Cada año, de octubre a mayo, se cuece en la sombra un sorteo del que pocos quieren resultar ganadores: visitar el país o ciudad más retratado en las historias de Instagram.
Dicho fenómeno probablemente resulte de una combinación de algoritmos, tendencias, artículos, series o películas que convierte a destinos en populares sin que sus viajeros se hayan puesto de acuerdo. Pasó con Tailandia, pasó con Costa Rica y pasó también con Colombia. Lugares que —causalmente— exigen actividad, planificación, rutas y organización con meses de antelación.
Me parece sorprendente que, en la búsqueda de destinos remotos y planes diferentes, acabemos todos en el mismo lugar. Bajo esta premisa, y teniendo en cuenta nuestro afán por conquistarlo todo y verlo todo, llega el anuncio de turismo de la ciudad de Oslo. Sí. Oslo. ¿Cuántas veces has pensado en esta ciudad en los últimos diez años? ¿Podría coronarse como el anti-imperio romano de nuestra generación? Seguramente. Pues bien, igual que hice después de ver La Peor Persona Del Mundo, confieso haber mirado vuelos.
Oslo se presenta en el momento perfecto y de la manera perfecta. Chapó. Utiliza la psicología inversa y la ironía para hablarnos de una ciudad amable, fácil y accesible. De un verano poco ruidoso, muy alejado de lo que entendemos por destino vacacional y eso amigos, es dar en el clavo. En primer lugar, porque lo no mainstream es lo mainstream: tenemos todo tan visto, que los lugares más recónditos y menos masificados se alzan como vencedores en el juego del «estuve aquí y me acordé de ti».
En segundo lugar porque el anuncio nos pone en evidencia a todos, dándole valor a su modelo de ciudad y, a la vez, lanzando una pullita a cómo entendemos el verano hoy en día. Parece que si no estamos en la otra punta del mundo, subidos a un árbol, con una piña colada en la mano, desde la tirolina con más metros, con una Go Pro en la cabeza y la puesta de sol más increíble como escenario, no computa como disfrutado. Me he cansado sólo de escribir esto.
El verano no es difícil. Es todo lo contrario ¿por qué nos empeñamos en complicarlo? Hay otro anuncio de Aquarius, —disculpa tanta publicidad encubierta, es por oficio— que tiene una frase muy acertada: (...) el verano hace bueno al invierno (...). Y cuanto más lo pienso, más lo creo. Hemos sobresaturado el verano con actividades tan aleatorias y destinos tan exigentes que llegamos a septiembre con la lengua fuera. ¿Qué tipo de verano es ese? No el que me apetece, desde luego. Además, sé que no estoy sola, justo estas semanas he leído un par de Substacks que alaban precisamente el disfrutar del aburrimiento este verano. Artículos como Boring Girl Summer o The summer dressing vibe is aspirational boredom plantean una oda a la no planificación, a tener el gusto de aburrirse este verano, y yo pienso ¿por qué no? Además, si te aburres, el tiempo pasa más despacio y el verano dura más. Bonus point.
Con el mundo entero en la palma de la mano a golpe de tarjeta, recuperar el concepto del veraneo me parece esencial para conseguir lo que tanto ansiamos durante el resto del año: descansar. Alberto Moreno y Jesús Terrés en Decir Las Cosas dedicaron un episodio entero a hablar sobre viajar. Contrariamente a la opinión popular, la conclusión que extraigo es que viajar puede ser, y suele, ser agotador. Veranos como los de Call Me By Your Name o Estiu 1993 son perfilados como idílicos y sin embargo, son ridículamente sosegados.
En este caso, Oslo tampoco nos está planteando un verano plano, pero sí un verano a otro ritmo, izando orgullosamente la bandera del anti-turismo —dándole valor a cosas que turísticamente hablando no lo tienen—. Es muy fácil dejarse seducir por las luces de Nueva York o las paradisíacas playas de Koh Tao, pero ojo, lo tranquilo que estarás en Oslo qué. También hay que saber apreciar el no tener que despertarse a las cinco para ser los primeros en visitar la Fontana di Trevi —y fallar en el intento—. Nadie pone en duda que el verano sea por excelencia la estación para viajar, ¿pero de qué forma? Es como si a nuestros yos de febrero, marzo y abril se les olvidara que no nos gusta madrugar para coger el primer vuelo ni dar vueltas por una ciudad aleatoria haciendo tiempo para coger el último de vuelta. Llega el verano y perdemos el norte. El anuncio de Oslo acaba con un «It's not supposed to be easy», y en esta frase es capaz de condensar lo que llevamos años asumiendo: que el verano tiene que ser abundante, extravagante, ¡a lo grande!, e insisto, no tiene por qué.
Probablemente, y por mi naturaleza mediterránea, sólo puedo entender el agosto a remojo, —aunque tenga amigos que no lo entiendan— el verano es para el agua. Aún así, Oslo se presenta como la escapada cultural perfecta a la que hacer el check este verano y ser la más alternativa en mis historias de Instagram.
Empieza el sorteo de los destinos. ¿Será el tuyo el más instagrameado? Hagan sus apuestas.