Los reyes del FOMO

Como buen policía de lo viral, uno no debe bajar nunca la guardia.

“Yo es que muero con la Semana Santa, sobre todo me encanta la de Sevilla, que allí se respira algo diferente”. Si esto te lo dice alguien cuya familia es de allí, o que lleva pasando esta semana en Sevilla desde el año 10 a.F. (antes del FOMO), seguramente no le hagas ni caso, ya que sería la décima vez que te viene con lo mismo y te lo sabes ya de memoria. El problema es cuando escuchas ese tipo de cosas de alguien a quien no has visto en tu vida fuera de su ciudad. Tras ese primer comentario, y doscientas stories en instagram, descubres el rastro de miguitas de pan que desenmascara al asesino del postureo. De pronto te conviertes en Angela Lansbury porque se ha escrito un crimen y, como en Scooby-Doo, el malhechor estaba más cerca de lo que podías imaginar. 

Sí, era él. Tu vecino el del cuarto. Ese que lo más cerca que había estado de un combate de MMA había sido el instante en el que se golpeaba el pecho en la misa del colegio al son de “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” y que ahora es el mayor fan de Topuria hasta que se pase de moda, claro. 

Como buen policía de lo viral, uno no debe bajar nunca la guardia y, de los creadores de tu vecino, llega la novia de tu amigo. La misma que siempre había soñado con ver a Coldplay en directo junto a su novio, porque sin él no podría haberse grabado ningún vídeo toda emocionada al son de Yellow y subirlo a tiktok para ver si Loli, de Murcia, también se contagia del ritmo ragatanga y se compra las entradas para ir hasta Copenhague y así poder almacenar quince segundos en vertical que nunca volverá a ver. 

Y digo yo, ¿ por qué en este mundo virtual se pone de moda todo menos visitar a nuestras abuelas, dar los buenos días o parar con el coche en los pasos de peatones?

Las modas cada vez son más pasajeras, e incluso los reyes de lo viral llegan tarde a ellas haciendo que se diluyan a la velocidad de los hielos de un cubata de segunda. Son chicas guapas a las que les juran amor eterno hasta que se encuentran con otra más joven, no más mona, pero sí incorrupta. 

Cuando uno lee a Daniel, el Mochuelo, acerca de su concepto de progreso en El Camino de Delibes, cae en la cuenta de que no somos más que títeres a merced de lo que dicta la dopamina. Y esa supuesta felicidad, ese progreso que creemos tocar con la yema de los dedos, se nos escapa de las manos de forma desesperada, esperando una nueva dosis de esa supuesta vida plena. Fíjense que hasta el propio término FOMO (Fear Of Missing Out) ya se ha quemado. Y han sido los propios emperadores de los viral quienes, como Nerón, lo han visto arder.

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“Yo es que muero con la Semana Santa, sobre todo me encanta la de Sevilla, que allí se respira algo diferente”. Si esto te lo dice alguien cuya familia es de allí, o que lleva pasando esta semana en Sevilla desde el año 10 a.F. (antes del FOMO), seguramente no le hagas ni caso, ya que sería la décima vez que te viene con lo mismo y te lo sabes ya de memoria. El problema es cuando escuchas ese tipo de cosas de alguien a quien no has visto en tu vida fuera de su ciudad. Tras ese primer comentario, y doscientas stories en instagram, descubres el rastro de miguitas de pan que desenmascara al asesino del postureo. De pronto te conviertes en Angela Lansbury porque se ha escrito un crimen y, como en Scooby-Doo, el malhechor estaba más cerca de lo que podías imaginar. 

Sí, era él. Tu vecino el del cuarto. Ese que lo más cerca que había estado de un combate de MMA había sido el instante en el que se golpeaba el pecho en la misa del colegio al son de “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa” y que ahora es el mayor fan de Topuria hasta que se pase de moda, claro. 

Como buen policía de lo viral, uno no debe bajar nunca la guardia y, de los creadores de tu vecino, llega la novia de tu amigo. La misma que siempre había soñado con ver a Coldplay en directo junto a su novio, porque sin él no podría haberse grabado ningún vídeo toda emocionada al son de Yellow y subirlo a tiktok para ver si Loli, de Murcia, también se contagia del ritmo ragatanga y se compra las entradas para ir hasta Copenhague y así poder almacenar quince segundos en vertical que nunca volverá a ver. 

Y digo yo, ¿ por qué en este mundo virtual se pone de moda todo menos visitar a nuestras abuelas, dar los buenos días o parar con el coche en los pasos de peatones?

Las modas cada vez son más pasajeras, e incluso los reyes de lo viral llegan tarde a ellas haciendo que se diluyan a la velocidad de los hielos de un cubata de segunda. Son chicas guapas a las que les juran amor eterno hasta que se encuentran con otra más joven, no más mona, pero sí incorrupta. 

Cuando uno lee a Daniel, el Mochuelo, acerca de su concepto de progreso en El Camino de Delibes, cae en la cuenta de que no somos más que títeres a merced de lo que dicta la dopamina. Y esa supuesta felicidad, ese progreso que creemos tocar con la yema de los dedos, se nos escapa de las manos de forma desesperada, esperando una nueva dosis de esa supuesta vida plena. Fíjense que hasta el propio término FOMO (Fear Of Missing Out) ya se ha quemado. Y han sido los propios emperadores de los viral quienes, como Nerón, lo han visto arder.

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