La ciencia del karaoke

‍A la hora de elegir la música, tienes que ser consciente de que nadie te conoce allí.

Hay una cosa que nos tiene que quedar clara: por muy guays que seamos y por mucha música indie que escuchemos, todos somos felices cantando una Mecano, Julio Iglesias o David Bisbal en un karaoke. Porque da igual que te flipe la portada de Súper H de Los Planetas, tu vida se parece muchísimo más de lo que crees a la de los demás. 

Con los años, mis amigos y yo nos hemos convertido en académicos de la materia, y es por eso que aquí os dejamos un humilde análisis acerca de esta ciencia llamada karaoke:

En lo que respecta al garito, el sitio debe ser cutre, es decir, cutre para una persona nacida de los años noventa en adelante, pero con una decoración «muy de la época» para personas de la edad de mis padres. Además, el local debe ser regentado por un tipo con tatuajes en sus antebrazos y que clarea, porque ese proyecto de calva te hace saber que el tipo lucía melena en sus tiempos mozos.

A la hora de elegir la música tienes que ser consciente de que nadie te conoce allí. O peor, puedes encontrarte a tu tío segundo con los del trabajo, así que lo mejor es que no sepa que tienes el corazón roto. Uno debe cantar canciones de amor, pero nadie debe saber en aquel sitio que la última novia que tuviste se enrolló con el monitor de pádel. Sí, qué sorpresa te llevaste con aquel argentino tan agradable con el que charlabas al recogerla de clase eh. Elige  temazos de ayer y hoy, pero evita los «Olvídame y pega la vuelta» de Pimpinela o «Lo siento mi amor» de Rocío Jurado. Todos tienen el corazón roto en aquel maldito karaoke, pero no seas el tonto que se lo hace saber a los demás.

Por último, evita el beber de más dentro del garito. En el caso de vivir en una ciudad pequeña como Córdoba o Soria, cantar desconsoladamente y abrazado a alguien que no conoces de nada se puede volver en tu contra cuando te saluden por la calle como si os conocieseis de toda la vida. Tendrás que hacer memoria, y no te gustará recordar que cantaste «Un ramito de violetas» con el tipo que atiende en el mostrador de Correos, ese al que le llevas una vez al mes una chaqueta que ya no te pones y que has vendido en Vinted; y ahora, muy a tu pesar, te da conversación cada vez que vas a recoger una camiseta por ahorrarte los tres euros que cuesta que te lleven el paquete a casa. Esa tortura no se la deseo ni a mi peor enemigo.

Los karaokes albergan la misma verdad que una plaza de toros o un complejo deportivo municipal. Es uno de los mejores sitios a los que puedes ir con amigos si quieres recordar a lo largo de las comidas de navidad anécdotas insuperables, pero ve con moderación. A todos nos gusta el jamón ibérico, pero si lo comes a diario pierde la gracia.

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En lo que respecta al garito, el sitio debe ser cutre, es decir, cutre para una persona nacida de los años noventa en adelante, pero con una decoración «muy de la época» para personas de la edad de mis padres. Además, el local debe ser regentado por un tipo con tatuajes en sus antebrazos y que clarea, porque ese proyecto de calva te hace saber que el tipo lucía melena en sus tiempos mozos.

A la hora de elegir la música tienes que ser consciente de que nadie te conoce allí. O peor, puedes encontrarte a tu tío segundo con los del trabajo, así que lo mejor es que no sepa que tienes el corazón roto. Uno debe cantar canciones de amor, pero nadie debe saber en aquel sitio que la última novia que tuviste se enrolló con el monitor de pádel. Sí, qué sorpresa te llevaste con aquel argentino tan agradable con el que charlabas al recogerla de clase eh. Elige  temazos de ayer y hoy, pero evita los «Olvídame y pega la vuelta» de Pimpinela o «Lo siento mi amor» de Rocío Jurado. Todos tienen el corazón roto en aquel maldito karaoke, pero no seas el tonto que se lo hace saber a los demás.

Por último, evita el beber de más dentro del garito. En el caso de vivir en una ciudad pequeña como Córdoba o Soria, cantar desconsoladamente y abrazado a alguien que no conoces de nada se puede volver en tu contra cuando te saluden por la calle como si os conocieseis de toda la vida. Tendrás que hacer memoria, y no te gustará recordar que cantaste «Un ramito de violetas» con el tipo que atiende en el mostrador de Correos, ese al que le llevas una vez al mes una chaqueta que ya no te pones y que has vendido en Vinted; y ahora, muy a tu pesar, te da conversación cada vez que vas a recoger una camiseta por ahorrarte los tres euros que cuesta que te lleven el paquete a casa. Esa tortura no se la deseo ni a mi peor enemigo.

Los karaokes albergan la misma verdad que una plaza de toros o un complejo deportivo municipal. Es uno de los mejores sitios a los que puedes ir con amigos si quieres recordar a lo largo de las comidas de navidad anécdotas insuperables, pero ve con moderación. A todos nos gusta el jamón ibérico, pero si lo comes a diario pierde la gracia.

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