Un ejército de chicas tristes

El glamour de la tristeza tiene las patas largas. Saca las manos de la pantalla y te agarra la cabeza hasta que te vuelve a convencer de que hay algo atractivo en la mala salud mental. ¿Qué fue de esa niña sin control emocional, fascinada por las imprudencias, decidida a estar mal? 

Chicas no lo hagáis. Ni se os ocurra. No volváis a ver Skins

Llevo años, años queriendo abrir el melón de cómo nos hicieron daño a través de las protagonistas infelices en las series dosmileras. No sé quién tuvo la brillante idea de monetizar nuestras mentes frágiles pero desde aquí le doy la enhorabuena. Le salió fetén la jugada. Nos tuvo a todas las niñas de internet babeando frente a la pantalla del ordenador, lobotomizadas. Puso de moda estar mal de la cabeza y nos mandó a muchas directas a terapia.

Como parte de un delirio colectivo, las niñas se disfrazaban de Effy Stonem y escuchaban a todo trapo los temas más destructivos de Lana del Rey o Marina & the Diamonds en una especie de autolisis emocional. Tampoco era una novedad; sabemos que la industria del cine y de la moda está empeñada en lucrarse romantizando ideales enfermizos. Pasó en los noventa con el heroin chic y películas como Girl Interrupted, parece irremediable que vaya a volver, o igual nunca se ha marchado.

Es más sencillo dejarlo pasar, no hablar de cómo algunas escenas de películas enseñaban a vomitar. Yo aprendí muy pequeña que separar la comida del plato por grupos alimentarios era un rasgo distintivo de las chicas con TCA.

Skins es una serie maravillosa y un clásico generacional. Pero tiene este problema, no lo vamos a negar. La serie de My Mad Fat Diary, a menos nivel. Malito tratamiento de los trastornos alimenticios nos trajo el personaje de Ruth en Física o Química, un fenómeno también. No sé si su éxito se basa en que retrataban de manera realista nuestras carencias o aspiraciones o si, más bien, lo que consiguieron fue forzar esa imagen dañina que luego tuvimos de nosotras mismas. Imagen que poco a poco se hizo mainstream en redes como Tumblr.

Lo cuenta muy bien el guionista Carlos Cascos en este artículo de RTVE: “Skins representó en su día las aspiraciones que todo adolescente deseaba en su vida, pero no solo la parte divertida de fiestas, drogas y sexo, sino también los dramas que venían incluídos en ese pack. El caso más representativo de este conflicto fue Effy Stonem, una de las protagonistas más polémicas, a la que vimos afrontar una profunda depresión a base de nihilismo, frialdad y cigarros. Muchas de las adolescentes que tomaron a Effy como icono generacional lo hicieron siguiendo la lógica de Tumblr, una plataforma coetánea al estreno de la serie en la que las imágenes que glamurizaban los trastornos mentales a base de fotos de autolesiones en blanco y negro con frases depresivas eran uno de los contenidos más populares. Pero Effy no era una femme fatale, si no una adolescente con un trastorno límite de personalidad que le lleva a un intento de suicidio. Su historia se mitificó y se entendió como una chica edgy hasta tal punto que acabó sirviendo de musa para varias canciones de Yung Beef, quien llegó a usar la imagen de la protagonista como foto de perfil de su cuenta de Twitter”.

Podríamos analizar también la mirada masculina y el machismo imperante en la imagen de “chica débil y peculiar, distinta a las demás”, pero el texto se haría muy largo.

No quiero “echar la culpa” a nada en concreto. Responsabilizar a los artistas, cantantes, directores o guionistas de trastornos mentales a nivel individual sería insensato, partiendo de que son multifactoriales. Pero sí creo que es posible hablar de cierta parte de responsabilidad en un proceso perjudicial que machacó la percepción sobre lo que es “bello” de millones de adolescentes en los 2010s. De los noventa ya se ha hablado mucho; del daño que hizo esa estética a nuestra generación, no tanto. 

Podemos pedirles cuentas, en tanto en cuanto salir del bucle de la nostalgia y la mitificación es muy complicado. Cada vez que vuelvo a ver una escena de estas series se activa un click en mi cabeza que me hace, no solo recordar, sino revivir esos momentos angustiantes de mi adolescencia. Y mira que lo avisan bien: Trigger warning. Es difícil mantener la mente despejada y ser consciente del trabajo que has hecho para evolucionar como ser humano. Para distinguir lo que te hace o no daño. Para valorarte más. Quizás el primer paso es admitir que, a nivel colectivo, esas series, películas y canciones no hicieron ningún bien.

Al inicio hablaba de que el glamour de la tristeza tiene las patas largas. Ayer vi a una chica de catorce años imitar el maquillaje de Effy en TikTok para ser una “chica guay”. Resulta que se ha puesto de moda. El otro día otra chica, no mucho más mayor, trataba de convencer a sus amigas de que vieran una “serie antigua” —era Skins, soy vieja— porque Cassie era genial. Pensaba que no iba a pasar, pero os prometo que hace poco vi a otra adolescente romantizar a Rue de Euphoria. Pensé: “Lo siento chicas, hemos estado ahí. Evento canónico, no puedo interferir”. Pero, realmente, ¿hace falta que eso sea un evento canónico para ellas también? ¿De verdad no podemos interferir?

Vuelve la estética Tumblr y la extrema delgadez y me da miedo que estas cosas nunca tengan fin. Mejor cuéntale a tu hermana pequeña que no hay nada más atractivo que ser feliz.

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