Preferiría no hacerlo

El personaje de Melville no quiere decir que no lo vaya a hacer.

Si te levantas por las mañanas aturdido, sin saber bien quién o cómo eres, o cuándo y dónde existes, necesitas una dosis de Bartleby. Abstraerse en el transporte público, dormirse en sitios inoportunos, no recordar lo que se hace y vivir desde la inercia son claros síntomas de una deficiencia de preferencia en cuerpo vivo.  El medicamento puede ingerirse en formato físico, digital o auricular. Sea como sea el remedio es claro y el diagnóstico unánime. Deja que el escribiente te ayude.

Bartleby nos recuerda que podemos resistir. El relato de Herman Melville nos abre los ojos a la obediencia inmediata a la que nos aferramos casi sin cuestionarlo. Estudia, claro que si, estudia todavía más, venga vale, trabaja, por supuesto, si a todo lo que nos enseñan que hay que hacer sin preguntarnos si realmente es lo que queremos, si lo necesitamos, ni si quiera de qué manera queremos incorporarlo a nuestra vida. Habitamos el mundo como seres pálidamente pulcros, lamentablemente decentes e incurablemente desolados. Pero muy obedientes.

Compramos el famoso discurso de Ewan McGregoral al inicio de Trainspotting (1996), su personaje nos lo recita mientras vemos cómo el y sus amigos corren huyendo de todo lo que nos está contando: Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. 

Ante toda esta retahíla de las cosas que se supone que deben conformar su vida, Ewan McGregor corre a refugiarse en sus vicios y Bartleby se planta ante las suyas y declara abiertamente: Preferiría no hacerlo. Su proclamación siempre desconcierta a los que le rodean, que no entienden cómo puede tener la osadía de declarar su preferencia y desentenderse de los requerimientos de su jefe o sus compañeros. El desconcierto les nubla la mente, no es raro que el hombre al que contradicen de una manera insólita e irrazonable, bruscamente descrea de su convicción más elemental.

No se dan cuenta de que Bartleby ha planteado un condicional, prefiere no hacerlo, pero eso no significa que no lo vaya a hacer. La confusión es tal que se asume su hipótesis como resolución y todos le piden que sea razonable, cómo va a negarse a hacer lo que se le pide. A lo que el escribiente insiste: Por ahora prefiero no ser un poco razonable.

La palabra preferir parece infiltrarse en la oficina, de pronto sus compañeros la utilizan, hasta su jefe contrae la costumbre de darle uso involuntariamente a la curiosa palabra. Y una sensación incómoda les invade.

El decir que preferimos no hacer algo no implica que no podamos o no tengamos la capacidad, ni siquiera que no vayamos a hacerlo. La preferencia marca un límite, es un estado mental. Una reivindicación que nos empodera. Admitir claramente que preferimos no hacer algo nos permite ser autoconscientes y asimilar que mucho de lo que hacemos, lo hacemos por inercia o sin darnos cuenta. 

No es que no quiera hacer algo, no es que no pueda, es que preferiría no hacerlo, y aunque lo tenga que hacer, el saber que no es mi elección es un acto reivindicativo, un reclamo. 

Decir que “no” puede parecer dejarnos en la nada, pero también nos libera dejándonos ser potencialmente cualquier cosa. Al proclamar la preferencia abrimos la posibilidad a otra vía, a una dualidad de el acto, a una elección que muchas veces olvidamos que tenemos, y como poco a una pregunta, entonces: ¿por qué lo hacemos? Y tal vez al responderla descubramos qué es lo que realmente queremos, podemos y preferimos hacer. 

Pero mientras tanto, como Roma no se deconstruye en un día, os invito a insuflar preferencia en ese cuerpo vivo poco a poco, a reivindicar los límites y anunciar con firmeza: Preferiría no hacerlo. 

O si queréis ser algo más amables, seguir la propuesta de Phoebe Buffay, que quizás sea mas asequible, y la próxima vez que vuestras preferencias se vean amenazadas decir: Me encantaría, pero no me apetece.

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Preferiría no hacerlo

El personaje de Melville no quiere decir que no lo vaya a hacer.

Si te levantas por las mañanas aturdido, sin saber bien quién o cómo eres, o cuándo y dónde existes, necesitas una dosis de Bartleby. Abstraerse en el transporte público, dormirse en sitios inoportunos, no recordar lo que se hace y vivir desde la inercia son claros síntomas de una deficiencia de preferencia en cuerpo vivo.  El medicamento puede ingerirse en formato físico, digital o auricular. Sea como sea el remedio es claro y el diagnóstico unánime. Deja que el escribiente te ayude.

Bartleby nos recuerda que podemos resistir. El relato de Herman Melville nos abre los ojos a la obediencia inmediata a la que nos aferramos casi sin cuestionarlo. Estudia, claro que si, estudia todavía más, venga vale, trabaja, por supuesto, si a todo lo que nos enseñan que hay que hacer sin preguntarnos si realmente es lo que queremos, si lo necesitamos, ni si quiera de qué manera queremos incorporarlo a nuestra vida. Habitamos el mundo como seres pálidamente pulcros, lamentablemente decentes e incurablemente desolados. Pero muy obedientes.

Compramos el famoso discurso de Ewan McGregoral al inicio de Trainspotting (1996), su personaje nos lo recita mientras vemos cómo el y sus amigos corren huyendo de todo lo que nos está contando: Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos. Elige la salud, colesterol bajo y seguros dentales. Elige pagar hipotecas a interés fijo. Elige un piso piloto. Elige a tus amigos. Elige ropa deportiva y maletas a juego. Elige pagar a plazos un traje de marca en una amplia gama de putos tejidos. Elige bricolaje y preguntarte quién coño eres los domingos por la mañana. Elige sentarte en el sofá a ver teleconcursos que embotan la mente y aplastan el espíritu mientras llenas tu boca de puta comida basura. Elige pudrirte de viejo cagándote y meándote encima en un asilo miserable, siendo una carga para los niñatos egoístas y hechos polvo que has engendrado para reemplazarte. Elige tu futuro. Elige la vida... ¿pero por qué iba yo a querer hacer algo así? Yo elegí no elegir la vida: yo elegí otra cosa. ¿Y las razones? No hay razones. 

Ante toda esta retahíla de las cosas que se supone que deben conformar su vida, Ewan McGregor corre a refugiarse en sus vicios y Bartleby se planta ante las suyas y declara abiertamente: Preferiría no hacerlo. Su proclamación siempre desconcierta a los que le rodean, que no entienden cómo puede tener la osadía de declarar su preferencia y desentenderse de los requerimientos de su jefe o sus compañeros. El desconcierto les nubla la mente, no es raro que el hombre al que contradicen de una manera insólita e irrazonable, bruscamente descrea de su convicción más elemental.

No se dan cuenta de que Bartleby ha planteado un condicional, prefiere no hacerlo, pero eso no significa que no lo vaya a hacer. La confusión es tal que se asume su hipótesis como resolución y todos le piden que sea razonable, cómo va a negarse a hacer lo que se le pide. A lo que el escribiente insiste: Por ahora prefiero no ser un poco razonable.

La palabra preferir parece infiltrarse en la oficina, de pronto sus compañeros la utilizan, hasta su jefe contrae la costumbre de darle uso involuntariamente a la curiosa palabra. Y una sensación incómoda les invade.

El decir que preferimos no hacer algo no implica que no podamos o no tengamos la capacidad, ni siquiera que no vayamos a hacerlo. La preferencia marca un límite, es un estado mental. Una reivindicación que nos empodera. Admitir claramente que preferimos no hacer algo nos permite ser autoconscientes y asimilar que mucho de lo que hacemos, lo hacemos por inercia o sin darnos cuenta. 

No es que no quiera hacer algo, no es que no pueda, es que preferiría no hacerlo, y aunque lo tenga que hacer, el saber que no es mi elección es un acto reivindicativo, un reclamo. 

Decir que “no” puede parecer dejarnos en la nada, pero también nos libera dejándonos ser potencialmente cualquier cosa. Al proclamar la preferencia abrimos la posibilidad a otra vía, a una dualidad de el acto, a una elección que muchas veces olvidamos que tenemos, y como poco a una pregunta, entonces: ¿por qué lo hacemos? Y tal vez al responderla descubramos qué es lo que realmente queremos, podemos y preferimos hacer. 

Pero mientras tanto, como Roma no se deconstruye en un día, os invito a insuflar preferencia en ese cuerpo vivo poco a poco, a reivindicar los límites y anunciar con firmeza: Preferiría no hacerlo. 

O si queréis ser algo más amables, seguir la propuesta de Phoebe Buffay, que quizás sea mas asequible, y la próxima vez que vuestras preferencias se vean amenazadas decir: Me encantaría, pero no me apetece.

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