda: transhumanismo, IA, paraísos cibernéticos; y me figuraba es lo que bros como aquél repetirán como una misa. Suele ser, a grandes rasgos, el modo de pensar de quienes se creen más listos que nadie, pero admito que quizás me equivoque, se trate de un prejuicio. En cualquier caso, nuestro amigo ni siquiera llega a tanto, pues se limita a jubilar la democracia y punto, supongo que a la espera de su prodigioso tratado o de alguien que aterrice su asistencia y chute a gol. No lo sé. Lo que sí sé es que estas dimisiones son el preludio de algo más feo. No es la primera vez que pasa. Nuestro queridísimo colega, decía, cree haber inventado la rueda, pero lo cierto es que la rueda lleva inventada y girando a un millón de revoluciones desde hace tiempo. Es la vieja pelea entre Atenas y Esparta. No hemos salido de ahí. No digo que no pueda surgir una tercera vía luminosa, buena, sólo que es poco probable. Y que si lo hace no será de un tuit. Esa cualidad anfibia, naval de la vieja Atenas es difícilmente superable. Lo que en realidad es humanismo; situar en el centro de la vida, la sociedad y el pensamiento al ser humano, al individuo, de carne y hueso y no a la tribu, el colectivo, Dios o cualquiera de las abstracciones que históricamente lo han sustituido. Para ello, la única configuración que ha salido a nuestro encuentro es ésta, la democracia, y todo lo demás no es sino polvo, ruido, cuando no fuego y muerte. Cuidémonos de esas pestes, de esa carcoma inmunda que pudre nuestra casa, pues es el primer paso hacia su segura demolición.

Con esto alcanzo, por fin, el último y escarpado pico del tuit. Ya noto que me falta el aliento, y a vosotros la paciencia. Pero detengámonos en él un momento, tan sólo un momento:

Espero que no tengamos que cargarnos la civilización y nuestros valores por el camino, pero no pinta bien.

Brumoso. Críptico. Difícil. ¿Qué quiere decir? Parecería, a priori, que no es más que lo que hay: teme en efecto por nuestro sistema, nuestros valores, por la civilización en mayúsculas. Pero, ¿y si se tratara de un juego, una astucia, un trampantojo?, ¿y si estuviera insinuando lo contrario de lo que dice? no cabría esperar menos de su puntiaguda ironía, sin duda, sobre todo porque es imposible que haya pasado por alto el hecho de que una cosa y otra, democracia y civilización, civilización y democracia, son, por supuesto, lo mismo. Permitidme enfatizar que en todo momento hablo de democracia liberal en general, en abstracto, como entiendo lo hace nuestro colega. Es decir: democracia liberal en su versión contemporánea, como la vivimos hoy en Europa, América; Occidente en sentido amplio. Esta democracia tiene sus cosas buenas y malas. Es como una reunión de antiguos alumnos: hay gente que te cae muy bien, y hay pelmas insoportables. Todos los conocemos: el vodevil político, tertulianos, Antonio Ferreras. No por ellos, sin embargo, se va uno a cargar la fiesta: hay viejos amigos a los que aprecia; el espíritu del evento le emociona. Con los pelmas, por tanto, lo propio es hacerles educadamente a un lado; no invitarles. La democracia permite esto. Por eso no conviene deshacerse de ella sin más, en grueso, por un berrinche. Hay que hilar más fino. Y ello porque, de nuevo, no hay manera de hacerlo sin perdernos todos por el camino. Ya los espartanos se agrupan a las puertas —muy literalmente—, y basta el menor desliz, un despiste, para que arrasen con todo el campamento. Mal asunto. Pero lo peor no es eso. Ya ha ocurrido antes y la sabia, la fluvial Atenas ha sabido recomponerse. Lo peor es que no habrá nada que recomponer si somos nosotros mismos los que le prendemos fuego. y 

Termino, ahora sí. Me despido y os dejo de aburrir, y para ello qué mejor que quien dijo ya todo esto, mucho antes y mucho mejor que yo. Habla Manuel Chaves Nogales:

Francia sabe, y no ha podido olvidarlo, que hasta ahora no se ha descubierto ninguna forma de convivencia humana superior al diálogo, ni se ha encontrado un sistema de gobierno más perfecto que el de una asamblea deliberante, ni hay otro régimen de selección mejor que el de la libre concurrencia; es decir: la paz, la libertad, la democracia.

En el mundo no hay más.

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