Escribo como si no hubiera de morir más, y todo cuanto he escrito es con tal deseo de que todos se aprovechen de ello, que parece me trae la muerte a las manos
Santa Teresa de Jesús en sus Moradas sextas, capítulo 11
Si la escritura pretende ser un remedio (fármakon) contra el olvido, ¿cuáles son sus efectos secundarios?
SÓCRATES.- Réstanos examinar la conveniencia o inconveniencia que puede haber en escribir, ¿no es así?
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Para intentar dar cuenta de si escribir es bueno o malo, Sócrates acude a un mito, en este caso, del antiguo Egipto. Según la historia, Theuth —también conocido como Ibis o el dios pájaro— fue el inventor del cálculo, la geometría, la astronomía, el ajedrez, los dados y, por último, también de la escritura. Theuth acudió al que en aquel momento era el rey de Tebas para intentar convencerle de la pertinencia de llevar todas estas artes al pueblo egipcio, ya que mejorarían notablemente sus vidas. Al llegar a la cuestión de la escritura, dijo de ella que haría más sabias a las personas y que aliviaría su memoria por ser un medio contra la dificultad de aprender y retener. Si lo que se escribe, al quedar escrito, no se olvida, resultaría mucho más fácil recordarlo todo y, consecuentemente, también aprender… ¿no?
La respuesta del rey de Tebas ante esta defensa de la escritura por parte del dios Theuth supone una invitación a pensar completamente al revés:
“le atribuyes un efecto [¡un efecto del fármakon!] contrario a su efecto verdadero. En el ánimo de los que le conozcan [al arte de escribir, al texto o al discurso] sólo producirá el olvido, pues les hará descuidar la memoria; y fiándose en ese extraño auxilio, dejarán a los caracteres materiales el cuidado de reproducir sus recuerdos cuando en el espíritu se hayan borrado. No has hallado un medio de cultivar la memoria, sino de despertar la reminiscencia; y por dar a tus discípulos la ciencia, les das la sombra de ella”.
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En lugar de un remedio contra el olvido, la escritura parece albergar en ella la aniquilación de la memoria. Resulta que su efecto final es el contrario al que pretende tener. Pese a que la intención de Theuth fuese la de luchar contra el olvido, el texto acaba siendo la muerte de la memoria ya que, petrificando en él las ideas que supuestamente se quieren conservar, se acaba con la opción de recordarlas vivamente. No hay esfuerzo ni memoria cuando hay escritura y, el efecto secundario finalmente es tan fuerte que acaba con el pretendido remedio. Se acaba produciendo un envenenamiento.
En esta escena del Libro de los muertos vemos el juicio de Osiris, donde Anubis pesa el corazón del escriba Hunefer en el lado izquierdo de la balanza y una pluma en el derecho. El peso debía estar equilibrado, según el rito; de lo contrario, el monstruo con cabeza de cocodrilo devoraría el corazón, impidiendo que el difunto pasase a la otra vida. A la derecha de la imagen, Theuth caracterizado como Ibis por la cabeza de pájaro, escribe el resultado.
El Dios de la escritura es también el dios de la muerte. // El farmakon y la escritura se trata, pues, efectivamente siempre de una cuestión de vida o muerte. pp. 136 y 156 Derrida
Cuando se escribe hay siempre de fondo un miedo a la muerte y una lucha contra ella. De hecho, es este terror a la morir o a que algo se muera, lo que motiva el acto de la escritura siempre. Algo se deja escrito para que trascienda y quede ahí aunque haya una muerte. Primeramente, se pretende salvar el olvido, que en realidad es también un tipo de muerte. Para que no se le olviden, Fedro escribe las palabras de Lisias; sólo así puede repetírselas después a Sócrates.
Se escribe siempre contra el olvido, contra la muerte, contra el tiempo, contra la oscuridad del desconocimiento. Derrida dirá por eso que la escritura es una cuestión de vida o muerte. De vida y muerte. Escribiendo algo lo salvamos de la oscuridad del olvido y de la muerte; ahora bien, Derrida también dirá que “el dios de la escritura es también el Dios de la muerte” porque escribir algo no es sólo salvarlo, sino también condenarlo:
SÓCRATES.- Tal es, querido Fedro, el inconveniente de la escritura y el de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas; pero, al interrogarlas, guardan gravemente el silencio; lo mismo ocurre con los discursos escritos: cuando los oyes, crees que piensan; pero pídeles alguna explicación sobre el asunto que en ellos se contiene, y siempre responderán lo mismo.
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Es decir: nada. Un discurso escrito no es algo vivo, sino petrificado ya en su quietud y en su silencio de muerte. En lugar del movimiento propio del fluir de las ideas, en la escritura encontramos reposo y simplemente repetición, imitación de lo que una vez fue dicho. Lo que perdura en el tiempo por estar escrito son copias, pero sin alma, frente a las cuales es imposible preguntar o, mejor, encontrar respuesta.
Algo escrito realmente no es como tal. O es de otra manera. El grado de realidad que le podemos atribuir algo escrito, ¿es el mismo que el que le podemos atribuir a algo que encontramos en la realidad? ¿Hay diferencia entre el discurso oral de Lisias que Fedro tuvo la oportunidad de escuchar y el que después lee a Sócrates? En el primer caso, en la experiencia de primera mano, por así decirlo, Fedro puede rebatir, preguntar, dar opinión. En el segundo caso, el discurso es notificado, transmitido sin que este pueda ser modificado. Su contenido está muerto; no se puede cambiar ni tocar. ¿Se puede, acaso, entender?
Gracias a la decisión de Fedro de escribirlo, las ideas viajaron hasta Sócrates y, más aún, hasta nosotras, lectoras hoy del diálogo. ¿No está vivo entonces el texto? ¿Llevamos todo este tiempo hablando de algo muerto? ¿Es el diálogo del Fedro la copia de la copia de la copia? ¿Creemos estar cerca de la conversación que Fedro y Sócrates están teniendo bajo el plátano cuando en verdad es todo una ilusión? ¿Es imposible entonces conocer o tener cualquier tipo de experiencia mediante la escritura, la pintura o el arte?
La tensión entre vida y muerte nunca deja de estar presente en la escritura. De la misma manera, en ella encontramos también la articulación de otras dualidades que luchan, conviven, se encuentran y se distancian:
VIDA | MUERTE
HABLA | ESCRITURA
CONOCIMIENTO | IGNORANCIA
MEMORIA | OLVIDO
LUZ | OSCURIDAD
Platón en este diálogo introduce la duda de la muerte presente en todo escrito. Realmente, su sospecha hacia la escritura es hipócrita si tenemos en cuenta que es él —y no Sócrates— quien escribe el Fedro y todos los demás diálogos, quien decide dejarlos por escrito. Nosotros podemos leerlos y pensarlos gracias a la decisión de dejarlos por escrito, de rescatarlos del olvido. En su particular lucha contra esta muerte, Platón nos legó los textos que hoy podemos leer e, incluso, tocar. Derrida lo hace de lleno; mediante otro texto, su Farmacia de Platón, no modifica materialmente, pero sí introduce nuevas elementos en el diálogo, hablando, escribiendo, sobre algunos aspectos de él que han permanecido hasta ahora ocultos, entretejiendo nuevos significados, añadiendo ideas, problematizando lo ya dado.