Vuelvo caminando del trabajo mientras observo de arriba a abajo mi nueva ciudad. Logroño es un refugio de invierno constante. De cielos encapotados. De felicidad y esperanza en cada rayo de sol que uno ve por la ventana de la oficina. Una oda al presente. A disfrutar de los momentos de luz y de color que diría Marisol.
Delante de mí camina un matrimonio mayor. Hijos de estos días grises. Herederos de una vida pegada a un paraguas o a un chaquetón. Hermanos de la costumbre de saber que da igual el buen tiempo que haga, porque siempre puede aparecer una nube que lo tire todo por la borda. Lo mismo pasa con la vida, ¿no? Da igual cómo vayan las cosas, siempre hay algo que lo puede cambiar todo de golpe. Para bien o para mal. La felicidad, la tristeza y la monotonía beben de la misma charca conviviendo entre sí, como si de distintas especies animales en cualquier jungla se tratase.
Ahora que los días grises son habituales. Que camino con las manos en los bolsillos esquivando el frío y que mi mentón busca cobijo tras el final -o el principio- de mi chaquetón, veo que hay más días sombríos que soleados. Y tampoco pasa nada, porque solo escampa cuando llueve. Los días malos equilibran los buenos; los largos, los cortos; y los grises, los amarillos.
Llego a casa algo mojado por una llovizna que me pilló a medio camino. Cuelgo el barbour. Maldigo no tener un gorro de lluvia todavía, y aún así fantaseo con la vida londinense que nunca tuve y entiendo que este juego que es la vida debe seguir pese al mal tiempo. Así que me abro una birra, puede que dos. No hay Cruzcampo, pero sí Victoria. Cocino algo rico para llevarme el día siguiente al trabajo (siempre pasta) y canto The winner takes it all en la cocina con una pala de madera como micrófono y mi amiga Cristina haciendo los coros.
De pronto, la tristeza adquiere algo de belleza. Las mudanzas no están tan mal y el frío se convierte en mi tercer compañero de piso. Combato la ausencia de sol y sal a base de libros y series. Toreo de salón con la escoba mientras limpio la casa. Y si sale un rayo de sol un sábado por la mañana, bajo a por un pincho de tortilla y saludo al personal. Abro twitter y leo a @ingrand_ decir “¿Cómo hará la gente del norte de España para separar el estado de ánimo del tiempo y no morir en una montaña rusa de bipolaridad?”. Y yo tampoco me lo explico, compañero, estoy intentando buscar respuesta a tu pregunta, pero puede que sea simple: habemo gente pa to’.