Perdón

Todo en la vida va sobre el perdón. Se me antoja esta frase mientras doblo la ropa de mi madre, deseando que esté doblada tal y como ella espera.‍

Para ser un fotógrafo tienes que ser un caradura. No hay otro camino. No debes dar muchas explicaciones. Hay que estar preparado para salir corriendo siempre. Tiene que molarte el peligro porque si no te mola el peligro no haces fotos, haces selfies. Remojas apenas los pies en la orilla del océano y luego te vas, como si no hubiera profundidad.

Yo siempre me sentí muy cercana a los fotógrafos porque yo me meto en la vida hasta los dientes.

No soy fotógrafa. Pero tengo la actitud. 

Y tú, princesa —aunque vistas de exótica y te pongas rara como un domingo sin misa— tampoco lo eres. No es fotografía de guerra encontrar encuadres bonitos de pies descalzos en Tailandia. Ni eres Gerda Taro ni sabes quién es. 

Me recoloco el cuello y decido dejar la ira en estas líneas. Aquí la deposito, estoy a punto. Sí, voy a dejarla aquí. Aquí está. Como un pájaro muerto. ¿Alguna vez habías enterrado entre líneas?

Todo se amontona como fotografías que no entiendo, que no se unen y que intento encajar como un puzzle infantil. Se me amontonan los momentos, lo vivido, ya no sé lo que es ayer ni mucho menos mañana. 

Me llega una imagen que me solicita legibilidad. Es un olor. Es una cara. Me creo que he visto a mi abuelo en la parada del bus. Cuando mi abuelo vivía, no me lo planteaba. Es la cara del señor guapo que fuma en pipa la que me pide un texto. Sólo la posteridad escribe. El resto, borroso presente que no se desenfunda, que no se atreve. 

Los burgueses se ríen en los museos como si entendiesen. Y a mí me están entrando muchas ganas de llorar. 

(Construyendo con ladrillos que nunca nos dieron)

El olor a abono es creciente cuando bajo las ventanillas del coche. Volver a casa es volver a los olores. A veces fantaseo con equivocarme de salida en la autopista. Tontear con la carretera, como si no supiese llegar a ningún sitio.

Los viajes en coche ya no son tan largos como antes. Ya no cabecea tu cabeza en el asiento trasero. Mamá está rara. El nuevo Mestalla sigue sin acabar. Lleva tanto tiempo en construcción que ya casi es el viejo Mestalla. Tus amigos aprueban oposiciones. En la playa sólo se habla inglés. Tu perro está más gordo. 

Todo en la vida va sobre el perdón. Se me antoja esta frase mientras doblo la ropa de mi madre, deseando que esté doblada tal y como ella espera.

En mi familia me enseñaron a perdonar rápido. Después de lanzarse un bocadillo de calamares a la cara, es posible volver a sentarse, recolocarse, limpiar el manchurrón y hacer alguna bromilla. Ese es nuestro estilo. Somos de sangre espesa y lengua afilada. Mi abuelo solía decir que había que sacar la recortá y liquidar a más de uno, y después se freía un huevo con demasiada sal y se dormía antes del telediario. Imagino que así evitaba toparse con algún que otro imbécil. Al día siguiente, despertaba antes que el Sol, enérgico, alegre. Dormir lo reconciliaba con el mundo, o eso pensaba yo.

Del mismo modo, yo siempre perdoné de forma instantánea.Yo fui capaz de perdonar al mundo entero. Ahora, voy haciéndome mayor y me va costando un poco más. Las cosas se quedan en el cuerpo, más dentro, como hormiguitas por la espalda. Los monstruos cabalgan por mis piernas y cabello, son sádicos, tienen ganas de morder. Se me empapan las pestañas con deseos feos.

Los vínculos cada vez con más anchos, ya planeas hipotecas, barajas nombres de niña y las traiciones se pagan caras. 

Y otra vez mamá está rara. Me enfado, prefiero cenar en la habitación, de vuelta a los 16 años. Ella está inquieta, como si algo le picara por dentro, y yo navego por webs sospechosas. La mujer que construyo fuera de la casa de mi madre, se hace chiquitita cuando entro a su salón. Acné adolescente, me muerdo las llagas y he vuelto a pasar 12 horas con el móvil. Poner la mesa es asfixiante. Me molesta que mi madre sea zurda y me roce al comer. 

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Pero recuerdo: todo en esta vida va sobre el perdón. 

Me fijo en mi perro. Bajo a la calle con él. Es de noche. Suelto la correa, lo desprendo. Pareciera que lo dejaré marchar. Pero no será esta vez. Lo dejo campar a sus anchas. Lo dejo descubrir como si yo le abriese las puertas al mundo, invitándolo a ser feliz. Sin embargo, prefiere quedarse a mi lado, sólo se aleja unos pocos metros. Si le chisto, me hace caso. Eso me emociona. 

Hay cosas pequeñas que no se pueden escribir porque están pasando. Y hay cosas que mejor no escribir nunca. 

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Sin perdón, no hay ascensión. Dicen los creyentes. Yo prefiero ser más energética, más facilona. Sin perdón, no hay tranquilidad. Y eso implica acoger todas las manías de tu madre. Todas y cada una. Hasta las que más rabia te dan. 

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Tengo el corazón desbocado y nadie en los chats quiere ya ponerse profundo. 

Tigre45 me aburre hablando de su líos amorosos. Ahora sus hijas no le hablan. Podría hacerlo y hablarle del perdón. Hablarle de este texto. Y no lo haré. 

Nombrarán un nuevo Papa aunque tarden y mañana serás una mujer nueva, relajada, que consigue concentrarse 20 minutos para meditar. No recordarás a tu madre. No extrañarás a tu perro. Madrugarás, te irás a dormir sin hacerte la skin care y esa pija del bus volverá a ponerte de los nervios. 

Tú también estás esperando a que alguien te perdone. En el fondo, es lo que esperamos todos. 

He visto una película que me ha hecho pensar en todo esto. Voy a dejar un diálogo aquí y voy a marcharme. 

Sí. Voy a marcharme justo ahora. 

Allá voy.

PADRE: Lo que hice mal te enseñó a hacerlo bien Tienes que dar gracias a Dios.

HIJO: ¿El hecho de verte drogarte me hizo mejor padre? ¿Que tus palizas me hicieron mejor? Y ahora, ¿pretendes que dé gracias a Dios por eso?

PADRE: Consumía crack. 

HIJO: ¡Y yo tenía que ver a mi padre puesto de crack!

PADRE: Ya no soy el mismo. Debes perdonar para que Dios te libere.

HIJO: Te perdono. 

PADRE: Aún nos queda el futuro.

HIJO: No, tío. No hay futuro. El futuro le pertenece a mi mujer y a mi hijo. Tú te quedaste en el pasado. Y de verdad, te perdono. Lo entiendo. La vida no te dio más opciones. Pero el futuro es mío. 

(De la película Exhibiting Forgiveness)

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Costumbres

Perdón

Todo en la vida va sobre el perdón. Se me antoja esta frase mientras doblo la ropa de mi madre, deseando que esté doblada tal y como ella espera.‍

Para ser un fotógrafo tienes que ser un caradura. No hay otro camino. No debes dar muchas explicaciones. Hay que estar preparado para salir corriendo siempre. Tiene que molarte el peligro porque si no te mola el peligro no haces fotos, haces selfies. Remojas apenas los pies en la orilla del océano y luego te vas, como si no hubiera profundidad.

Yo siempre me sentí muy cercana a los fotógrafos porque yo me meto en la vida hasta los dientes.

No soy fotógrafa. Pero tengo la actitud. 

Y tú, princesa —aunque vistas de exótica y te pongas rara como un domingo sin misa— tampoco lo eres. No es fotografía de guerra encontrar encuadres bonitos de pies descalzos en Tailandia. Ni eres Gerda Taro ni sabes quién es. 

Me recoloco el cuello y decido dejar la ira en estas líneas. Aquí la deposito, estoy a punto. Sí, voy a dejarla aquí. Aquí está. Como un pájaro muerto. ¿Alguna vez habías enterrado entre líneas?

Todo se amontona como fotografías que no entiendo, que no se unen y que intento encajar como un puzzle infantil. Se me amontonan los momentos, lo vivido, ya no sé lo que es ayer ni mucho menos mañana. 

Me llega una imagen que me solicita legibilidad. Es un olor. Es una cara. Me creo que he visto a mi abuelo en la parada del bus. Cuando mi abuelo vivía, no me lo planteaba. Es la cara del señor guapo que fuma en pipa la que me pide un texto. Sólo la posteridad escribe. El resto, borroso presente que no se desenfunda, que no se atreve. 

Los burgueses se ríen en los museos como si entendiesen. Y a mí me están entrando muchas ganas de llorar. 

(Construyendo con ladrillos que nunca nos dieron)

El olor a abono es creciente cuando bajo las ventanillas del coche. Volver a casa es volver a los olores. A veces fantaseo con equivocarme de salida en la autopista. Tontear con la carretera, como si no supiese llegar a ningún sitio.

Los viajes en coche ya no son tan largos como antes. Ya no cabecea tu cabeza en el asiento trasero. Mamá está rara. El nuevo Mestalla sigue sin acabar. Lleva tanto tiempo en construcción que ya casi es el viejo Mestalla. Tus amigos aprueban oposiciones. En la playa sólo se habla inglés. Tu perro está más gordo. 

Todo en la vida va sobre el perdón. Se me antoja esta frase mientras doblo la ropa de mi madre, deseando que esté doblada tal y como ella espera.

En mi familia me enseñaron a perdonar rápido. Después de lanzarse un bocadillo de calamares a la cara, es posible volver a sentarse, recolocarse, limpiar el manchurrón y hacer alguna bromilla. Ese es nuestro estilo. Somos de sangre espesa y lengua afilada. Mi abuelo solía decir que había que sacar la recortá y liquidar a más de uno, y después se freía un huevo con demasiada sal y se dormía antes del telediario. Imagino que así evitaba toparse con algún que otro imbécil. Al día siguiente, despertaba antes que el Sol, enérgico, alegre. Dormir lo reconciliaba con el mundo, o eso pensaba yo.

Del mismo modo, yo siempre perdoné de forma instantánea.Yo fui capaz de perdonar al mundo entero. Ahora, voy haciéndome mayor y me va costando un poco más. Las cosas se quedan en el cuerpo, más dentro, como hormiguitas por la espalda. Los monstruos cabalgan por mis piernas y cabello, son sádicos, tienen ganas de morder. Se me empapan las pestañas con deseos feos.

Los vínculos cada vez con más anchos, ya planeas hipotecas, barajas nombres de niña y las traiciones se pagan caras. 

Y otra vez mamá está rara. Me enfado, prefiero cenar en la habitación, de vuelta a los 16 años. Ella está inquieta, como si algo le picara por dentro, y yo navego por webs sospechosas. La mujer que construyo fuera de la casa de mi madre, se hace chiquitita cuando entro a su salón. Acné adolescente, me muerdo las llagas y he vuelto a pasar 12 horas con el móvil. Poner la mesa es asfixiante. Me molesta que mi madre sea zurda y me roce al comer. 

Imagen
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Pero recuerdo: todo en esta vida va sobre el perdón. 

Me fijo en mi perro. Bajo a la calle con él. Es de noche. Suelto la correa, lo desprendo. Pareciera que lo dejaré marchar. Pero no será esta vez. Lo dejo campar a sus anchas. Lo dejo descubrir como si yo le abriese las puertas al mundo, invitándolo a ser feliz. Sin embargo, prefiere quedarse a mi lado, sólo se aleja unos pocos metros. Si le chisto, me hace caso. Eso me emociona. 

Hay cosas pequeñas que no se pueden escribir porque están pasando. Y hay cosas que mejor no escribir nunca. 

Imagen

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Sin perdón, no hay ascensión. Dicen los creyentes. Yo prefiero ser más energética, más facilona. Sin perdón, no hay tranquilidad. Y eso implica acoger todas las manías de tu madre. Todas y cada una. Hasta las que más rabia te dan. 

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Tengo el corazón desbocado y nadie en los chats quiere ya ponerse profundo. 

Tigre45 me aburre hablando de su líos amorosos. Ahora sus hijas no le hablan. Podría hacerlo y hablarle del perdón. Hablarle de este texto. Y no lo haré. 

Nombrarán un nuevo Papa aunque tarden y mañana serás una mujer nueva, relajada, que consigue concentrarse 20 minutos para meditar. No recordarás a tu madre. No extrañarás a tu perro. Madrugarás, te irás a dormir sin hacerte la skin care y esa pija del bus volverá a ponerte de los nervios. 

Tú también estás esperando a que alguien te perdone. En el fondo, es lo que esperamos todos. 

He visto una película que me ha hecho pensar en todo esto. Voy a dejar un diálogo aquí y voy a marcharme. 

Sí. Voy a marcharme justo ahora. 

Allá voy.

PADRE: Lo que hice mal te enseñó a hacerlo bien Tienes que dar gracias a Dios.

HIJO: ¿El hecho de verte drogarte me hizo mejor padre? ¿Que tus palizas me hicieron mejor? Y ahora, ¿pretendes que dé gracias a Dios por eso?

PADRE: Consumía crack. 

HIJO: ¡Y yo tenía que ver a mi padre puesto de crack!

PADRE: Ya no soy el mismo. Debes perdonar para que Dios te libere.

HIJO: Te perdono. 

PADRE: Aún nos queda el futuro.

HIJO: No, tío. No hay futuro. El futuro le pertenece a mi mujer y a mi hijo. Tú te quedaste en el pasado. Y de verdad, te perdono. Lo entiendo. La vida no te dio más opciones. Pero el futuro es mío. 

(De la película Exhibiting Forgiveness)

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