Hazme tuyo, Mike

Con The White Lotus ha vuelto el appointment television. La intriga se basa en el camino hacia ese clímax horroroso. Lo clásico regresa.

Lo clásico es lo que tiene: que regresa. Hay quien dice que Mike White ha creado un género en sí mismo. Pero lo que ha hecho es, realmente, un gesto muy antiguo: ofrecer algo nuevo. Para ello ha recogido, en la forma narrativa, la que es quizás la fórmula por excelencia del género de intriga, el murder mystery. Y junto con HBO ha reproducido, con la forma de la distribución, los ritmos de la vieja emisión por televisión, el appointment television que parecía que Netflix había enterrado para siempre. La tele vuelve. Lo viejo resucita entonces, lo clásico regresa, pero siempre transformado. En The White Lotus, el misterio detectivesco se invierte, y aunque sabemos desde el principio que algo terrible va a ocurrir, la intriga se basa en el camino hacia ese clímax, y no en la reconstrucción inversa de la investigación. (Creo que fue Jameson el que dijo que el género de detectives estaba temporalmente invertido. El trabajo del detective es la reconstrucción retrospectiva del tiempo del asesino. Mike White simplemente le ha dado la vuelta al calcetín, lo ha devuelto a una forma natural, lineal). Internet también ofreció la tecnología para revolucionar la emisión programada de la televisión pero, décadas después, las redes se demuestran como el acelerador tecnológico idóneo para el tipo de conversación colectiva de la que solo era capaz la emisión programada. La fiesta que antes solo tenías con tus compañeros de trabajo el lunes, ahora la celebras con todo el mundo, a todas horas, de todas formas, gracias al regreso de la forma limitada que la vieja tecnología televisiva. Los límites rudimentarios de las formas de distribución abandonadas como las herramientas de un bondage para los sujetos de la simultaneidad y la saturación. Hazme tuyo, Mike.

Tampoco podemos decir que los otros instrumentos sean exactamente nuevos. La reducción de la trama a una sola localización y a una geometría simple de un conjunto horizontal y discreto de personajes suponen, quizás, las piezas más elementales de una ficción. Cocinar a fuego lento a tu audiencia, como una rana en agua hervida, es una técnica ancestral para expurgar los afectos oscuros, obsesiones, defectos y terrores que laten bajo la débil superficie de la normalidad. Se trata de la arcaica idea de traer a la conciencia nuestro lado oscuro. No para regodearse en él ni para creerse por encima, sino para ofrecer una catarsis: el gesto que rasga el velo entre la personalidad y el inconsciente, el ego y los otros, lo que somos y lo que queríamos ver. Pero, sobre todo, entre la vida y la muerte, entre ser algo y no ser nada. Una técnica antigua aplicada sobre seres nuevos: criaturas posthumanas desorientadas y confundidas, cuya percepción está distorsionada por la complejidad y la velocidad del mundo, la desintegración social, la trituradora del trabajo, el fin de las utopías igualitaristas, las montañas del contenido-basura, la perturbación cognitiva de la economía de la atención. Mike aplica sabiduría ancestral a malestares contemporáneos. Las obsesiones actuales por el privilegio están en el centro. Para ello, como en todo, hay niveles: niveles de ricos, de interpretación pero, también, de grados y formas entre el placer de la identificación vicaria con los superricos y el dolor de reconocer la brecha entre quienes consumen el mundo en su Jardín del Edén vallado y quienes les queremos consumir a ellos mediante el appointment television. La sed de dominación, de liberación, y todo lo que habita entre medias. Lo clásico regresa y, con ello, alumbra las patologías más perturbadoras del presente. Aquellas que son tan extrañas, tan nuevas e irreconocibles, que todavía se escapan a nuestra capacidad de nombrarlas. Frente a los críticos que le afean el ritmo de la tercera temporada, Mike contesta: “Si no quieres irte a la cama conmigo, entonces lárgate. ¡Te estoy bordeando! [...] No seas un bossy bottom. Fuera de mi puta cama.” Me rindo, Mike. Soy tuyo. Hazme lo que quieras.

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Con The White Lotus ha vuelto el appointment television. La intriga se basa en el camino hacia ese clímax horroroso. Lo clásico regresa.

Lo clásico es lo que tiene: que regresa. Hay quien dice que Mike White ha creado un género en sí mismo. Pero lo que ha hecho es, realmente, un gesto muy antiguo: ofrecer algo nuevo. Para ello ha recogido, en la forma narrativa, la que es quizás la fórmula por excelencia del género de intriga, el murder mystery. Y junto con HBO ha reproducido, con la forma de la distribución, los ritmos de la vieja emisión por televisión, el appointment television que parecía que Netflix había enterrado para siempre. La tele vuelve. Lo viejo resucita entonces, lo clásico regresa, pero siempre transformado. En The White Lotus, el misterio detectivesco se invierte, y aunque sabemos desde el principio que algo terrible va a ocurrir, la intriga se basa en el camino hacia ese clímax, y no en la reconstrucción inversa de la investigación. (Creo que fue Jameson el que dijo que el género de detectives estaba temporalmente invertido. El trabajo del detective es la reconstrucción retrospectiva del tiempo del asesino. Mike White simplemente le ha dado la vuelta al calcetín, lo ha devuelto a una forma natural, lineal). Internet también ofreció la tecnología para revolucionar la emisión programada de la televisión pero, décadas después, las redes se demuestran como el acelerador tecnológico idóneo para el tipo de conversación colectiva de la que solo era capaz la emisión programada. La fiesta que antes solo tenías con tus compañeros de trabajo el lunes, ahora la celebras con todo el mundo, a todas horas, de todas formas, gracias al regreso de la forma limitada que la vieja tecnología televisiva. Los límites rudimentarios de las formas de distribución abandonadas como las herramientas de un bondage para los sujetos de la simultaneidad y la saturación. Hazme tuyo, Mike.

Tampoco podemos decir que los otros instrumentos sean exactamente nuevos. La reducción de la trama a una sola localización y a una geometría simple de un conjunto horizontal y discreto de personajes suponen, quizás, las piezas más elementales de una ficción. Cocinar a fuego lento a tu audiencia, como una rana en agua hervida, es una técnica ancestral para expurgar los afectos oscuros, obsesiones, defectos y terrores que laten bajo la débil superficie de la normalidad. Se trata de la arcaica idea de traer a la conciencia nuestro lado oscuro. No para regodearse en él ni para creerse por encima, sino para ofrecer una catarsis: el gesto que rasga el velo entre la personalidad y el inconsciente, el ego y los otros, lo que somos y lo que queríamos ver. Pero, sobre todo, entre la vida y la muerte, entre ser algo y no ser nada. Una técnica antigua aplicada sobre seres nuevos: criaturas posthumanas desorientadas y confundidas, cuya percepción está distorsionada por la complejidad y la velocidad del mundo, la desintegración social, la trituradora del trabajo, el fin de las utopías igualitaristas, las montañas del contenido-basura, la perturbación cognitiva de la economía de la atención. Mike aplica sabiduría ancestral a malestares contemporáneos. Las obsesiones actuales por el privilegio están en el centro. Para ello, como en todo, hay niveles: niveles de ricos, de interpretación pero, también, de grados y formas entre el placer de la identificación vicaria con los superricos y el dolor de reconocer la brecha entre quienes consumen el mundo en su Jardín del Edén vallado y quienes les queremos consumir a ellos mediante el appointment television. La sed de dominación, de liberación, y todo lo que habita entre medias. Lo clásico regresa y, con ello, alumbra las patologías más perturbadoras del presente. Aquellas que son tan extrañas, tan nuevas e irreconocibles, que todavía se escapan a nuestra capacidad de nombrarlas. Frente a los críticos que le afean el ritmo de la tercera temporada, Mike contesta: “Si no quieres irte a la cama conmigo, entonces lárgate. ¡Te estoy bordeando! [...] No seas un bossy bottom. Fuera de mi puta cama.” Me rindo, Mike. Soy tuyo. Hazme lo que quieras.

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