Hace ya un montón de años, quizás una década, quizás más, vi una película llamada ‘El indomable Will Hunting’.
“Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto, pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable, ni te has visto reflejado en sus ojos, no has pensado que Dios ha puesto un ángel en la Tierra para ti, para que te rescate de los pozos del Infierno, ni qué se siente al ser su ángel, al darle tu amor, darlo para siempre, y pasar por todo, por el cáncer.” El psicólogo, interpretado por Robin Williams, le dice así a Will, Matt Damon, que ha leído muchos libros pero ha vivido poco.
Y sigue yendo a por él: “no sabes lo que es dormir en un hospital durante dos meses cogiendo su mano porque los médicos vieron en tus ojos que el término «horario de visitas» no iba contigo. No sabes lo que significa perder a alguien, porque solo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo. Dudo que te hayas atrevido a amar de ese modo.”
En la teoría, en el papel, todos somos más brillantes, menos imperfectos, más capaces. Detrás de las pantallas somos más lanzados, mantenemos conversaciones sin fin y luego giramos el teléfono y seguimos con nuestra vida. Podemos sostener algo ficticio durante tanto tiempo que hasta llegamos a creer que es real. Sin embargo, los mensajes sólo son mensajes. Tienen significado cuando ya hay un vínculo y el mensaje se vuelve una herramienta más de comunicación, pero los mensajes son palabras a través de una pantalla. Los mensajes no tienen piel. Ni siquiera las llamadas.
Alzo banderas: me da igual que me digas que eres atrevido si no te veo atreverte. Atreverse a querer conocer a alguien es acabar con la inacción, con la poca iniciativa y, sobre todo, con la conversación en condicional.
“Me encantaría verte”, “¿Ah sí? Pues ven.”
“A ver si volvemos a coincidir”, “¿Fecha y hora?”
Seguir hablando de futuros inciertos y no mover el culo para hacer algo con ese presunto deseo para mí es como no tenerlo, como no desearlo realmente. Es más fácil y es más amable, no te juegas la cara, no existe la posibilidad del ridículo. Pero es cobarde y yo no conozco amor nacido de la cobardía. Quién no quiera mojarse que se quede a cubierto, en casa, tranquilo, sin conocer otros universos, otras formas, sin sentirse vulnerable y pequeño, gigante e invencible, sin librar algunas batallas, sin estar dispuesto a remover los muros de carga, a hacerlos nuevos, a construir una habitación aledaña que haga espacio a lo que nace.
Y por eso no quería decir que estaba en contra de la tibieza en general, quería decir que estoy en contra de los tibios. El mundo se desmorona, y necesitamos a más gente sin miedo a querer.
Y a quién no derribase muros, tomase trenes o fuese incapaz de encontrar un día para coincidir: ahí tiene la puerta abierta. Libre paso hacia otro lugar. Aquí no es.
Al acabar, Williams le dice a Damon: “Pero si quieres hablar de ti, de quién eres, estaré fascinado, a eso me apunto, pero no quieres hacerlo, tienes miedo. Te aterroriza decir lo que sientes. Tú mueves, chaval.”